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› Por Mariana Enriquez
El genio de Mary Ellen Mark
Es una de las fotógrafas más importantes de los Estados Unidos, y una de las más queridas. Quizá el afecto que recibe —un cariño que, pensándolo bien, no provocan demasiados artistas— tenga que ver con la áspera ternura de sus retratos. Como fotoperiodista tomó imágenes icónicas y reveladoras, como aquella de la familia Mann, que vivía en su propio auto en Los Angeles: una pareja y sus dos hijos, se los ve necesitados y tristes, pero también llenos de amor y esperanza. Mary Ellen Mark insiste en que, como fotógrafa, le interesa lo técnico y lo documental y lo creativo y lo emocional en igual medida, y lo logra. Sus series más famosas son un ejemplo perfecto de esta excelencia. En 1973, cuando trabajaba con Milos Forman para Atrapado sin salida, conoció a las mujeres del Pabellón 81 del instituto psiquiátrico de Oregon, y convivió un mes con ellas para retratarlas. Sería su primera obra maestra, pero no la última. Poco después, se superó a sí misma con los retratos tomados a prostitutas de la calle Falkland de Bombay, India.
Además, pocas logran retratos del alma de las celebridades como ella. Marlon Brando en la selva durante el rodaje de Apocalipsis Now; Johnny Cash anciano, triste y pensativo; Bob Fosse en el esplendor de su viril sensualidad, con un cigarrillo colgando de los labios.
El sitio oficial de Mary Ellen Mark es de una gran generosidad. Se pueden encontrar casi todos sus mejores retratos de famosos, y gran parte de su trabajo como fotoperiodista, especialmente sus estudios sobre circos (indígenas, vietnamitas, mexicanos). Y no hay que detenerse sólo en la galería: la sección de libros guarda tesoros en una selección muy amplia de imágenes clásicas.
William Eggleston, el Faulkner de la fotografía
Un auténtico caballero sureño, William Eggleston nació en Memphis, Tennessee, y su importancia para la fotografía es gigantesca de verdad: él logró que las fotos color se consideraran artísticas y valiosas. En 1976 hizo su primera muestra en color en el MOMA de Nueva York y provocó una revolución. Entre sus admiradores más entusiastas se encontraba Eudora Welty, que escribió sobre su trabajo: “Estas extraordinarias, atractivas, honestas, impiadosas, conmovedoras y hermosas fotos tienen que ver con nuestra vida en el mundo: triunfan porque nos muestran el presente. Se focalizan en lo mundano. ¡Y es que no hay tema más complejo y lleno de implicaciones que el mundo común!”
Lo que William Eggleston ve y retrata, sobre todo, es el Sur de Estados Unidos, sus ambigüedades, su terrible belleza y su ferocidad oculta. Un anciano simpático con un arma en la mano; la bandera confederada temblando en luces de neón; la hermosura de una hamaca abandonada entre el intenso verde sureño, a pleno sol. Y claro, es autor de algunas de las fotos más famosas del mundo, como Memphis, Tennessee, aquella imagen de la chica de azul, tan arreglada y quieta, sentada contra un poste abrazado por una cadena, en una calle suburbana. Allí, como en todas las imágenes de Eggleston, hay un misterio, una falsa normalidad que inquieta y fascina.
Su sitio oficial incluye gran cantidad de portfolios, todos magistrales, además de una extensa y relevante selección de ensayos y reseñas sobre su trabajo. Pero quizá el trabajo más impactante sea la serie sobre Graceland, la casa-museo de Elvis. Casi una síntesis del tiempo detenido, la decadencia, una cierta exuberancia abandonada.
Las luces y sombras de Bernard Faucon
Se graduó como filósofo en la Sorbona en 1973, fue artista plástico y comenzó a experimentar con la fotografía en 1977. Enseguida, Bernard Faucon se convirtió en uno de los más originales fotógrafos de Francia, considerado el mejor de la escuela “surrealista”. Sin embargo, hoy la mayoría de su trabajo está fuera del mercado, y los coleccionistas pagan fortunas por alguno de sus originales. Tampoco es fácil conseguir sus libros. Faucon abandonó la fotografía definitivamente en 1995. Hay algo de culto en su personalidad y su trabajo, y algo de divina locura en su trabajo con la fotografía mise-en-scene. El denominador común en las imágenes de Faucon son los maniquíes. El explica así su serie Las grandes vacaciones, de 1976: “Me atrapó la idea de fabricar ficciones, de una ecuación entre muñecos y foto, de infancias hechas de carne y plástico. La nostalgia y la actualidad del deseo, el poder de fijar, eternizar en luz la perfección”. Y allí están los gloriosos amaneceres, las colinas intervenidas con letras de neón, las piletas llenas de líquido rojo, los niños semidesnudos entre maniquíes cerca del fuego, las playas, las habitaciones que descubren a amantes dormidos.
El romanticismo de Faucon tiene algo de intolerable en estas épocas de corrección política, por la manera en que glorifica los cuerpos juveniles: se atreve a explorar la infancia con una valentía sólo comparable a la de Sally Mann, pero hay quienes, necios, encuentran morbo allí donde hay belleza. Su sitio oficial es una verdadera colección completa: todas las series, en alta calidad, su obra pictórica, fotos personales, y textos bilingües (francés-inglés) donde el autor explica su sensual, poético y metafísico punto de vista.
El desamparo según Boris Mikhailov
Dice que encontró un sujeto a fotografiar que siempre estará allí, en todas partes: las personas sin casa. Pero como Boris Mikhailov —nacido en Kharkov en 1938—, su mirada es diferente a la de Occidente, y el motivo es sencillo: mientras existió la Unión Soviética, no existieron los sin hogar. Aparecieron después de la caída del comunismo, y se los llama BOMJI, con mayúsculas, un término despectivo. El los siguió durante años, y en todos los casos les pagó para posar. Dice que sintió culpa en muchísimas ocasiones: una vez, cuenta, hasta vio a un joven patear a un linyera hasta romperle los huesos, y él tomó la imagen. “Lo que tengo para contar es la caída del comunismo, y es una historia eslava. Las esperanzas que esta gente perdió son otras; su desamparo es distinto porque nace de otra situación política. Muchos se volvieron locos después de la caída del comunismo, y nadie estuvo allí para ayudarlos.”
Es muy difícil mirar las fotos de Mikhailov. Son de un naturalismo brutal, y exponen una miseria violenta. Cuando lo acusan de voyeurista, él responde que muchísimo peor es ignorar, estetizar o suavizar el problema. Y allí están los jóvenes medio muertos en la calle, con el pecho desnudo en un frío atroz; los chicos delgados drogándose, seguramente agonizando; otros desnudos con mantas sobre los hombros, que parecen en camino a una cámara de gas. “Rusia es un mundo de cataclismos sociales, lo fue durante todo el siglo XX, y antes también. Es mi obligación contarlo”. La serie más importante de Mikhailov se llama Case History y fue tomada en 1997-1998. Se puede ver en la página que recomendamos. Desde allí se pueden visitar vínculos a otros trabajos, igual de impactantes, del fotógrafo más importante de la Rusia actual.
http://www.saatchi-gallery.co.uk/artists/boris_mikhailov.htm
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