Domingo, 18 de agosto de 2002 | Hoy
Un alud de primeras y segundas
películas a punto de estrenarse, una lluvia de premios y reconocimientos
del exterior y una producción que no cede ante la peor crisis de la industria
obligan, una vez más, a poner las cartas sobre la mesa y discutir ese milagro
de vitalidad que se ha dado en llamar Nuevo Cine Argentino,
trazando el mapa de uno de los territorios más dinámicos de la cultura
argentina, Horacio Bernades pasa revista a los nombres, títulos,
tendencias y polémicas que darán que mirar y hablar en el futuro
inmediato.
Por Horacio Bernades
PLANTAR BANDERA
En los primeros noventa, el cine argentino se había convertido en lengua
muerta. Quienes todavía la hablaban, integraban una casta más
preocupada por sus negocios que por el cine, capaz de producir sólo películas
innecesarias, actuaciones mentirosas, diálogos imposibles, énfasis
de teleteatro, gramática cinematográfica antediluviana y técnica
comprada en un Todo x 2 pesos. Contra esa mala palabra llamada cine argentino
reaccionó una generación de realizadores que venía con
una doble formación: la de las escuelas de cine y la determinada por
el propio consumo del cine, algo que curiosamente parecía prohibido para
sus mayores.
A mediados de la década, generalmente producidas fuera de la industria,
comenzaron a aparecer películas que, más allá de sus divergencias
no parece haber mucho en común entre el introvertido malestar de
Rapado, la rítmica exuberancia del corto Rey muerto, la abulia barrial
de Labios de churrasco y la tragedia urbana de Pizza, birra, faso, coincidían
todas en su rechazo por aquel cine oficial. Un rechazo que, por otra parte,
se manifestaba en todos los frentes. Contra las películas hechas por
nadie para nadie, empezaron a surgir películas urgentes, filmadas en
primera persona; contra las actuaciones de teleteatro, actores (o no-actores)
parcos y secos; contra los diálogos de almidón, la lengua de la
calle o la mudez total; contra la estética del plano-contraplano, la
cámara libre y el corte oportuno; contra la técnica berreta, técnicos
bien formados. El NCA surge como un movimiento de oposición y reducción
a lo esencial, que barre con lo anterior y baraja de nuevo.
De ahí en más, todas son desviaciones. A una película como
Pizza, birra, faso, que se planta entre el cine social y el policial, le sale
al cruce el experimentalismo formalista de Picado fino; al atropello de Buenos
Aires Viceversa, el ascetismo de Rapado; al espontaneísmo de la serie
Perrone, el aliño profesional de Invierno mala vida; a la transparencia
y el documentalismo de Mundo grúa, el clasicismo a la americana de Nueve
reinas; al repentismo casero de El asadito, la sofisticación formal de
La ciénaga. El gesto fundacional del NCA no consistió jamás
en erigir un programa estético, y mucho menos en implantar un modelo
único, sino en algo mucho más básico: desbrozar un territorio
y plantar bandera. Establecido el terreno, de allí en más sólo
se requirieron dos cosas para ser parte del asunto: hacer películas que
sólo respondieran al deseo de sus realizadores y no dar nada por sobreentendido
en el terreno de la forma.
El cumplimiento de esas dos condiciones permite incluir dentro del NCA películas
tan oscuras como No quiero volver a casa o El nadador inmóvil, y tan
transparentes como Mundo grúa y Esperando al Mesías, tan experimentales
como Picado fino y tan rigurosamente clásicas como Garage Olimpo y Nueve
reinas. Sólo quedan excluidas la chantada, la falta de riesgo o de inteligencia,
el producto de mercado y todo aquello que atrasa, tanto en términos estéticos
como ideológicos.
HABLANDO EN PLATA
Si algún obstáculo amenaza aquí y ahora la continuidad
del NCA, no es tanto de orden estético como económico. Prácticamente
fundido el Incaa (que desde hace meses tiene interrumpidos créditos,
subsidios y fomentos) y con los costos atados al dólar, las recaudaciones
en pesos, las entradas congeladas y la continua merma en las cifras de público,
los productores huyen o se limitan a las Apasionados o Dibu 3 de turno. Basta
ver en qué condiciones produjeron sus nuevas películas los realizadores
más prominentes del NCA para darse una idea de la situación.
Ni Pablo Trapero después de Mundo grúa, ni Lucrecia Martel después
de La ciénaga, ni Martín Rejtman después de Silvia Prieto
(todas ellas premiadas y/o exitosas), consiguieron el apoyo de un solo productor
local. Sus nuevas películas (El bonaerense, La niña santa y Los
guantes mágicos, respectivamente) sólo han sido posibles gracias
a esa red de salvataje cinematográfico internacional que integran las
fundaciones europeas dedicadas a apoyar el cine llamado de calidad,
desde el fondo Eurimages hasta Ibermedia de España, pasando por el Fond
Sud francés, el canal franco-alemán ARTE o la fundación
Huber Bals de Holanda. Sólo Adrián Caetano consiguió, después
de Bolivia y para Un oso rojo, el apoyo de la única productora local
verdaderamente comprometida con el cine independiente, Lita Stantic, que no
sólo había intervenido en la película anterior de Caetano
sino que produjo Mundo grúa y La ciénaga.
Si esto ocurre con los consagrados, no es difícil imaginar qué
queda para los recién llegados, que no dejan de reproducirse como hongos:
largarse por la propia, convencer a algún pariente con plata, recurrir
al formato video, digital o 16 mm y/o ganar algún premio de alguna fundación
local. Todas estas variantes, o alguna de ellas, permitieron completar sus operas
primas a Luis Ortega (Caja negra, estrenada el jueves), Juan Villegas (Sábado,
que se estrena la semana próxima), Mariano Llinás (Balnearios,
exhibida en el último Festival Buenos Aires de Cine Independiente), Diego
Lerman (Tan de repente, premiada en el Bafici y terminada con apoyo de Stantic),
Mariano Cohn y Gastón Duprat (acaban de finalizar el rodaje de La tierra
de los justos) y Ezequiel Acuña (completó la aún no estrenada
Nadar solo). Entre los 22 años de Luis Ortega y los 32 de Gastón
Duprat, todos ellos constituyen la nueva camada del NCA.
Pero no basta con bancar la producción de la película; al momento
de estrenarla, los números siguen sin cerrar. Teniendo en cuenta que
de cada entrada vendida, al productor (en la mayoría de estos casos,
el propio realizador) le queda menos de un peso, y considerando el subsidio
para películas estrenadas, para un estreno de bajo perfil es necesario
meter entre 50 y 70 mil espectadores, más o menos lo que llevaron, con
el doble de copias, películas como Bolivia o Herencia. Y todo eso sólo
para cubrir costos; de ganar plata, ni hablar. Tal como están las cosas,
con el Instituto de Cine incapaz de garantizar el más mínimo fomento,
el destino del NCA queda en manos de fundaciones extranjeras.
LOS QUE SALEN Y LOS QUE ENTRAN
En pleno trasvasamiento generacional, el presente del NCA ofrece un panorama
equivalente al de los movimientos de cine joven que lo precedieron,
de los que la nouvelle vague sigue siendo el paradigma indiscutible. Desde comienzos
de los años sesenta, y a partir de sus segundas o terceras películas,
los fundadores de la Nueva Ola francesa pasaron a convertirse en cineastas con
una obra, obligados a lidiar con las leyes de la industria y el mercado. Con
la llegada de Vivir su vida, Jules et Jim, Hiroshima mon amour, la serie Cuentos
morales y Las buenas mujeres, hubo que dejar de hablar de films generacionales
y empezar a hablar de las obras de Godard, Truffaut, Resnais, Rohmer y Chabrol.
En ese punto, que es a la vez de avance y negociación, se encuentran
aquí y ahora los padres fundadores del NCA: Adrián
Caetano, Pablo Trapero, Martín Rejtman y Lucrecia Martel. A partir del
mes próximo (cuando se estrenen El bonaerense y Un oso rojo) podrán
empezar a evaluarse los resultados de ese ingreso conjunto a la temida categoría
profesional. Mientras unos están llamados a salir del NCA
por la fuerza propia de su obra, por la otra punta se abren paso los nuevos
aspirantes, un proceso que El bonaerense, que narra la iniciación de
un novato en las filas de la policía, tal vez esté metaforizando
sin proponérselo. Como en toda familia, los recién llegados plantean
continuidades y rupturas. Dos de las películas en danza confirman que
la influencia de uno de los padres fundadores, Martín Rejtman (productor,
por otra parte, de La libertad, de Lisandro Alonso, y de Todos juntos, de Federico
León), no ha sido escasa. En Sábado, Juan Villegas (30 años,
surgido de la omnipresente Fundación Universidad del Cine FUC
y del ejercicio de la crítica en la muy influyente revista El Amante)
toma de las películas de Rejtman (sobre todo de Silvia Prieto) no sólo
el ligero sinsentido que acecha al grupo protagónico, integrado por jóvenes
de clase media, sino también la fascinación por los cruces azarosos
y la constante circulación de deseos, objetos y vehículos. Es
imposible no detectar la sombra de Rejtman en la cronométrica y ensayadísima
técnica de superposición de diálogos, así como en
la tendencia de los protagonistas de Sábado a llenar con palabras el
vacío.
La nada en su variante más desganada parece cercar también al
protagonista de Nadar solo, que Ezequiel Acuña (25 años, estudios
discontinuos en distintas escuelas de cine) filmó por cuenta propia,
al mejor estilo NCA, y por el momento no tiene fecha de estreno. Aquí
la influencia proviene más de Rapado que de Silvia Prieto, y es aún
más marcada que en el caso de Villegas, al punto de incluir un cameo
a cargo de Ezequiel Cavia, el protagonista de la ópera prima de Rejtman.
El chico protagónico de Nadar solo se ratea sistemáticamente del
cole, y su indecisión, tan férrea como su introversión,
lo lleva a hablar con una cascada de monosílabos, tartamudeos y hesitaciones,
más para adentro que como alguna forma de comunicación con el
exterior. Y el sexo también en la línea de Rapado
es una actividad que parece estarle enteramente vedada. El riesgo, aquí,
es el de la mera repetición de lo conocido, y habrá que ver cómo
lo sortea el mismo Rejtman en Los guantes mágicos, su tercera película
actualmente en rodaje. Queda abierta, como incógnita, la posibilidad
de que un movimiento que hasta ahora se caracterizaba por la novedad empiece
a morderse la cola.
LOS CONJURADOS
Novedad es lo que aportan películas como Caja negra, Balnearios y Tan
de repente, y es sin duda el blanco al que apuntan dos operas primas de cineastas
provenientes de la televisión, cuyos rodajes se encuentran en este momento
en fase de finalización. Se trata de El fondo del mar, de Damián
Szifron (guionista y realizador de Los simuladores) y La tierra
de los justos, de Gastón Duprat y Mariano Cohn, creadores del recordado
ciclo Televisión abierta.
En su apuesta por diluir las estructuras dramáticas y narrativas, y dar
preeminencia a lo contemplativo y sensorial, películas como Caja negra
y Tan de repente (de Diego Lerman, 26 años, también proveniente
de la FUC) heredan, de alguna manera, una de las tendencias más marcadas
del NCA, verificable en películas como La libertad, El nadador inmóvil
y, en cierta medida, también en Mundo grúa y La ciénaga.
A partir de ahí se multiplican las diferencias: mientras Caja negra extrema
el rodaje en tiempo real y la contemplación más o menos freak
de gente en los márgenes, Tan de repente basada en La prueba, un
relato de César Aira, y recién consagrada como el nuevo hallazgo
internacional del NCA plantea dos movimientos narrativos: primero, la
aparentemente imposible constitución de un triángulo sexual entre
dos chicas audaces y una virgen apocada; luego, la constitución de un
gineceo al que se suman tías y vecinas, recurriendo a un documentalismo
que en su arranque se presentaba como impensable.
En la línea opuesta, la también inédita Balnearios (de
Mariano Llinás, 26 años, formado en la FUC) abreva en el Borges
de Pierre Menard para construir un juego de espejismos tan sofisticado como
consumado, donde nunca puede saberse del todo qué es lo real y qué
lo apócrifo. Asoma en Llinás no sólo una familiaridad con
lo literario casi sin precedentes entre sus hermanos mayores sino también
una inédita exuberancia narrativa y ficcional, acompañada de un
placer en el cultivo del oficio que lo convierten en una de las grandes promesas
de renovación. A la luz de Los simuladores, placer y precisión
al filmar y una evidente pasión por la ficción bien construida
aparecen también como los grandes aportes que Damián Szifron (26
años, ex FUC) tiene para hacer. Lo poco que se sabe de El fondo del mar
(comedia negra y paranoica en la que un tipo se obsesiona hasta el delirio con
un posible amante de su mujer) no hace más que confirmarlo.
Como Llinás, Gastón Duprat y Mariano Cohn impugnan en bloque,
casi sin excepciones, lo hecho por sus antecesores del NCA (ver recuadro), a
quienes asimilan con un montón de jóvenes de clase media que filman
películas chapuceras sobre la pobre gente pobre. Con La tierra de los
justos, los díscolos G & D prometen una fábula políticamente
incorrecta que funcionaría como alegoría en clave de farsa trash
sobre la Argentina reciente, una fórmula que bien podría deparar
la película más molesta del 2003. Sin embargo, más allá
de sus diferencias, algo parece unir a los miembros de la nueva camada: el escaso
respeto por sus mayores, sumado a la evidente voluntad de hacer saltar en pedazos
la hasta ahora muy armónica familia del NCA. Semejante ferocidad podría
llegar a ser la mejor garantía de que algo llamado Nuevo Cine Argentino
seguirá viviendo y coleando por unos años más, mientras
a su alrededor todo se hunde.
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