MúSICA > VOLTA, EL NUEVO DISCO DE BJöRK
Con su pop experimental, la mayor estrella que jamás haya salido de Islandia nunca dejó de explorar. Desde hace un tiempo, especialmente con su disco Medúlla, basado enteramente en la voz humana, parecía cada vez más cerca de una búsqueda de lo primitivo. Ahora, con Volta traza la ruta de ese regreso al pasado a través del ritmo, mezclando lo electrónico y lo artesanal para hacer bailar con un dance apegado a la tierra, casi folklórico. Y, como siempre, maravilla.
› Por Mariano López Seoane
Las imágenes que anticipan el disco son impresionantes. Björk juega a ser una momia de lana y su cuerpo está enteramente cubierto por gruesos hilos de colores. Con los brazos extendidos, busca sostener algo que se quema, una cordillera de llamas que dibuja el título de su trabajo en el aire, una firma volátil que reza Volta. Ella parece una niña de Picasso, con la cara cuarteada en triángulos de colores brillantes, los ojos bien abiertos, entre asustados y expectantes, el pelo huyéndole hacia la espalda, como erizado por lo que adivina. Una vez más, la cantante islandesa provoca al público, lo sacude, le ofrece algo inesperado, que sabe a paisajes sonoros recién descubiertos, aún por explorar. La pregunta es doble, ¿cómo?, ¿y hasta cuándo? Es un enigma, una ansiedad también, que ha golpeado a la puerta de leyendas vivas como Bowie y de artistas más cercanos al pop, como Madonna. En el caso de Björk, y de este disco en particular, la respuesta parece venir desde el pasado, el pasado más remoto. Si el traje de momia flúo que se ve en las fotos homenajea los vestidos típicos de su Islandia natal, Volta es un ejercicio en música de tribu, un estudio de todas las posibilidades creativas de lo primitivo. Por supuesto, como todo viajero en el tiempo, Björk se vale de elementos bien modernos para emprender su retorno. Y en este disco, Björk vuelve al origen (des)andando tres rutas: su amor por el dance, una interpretación peculiar del feminismo y el descubrimiento del tercer mundo.
A mediados de los ‘90, el gesto raro y vanguardista de Björk era sinónimo de pop. En ese momento, la música dance parecía horizonte y fuente de recursos inagotables para todos los géneros musicales. Y si el futuro se tejía en los clubes, Björk tenía con qué comandar el barco, porque cargaba con la mejor experiencia de pista posible (Londres ‘91-’92) y estaba rodeada de los djs y productores indicados. Daba con lo nuevo instintivamente, casi sin esfuerzo, y siempre estampándole su toque de riesgo idiosincrático. Por eso, sus pasos eran seguidos meses (o años) después por princesas y reinas del pop menos dadas al salto al vacío, pero bien atentas a las tendencias (Madonna se dio cuenta de esto enseguida y le pidió un tema para su álbum Bedtime Stories, de 1994).
Pero tras dos discos concebidos en Londres, y plagados de hits, Björk empezó a andar con Homogenic (1997) un camino que la alejaba de sus raíces en la cultura dj y la adentraba en la gruta de sus intuiciones más personales. Justo a tiempo, porque el dance empezaba a perder su fuerza de tracción y la novedad empezaba a cocinarse en otros barrios. Desde entonces, la islandesa ofreció trabajos impecables, pero carentes de la difusión radial o la virtud adhesiva de sus predecesores, orientados a extenuar todas las posibilidades de un concepto: si en Vespertine se propuso construir un universo interior y rezarle al amor, todo desde su laptop, en Medúlla se obligó a internarse en su propio cuerpo para producir un disco enteramente vocal.
Volta tiene su origen en otro territorio. Björk lo explica de esta manera en una entrevista a la publicación online Pitchfork: “Mientras que los otros álbumes tuvieron como punto de partida una idea o un plan, con este fue muy diferente, porque sabía lo que quería desde un punto de vista más emocional. Además había hecho dos o tres proyectos seguidos que eran bastante serios, así que necesitaba sacarme esa energía de encima. Por eso en este álbum sólo busqué divertirme y hacer algo que fuera bien visceral y para arriba. Dicho de manera simple, quería volver a hacer algo rítmico”.
Björk vuelve a apostar a la diversión y al ritmo, y el resultado es una “volta” al dance, a la pista y al baile, que reúne las últimas osadías del mundo del beat con los ritmos que reinaban en los comienzos de su carrera, que, según sus propias palabras, suenan toscos y casi manuales. Mucho mejor, es música para bailar con caprichos de tambor y de bombo. De hecho, el disco está atravesado por un color tribal inocultable, que produce un dance apegado a la tierra, casi folklórico, en el que se mezclan lo electrónico (recordemos que Volta también es el nombre del inventor de la pila) y lo artesanal: el bombo sometido a una descarga eléctrica y el beat amortiguado en el caparazón de un armadillo.
Tal vez el tema que mejor muestra esta fibra del disco es el primer corte, “Earth Intruders”, co-producido por el cotizado Timbaland (el genio detrás del último disco de Justin Timberlake y del hip hop de vanguardia de Missy Elliott). Es una canción que raya lo indefinible en su mezcla astuta y cautivante de hip hop, world music y björkismos clásicos. La voz de la islandesa construye una melodía familiar para quienes la escuchan desde hace años, que sale bastante airosa del combate desigual que entabla con el quilombo de golpes y ruidos que orquestan elegantemente Timbaland, Konono No1 y sus otros colaboradores. De esta verdadera saga sonora, en la que todos los elementos coagulan de manera feliz, Björk dice lo siguiente: “El proceso de composición fue muy caótico, una serie continua de improvisaciones a la que se fueron sumando distintos músicos. Se formaron como capas y sobre todas ellas yo fui introduciendo mis propias modificaciones”. Dos temas más, ambos producidos por Timbaland, redondean esta metodología: “Innocence”, presunto segundo corte, y “Hope”. Y en el rubro “retorno a las pistas” hay una incursión violentísima que conecta con la espina dorsal de Björk como adolescente punk a principios de los ‘80: el excelente “Declare Independence”, que comienza como saludo a sus amigos de Groenlandia (colonia dinamarquesa), pero termina fugándose hacia las regiones más oscuras de la música industrial, mitad festival de susurros satánicos, mitad ingeniería de ruidos volcánicos dignos del apocalipsis.
Después de renegar de la herencia de sus padres hippies y feministas durante años, Björk parece dispuesta a reconciliarse con al menos parte de ese legado. Acaba de participar en un disco tributo a Joni Mitchell con una versión exquisita y muy personal de “Boho Dance”, en la que ensaya algunos de los gestos que repetirá en su nuevo álbum, reemplazando el piano de la canción original por pequeños sonidos que susurran ensueño y elaborando melodías delicadas como las que se escuchan en “Wanderlust” (el tema 3 de Volta). Es esto lo que entiende Björk por feminismo: el rescate de una posición femenina, una sensibilidad, que el progreso masculino habría reprimido para desgracia de la humanidad. En distintos reportajes y entrevistas dejó entrever su fascinación por una hipotética era de matriarcado primitivo, un pasado en el que la mujer y sus instintos tenían un rol preponderante y que proponía, y esto es clave, una conexión con la naturaleza más sensible y atenta, tierna y cuidadosa. Que Björk está copada con la naturaleza es algo que se sabe no sólo porque lo ha repetido hasta el cansancio sino también porque en la estética de sus discos siempre ha jugado con el devenir animal del ser humano (en el video de “Hunter” se convertía en oso polar a fuerza de grito) y porque su aproximación al canto exhibe zoofilia a cada paso: el vagar de la voz siempre aparece acompañado por gemidos, sonidos guturales, aullidos y berreos, con los que aboga musicalmente por la reconciliación entre el hombre y sus raíces naturales. En este ejercicio de rescate, el dominio del rock más masculinista es uno de los enemigos a derrotar. En el booklet que acompaña el CD tributo a Mitchell, Björk ofrece esta reflexión: “Ahora que estoy más grande, me veo forzada a admitir una verdad tristísima: el mundo de la música es un mundo de hombres blancos rockeros, donde Bob Dylan es un santo y Joni Mitchell prácticamente no es reconocida”. Este llamado de atención da paso al trazado de su propia genealogía artística: “Ella y, tal vez, Kate Bush son las únicas que han creado un universo enteramente femenino, con intuición, sabiduría, inteligencia, devoción artesanal y valentía: tuvieron el coraje de elaborar un mundo propio, propulsado por emociones femeninas bien extremas. Y sin embargo permanecen casi invisibles. Espero que mi colaboración en este disco ayude a inspirar el respeto que estas mujeres merecen”. Es claro que Björk se piensa como parte de este linaje de mujeres y su último disco, tal vez más que cualquier otro, trabaja en esta tradición. De hecho, el pulso primitivista que domina el disco (los bombos, los palillos, los ruidos; el dominio, en suma, de la percusión) es completamente coherente con este deseo de restauración femenina. Volver a la tribu es volver a ese momento de feminidad reinante.
Del océano de los paisajes emocionales femeninos brotan dos gemas de la cámara lenta, “Wanderlust” y “I see who you are”, que se entregan a una medicina de lo suave, un elogio musical de la calma y de la dulzura que acaricia y adormece. “Innocence” es un poco más rítmico, pero no llega a comprometer la conexión con las emociones más delicadas a pesar de ciertos estallidos que suenan como bombas de video game. De hecho, este último tema invita a aceptar el miedo y la vulnerabilidad como aspectos excitantes del alma humana (“el estremecimiento del miedo/ ahora lo disfruto con coraje”). Björk se reencuentra con su otra yo.
El video de “Earth Intruders”, dirigido por el animador afro-francés Michel Ocelot, la muestra con los ojos cerrados, mientras filas eternas de siluetas negras avanzan contorneando sus cuerpos en un frenesí digno de ritual vudú. Estas imágenes son parte de un sueño que la sorprendió en un vuelo transatlántico, y que por primera vez la llevó a pensar en componer este tema. En el sueño, “un tsunami de millones y millones de personas castigadas por la pobreza” se hinchaba por encima del avión en el que estaba volando. Hacia el final, la ola atrapaba el avión, rompía con fuerza en la tierra y arrasaba la Casa Blanca hasta reducirla a polvo. “Es una canción completamente caótica –declaró a MTV.com–, en términos de letras es un rejunte de todas estas imágenes del sueño.” La música acompaña el amontonamiento lírico de las letras: es una ola sonora y percusiva que replica la ola que la mojó en el sueño. “Aquí vienen los intrusos de la tierra/ somos los paracaidistas/ estampida de francotiradores/ salida directamente del vudú”.
Esta oda a los desposeídos devela la tercera ruta hacia el origen: si el dance conectaba con lo primitivo por una cuestión de ritmos y el feminismo la alentaba a volver al pasado en busca del matriarcado y de las emociones que el rock destierra, la tercera llamada de la selva viene de su descubrimiento de la miseria extrema en su experiencia con los sobrevivientes del tsunami. Björk fue invitada por Unicef a conocer distintas aldeas de Indonesia y a asistir a las clases de música de algunos de los sobrevivientes, todos niños. A pocos días de su retorno, la islandesa explicó a distintos medios británicos que la experiencia había funcionado como un sacudón, que había cambiado la manera en que pensaba su lugar en el mundo y su misión como artista.
Si el tercer mundo la sacude, la inspira y la hace soñar, también le regala una estética y nuevos ritmos. En este punto, las comparaciones con M.I.A., por supuesto, no faltaron. Y es verdad que esta última incursión de Björk en el dance le debe mucho a la revolución del ritmo que abrió la artista de Sri Lanka hace casi tres años: el dance no tiene que ser tecno sino que puede ser terrenal, tercermundista, poscolonial y con mensaje político (además de “Earth Intruders” hay que volver a mencionar aquí a “Declare Independence”, que en su fuga hacia lo maligno alienta a los pueblos sometidos a “levantar su bandera/ más alta y más alta y más alta”). En su entrevista con MTV, Björk explica de la siguiente manera su reciente politización: “Como mucha gente, estoy bastante enojada con como están las cosas en el mundo y, como artista, quería ser la vocera de la gente que está en la calle, que está bastante caliente en general. Yo soy simplemente una de esas voces, y el hecho de que alguien como yo esté harto muestra que estamos viviendo en un tiempo bastante intenso”.
Debut (1993).
Su debut como solista en el pop y en el caldo de cultivo dance de Londres. Trabaja con productores distintos, cada uno aporta lo suyo, y el resultado es una ensalada deliciosa, que hizo de cada corte un hit. Destacados: “Big Time Sensuality” y “Venus as a Boy”.
Post (1995).
Disfrazada de sobre, Björk firma un disco epistolar: 10 canciones que piensa como cartas a Islandia, el hogar natal que extraña. La heterogeneidad sigue dando la nota, y las canciones van desde el trip hop cortesía de Tricky al techno hardcore que aporta Graham Massey, pasando por el coqueteo con el jazz y la comedia musical de Broadway de “It’s oh so quiet”. Además, incluía clásicos como “Army of me” o “Hyperballad”.
Homogenic (1997).
Después de recibir una carta-bomba de un fan enloquecido, Björk se refugia en España y entrega el primero de sus discos “personales”. El adjetivo que inventa para el título anuncia la homogeneidad de esta colección de canciones centradas en las cuerdas, los beats mínimos y la intensidad emocional. En la tapa, Björk juega a ser la geisha del futuro y todo parece parte del mismo paisaje, en parte gracias al predominio de un solo productor: su novio de entonces, Mark Bell. Destacados: “Joga” y la hermosísima “Bachelorette”.
Vespertine (2001).
El vespertino es la oración que los monjes de convento solían dedicarle a Venus, la primera estrella. En este disco de introspección y claramente devocional, Björk se mete con el gospel y habla de comunión mística con la naturaleza, erotismo sui generis y amor en la madurez. Destacados: “Pagan Poetry” y “Unite”.
Medúlla (2004).
Björk explora la médula de las cosas y entrega un trabajo conscientemente orgánico, reflejo de todo lo que sintió durante su último embarazo. Las canciones brotan desde los órganos y cada uno de los sonidos tiene su origen en la voz humana. Según dijo: “Los instrumentos están pasados de moda”. Destacados: “The Triumph of a Heart”, “Who is it?”.
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