VISITAS > TOM WAITS EN BUENOS AIRES
Durante seis meses, la organización del Bafici hizo lo imposible para que Tom Waits viniera a tocar al Festival. Pero la respuesta era siempre la misma: no tenía la banda armada y no llegaba a armar una. Finalmente, convencido por su amigo Jim Jarmusch, visitante de hace unos años, Waits accedió a viajar sólo para dar una charla pública, algo que no hace ni siquiera cuando edita un disco. Ante un Teatro Alvear lleno, entrevistado por Mariana Enriquez y Martín Pérez, habló de todo y de todos. A continuación, algunos de sus mejores momentos.
Creo que tener una carrera es como ser ventrílocuo. Tenés un muñeco sobre la falda, le ponés una mano detrás y hacés que mueva su boca para decir lo que quieras. Eso sí: a veces sos el muñeco y otras sos el ventrílocuo.
¿Cómo sé si tengo una voz propia? Bueno, es como con cualquier otra cosa: hay que entender la diferencia entre la verdad y la bijouterie. Algunas canciones son nada más que bijouterie. Básicamente, uno compone con lo que tiene en su casa. Por eso no creo que mi voz venga de lejos: está siempre conmigo. En los buenos y los malos tiempos.
Jim dice que me dio el papel en Down By Law porque yo podía hacer de Tom Waits. Pero en realidad, para interpretar el papel, pensé mucho en un DJ radial al que escuchaba cuando era chico. No sé qué tenía de especial para que lo recordara tanto. A veces era una especie de terapeuta. Yo era joven y estaba trastornado. Y no podía pagar una terapia. Entonces, un DJ en la radio, en el medio de la noche... hablaba con él. Me dio muchas cosas. A veces lo único que necesitás es que alguien te hable.
Creo que cuando uno hace algo innovador, de alguna manera está abriendo una puerta. Y muchas veces pasa que, cuando viene un montón de gente detrás, uno abre la puerta y la multitud le pasa por encima. Una vez que se fueron, uno se para, mira para atrás, y exclama: “¡Ey! ¡Yo abrí esa puerta!”.
A veces, cuando alguien se acerca y te pide que escribas una canción para una película es porque tienen un montón de plata, está al final de la filmación, se le acabó la paciencia y tiene problemas que esperan que vos resuelvas con una canción. Y lo único que uno hace es decir: “Disculpame, pero no te puedo ayudar”. Otras veces, en cambio, si la canción llegara a unir cabos sueltos de la película, puede ser un proceso iluminador.
Si vivís en una isla, sólo podés dar vueltas en círculo. Pero en Estados Unidos siempre se trata de largos caminos en línea recta. Uno puede subirse al auto, señalar tres puntos en el mapa —de California a Utah, por ejemplo— y hacer el recorrido en auto durante cuatro días sin llegar a la otra costa. Por eso, lo que importa, siempre, es quién está en el auto con uno.
Mi mujer hizo que mi música se volviera más aventurera. Ella es una persona desafiante. Si querés jugar mejor al pool, entonces jugás con alguien que sepa jugar mejor. Entonces a veces es como una pelea de box. Aunque en nuestro caso es más una colaboración mutua. Como preparar la cena o criar a los chicos. Alguna gente dice que las canciones son como los hijos. Pero no hay nada como tener hijos. De hecho, yo tengo varios... y las canciones son más fáciles.
Fue de luchador. ¿Te acordás cuando eras chico y en el patio del colegio alguien te empujaba? Si no se la devolvías, al día siguiente se iba a poner más pesado: iba a sacarte los libros o insultarte. Así que en un momento hay que plantarse con la guardia en alto.
Tuve problemas hace años cuando hablé sobre quienes grababan mis canciones. Así que ahora prefiero callarme la boca. Aprendí que lo único que uno tiene que hacer cuando le graban una canción es ser educado. Es halagador: si uno compone una canción, quiere que alguien la escuche.
No, realmente no toqué con los Stones. Nadie toca con ellos. Tuve la suerte de estar cerca para mirarlos. En el álbum Dirty Work me pidieron que cantara un gran coro en “Harlem Schuffle”. Había un montón de gente, el volumen estaba muy alto, no podía escucharme a mí mismo aunque gritara... Fue divertido.
Digamos que hay mucha menos gente involucrada en el proceso de decisiones, muchos menos cocineros en la cocina.
Lo bueno de la música es que, cuando hacés discos, te vas a ir, te vas a morir, pero tu disco todavía va a seguir ahí. Es algo curioso, que te hace reflexionar. Las cosas que cambiaron mi vida al escucharlas, ocurrieron hace 90 años, en un estudio. Afortunadamente, en ese período había grabaciones. Y a mí me conmovieron. Por eso, para mí, grabar es como depositar algo mío en un disco que me va a sobrevivir y que alguien más podrá disfrutar. Y eso es buenísimo. Muchas de mis mejores experiencias musicales ocurrieron escuchando discos. Viendo el vinilo girar, tratando de entender qué decían, anotando las palabras.
No conocía a William Burroughs en persona, cuando me lo presentaron para trabajar en The Black Rider, una pieza teatral que hicimos juntos. Sólo lo conocía por sus libros. Había algunos temas sobre los que resultaba fascinante hablar con él: las armas de fuego, el sexo y los reptiles. Entonces charlábamos, y hasta llegué a pensar que yo realmente le interesaba. Pero lo único que le interesaba a Burroughs eran las armas de fuego, el sexo y los reptiles. Cuando las palabras se detenían y todo se calmaba, empezaba a masajear su reloj. Una vez no aguanté y le pregunté por qué lo hacía. Me contestó: “Porque faltan cinco minutos para las tres”. Y a las tres él tomaba su trago. Así que creo que sólo lo hacía para que los minutos pasaran más rápido.
Keith Richards, cuando lo conociste, ¿también masajeaba su reloj?
—¿Keith? El no usa reloj.
¿Leíste lo que dijo sobre las cenizas de su padre?
—Sí, lo leí.
¿Y qué pensaste?
—Bueno, qué podría decir sobre algo así. Pero tampoco es que aspiró las cenizas de mi padre. Era su padre.
A mí me tocaba el acto de apertura. Y su público era fanático. Entonces, cuando tocaba antes que Frank, la audiencia creía que Frank quería que me comieran vivo. Cuando salí al escenario la primera noche, el público se había organizado y formaba una especie de canto litúrgico: ¡You suck! ¡You suck! ¡You suck! (“Apestás, apestás, apestás”). Era un poco perturbador. Tenía veintipico, estaba solo, fue triste. Muy triste. Pero pensaba: “Esto es el show business”. Si no tengo el nervio para aguantarlo, mejor debería dedicarme a otra cosa.
Puedo hipnotizar a un pollo. Reto a cualquiera de los presentes a que hipnotice a un pollo. Yo puedo hacerlo. Pero no voy a decir cómo: sólo que puedo hacerlo.
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