Dom 24.06.2007
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ARTE II > PERFORMANCES POLíTICAS EN BUENOS AIRES

Quetzalcoatl en USA

Siempre libre: Entre el 8 y el 17 de junio, el Centro Cultural Recoleta fue la sede principal del encuentro “Corpolíticas. Formaciones de raza, clase y género”, una iniciativa del Instituto Hemisférico, dirigido por Diana Taylor (dentro de la Universidad de Nueva York) y con el apoyo financiero de la Fundación Ford, que en la Argentina contó con la coordinación de la antropóloga Claudia Briones y la dramaturga Diana Raznovich, y nucleó a una buena cantidad de artistas, activistas y académicos de América. El Encuentro, con inscripción previa, consistió en mesas redondas, muestras fotográficas, performances y grupos de trabajo donde los asistentes problematizaban el potencial de sus acciones en asuntos como el arte y la transformación social, juegos performáticos “para descolonizar el cuerpo” y teatro de comunidad, entre otros. Las mesas redondas se explayaron en la relación entre poéticas y políticas del cuerpo, con unas cuantas dedicadas al terror y la represión. Los artistas y académicos fueron muchísimos, entre ellos la investigadora Rossana Reguillo, que habló de las políticas del miedo (con base en una investigación documental de cuerpos mutilados y torturados, física y psicológicamente), el hip hopero Danny Hoch, actor que llevó su obra por las cárceles y los barrios marginales de EE.UU., Susana Cook, que versó sobre las paradojas de la Seguridad Nacional, el grupo de teatro Mapuche (dentro de la Campaña de Autoafirmación Mapuche), Soy Cuyano y las mujeres de Fortaleza de la Mujer Maya, que hacia el final avisaron acerca de una escena desafortunada con la policía, que las prepoteó mientras les pedía pasaportes y autorización para estar sentadas en los banquitos de la Plaza Francia. Una de las tardes, la Plaza Congreso se llenó de artistas y activistas, como las bolivianas de Mujeres Creando, que graffitearon el suelo con inscripciones como la que titulaba su performance: “Ninguna mujer nace para puta”. Casi diez días de agitado debate interdisciplinario en un Encuentro que se repite cada dos años y que tendrá su próxima sede en Bogotá en 2009.

› Por Natali Schejtman

Tecno-chamánico, Hi-tech Aztec, Cyber-cholo-punk y muchos otros neosincretismos post-post-post fueron rótulos de la crítica y de los amigos frente a las performances de La Pocha Nostra, la tropa creada en los ’80 por el artista Guillermo Gómez-Peña, que pasea durante el día la misma robustez de sus intervenciones, entre natural y exageradamente ornamentada: calaveras, tatuajes, cueros, lentejuelas, aros, pelo largo y gris. Entre el teatro, la declamación, la improvisación y la danza, su inmersión en el mundo de la performance tuvo que ver, claramente, con una crisis vocacional. Y la resolvió bastante bien: hizo convivir sus intereses alumbrando personajes –como el Mexterminator o el Border Brujo–- y convirtiéndose en una especie de freak en eterno crossover que se planta en escena con una presentación permeable a la respuesta del público. Suele salir travestido (dice haber sido travesti durante 25 años) y no es raro escucharlo recitar algunos de sus poemas en los que habla de “Cyber-Mayas” o “Benneton Zapatistas”, habitantes de un “continente sin nombre”. Según cuenta Gómez-Peña, su historia se emparienta a la de muchos otros artistas mexicanos: “A fines de los ’80, en México se vivía un aire nacionalista muy grande bajo una prosperidad falsa. La cultura estaba totalmente apañada y controlada por las voces sagradas como Octavio Paz o José Luis Cuevas. Los artistas jóvenes y rebeldes de mi generación no teníamos ningún espacio y muchos de nosotros nos fuimos para el Norte”. Entre Estados Unidos y México, Gómez-Peña desarrolló toda su carrera, tanto geográfica como conceptualmente, bastante atravesado por la teoría de la performance, los prefijos y las nuevas definiciones post y trans nacionales. Precisamente, en Corpolíticas presentó Mapa/Corpo2. Ritos interactivos para el nuevo milenio, una performance que cuenta con la presencia de personajes alucinógenos, desperdigados entre el público, indagando tanto en las cartografías abstractas –Gómez-Peña impone con contundencia chamánica un espanglish muy cuidado, mezcla nacionalidades y comunidades con países (“Pakistán es Inglaterra”, “Colombia es Miami”, “el Sur es el Norte”)– como en las más concretas, con banderas pinchadas como agujas de acupuntura en el cuerpo de una chica desnuda, simbolizando la ocupación en Medio Oriente. Sin embargo, Gómez-Peña se desliza con destreza y hasta parece gozar de la contradicción entre las críticas muy decididas al imperialismo que ejerce Estados Unidos sobre los países pobres y una estadía dividida entre el DF y California: “Todos los miembros de mi tropa somos fronterizos, binacionales. Un tercio de la humanidad vive fuera de sus países. Estamos creando otra cartografía, otros países conceptuales, visuales. A mí me interesa explorar la Latinoamérica que está dentro de Estados Unidos. Somos 45 millones de latinos, es una nación flotante y estamos consolidando una cultura. Me interesa ser parte de la latinoamericanización del Norte”.

No es la primera vez que Gómez-Peña viene a la Argentina. La primera vez fue a comienzos de los ’90, invitado por la fundación Banco Patricios para presentar La pareja en la jaula junto a Coco Fusco y Roberto Sifuentes, sus compañeros de La Pocha, y difícilmente va a olvidarse de esa visita: “Coco y yo vivíamos por tres días como aborígenes de una isla ficticia y nos habíamos construido toda una cultura ficticia. El segundo día de la performance vino un militar retirado que ya había venido el primer día y me tiró una botella de ácido. Tuve quemaduras de primer grado en el pecho y el estómago. Afortunadamente traía una pechera neo-azteca que me protegió”. Pero además comenta, todavía con curiosidad, el silencio generalizado que se dio con respecto al hecho: “La Fundación Banco Patricios me dijo que por favor no fuera a la prensa, ni que me internara en ningún hospital. Me mandaron una enfermera para curarme las quemaduras. Al día siguiente contrataron un equipo de seguridad, con unos personajes siniestros, y entonces el tercer día de la jaula fue resguardado por guardaespaldas de caricatura, que detenían a cada uno que se acercaba. Me sorprendió también que en esa época la comunidad artística de Buenos Aires no quisiera hablar. Hubo debates y mesas redondas, pero nunca se mencionó lo que había pasado”.

Con todas sus intenciones provocadoras e instantáneas, Gómez-Peña acerca la performance más al rock que al teatro, y viene trabajando mucho en colaboración con La Maldita Vecindad y los electrónicos Nortec Collective en videos, presentaciones y letras. Pero eso sí: que nadie llegue a decirle hippie, por favor. “Me preocupa la utilización del término chamanismo, porque eso nos circunscribe al terreno de la new age y éste es un trabajo que no tiene nada de new age: esto es cyber-punk, rasposo, venenoso, loco. Y su estructura no tiene nada que ver con la falsa democracia de los hippies, ni de los neohippies. ¡Me laten!”

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