Domingo, 18 de febrero de 2007 | Hoy
MúSICA > ALELUYA: RICKIE LEE JONES
Hace tres años, Rickie Lee Jones sacó un disco extraordinario, hogareño y a la vez tremendamente político, en un momento urgente para su país. Nadie discutía que estaba de nuevo en un gran momento creativo. Ahora, con The Sermon on Experience Boulevard va todavía más allá: un disco íntegramente dedicado a las palabras de Jesús, y a lo que el hijo de Dios diría si viese lo que se está haciendo en su nombre.
Por Rodrigo Fresán
La música del Diablo, sí, pero –por automático reflejo divino– también la música de Dios. Uno arriba y otro abajo, pero los dos cantan juntos y la canción es la misma. Elvis y Johnny Cash y Dylan y Nick Cave y tantos otros estuvieron allí y nada más rendidor y rindiente que una canción dedicada al Todopoderoso o a su Hijo o al Espíritu Santo o a las ganas inconfesables de vender el alma y perder la factura o de caer desde lo altísimo en la más baja tentación.
Sin embargo –y esto es lo interesante– Rickie Lee Jones nunca fue creyente ni acaba de tener una experiencia mística ni se representa ahora como cristiana renacida. No: Rickie Lee Jones no cree en Dios, pero sí cree en la eterna potencia de las palabras de Jesucristo y también cree que –en best-sellers conspirativos o en los psicóticos aleluyas de pastores fundamentalistas o en los ojos de sacerdotes mirando a monaguillos con demasiado cariño o en los palaciegos sótanos de Vaticano o en la locura mesiánica de un presidente que cree estar allí por voluntad divina– de un tiempo a esta parte su nombre se viene tomando demasiado en vano. Así que Rickie Lee Jones decidió hacer justicia y escribirse su propio Jesús personal en un país donde, predica Rickie Lee Jones, “se usa el término plegaria como palabra secreta para decir republicano y se utiliza a Dios como una suerte de Santa Claus”. Así que hágase la voluntad de Rickie Lee Jones y traerlo al aquí y ahora y así Jesucristo paseándose por los cielos en el auto del otro King en canciones como “Elvis Cadillac” y mostrar qué piensa hoy J. C. de todo lo que han hecho y deshecho amparándose bajo el estandarte de su marca registrada. Componerlo y grabarlo más desde la lógica y respetuosa admiración que desde la loca devoción encandilada y salir a cantarlo en la muy buena nueva de un flamante y extraño y sorprendente y maravillosamente epifánico álbum: The Sermon on Experience Boulevard.
Y la génesis del asunto tuvo algo de milagroso. Un milagro pequeño pero no por eso menos atendible. El escritor y fotógrafo y muy creyente Lee Cantelon –amigo cercano de la cantautora– había publicado en 1991 el libro The Words: una reescritura contemporánea de las enseñanzas de Don Jesús (leerlo en Internet en www.thewordstoday.com). Y en el 2005, a Cantelon se le ocurrió ensamblar un álbum de spoken-word basado en su libro: convocar a anónimos y conocidos para grabar las santas palabras transfiguradas sobre minimalistas bases instrumentales, compuestas por el guitarrista Pete Atanasoff. Un día, Rickie Lee Jones se dio una vuelta por el estudio de grabación/atelier de Cantelon en Culver City y –en lugar de leer del libro, luego de escuchar unos segundos de música– declaró: “Prefiero cantar algo”, cerró los ojos, sonrió y ahí nomás improvisó, en una toma, poseída y extática, la letra de “Nobody Knows My Name”. Después dijo “Buenas tardes” a Cantelon y a Atanasoff que la contemplaban con lágrimas en los ojos. Y, por supuesto, el proyecto colectivo se convirtió, de pronto, en el siguiente trabajo de Rickie Lee Jones quien –luego de una larga temporada de baja– había regresado, triunfal, en el 2003, con el felizmente hogareño y airadamente político The Evening of My Best Day.
Enseguida se armó una banda pequeña y contundente con un sonido que recuerda al de la Velvet Underground. Pero aquí –mirando a lo alto y ascendiendo a los cielos– más Velvet Overground que otra cosa y basta con oír la tumultuosa “Tried to Be A Man” para hacerse una idea de la maravilla. Y Rickie Lee Jones –sin nunca dejar de ser ella misma– haciendo guiños a Van Morrison, a Judee Sill, a Jim White, a Laura Nyro y a la parte más shamánica de Patti Smith. Y se grabaron más canciones/invocaciones (“Where I Like the Best” es el Padre Nuestro reescrito por Jones, los más de ocho minutos de “I Was There” cierran la puerta con el libre flujo de conciencia de alguien que desde un rincón de Los Angeles asegura haber estado allí junto a los ángeles) y se dejó reposar al proyecto por un año y Rickie Lee Jones volvió con nuevos temas a producir por Rob Schnapf, conocido por su trabajo junto a Beck y a Elliott Smith y así se llegó a los trece tracks (entre los que se incluye “Circle of Sand”, incluido en el soundtrack del film Friends with Money) que componen The Sermon on Experience Street (interesados en conocer toda la historia de la historia: www.pennyhead.com/Sermon). Seguro, el disco más rockero y punkie en la carrera de Rickie Lee Jones y el más experimental desde su aproximación al hip-hop en Ghostyhead (1997) sin que eso opaque la fulgurante luz de “Falling Up”: uno de los temas con más gancho en el canon de la artista narrando el momento en que alguien que pasaba por ahí contempla a Jesús ascendiendo por la ladera del monte para irradiar a los oyentes con su mejor sermón. Y, sí, de haber sucedido, debe haber sido un gran día, porque la canción que le dedica Rickie Lee Jones a las efemérides es inmensa.
Y está claro que Rickie Lee Jones –contemplar su rostro castigado en el cortometraje que acompaña a la limited edition de The Sermon on Exposition Boulevard; es fascinante la estudiada espontaneidad con que Rickie Lee Jones arrea allí a sus músicos subyugados por su voz intacta y aniñada– ha sufrido lo suyo. Más de un vía crucis para una artista a la que muchos acusan de haberse autosaboteado luego de su exitoso debut con Rickie Lee Jones (1979) y su triunfal single “Chuck E.’s in Love” cuando pasó de novia de Tom Waits y muñeca brava y be-bop a excelsa song writer post-beatnik ganadora del Grammy revelación. Después, acusan los infieles, Jones se volvió demasiado “compleja” e “impredecible” e “irregular”. De tanto en tanto, canciones redondas y preciosas como “Stewart’s Coat” hacían todavía más evidente que no es que Jones no pudiera hacerlo sino que prefería no hacer solamente eso. “It Hurts”, una de las canciones en The Sermon on Experience Street –lo cuenta Rickie Lee Jones en el DVD– se refiere a su apasionado tránsito y a la conciencia tranquila de un presente que duele, pero sabiendo que sentir dolor es uno de lo raros privilegios de estar vivo. No hace mucho Rickie Lee Jones declaró ser feliz porque “puedo pagar el alquiler y, como trabajadora de la música, he alcanzado lo que me propuse conseguir. Me respetan, continúo haciendo lo que quiero y la gente sostiene un paraguas sobre mi cabeza cuando llueve”.
Bienaventurados los humildes y –como dijo alguien de algún otro– “si la nueva religión es esto, no sé ustedes, pero yo me apunto”. Y sí: cada vez resulta más difícil creer en Dios, pero es tan fácil creer en Rickie Lee Jones.
Vayan con ella, vayan con Diosa.
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