radar

Domingo, 18 de agosto de 2002

MúSICA

Carta a un demonio en Los Angeles

Tocan juntos hace más de veinte años. Resistieron sobredosis, rehabilitaciones, la partida de su guitarrista, discos flojos, la caída desde la cima, el regreso de su guitarrista y la vuelta a la cima. Después del retorno con gloria que significó su disco anterior, los Red Hot Chili Peppers acaban de sacar By the Way, su opus Nº 8, que para muchos los consagra como la mejor banda de Los Angeles desde los Beach Boys. Rodrigo Fresán se opone a esta teoría y esboza otra.

Por RODRIGO FRESAN, Desde Barcelona


Hola allí. Tanto tiempo sin noticias tuyas (es decir: sin buenas noticias tuyas) y aquí va una noticia mía que no sé si es mala o buena pero, seguro, es divertida: sí, me compré el último disco de los Red Hot Chili Peppers (lo que, supongo, te causará un malicioso regocijo) y, no, no me hice mi primer tatuaje aún (ni pienso hacérmelo). Hace como un mes vi una entrevista al tatuado cantante de los Red Hot Chili Peppers (RHCP a partir de ahora) y el tipo justificaba tanta tinta sobre su piel con un “de vez en cuando es necesario autoprovocarse dolor para saber de qué se trata”. Yo (que suelo desconfiar de cualquier verbo que venga con un auto adelante porque, sí, son verbos chocantes, chocadores) no demoré en cambiar de canal. No estaba de humor masoquista para escuchar a masoquistas (bastante masoquista uno se ve obligado a ser por el simple hecho de haber nacido en un mundo sádico y en un país que para qué te voy a contar). Pero vamos a lo que nos interesa: lo cierto es que, entonces, hasta hace más o menos un mes, poco y nada me interesaban los RHCP. Nunca había comprado algo de ellos, nunca había ido a un concierto de ellos y, sí, había visto unos cuantos videos divertidos de ellos (ése en plan expresionista à la Caligari, el que es como un videogame), pero no lo suficiente como para obligarme a hacer algún gesto o movimiento en su dirección. Por otra parte, el cantante (a quien se lo puede ver de niño haciendo de hijo de Stallone en F.I.S.T. (1978): “Pásame la leche”, es su única línea en toda la película), siempre me recordó a una versión joven de Iggy Pop, a quien detesto. Y el bajista siempre me irrita cuando aparece en papeles cortos de grandes películas como El gran Lebowski. La estética Pop (de Iggy) es una estrategia que siempre asocié a esas bandas tan hormonales y adrenalínicas y falsamente transgresoras (como Pop) que solían tener tanto éxito en mi hoy inexistente país de origen, en aquellos tiempos en que iban todos a formidables festivales con estrellas for export y for import y nadie pensaba en el patrock: el rock patriotero y barrial y nac y pop que tantas alegrías le da al pueblo lo que es del pueblo; es decir: nada. Y, bueno, lo confieso: a mí me interesa más la East Coast que la West Coast y jamás me tragué eso de que Brian Wilson es un genio y Pet Sounds es mejor que Revolver, por favor. Así que, bueno, yo iba mucho a N.Y. y nada a L.A. (Estuve nada más que una vez, invitado, dos días y medio, para entrevistar a Madonna por Evita y vi poco, nada: una especie de ciudad pensada por un ciclotímico y fui a un Tower Records y me compré un compact de la Velvet Underground para ser un poco neoyorquino entre tanto sol y palmeras y, claro, de ahí que nos veamos tan poco. No suelo ir a California porque no la entiendo; o no la entendía; aunque tal vez la cosa esté cambiando y me pregunto por qué y me respondo que tal vez tengan algo que ver un par de libros “californianos” del escritor Denis Johnson donde, en una parte, primero leí y después traduje: “Tú, le dije a ella. Tú actúas salvajemente y no es una pose. Tú tienes una especie de ignorancia bendita. Tú eres California. ¿Qué quiero decir con que tú eres California?, le pregunté. Eres larga y tus muchas formas de ser te hacen hundir en el océano Pacífico. No tiene sentido decir estas cosas cuando nadie está escuchando”; y ahí creí entender algo: California no es exactamente un lugar sino un estado de la mente al que conviene disfrutar de lejos y no muy apto para personalidades como la mía, y aprovecho para asentar aquí que tampoco soy Miami.) Así que poco por California y mucho menos me daba una vuelta por la música de los RHCP, que me sonaba tribal, playera (no me gusta la playa), un tanto opa (ese insistente y molesto guivitauaueinau! o ese himno romántico/drogota que es “Under the Bridge”), bastante mad-maxiana y con demasiado torso tatuado al aire y...

VOLVIENDO A LO DEL PRINCIPIO: te escribía para contarte que me compré el nuevo cd de los RHCP, By the Way, y que me gusta tanto pero tanto que nodejo de escucharlo (por más que los críticos no dejen de compararlo con los de los Beach Boys) con la sensación de que más que un puñado de canciones es un libro de cuentos interconectados (los que más me gustan) o una película coral (como Magnolia, que probablemente sea la película definitiva sobre California –San Fernando Valley–, pero a mí me parece que transcurre en cualquier otra parte, igual que By the Way) y me sigue gustando tanto (¡al fin un CD que no se gasta!) que no puedo dejar de preguntarme si cambié yo o cambiaron ellos. Y respuesta: parece que cambiaron ellos, lo que me tranquiliza un poco y me hace disfrutar todavía más de estas dieciséis canciones, todas buenas, todas con envidiables estribillos (el single “By the Way” no hace otra cosa que repetir una y otra vez su estribillo y se sale con la suya y qué gracioso que es el clip con el taxista loco) y todas (mis favoritas son “Don’t Forget me”, “I Could Die for you”, “The Zephyr Song”, “On Mercury”, “Tear”, pero me cuesta elegir) con un envidiable nivel de lirismo neo-beatnik que me recuerda, claro, a Denis Johnson y a esa perversión polimorfa y geográfica a la que alude y que hace que, en By the Way, los RHCP a veces suenen como Madness, a veces como New Order, a veces como los Gipsy Kings, a veces como Radiohead (cuando se los entiende), a veces como John Coltrane, a veces como The Eagles, a veces como Burt Bacharach, a veces como Charlie Mingus, a veces como los Beatles, a veces como Shakira, a veces como un sueño húmedo de Phil Spector, siempre como estos cambiados –y mejorados– RHCP y ¿es normal que una banda grabe su mejor disco a los veinte años de edad? No creo. Parece que los RHCP –después de que les fuera mal con One Hot Minute– empezaron a cambiar a partir de Californication (1999), que no sólo los devolvió a los primeros puestos de ventas sino que también les devolvió al guitarrista alguna vez heroinómano perdido y ahora detox/militante, y todos juntos llenaron la Plaza Roja de Moscú en uno de esos conciertos planetarios de la MTV. (Aquí y ahora, en Europa, los RHCP son “artistas del mes” y todo el tiempo hay programas especiales sobre ellos donde se los ve desnudos y con el sexo adentro de medias y cruzando Abbey Road, o con cabezas de lamparita, o con cascos flamígeros, o con los cuerpos pintados de plateado, o en plan película de Esther Williams, o mostrando sus casas de L.A., desde cuyas piscinas se distingue como un espejismo, siempre, el cartel ese de Hollywood.) Pero estaba en lo del guitarrista. Ése que aparece en el título de una novela italiana (de ahí que conozca su nombre: John Frusciante) y que ahora es novio de la hija del pintor/director de cine Julian Schnabel, quien pintó la horrible portada de By the Way (yo di vuelta el cuadernillo para no verla y ahora mi By the Way tiene una tapa con un cordero) y, no, no pienso dibujarte un cordero y mucho menos tatuármelo. En cualquier caso, la guitarra de John Frusciante –quien primero fue fan de la banda y recién después guitarrista de la banda– es de las cosas que más me gustan de By the Way: un tanto torpe, muy inspirada, savant, y bastante zombie como sólo puede ser la guitarra de alguien que declaró: “Mientras grabábamos By the Way tuvo lugar la tragedia del edificio Empire State, pero nosotros seguimos escribiendo canciones”. Increíble, pero cierto. Y si lo dice en broma, bueno, formidable sentido del humor y tal vez Frusciante piensa en el Empire State porque se acordó de la primera King Kong (la que culmina en el Empire State y no en el World Trade Center) y el mono ése debe ser más West Coast que East Coast.

LEI ESTAS DECLARACIONES de Frusciante en la revista Q (ahora los RHCP son número 1 en Inglaterra, desbancaron al desértico último cd de Oasis) y yo ya no compro tantos discos, pero sigo leyendo revistas de rock porque son divertidas y porque me causa gracia no conocer ya a casi nadie y tiene su gracia leer lo que dice alguien al que jamás se va a escuchar: las revistas de rock se han convertido en una nueva forma de la ficción paramí –¿rock-fiction?– y en esta Q que te comento los RHCP están en la tapa. También están en Spin. Contrario a lo que me ocurre con las revistas, los pocos recitales a los que voy son aquellos de artistas de los que sé absolutamente todo. TODO. Atrás quedó el impulso investigador de medianoche. Ahora, para mí, la noche es ese lugar en el que dan ganas de dormir y, entonces, me duermo. Lo que no impidió que noches atrás -invitado por un amigo al que le sobraba entrada porque su hijo se había portado mal– fuera a la presentación de By the Way en Barcelona. Los RHCP tocaron lejos del centro, en un estadio olímpico cubierto en el que ya había estado hace un par de años para uno de esos festivales a beneficio en los que se pronuncia a cada rato la palabra utopía y, ¿qué estaba haciendo yo allí entonces? La verdad es que con los RHCP la pasé bien -mucho mejor que con los Inti-Iquique o algo por el estilo–, más allá del nerviosismo que me producían los espasmódicos e ininterrumpidos movimientos de los RHCP (ahora sé que se llaman Anthony Kiedis, Flea y Chad Smith, y que sobrevivieron a varios sismos externos e internos y a varias costumbres un tanto insalubres y al recambio serial de demasiados guitarristas: uno de ellos, el primero, Hillel Slovak, murió; al insoportable Dave Navarro lo echaron para que volviera Frusciante y lo bien que hicieron) durante dos horas seguidas y sin pausa. Yo no podría. Tocaron sus muchos y varios hits y varios y muchos temas de By the Way (yo todavía no lo había comprado; no había salido a la venta aún) y fue muy lindo y emotivo el momento en que el bajista (ahora sé que se llama Flea) declaró en semiperfecto español –ante la mirada entre tierna y desconcertada de sus compañeros de grupo y del público todo– que “esta mañana fui al baño y me senté y me salió MUCHA CACA y estoy tan contento de que así haya sido”. Seguro que te hubieras reído. Es decir: yo me reí mucho; y me río poco cuando leo en tu última carta que has vuelto a robar un banco y que fuiste aceptado en el último culto de moda y que te batiste a duelo sobre una tabla de surf y que te persiguen los fantasmas del Chateau Marmont y que tu nueva banda se llama Sharon Tate’s Foetus y que no tenés ni te interesa tener la menor idea de quién es Joan Didion y que así estás bien y que cuando estás mal ponés un compact de los RHCP y a otra cosa... En la entrevista de Q, Anthony Kiedis –quien no nació en L.A., pero escribe sobre ella con pasión de converso– dice que las canciones de By the Way son canciones de amor al ciento por ciento. Es decir: las compuso enamorado y feliz, y las grabó ya separado y triste. El arco completo. Y se nota: letras alegres y voz triste y ahora en mi TV pasan un video de “Californication”, donde se ve a los RHCP golpeados, llenos de vendas y cicatrices y sangre, con los instrumentos rotos y cruzando el desierto a bordo de un convertible usado, pero que aguanta y va a seguir aguantando hasta el terremoto del final. Como California, ¿no? En fin. Me gustaría pensar que ciertos movimientos tienen que contestarse con ciertos movimientos: yo me compré mi primer disco de los RHCP. Y me gusta mucho. Es algo. Tu turno para mover.

P/S: By the way, no, insisto, no insistas: no pienso hacerme un tatuaje.

Compartir: 

Twitter

“Mientras grabábamos By the Way ocurrió la tragedia del edificio Empire State, pero nosotros seguimos
escribiendo canciones.” John Frusciante
 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.