OFICIOS
El villano que ayuda a atrapar Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes sólo hizo célebre un oficio que él ejerce desde hace años, y en el que es pionero y eminencia. Es consultado por policías de los cinco continentes. Para trabajar, apenas necesita un par de chanchos muertos. Y sus resultados desbaratan coartadas y eliminan sospechosos. En el flamante El testimonio de las moscas, M. Lee Goff pasa una vida de entomología forense en limpio y explica cómo hace para resolver crímenes a partir de los insectos que encuentra en los cadáveres.
› Por Mariana Enriquez
Los misterios del gusano
La contribución más importante del entomólogo es establecer
el intervalo post-mortem, es decir, el tiempo transcurrido desde la muerte.
¿Cómo se logra esto? Usando como reloj la oviposición,
el momento en que las moscas ponen sus huevos sobre el cuerpo. Por ejemplo,
la mosca azul es capaz de localizar restos humanos en muy poco tiempo, menos
de diez minutos. Enseguida las hembras ponen sus huevos y continúan haciéndolo
hasta aproximadamente el sexto día desde el momento de la muerte. El
desarrollo completo, según Goff, desde el huevo hasta el adulto, pasando
por la larva y la crisálida, requiere unos once días. Si, por
ejemplo, se encuentran en el cadáver capullos vacíos abandonados
por las moscas que alcanzaron su madurez, se considera que las larvas completaron
su desarrollo antes de abandonarlo, y por consiguiente, el tiempo entre la muerte
y el descubrimiento del cadáver sería de diecisiete días
(seis de puesta y once de desarrollo). Averiguar este intervalo es determinante
para, más tarde, acotar la lista de sospechosos, por ejemplo, y también
para identificar a la víctima.
Por esto, es sumamente importante que los primeros que tratan con el cuerpo
no limpien los gusanos como si se tratara de simple mugre. Mucha gente
sigue pensando que las larvas son gusanos que no tienen nada que ver con las
moscas, explica Goff. Un señor llegó a decirme que
las larvas viven habitualmente dentro de las personas y no salen al exterior
hasta que nos morimos. Si el lector ignoraba que los gusanos salen de
los huevos de mosca, puede quedarse tranquilo: el mundo occidental vivió
sin este dato casi veintiún siglos. El vínculo entre los huevos
de mosca y las larvas no se descubrió hasta 1668 cuando el biólogo
Francesco Redi observó por primera vez las infestaciones de moscas en
carnes al descubierto, y demostró el vínculo entre gusanos y huevos.
Antes de Redi, se creía que las moscas salían espontáneamente
de la carne podrida.
Pero volviendo a Goff, él pertenece a la primera generación de
entomólogos forenses tomados en serio. Y por supuesto, los datos que
puede aportar no se limitan al estudio de las moscas, porque muchos otros insectos
invaden los cadáveres. El 85 por ciento de las especies mencionadas en
los estudios sobre descomposición son insectos, para tener una idea de
la magnitud del campo. Hay que investigar el rol de los escarabajos, las avispas
y otros insectos que comen a las primeras moscas (llamados depredadores) y demás
fauna. Está claro que se hace necesario conseguir carne en descomposición
para experimentar, y no simplemente un churrasco, sino algo que tenga comportamientos
similares a los del ser humano. Goff, obviamente, no usa muertos humanos: usa
cerdos.
Los tres chanchitos
El animal que más se aproxima a los patrones de descomposición
humana es un cerdo doméstico de unos veintitrés kilos. Son los
que uso en mis experimentos. Siempre he tenido cuidado de evitar las zonas donde
el público en general pudiera toparse con nuestros cadáveres.
No quiero causar molestias a los paseantes, como tampoco quiero que nuestros
lugares de trabajo queden expuestos al vandalismo, que a veces constituye un
problema. En un caso de homicidio que investigué en la isla de Oahu un
cadáver permaneció dieciocho meses sin que nadie se diera cuenta
de su presencia dentro de una gran caja de metal junto a una carretera muy transitada;
pero un higrotermógrafo (un instrumento que mide la temperatura y la
humedad relativa) colocado en la escena del crimen dentro de una caja mucho
más pequeña desapareció en menos de 24 horas.
M. Lee Goff usa tres cerdos en sus experimentos. Conseguirlos no es tan fácil
como se puede suponer. La idea es que los cerdos simulen todo lo posible una
víctima de asesinato, y Goff quería, en su primer experimento,
matarlos disparándoles a la cabeza con una .38. Para esto necesitaba
la autorización del Comité de Defensa de los Animales de la Universidad,
que no gustaba demasiado de la experiencia. Uno de los miembros le sugirió
que le administrase tranquilizantes al animal antes de dispararle. Goff dijo
que tal cosa no era posible, porque cualquier droga administrada a los animales
de prueba podría afectar a los insectos que se alimentasen del cadáver.
Otra de las preocupaciones del Comité era que errara y tuviera que disparar
varias veces, haciendo sufrir innecesariamente al chancho. Al final se lo autorizó
si conseguía a alguien que le donara un cerdo, y el benefactor fue un
policía amigo.
Cada vez que Goff ubica un cerdo instala un higrotermógrafo para registrar
la temperatura del aire y la humedad, un pluviómetro para medir la cantidad
de agua caída y un termómetro para registrar temperaturasmáximas
y mínimas del día. Los tres cerdos se colocan a una distancia
de 50 metros uno de otro. Durante los primeros catorce días de cada investigación,
Goff visita el lugar de trabajo al menos dos veces al día. Se los queda
mirando, les saca fotos y toma sus muestras. Es importantísimo
separar las especies depredadoras de las necrófagas. De no ser así,
correría el riesgo de encontrarme sólo un orondo y satisfecho
depredador en el frasco al llegar al laboratorio, explica, jocoso. En
una oportunidad, buscaba un emplazamiento especial para uno de los cerdos, porque
necesitaba un lugar que se pareciera mucho al de la escena del crimen que estaba
investigando. Resultó que el espacio más parecido era su propio
jardín. Montó al cerdo en putrefacción allí, ante
estupefactos vecinos y familiares. Muchos de sus cerdos pueden encontrarse en
la Academia del FBI en Quantico, Virgina, donde Goff dicta un curso de Detección
y Recuperación de Restos Humanos. Coloco cerdos en diferentes situaciones
para demostrarles a los oficiales que los cuerpos se descomponen de formas distintas
en situaciones distintas. Los insectos tardan más en llegar a los cerdos
enterrados: pasan siete días hasta que las moscas se sienten atraídas
por algo enterrado. Para entonces, los cerdos a la intemperie ya están
reducidos a piel y cartílagos secos.
Casos y cosas
Como la experiencia con los cerdos demuestra, diferentes circunstancias alteran
la descomposición de un cuerpo, y por ende las conclusiones del entomólogo.
Para explicar estas piedras en el camino, Goff ofrece varios casos como ejemplo
en su libro. Uno de los más impresionantes es el del golfista japonés.
El japonés de marras, mientras jugaba al golf en Honolulú, mandó
la pelota al pasto alto al costado del hoyo 16. De un árbol, justo sobre
la pelota, colgaba el cadáver de un hombre en avanzado estado de descomposición.
Este hombre era tan resuelto que una vez encontrada la pelota siguió
jugando como si tal cosa. Cuando llegó al club informó al director
por medio de un intérprete que había un cuerpo muerto cerca del
hoyo 16. Al cadáver sólo le quedaban los huesos, que seguían
articulados entre sí porque estaba vestido y la ropa había evitado
que el esqueleto cayera al suelo. Los tejidos que quedaban estaban un poco momificados.
Puesto a la tarea, Goff encontró escasas huellas de escarabajos en la
parte superior del cuerpo. Las piernas, en tanto, habían sido saqueadas
por éstos. Llamaba la atención la ausencia de insectos de los
que se arrastran hasta el cadáver pero no llegan volando hasta él,
especialmente los depredadores. En total sólo encontré seis
clases distintas de insectos en el cuerpo, una cantidad inusitadamente baja
para un cadáver que, según la evidencia mostrada por los capullos
de moscas azules, había estado expuesto al aire libre durante al menos
diecisiete días. Cuando identificaron el cuerpo, el cálculo
fue bastante exacto, a pesar de la pequeña cantidad de especies presentes.
El hombre había sido visto con vida diecinueve días antes del
descubrimiento. Vivo medía 1,58, pero muerto, el cadáver se había
estirado hasta alcanzar una altura de 1,83. Esa diferencia retrasó la
identificación: no había ningún desaparecido tan alto.
Goff concluyó que las desviaciones en la descomposición se debían
a que los únicos insectos capaces de llegar al cadáver durante
los primeros días fueron los voladores. Los insectos que normalmente
invaden el cuerpo desde el suelo no pudieron alcanzarlo hasta que se estiró
lo bastante para tocar tierra. Pero había otro problema: ¿por
qué no había depredadores, y por qué las moscas azules
no habían arrancado toda la carne que se podía esperar?
El entomólogo recurrió a sus cerdos otra vez. De vuelta en Quantico,
tumbó uno en el suelo, mientras a otro lo colgó de un árbol.
Y así develó el enigma: Cuando las larvas del cerdo colgado
se desplazaron al exterior de la masa devoradora para enfriarse y digerir la
comida, no tenían de qué agarrarse y caían al suelo, debajo
del cadáver. Y luego no tenían forma de regresar a su fuente de
alimentación. Así, el cerdo perdía larvas continuamente
y no era comido tan rápido. Además, el cerdo colgado, al estar
más expuesto al viento y el aire, se secó velozmente: las moscas
sólo pusieron huevos durante los primeros cuatro días, después
los tejidos estaban demasiado secos. Había otro dato: cuando las larvas
caen a tierra, si no pueden volver al cuerpo, se siguen alimentando de los fluidos
y partículas que caen al suelo, la llamada zona de goteo.
Ahí pueden completar su desarrollo. Pero Goff no encontró larvas
en el suelo. No rastreé la zona debajo del cadáver del campo
de golf, y tampoco hubiera servido de mucho: el golfista que descubrió
el cuerpo, inquieto al parecer por la visión de aquel cuerpo muerto,
necesitó varios swings para acertar a la pelota, por lo que el contenido
de la zona de goteo quedó desperdigado por los alrededores.
¿Cómo hace?
Es la pregunta que escucha con mayor frecuencia. Goff responde: Intento
conservar la imparcialidad científica y ver el cadáver como un
espécimen que hay que examinar en vez de como a una persona que en muchos
casos ha pasado los últimos minutos de su vida sumida en la agonía
y el terror. Cuanto más fresco esté el cadáver, y por tanto
más se parezca a una persona viva, tanto más difícil me
resulta permanecer indiferente. Por suerte para mí, mucho de los cadáveres
que veo están tan descompuestos que se parecen más bien a los
especímenes con los que trabajaba hace años en el laboratorio
de zoología, sólo que más grandes.
Pero a veces se las tiene que ver con gente viva, y eso le cuesta más.
En casos de abandono de persona, especialmente en ancianos, enfermos y niños,
las llagas y los orificios corporales sucios pueden llenarse de gusanos. Este
espanto tiene el imparcial nombre de miasis. Goff intervino en un
caso especialmente conmovedor, cuando se encontró viva a una niña
abandonada, con numerosos insectos en el pañal. El caso fue a juicio,
para determinar la pena que le correspondía a la madre: Hubo apelación.
La defensa adujo que mi descripción del comportamiento de las larvas
había sido tan gráfica que el jurado fue incapaz de mantener la
objetividad a la hora de considerar las pruebas. Supongo que debía de
ser difícil sentir compasión por una madre que había abandonado
a su hija, sobre todo habiendo gusanos de por medio.
A nadie se le ocurrió aún escribir un guión para una serie
protagonizada por un entomólogo, ni han aparecido novelas de detectives
con un cazador de moscas como protagonista. Goff dice que quizá lo intente
él mismo. Por el momento, el creciente interés por tan extraña
especialidad ha derivado en que el famoso entomólogo reciba muchas cartas.
Algunas de colegas, muchas de estudiantes. Pero...: Otras misivas son
inquietantes y en ellas llegan casi a pedirme que ayude al remitente a planear
el crimen perfecto. En una ocasión recibí un e-mail cuyo autor
me pedía que le aconsejase sobre la manera de deshacerse de un cadáver
en Hawai, y de alterar las pruebas entomológicas para que no se pudiera
calcular con precisión el intervalo post-mortem. Habitualmente no respondo
a ese tipo de cartas. En ese caso, hice una excepción, pero el inquiridor
desapareció en Internet. Probablemente era inofensivo y sólo estaba
practicando algún tipo de juego. Y si no fuera así, Goff
pronto lo averiguará, cuando encuentre en algún lugar de Hawai
una escena del crimen inmaculada, perfectamente limpia y libre de insectos.
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