Domingo, 29 de octubre de 2006 | Hoy
FOTOGRAFíA > MARCOS ZIMMERMANN: MUESTRA, LIBRO Y DEBATE
Mientras expone una extraordinaria selección de tres de sus libros sobre la Argentina en la Fotogalería del San Martín, Marcos Zimmermann aprovechó la segunda edición de Buenos Aires Photo para presentar el material de su nuevo libro: desnudos masculinos que funcionan como retratos de Sudamérica. Pero la ocasión sirvió también para destapar un debate que recorría en silencio el mundo de la fotografía: el de los museos y coleccionistas limitando el número de copias de cada foto. Y la cruzada que se propone Zimmermann para combatirlos.
Por Mariano Kairuz
Durante la segunda edición de Buenos Aires Photo, la feria que tuvo lugar hasta hace una semana en el Palais de Glace, se reavivó una discusión insoslayable en el mercado de la fotografía contemporánea. ¿Debe limitarse el número de copias que un fotógrafo produce de sus obras? Marcos Zimmermann, que expuso ahí por primera vez una serie de fotos de desnudos masculinos sudamericanos en la que viene trabajando desde hace años, adoptó una actitud militante, y sus comentarios hallaron respuesta. Varios fotógrafos lo llamaron y se le acercaron para hacerle saber que estaban de acuerdo con él, “con lo cual supe que era algo que estaba en el aire”, dice. “Esta movida actual, con tanto coleccionista, tanto museo y fundación que se han dedicado a la fotografía, por un lado es muy positiva: nos da de comer, abre puertas –dice Zimmermann–. Pero tiene una contra: hay un apoderamiento de la fotografía por los códigos de la pintura. Se está usando hacer tres o cuatro copias, porque supuestamente preserva el valor, pero es antinatural. Una pintura es única, y esa cualidad es propia de su naturaleza: podés copiarla, reproducirla, pero no hacer la misma dos veces. Y lo que está en la fotografía es la reproductibilidad. Yo tengo treinta años de fotógrafo, y habré hecho diez o veinte fotos buenas, y no tengo ganas de que alguien se quede con tres copias de esas diez fotos y yo ya no las pueda copiar ni tener ni regalar a quien se me ocurra. Creo además que esta actitud presiona a la fotografía para convertirla en algo que no es, a intentar producir cosas ‘únicas’, y la estética se empieza a ir hacia ese lado. Hay fotógrafos que queman los negativos después de cierta cantidad de copias, con escribano público, lo cual me parece espantoso”.
Zimmermann entiende que defender esta posición es proteger lo que a esta altura significa para él la esencia de su trabajo: su potencial testimonial. “Entiendo el mercado y sé que es parte de la voracidad capitalista, y que ciertos coleccionistas quieren tener la casa en la mejor punta de la mejor montaña. Pero no por eso todos tenemos que correr atrás. Yo creo en la fotografía directa, en que la foto tiene una ligazón innegable con la realidad. Una de sus funciones más importantes es la de mostrarle una parte del mundo a la gente que no lo puede ver por equis razones; porque vive en otro lado, o porque no vio algo que sí ve un fotógrafo que está habituado a bucear con la mirada. Y eliminar eso para el futuro es un crimen. Muchos de los fotógrafos más importantes de hace 150 años no pensaban en la fotografía ‘de arte’, sino que laburaban; ponían su trípode y hacían sus fotos. Y a lo mejor eran retratistas de un pueblo. Gracias a esto, Buenos Aires tiene una serie de imágenes antiguas, hechas por encargo, que van desde la campaña de Roca hasta fines del XIX. El mundo del arte finalmente nos aceptó, pero con sus reglas. Y a mí me importa tres carajos que me acepten. Creo que si el año que viene estoy en Buenos Aires Photo voy a poner una gran caja y voy a vender fotografías por un peso. Para que haya muchas copias. Chiquitas, pero muchas”.
En cuanto a los desnudos, “la idea era que no fuera el desnudo del músculo, del cuerpo, de la cosa gay y todo eso: éste no es específicamente un libro sobre gente bella. Quería que fuera gente normal en situaciones normales, y que de alguna manera se contara Sudamérica detrás. Hasta ahora he hecho Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, y Perú, y ahora voy a hacer Paraguay y Chile. Es complicado: hay que llegar a los lugares; y no es fácil, por ejemplo, hacer fotos con los cocaleros bolivianos desnudos. Pero con las fotos del Norte argentino aprendí a hacer retratos con gente que nunca se sacó una foto; a esperar y esperar hasta que a la gente que pone cara de foto se le empieza a caer la cara de foto, y empieza a aparecer la persona verdadera”.
En el texto introductorio a la muestra que puede verse en la Fotogalería del Teatro San Martín hasta el fin de semana próximo y que reúne una selección de las imágenes de tres de sus libros –Patagonia, un lugar en el viento (1991), Río de la Plata, río de los sueños (1994) y Norte Argentino, la tierra y la sangre (1998)–, hay una elocuente cita a Zimmermann: “Mis fotografías no pretenden describir la belleza de Argentina”. Habría que agregar “solamente”, dice el citado. “Porque también me gusta describirla. Lo que me molesta es que hay mucha gente que me dice Ay, qué bonita tu foto, y qué divina la ola rompiendo, y qué sé yo, y no es que me quiera hacer el serio, pero falta discusión. Cuando saco una foto trato de estar atento no sólo en el momento decisivo de la toma sino, contrariamente a lo que decía Cartier Bresson, en el momento reflexivo, anterior. Fui tres veces a la Costanera para sacar esa foto. Ya tenía el libro terminado y no quería publicarlo sin una sudestada, que es una cosa esencial al Río de la Plata”. Es esa búsqueda, dice Zimmermann, la que está perdiendo terreno a manos de cierta foto de “arte” contemporánea. “Pasa algo: el Primer Mundo está muy fotografiado. Entiendo que los alemanes hagan fotografía conceptual, porque Alemania está toda fotografiada. Entonces me parece posible que un alemán reflexione sobre el rollo de papel higiénico. Pero la Argentina es otra cosa, y cuando se importan tan de golpe ciertas cosas como es esta moda del arte contemporáneo en foto, uno termina fallándole al país en cierta medida, a lo más próximo. Es como si miraras una cosa que está lejísimos, sin ver el árbol que está delante. Uno tiene que ser un poco fiel a lo que es. Conozco a fotógrafos de afuera, autores a los que les cuesta encontrar un tema. Por suerte yo tengo un país entero para fotografiar. Y tengo cinco libros en la cabeza que si alguien me pagara las cuentas mientras tanto, los haría mañana mismo”.
“Se está usando hacer tres o cuatro copias de cada foto, porque así preserva el valor. Incluso hay fotógrafos que queman los negativos después de cierta cantidad de copias, con escribano público y todo. Pero eso es antinatural: es un apoderamiento de la fotografía por los códigos de la pintura.”
Su proyecto más ambicioso en este momento es uno que vendría a cerrar la secuencia que componen los libros expuestos en la Fotogalería. “Sería un cuarto libro en blanco y negro. Si el de la Patagonia es la tierra, lo más ancestral que tiene la Argentina, con cosas de 60 millones de años, el del Río de la Plata es la entrada de la conquista, y el Norte argentino es un tercer período histórico de la Argentina, que es la mezcla de sangre, las comunidades. Lo que quiero hacer desde hace mucho es fotografiar la Argentina hoy. Quisiera fotografiarnos: cómo somos, qué hacemos, cómo trabajamos; la salud, la educación, la vida cotidiana. Me parece que podría completar una mirada de la Argentina con un carácter más periodístico. Que incluso en lo estético fuera más tipo reportaje. Creo que la fotografía periodística ha dado buenos fotógrafos y muy buenas imágenes para entender este país. Tiene un gran valor y quizás sea con el tiempo lo único que quede, el único testimonio.”
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