FENóMENOS > LA FAMILIA ARGENTINA RESISTE EN LA TV
El éxito de Casados con hijos es tan inusitado que carece, todavía, de explicación: el creciente rating de sus repeticiones prácticamente impuso el regreso de su elenco para una segunda temporada. Como los Campanelli, los Benvenuto y los Roldán, los Argento curiosamente son una familia unita.
› Por Claudio Zeiger
El humor “para toda la familia”, en la cultura popular argentina, suele estar asociada a los contenidos y valores más conservadores y retrógrados. La defensa de la pseudo inocencia del barrio, los buenos sentimientos de la gente sencilla, el refugio del hogar frente a los pecados del mundo de la calle. El sencillismo imperaba en los años ’70, en telenovelas y telecomedias. Se trataba de mantener junto lo que Dios hizo para estar junto, y llegar siempre al matrimonio por la vía del altar. En Los Campanelli, por ejemplo, la familia era tana, unita, célula básica de la sociedad, y aunque había lugar para la rencilla y las peleas internas, todo se arreglaba en la mesa del domingo al mediodía, alrededor de la pasta amasada por las mujeres y bajo la autoridad del patriarca, quien, para llamar a los díscolos a silencio, los acallaba amenazando que no quería oír “ni el volido de una mosca”.
A pesar de tener una enorme cocina en la que transcurre gran parte de la acción, en casa de los Argento no se cocina, no se amasa. El ícono no es el palo de amasar sino los imanes que sirven para pegar a la heladera los stickers del delivery que alimentan a la familia con exceso de hidratos de carbono. Si bien la “tanada” no le es ajena a la sitcom Casados con hijos, de origen norteamericano (humor de y para toda la familia, con un éxito notable en su regreso a la pantalla después del extraño fenómeno de las repeticiones), los signos de cambio de época son elocuentes. Donde había autoridad vertical hay disgregación, horizontalidad y cinismo. Las cosas –las peores cosas– se dicen en la cara, y la misoginia y el cretinismo se ejercen abiertamente. Los Argento quizá sean tan retrógrados y conservadores como los Campanelli pero –hay que decirlo– la franqueza en gran medida los redime.
Para Florencia Peña, que nuevamente hace dupla con Guillermo Francella, los Argento “representan cierta liberación familiar, hacen y dicen cosas que normalmente no se dicen, no porque no se piensen sino porque socialmente no está bien visto”. Ella cree que el programa no debería agotarse en la comedia, sostiene que se tocan temas importantes, nada livianos, como “la incomunicación familiar, la distancia entre el deseo y la realidad. Muchas veces se confunde el humor popular con la trivialidad”.
Así las cosas, Casados con hijos vendría a ser la puesta en escena de una familia sin paredes, sin secretos duraderos, sin recovecos, la vida de una familia que transcurre contra el fondo de un decorado plano donde todo se dice, o se termina confesando, a los gritos. Una familia que se asume: sí, somos horribles ¿y qué? Y así, curiosamente, siguen juntos. Porque más allá de la explicación seriada (mantener inalteradas las condiciones que ponen a funcionar la máquina de la sitcom), ¿cuál es la verdadera razón por la que esos cuatro seres, padre, madre, hijo e hija siguen juntos, si ni siquiera queda muy claro que se quieren, pero sí queda claro que se hacen tremendamente infelices unos a otros o, como señalaba Florencia, viven en el peor desajuste entre deseo y realidad?
Quizá sea cierto neoconservadurismo de la familia moderna, donde los hijos, lejos de reivindicar la salida del hogar, se eternizan en sus cuartos adolescentes, aferrados a sus celulares. Y los padres giran en el vacío, mascullando sus frustraciones, sintiendo la puntada de rebeldía que no ven aflorar en sus hijos. Los Argento sacan a la luz todo el resentimiento que los carcome y sin embargo son terriblemente graciosos y hacen reír a las piedras. ¿Será porque el cinismo nos ha blindado del todo o porque los actores no nos permiten entrever el hueso de la verdad de tan graciosos, de tan buenos que son? Porque que son buenos, qué duda cabe. ¿Qué decir de Francella, no sólo el gran cómico argentino sino uno de los mejores actores de la actualidad, capaz de hacernos creer que la improvisación, en su caso, no es parte de su profesionalismo? ¿Y de Florencia, que convierte en verdad eso del primer mandato del cómico: “serás gracioso o no serás nada”? ¿Y de los hermanos Lopilato, Luisana y Darío, trabajando el filoso borde entre ficción y realidad, y parodiando, quizás involuntariamente, el cool de los clanes televisivos que se toman tan en serio, autocelebrándose la disfuncionalidad?
Y detrás del humor, o en las entrelíneas del humor, a pesar de todo y como si el tiempo no hubiera pasado, la familia sigue unita. A pesar de no ser la misma y un día, como la cultura popular televisiva, estalle en pedazos, sigue unita, aunque sea alrededor de una mesa vacía y una heladera donde sólo quedan los restos de las bandejitas de la rotisería. Y entonces, más allá de las rigideces de los formatos de las sitcoms (tan poco argentas las sitcoms, ¿no?) habrá que preguntarse, papucho, mamucha, por qué siguen juntos, por qué nos hacen reír tanto.
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