Domingo, 10 de diciembre de 2006 | Hoy
VICIOS > LA ARGENTINA CAMPEONA DE SCRABBLE
Claudia Amaral fue campeona mundial de Scrabble en 2004, y en este mismo momento está tratando de repetir la hazaña. Por eso, la semana pasada Radar la entrevistó antes de que partiera rumbo al Mundial en Montevideo para asomarse al fascinante mundo de los obsesionados por el juego de armar palabras, el estudio metódico del Diccionario de la Real Academia, el vacío de la palabra que dejó de existir, y las cientos que son nuevas y pueden salvarles un partido.
Por Natali Schejtman
Probablemente, en este mismo momento, Claudia Amaral esté intentando repetir ese golpe maestro que la hizo clasificar para el mundial de Scrabble en español que hoy se define en Montevideo. Una escena digna de Cassius Clay en la que logró, en la última jugada después de 13 partidos que le anticipaban una irreversible eliminación, que la palabra residuo le sacara la lengua a su significado de sobrante y la condenara al estresante éxito de un nuevo desafío internacional.
Pero mientras se realiza esta entrevista, a un día de viajar a Uruguay para competir, la última argentina en ganar un mundial, en el 2004 (proeza que consiguió sólo una local más, en 1999), la jugadora con mejor rendimiento en campeonatos internacionales (subcampeona en el ’98, tercer puesto en el 2003), esquiva el pasado de gloria y detiene el mundo en una duda: no puede contestar con seguridad si el nombre de su hija de 11 años, Rita, sentada a su lado, está o no en el diccionario de la Real Academia Española, su Biblia de palabras permitidas. Eso la inquieta bastante:
–No... rita no está.
–Sí, mamá. Es conjugación, se puede. De ritar.
–No, ritar no...
–Sí, yo me fijé una vez en el diccionario y estaba...
–Sí, cierto. Ritar, verbo. Ritar que es... del pastor... llamar a las ovejas a la voz de rite, si no me falla la memoria. A ver, me quiero fijar...
–...
–No, no está ritar. Pero está rita, es una interjección, no es verbo, se puede usar. Cuál era el verbo del pastor entonces... Arritar. A ver... acá: Arritar: dicho de un pastor, gritar al ganado con la voz rite. Es que a veces tengo unas lagunas.... A veces digo mamá: ¿está mamá en el diccionario?
El Diccionario de la Real Academia Española de Claudia tiene el kilometraje de la Guía T de un taxista. El reglamento del Scrabble de campeonato internacional indica que solamente son una opción las palabras que figuran en su edición número veintidós (revisado en el 2003), y sus derivados permitidos. El año pasado vendió como material preciado el Santo libraco que venía acompañándola, todo marcado con colores diferentes: en rojo, las palabras antiguas (que así como las germanías y las palabras en desuso, no pueden pluralizarse en caso de ser sustantivos, ni conjugarse en caso de ser verbos); en verde, los verbos transitivos (que admiten todo tipo de conjugaciones), y en azul, los intransitivos y pronominales (que no admiten ni el femenino ni el plural de los participios). Y lo reemplazó por otro limpito, que en la apertura veloz en busca de rita evidenció una buena cantidad de marcas fluorescentes, esta vez regidas por un patrón diferente: “Yo trabajé este diccionario para atrás y para adelante, con las palabras a las que se les pueden agregar letras atrás y adelante. Marqué con color verde palabras que llevan una letra posterior. Por ejemplo, la palabra hierba, que yo la conozco, admite la l: en el diccionario está hierbal. Entonces yo he marcado todas las palabras que desde las que yo conozco, agregando una letra, después me sirven a mí como enganche, como estrategia. Hiero, del verbo herir, también es un sustantivo, y admite el plural, entonces la marco porque hiero la conozco, pero hieros no. O ámel, después amelar y después camelar”, detalla, con conciencia de que probablemente sus interlocutores no adeptos al juego estarán escuchando por primera vez muchas de las palabras que ella menciona como si las usara todos los días.
Claudia juega al Scrabble desde que tiene memoria. Empezó con su papá y su hermano cuando era chica y lo fue instalando como entretenimiento obligado en cada reunión a la que iba. Pero además, en paralelo a su carrera de profesora de gimnasia y después de reflexóloga, la amistad con Carmen fue definitoria para una afición que se iba tornando obsesiva y profesional: “Nos conocíamos hacía tiempo por nuestros maridos. Hasta que un día nos dimos cuenta de que a las dos nos encantaba el Scrabble y empezamos a jugar. Embarazadas, dando la teta, hamacando cochecitos, pero siempre jugando. Tres veces por semana venía acá o yo iba a su casa después de que los chicos se acostaran, a las 10 de la noche. Y jugábamos.”
Hubo un acontecimiento que ayudó a nuclear a los amantes del juego y dio a los amistosos entre Carmen y Claudia un horizonte competitivo: la creación de la Asociación Argentina de Scrabble, hace 10 años, que hoy cuenta con 200 socios. Incluso, circula por estos días de fiebre mundialista el primer número de su revista. Entre noticias, consejos y palabras tramposas permitidas (apuntar: ovio, abitar, alagar, peguntar pueden regalar un remate histórico) aparece un poema de Marta Canepa, de 1998, llamado “Adicción”, en el que disecciona la palabra Scrabble sacando un verso de cada letra. Pide a gritos la transcripción:
Sueño, con una verdadera pasión,
Con un simple tablero de cartón.
Rememoro prácticas y torneos,
Adoro atesorar vocablos nuevos.
Bebo del diccionario cuanto puedo,
Beso el libro de verbos cuando debo.
Logro combinar en intrincada trama
Esas locas letras que me llaman.
Claudia reconoce que también para ella el juego ocupa una enorme porción de su vida, sobre todo desde hace un par de años, cuando decidió sumar al estudio y a su actividad como reflexóloga, clases de Scrabble para nuevos simpatizantes. El trabajo en la docencia es fino y delicado, y ella describe sus pasos como guía: “Primero veo qué hace la persona con sus letras, cómo las maneja, si las deja quietas, si las mueve. Desde lo físico, desde cómo se planta frente al tablero, si está mirando siempre en el mismo lugar, si tiene una visión del tablero completa, si se queda con una primera impresión, si tarda 25 minutos para buscar una palabra, si tiene una actitud provocativa, si está atenta a ubicar la palabra valorando los puntos, si hace una inversión de letras que le conviene”. Además, insiste en que el análisis minucioso del juego ajeno puede arrojar datos sobre personalidades solapadas, y hasta llega a delinear una interpretación de mesa de la asociación libre del psicoanálisis: “En el juego mostramos la hilacha todos. Pero también, uno puede ver un diálogo entre el juego y lo que está pasando en la vida. Una vez me fui a jugar con Carmen, y le estaba contando de una persona que se había muerto. Saco letra y qué formo: cadáver. O una señora que tomaba clases y que siempre guardaba las letras grandes. Le tocaba la z y no la quería poner. Tenía una cosa retentiva impresionante. Me contó que le pasaba lo mismo cuando se compraba una remera, por ejemplo. No la quería usar para que no se le gastara”.
La reina de las letras está convencida de que en los chicos el juego puede dar resultados admirables y no oculta su interés en dedicarse pura y exclusivamente a desarrollar una carrera al servicio del Scrabble: “Lo tengo en la cabeza todo el tiempo. Pero también, ahora que me estoy yendo, pienso los días que Rita tiene inglés, y quién la va a llevar y quién va a cocinar cuando yo no estoy. No es que lo único que puedo hacer en mi vida es jugar. Ese es mi sueño: poder dedicarme sólo a eso, tener algún sponsor. Hacer libros, dar clases, ir a los colegios a enseñar a jugar y que los maestros después trabajen con los niños sobre la ortografía y la gramática”, y se entusiasma recordando la vez que la invitaron a dar un taller para chicos entre tercer y séptimo grado, con resultados tan motivadores.
Los campeonatos mundiales son un capítulo aparte y no existe un juego tan espontáneo como para despertar interpretaciones ni nadie que quiera jugarla de Freud. Ahí se juntan los mejores jugadores de cada país hispanoparlante, cada vez más acomodados en el manejo de palabras imposibles, y demuestran horas de pestañas y cabezas quemadas por la lectura del diccionario. Muchos de ellos se ayudan con esas irresistibles técnicas para adquirir el tan mentado método de estudio. Claudia lo probó, pero se salió rápido: “Algunos van a Ilvem. Una vez con un compañero tuvimos unas charlas con una mujer que era experta en todos trabajos mentales. Hicimos algunos ejercicios, pero a mí no me sirvió nada de eso. Ella nos trasmitió reglas para poder estudiar palabras y yo no las entendía, no me entusiasmé, me distraía, me olvidaba... Una era hacer una lista de 10 palabras y al lado de cada una armar una historia que la incluyera y después recitarla. La definición te sirve para fijar la palabra, pero yo muchas veces no sé lo que significan las palabras que uso”. Si bien todavía no hay nada que quiera acercarse a un examen de dopping, están los que confiesan haber recalado en hierbas medicinales como la Ginkgo Biloba o el fósforo para darles nafta a sus neuronas. Pasa que las jornadas del torneo son extenuantes y muy pero muy enervantes. Son muy pocos los jugadores que van con alguna intención turística, a pesar de haber tenido sedes tan paradisíacas como Xcaret (México), Costa Rica o Panamá. A tal punto las prioridades están claras que la empresa Mattel, dueña de la licencia del Scrabble, decidió hacerse a un costado de la organización del evento (daba 10 mil dólares para premios) cuando comprobó que a los jugadores no sólo no les interesaba nada del show, sino que sentían cierto fastidio por el solo hecho de su existencia: “Hay un clima de competencia muy desarrollado. Entrás ahí y ves las neuronas volando. Cuando Mattel organizó el mundial en Xcaret lo hizo en un lugar carísimo, en una terraza divina, con pileta, mar, pero a los efectos del Scrabble no servía para nada: el viento volaba las letras, se caían por las ranuritas del piso. Jugamos medio partido en la terraza y nos mudamos a un bar que tenía un ring de boxeo en el medio. Además, los organizadores habían programado un paseo a un espectáculo carísimo de efectos de luz y sonido. ¡Pero estábamos en la mitad del torneo! Venimos de todas partes del mundo a jugar. Si vas de vacaciones, ves todos los espectáculos que querés, pero si vas al mundial de Scrabble, en el bolso de mano va el Scrabble, te subís al avión y jugás al Scrabble, hacés una escala de tres horas y sacás el Scrabble. No fue nadie, le hicimos un boicot”, cuenta Claudia, repitiendo la anécdota que escribió en la flamante revista de la asociación, bajo el título “Había una vez un enclítico”.
Más allá de la competencia, existe una verdadera comunidad alrededor del Scrabble sellada por las asociaciones de cada país que, desde la retirada de Mattel, contribuyen con algo de plata para que los clasificados a los mundiales puedan viajar. Es la misma comunidad que funciona como semillero de parejas, festejos varios y sostén emocional ante alguna hecatombe léxica como la que estalló en el 2001, cuando la RAE presentó su nueva edición con la aterradora, desconcertante y escandalosa novedad de unas 10 mil palabras ingresadas y más de 5 mil dadas de baja.
Como buena número uno, Claudia no deja de amenazar con su retiro, aunque no hay indicios a la vista de ningún tipo de hartazgo. Sólo un cúmulo de nervios que a veces es insoportable: en Panamá se jugaba cerca de una pileta y, entre partido y partido, ella iba a darle vueltas alrededor. O se quedaba en una escalera, y subía y bajaba cuatro escalones. Aunque también es cierto que en ese mundial tan convulsionado ganó el premio mayor. Tal vez en este momento, entonces, esté repitiendo la cábala.
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