El 3 de octubre, en el marco del Festival Docbsas 2002, parte de la obra de tres de los mejores documentalistas contemporáneos desembarcará por primera vez en Buenos Aires. En los antípodas del dogmatismo, el voluntarismo político y la candidez estética que sofocaron largamente al género, Raymond Depardon, Alexander Sokurov y Johan Van der Keuken rechazan también la idea de la sociedad como simulacro generalizado y postulan que el mundo sigue estando ahí, duro, obstinado y problemático; en una palabra: real. Entre el diario de viaje y la antropología urbana,
la autobiografía y la reflexión política, el trabajo de la memoria y el descubrimiento de universos nuevos, estos films
libres y radicales prueban que las pantallas no sirven sólo para encubrir el mundo, sino también para revelarlo.
› Por Horacio Bernades
Partes del todo
Hay varias cosas que el documental ya no es más. Materia filmada que
quiere pasar por registro impersonal y objetivo de una realidad autónoma,
por ejemplo: una ilusión que noticieros y documentales televisivos siguen
empeñándose en prolongar. El documental también ha dejado
de ser instrumento de propaganda o demostración, tesis sobre lo real
de la que el realizador-predicador aspiraría a convencer a un núcleo
de parroquianos, discurso de barricada para públicos cautivos. Hace rato
que la realidad se fragmentó hasta la atomización, cerrando el
camino a todo intento de explicación totalizadora. El documentalista
contemporáneo busca echar luz sobre los objetos parciales, la pequeña
partícula de realidad que se ofrece a su experiencia. Partículas
que el panóptico televisivo se niega a captar, por estimarlas refractarias
al consenso y a su menú de consumo de imágenes.
Como lo hace del otro lado del Atlántico el bostoniano Frederic Wiseman,
el francés Raymond Depardon penetra en sus películas en círculos
cerrados, hechos de rituales de clausura, y los observa desde un lugar de testigo,
lo que permite que el espectador asista por primera vez a esas ceremonias privadas:
el mundo de la prensa en Numéro zéro, el de los fotógrafos
de agencia en Reporters, el de una comisaría de barrio en Faits divers,
el de un hospital psiquiátrico en Urgences, el de los tribunales en Délits
flagrants, el de los campesinos en Profils paysans. Un camino análogo
alque siguieron los argentinos Carmen Guarini y Marcelo Céspedes al echar
luz sobre el día a día de la sección policiales del diario
Crónica (en Tinta roja) y, más recientemente, en la aún
inédita H.I.J.O.S., el alma en dos, sobre la cotidianidad de la asociación
que agrupa a los hijos de desaparecidos. En Dársena Sur, Pablo Reyero
pasó meses conviviendo con los vecinos de Dock Sud, en busca de una respuesta
para la pregunta: ¿Cómo es vivir en una de las zonas más
poluidas del planeta?
Fragmentos de lo real: puede tratarse del caso-tipo que permite ver cómo
funciona todo un sistema económico (la táctica de la relocalización
fabril para explotar mano de obra barata, a cargo de la firma Levis, en
Ouvrières du monde; las negociaciones del FMI y el Banco Mundial con
un país subdesarrollado en Nuestros amigos de la Banca); el personaje
que se elige, de modo más o menos azaroso, para narrar el arco entero
de una historia desde una perspectiva parcial (Blind Spot, la secretaria de
Hitler; Montoneros, una historia, del argentino Andrés Di Tella); el
fenómeno particular que se revela altamente representativo (Ciudad de
María, de Enrique Bellande, donde a partir de unas presuntas apariciones
de la virgen se devela la mutación económica de toda una comunidad,
que pasa de la industria pesada a la industria religiosa). El documentalista
contemporáneo se vincula con aquello que le es más próximo,
sin siquiera observar uno de los mayores tabúes en la historia del género:
la prohibición del yo y la propia subjetividad.
Cine de fusión
De la infracción de ese tabú nacen dos de los desarrollos más
marcados del género en la actualidad: el documental en primera persona
y el cine-diario. Johan van der Keuken se aboca a la anatomía urbana
en Amsterdam Global Village y pone en escena su condición de enfermo
terminal en Vacaciones prolongadas (ver recuadro). Alexandr Sokurov va en busca
del recuerdo de Andrei Tarkovski en Elegía de Moscú. Michael Moore
narra su intento de encarar al mandamás de la General Motors en Roger
and Me, Robert Kramer filma su travesía a través de Estados Unidos
en Ruta Uno, USA, y Andrés Di Tella incursiona en la historia de su propia
familia en la inédita La televisión y yo.
El otro tabú que el documental contemporáneo violó hace
rato en paralelo con los avances del Nuevo Periodismo es la idea
de que el género tiene prohibidos los recursos de la ficción.
El documentalista moderno convierte a aquellos a los que filma en verdaderos
personajes dramáticos; los pone en escena, los singulariza mediante el
encuadre, la iluminación y el montaje y como si fueran actores
puede incluso ensayar las escenas con ellos. Puede usar actores profesionales
sin hacerlo explícito como hace el propio Robert Kramer en Ruta
Uno, USA, o seres reales que actúan su propia historia,
como en La noche del golpe de estado, donde Otelo Saraiva de Carvalho, líder
de la Revolución de los Claveles de los años 70
en Portugal, interpreta lo que ocurrió ese día en
un escenario montado ad hoc. En el paisaje contemporáneo, esta ficcionalización
del documental converge en el fenómeno contrario, la documentalización
de la ficción, una línea que va de las películas del iraní
Abbas Kiarostami a las de los argentinos Pablo Trapero o Adrián Caetano.
¿Alguna vez tuvo el espectador argentino la posibilidad de inmiscuirse
en el cuerpo policial como le permite hacerlo ahora una película como
El bonaerense?
La mutua contaminación entre documental y ficción depara películas
en las que ambos géneros resultan indiscernibles. ¿Cómo
arriesgarse a decidir a cuál de los dos territorios pertenecen Primer
plano (Kiarostami), Caro diario y Aprile (Moretti), La libertad (Lisandro Alonso)
o Balnearios? Otro tanto ocurre con los intercambios entre el documental y el
ensayo, dos registros que tienden a mezclarse en varias películas recientes
de Godard (Historia(s) del cine, por ejemplo), casi todas las de EdgardoCozarinsky
y muchas de Sokurov, cuya impronta poética, por otra parte, problematiza
aún más cualquier intento de categorización. En verdad,
la aspiración de todo buen documental no es tanto retratar la realidad
-tarea que bien puede delegarse en el noticiero televisivo como encontrar
una verdad, no importa de qué orden sea. Pero tal vez ésa sea,
en rigor, la más alta aspiración del cine en general. Ficcionalizo
para llegar a una verdad, dijo alguna vez Van der Keuken. De la rígida
delimitación de territorios y fronteras, materiales y herramientas, alcances
y objetivos, deberían ocuparse los topógrafos y los ingenieros
civiles. Para los que aman el cine, el panorama contemporáneo ofrece
pocas cosas más vivificantes que esta red de incertidumbres, tanteos
y conjeturas donde la verdad suele aparecer sobre la marcha, irrumpiendo allí
donde menos se la espera.
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