Dom 20.05.2007
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PERSONAJES > TWEETY GONZáLEZ: EL PRODUCTOR DETRáS DE CERATI

El tercer hombre

Detrás del ya célebre Gustavo Santaolalla (que en el 2007 ganó por segundo año consecutivo en los Oscar) y del ascendente Cachorro López (detrás de los inminentes discos de Miranda! y Andrés Calamaro), el disco que viene arrasando en premios, ventas y reconocimiento tiene un tercer nombre para sumar a la lista de productores en el candelero: Tweety González. Músico y coproductor de El amor después del amor (el disco más vendido del rock nacional), el cuarto Soda volvió a trabajar con Cerati en Ahí vamos. Y en esta entrevista explica cómo es estar siempre en la cima.

› Por Juan Andrade

Durante cuatro días, Gustavo Cerati se preguntó una y otra vez si “Crimen” debía formar parte o no de su futuro disco. Estamos hablando de los tiempos en los que Ahí vamos estaba en pleno proceso de gestación. Y nadie podía adivinar en aquel entonces la importancia que la canción tendría en el siguiente paso de su carrera. Nadie excepto Tweety González, claro, que había sido convocado por Cerati para compartir el rol de productor. Con sólo escuchar la melodía y la secuencia armónica inicial, al toque se dio cuenta de que tenían entre manos un hit hecho y derecho con el inconfundible sello de su autor. Uno de esos temazos con cambios de acordes y una influencia spinetteana bajada al pop, como “Ella usó mi cabeza como un revólver”. Uno en el que también relucía la veta épica de composiciones como “Puente”. Tan Cerati, digamos, que se lo tuvo que advertir alguien de su extrema confianza.

“Estábamos trabajando en ‘Crimen’ y, a medida que se iba redondeando, apuntaba para el lado que terminó siendo. Hasta que lo convencí, él tenía muchas dudas y yo ninguna. Cuando me la mostró, enseguida supe que era una súper canción, distinta al resto del disco: le iba a gustar a todo el mundo. Aunque agregó la letra a último momento, ya era rompecorazones total”, repasa Tweety una fría tarde de otoño en un bar palermitano. Junto a la taza de té verde que bebe lentamente, con la misma parsimonia con la que habla, su rostro de perfil mira a través de una persiana americana en la foto de tapa de una revista de la industria del entretenimiento que lo presenta como “el productor del año”. La historia que está contando sirve para entender los motivos que justifican títulos por el estilo.

Foto: Nora Lezano

Para un álbum rebosante de riffs potentes y prosapia rockera, una balada sensible y sentida inaugurada con un piano podía entenderse como un quiebre estético. Pero en el riesgo estaba la ganancia: “Crimen” terminó convirtiéndose en la puerta de acceso al trabajo que marcó la vuelta de Cerati a los primeros planos, a los premios y al calor de las masas. Y, de alguna manera, también devolvió a Tweety al centro de la escena, un espacio que conocía a la perfección, tanto por su labor como tecladista de Soda Stereo como por haber sido coproductor y músico de El amor después del amor, de Fito Páez, que a la fecha es el disco más vendido en la historia del rock argentino, con 600 mil unidades.

Después de pasar una decena de meses en el estudio Unísono, compartiendo con músicos y técnicos jornadas de 14 horas que se extendían de lunes a sábado e incluían algunos domingos, algo debe haber olido un tipo curtido en estas lides para soltar en los tramos finales de la etapa de mezcla: “Nos ganamos un Grammy”. Algunos se rieron, incrédulos. Es que no lo decía con el tono de quien arriesga un pronóstico, sino con la certeza del que anuncia un hecho. Un poco equivocado estaba, es cierto, porque Ahí vamos no se quedó con uno sino con dos Grammy Latinos, los correspondientes a Mejor Album de Rock y a Mejor Canción Rock, por “Crimen”. Más tarde vendría la seguidilla de Gardel, incluyendo los destinados a la canción (adivinen cuál) y la producción del año.

“Cuando íbamos caminando por el pasillo, me preguntó si quería hablar. Le dije que no... Y entonces agarró el micrófono y me dedicó el premio a la producción. Me lo regaló, lo tengo arriba del piano”, revela, con la misma timidez con la que debe haber rechazado aquel convite. Y luego agrega: “Para mí fue un orgullo haber trabajado al lado de un genio como Gustavo, para potenciarlo y ayudarlo a conseguir lo que se propuso. Ahí vamos tiene un espíritu de clásico: es un disco del artista y no de un determinado momento de su carrera. Es lo que todos deseaban pero que nadie había imaginado. Mientras que los demás esperaban que fuera más electrónico, modernoso o ‘sonido 2008’, nosotros nos mirábamos y nos reíamos si se ponía color ’80 o si tenía olor a Soda. No decíamos nada. Nos cagábamos de risa y seguíamos para adelante. Era muy inconsciente, pero él es así: instintivo”.

Todo lo que necesitás son oídos

Nacido en el ’63, el niño Fabián González Amado –que más tarde sería bautizado definitivamente como Tweety– escuchó El lado oscuro de la luna en un equipo de audio que era “lo más” y se volvió loco. Eso dice él ahora, que por entonces tenía 11, 12 años y no pudo despegarse ni un minuto de esos sonidos y efectos recién llegados del futuro que parecían interpelarlo: “Ahí entendí lo que significaba producir. Ya conocía a Los Beatles, pero no podía creer lo que se podía lograr después de escuchar El lado oscuro de la luna”. La semilla de su actual profesión se la debe a un disco visionario como el de Pink Floyd, aunque sus primeros pasos como profesional los dio como tecladista de Celeste Carballo y, más tarde, de Fito Páez. “Lo de productor empezó con Fito. Durante años, era mitad y mitad: todos los huecos que aparecían en medio de las giras los aprovechaba para producir discos de grupos como Viuda e Hijas de Roque Enroll, Illya Kuryaki, Bersuit Vergarabat, Man Ray y Santos Inocentes”, enumera.

Para saber cuál es su modelo a seguir, basta con chequear su página de myspace (www.myspace.com/tweetygonzalez). Ahí, en apartado de “intereses personales”, quien encabeza la lista de sus “héroes” es nada menos que George Martin. Y en el primer lugar de sus libros de cabecera se ubica All You Need Is Ears (algo así como “Todo lo que necesitas son oídos”), del célebre productor de Los Beatles. “Es la única persona de la que tengo un autógrafo”, confiesa con orgullo. Lo consiguió cuando fueron a mezclar con Páez El amor después del amor en el estudio de Martin. “Viene cada tanto”, le comentó el ingeniero Nigel Walker. Pero los argentinos se fueron sin verle la cara, un tanto decepcionados. El propio Walker se ofreció para procurar la firma del maestro y Tweety dejó su ejemplar de All You Need Is Ears en sus manos, aunque no tenía muchas esperanzas. Sin embargo, dos meses más tarde recibió un sobre por correo y al abrirlo se encontró con la dedicatoria: “Mis mejores deseos para Tweety González”. “Después de esto, me puedo morir tranquilo”, pensó.

Al repasar su foja de servicios más recientes, no parece casual que González haya acompañado a Cerati en su viaje de regreso a las fuentes rockeras que alimentan su discurso musical. En ese sentido, habría que puntualizar dos experiencias previas como productor: el recrudecimiento del sonido de Adicta en Día de la fiebre y la pulsión guitarrera de Rocanrolero de Emmanuel Horvilleur, ambos de 2005. Para alguien que se jacta de haber sido uno de los pioneros en el uso de samplers en las grabaciones nativas (Giros, de Páez), y de haber introducido las computadoras en el ámbito de los estudios cuando casi nadie lo hacía (año ’97), resulta llamativa la descripción de su propio perfil profesional: “Fui encontrándolo sobre la marcha, haciendo discos, viendo a otra gente y escuchando mucho. Básicamente, es lo mismo que volar aviones: las horas de vuelo te suben los galones. Y también tratar de estar al día con las novedades del rubro. Aunque, hoy por hoy, la tecnología no resulta imprescindible. Más bien diría que sobra. Y eso es un problema, porque perdés un montón de tiempo. Tenés muchos recursos, pero por ahí no sabés cuál usar: a veces tardás más en elegir un sonido que en tocarlo.”

Si sobra la tecnología, ¿entonces qué falta?

–Falta gente que haga canciones. O no están muy a la luz. Hay que revolver un poco más. También pasa que hoy están invertidos los roles que siempre defendió el rock, que a lo largo de su historia se cagó en la cantidad y priorizó la calidad. Y hoy importa más cuánta gente metés en un show que lo que vas a decir en una canción. Eso era algo que venía de afuera, pero se terminó colando en el rock: no se le da tanto valor a la calidad artística, sino a los números. Se puso muy corporativo. No digo de volver al hippismo, pero tendría que haber un punto medio en el que la gente se baje del tablón en los shows y se siente a escuchar las canciones, no a cantarlas. Me encantan las canciones, pero las tarareo en mi cabeza: jamás cantaría encima de Spinetta. Esa onda “somos todos iguales arriba y abajo del escenario” puede ser socialismo o fútbol, no sé, pero no es rock.

El carrito de Soda

La mayoría de las notas que se ocuparon del renovado impulso que trajo consigo Ahí vamos destacaron el aporte decisivo del guitarrista Richard Coleman y del baterista Fernando Samalea para que Cerati recuperara una “mística de banda” que remite a las mejores épocas de Soda Stereo. La contribución de Tweety –menos visible a la hora del show– pasó a un segundo plano. Justo él, que alguna vez llegó a ser considerado el “cuarto Soda” por los fans en el clímax de popularidad del trío. Más allá de las valoraciones, recuerda: “Entré al grupo después de Doble vida y antes de Canción animal. Era un momento buenísimo. Y cuando me fui, ocho años después, fue algo emocionante. Las dos puntas fueron fuertísimas. Pero el show más caliente de Soda del que tengo memoria fue en España, un lugar donde quizás eran menos conocidos. La banda sonaba súper poderosa. Y hubo que salir a lucharla en lugares para quinientas, mil personas en los que empezábamos casi desde cero. Entrábamos apretados en el escenario. Y Dynamo era un disco que tocábamos a un volumen bestial, tipo Divididos. Ese momento sónico de la banda fue muy muy avanzado: al principio fue un poco resistido, la gente lo entendió con delay”.

A lo largo de dos décadas de trayectoria como músico y productor, pudo conocer los pasadizos secretos de la industria del espectáculo. Sin embargo Acida, su propio grupo, quedó atrapado en una especie de laberinto discográfico: aunque se formó en 1999, el dúo electro-pop que completaba Alina Gandini no llegó editar su álbum debut antes de la separación. ¿Paradoja o mala suerte? “El disco todavía no salió por cuestiones extra musicales, que tienen que ver con lo comercial. Y a veces uno también peca de inocente, confiando en gente que tiene un buen nombre pero quizá no tan buenas intenciones”, escupe con cierta amargura.

La cosa fue así: en 2000, mientras el formato MP3 aún estaba en pañales, subieron cuatro temas a la red que llamaron la atención del ingeniero y productor inglés Cris Alison, conocido por su trabajo con bandas como Coldplay y The Beta Band. Así fue como terminaron fichando para su escudería Sonic360 Records. “Era un sello nuevo, inglés: le pusimos una ficha. Después todo se hizo muuuuuy largo. Fue medio un chasco trabajar con Alison. Empezamos a grabar en diciembre de 2001, unos días antes del cacerolazo. Y lo terminamos de mezclar en Los Angeles, adonde nos mudamos con Alina al año siguiente. Ese fue el mejor momento de Acida, tocábamos mucho en Los Angeles y la revista La Banda Elástica nos eligió como la mejor banda latina de Estados Unidos. Pero el disco seguía trabado. Recién ahora va a salir, pero en Norteamérica.”

Quizás a partir de lo relatado desde el primer hasta el último párrafo, cuando la nota entra en su recta final Tweety se anima a formular una especie de balance en voz alta: “Estoy más cómodo en el estudio, es así. Pero me pica un poco el escenario: a veces lo extraño. Sé muy bien el sacrificio que implica estar de gira dos o tres años, por eso tendría que ser una situación ideal para que vuelva a hacerlo. Un proyecto en el que pueda tener el control o que sea tan grande como lo fue Soda. Porque después de acostumbrarse a determinados estándares, uno se malcría: bajarte del carrito no es divertido. Entonces, si tengo que bajarme de ahí, me subo al carrito de productor, algo que hice toda mi vida”.

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