Domingo, 19 de agosto de 2007 | Hoy
CINE > PAUL "ROBOCOP" VERHOEVEN FILMA EL NAZISMO
Tras 20 años en Hollywood filmando polémicas superproducciones en las que se las ingeniaba para denunciar el fascismo en sus camaleónicas encarnaciones (el estado policial en Robocop, la belleza hecha mercancía en Showgirls, la demagogia militarista en Invasión), Paul Verhoeven volvió a filmar en su Holanda natal, y el tema no le es ajeno: las atrocidades de los propios holandeses cometidas durante la ocupación nazi. En la semana de su estreno, Verhoeven habló con Radar para presentar Black Book, su película más explícita y personal.
Por Mariano Kairuz
Las críticas norteamericanas de Black Book hablaron de un "regreso a las raíces" de su director, Paul Verhoeven. Fue también por lo que más le preguntaron en las entrevistas, como si Verhoeven se hubiera transformado en un holandés errante que, después de más de veinte años en Hollywood, decidió volver a Europa y al cine dramático-realista –en presunta oposición a las superproducciones de ciencia ficción– con el que se consolidó originalmente como cineasta en su país. Pero Black Book, una historia de espionaje ambientada en la Holanda ocupada durante la Segunda Guerra, no es una media vuelta sino la intersección justa entre lo mejor de ambos mundos: un interés genuino por la Historia; la tensión sexual que caracterizó a sus películas desde siempre, pero sin atemperar por los censores de la industria (una negociación a la que se vio sometido casi sin descanso en Estados Unidos desde que estrenó Bajos instintos en 1992), y la potencia narrativa de ciertas convenciones genéricas aprendidas haciendo cine de este lado del Atlántico.
Black Book es un gran relato sobre la ocupación y la resistencia holandesas estructurado como una película de aventuras con una protagonista femenina fuerte –otra constante en el cine de Verhoeven, hasta la subvalorada Showgirls–. El libro negro del título es una lista de judíos en fuga, hallada en manos de un abogado holandés que hizo sus negocios con los alemanes a costa de las vidas y las pertenencias de aquellos. No bien empieza la acción, vemos a la cantante Rachel Stein (la impresionante Carice Van Houten, probable próxima chica Bond) escapar de una masacre; apenas después, ya en las filas de la resistencia, la seguimos en su misión de seducir al coronel alemán Ludwig Müntze e infiltrar los cuarteles de la Gestapo. Lo que viene a continuación es una vertiginosa secuencia de eventos: armas cargadas de sexo, traición y sospecha; el fin de la guerra y el feroz tratamiento que les dio la resistencia a sus prisioneros; intrincadas fugas a bordo de ataúdes y una salvación perfectamente jamesbondesca por medio de una barra de chocolate. Black Book es drama histórico, como el de El soldado de Orange (de 1977, el otro film de Verhoeven sobre el nazismo y la resistencia, uno de los más recordados de los que hizo en su país), y a la vez es cine de súper-acción con ideas dinámicas y un torbellino narrativo como los de su fructífera etapa hollywoodense. Con Black Book, Verhoeven no volvió atrás sino que retrocedió apenas unos pasos para tomar impulso y salir catapultado hacia adelante.
El totalitarismo es una obsesión que recorre toda la obra de Verhoeven. Su primer largo fue un documental sobre el líder nazi holandés Antón Mussert realizado en 1968; jamás se distanciaría del todo del tema, que cobró nuevas formas en sus películas norteamericanas: del proyecto policíaco fascistoide de Robocop (1987) al control social total y virtual de El vengador del futuro (1990) y a la irónica adaptación del canto militarista de Starship Troopers (la novela de Robert Heinlein) en Invasión (1997). "Creo que mi interés en el fascismo se debe a que crecí durante la ocupación de Holanda", le cuenta Verhoeven a Radar por teléfono desde Los Angeles. "Hacia el final de la guerra yo tenía 7 años, así que presencié la atmósfera de terror que se vivía en La Haya, mi ciudad natal. Es bastante normal que eso de lo que uno es testigo cuando es chico se adhiera a su obra a lo largo de su vida. He estado estudiando los regímenes totalitarios toda mi vida, incluyendo las tendencias fascistas del gobierno norteamericano de los últimos seis, siete años."
Aquel documental sobre Mussert pertenece a una época en que, explica Verhoeven, parte de Holanda no estaba todavía preparada para asumir el comportamiento adoptado por sus habitantes bajo la ocupación. "Yo estaba doblemente intrigado por la figura de Mussert porque su padre, al igual que el mío, era director de una escuela primaria en Holanda, y Mussert era ingeniero, y yo mismo, antes de dedicarme al cine, me doctoré en matemática. Me identificaba con esta persona y a su vez me preguntaba por su manera diferente de ver la vida, por cómo un hombre inteligente y sofisticado, con una educación no muy distinta de la mía, podía llegar a pensar, citando un diario de la época, que Hitler había sido enviado por Dios para salvar al mundo. Mussert había sido ejecutado en 1946, pero entrevisté a mucha gente que trabajó con él, colaboracionistas y miembros del partido nacional socialista holandés, y también a soldados que habían peleado contra los rusos en el frente oriental. Entrevisté a todo el mundo, y hubo un escándalo considerable. El documental estuvo prohibido dos años, porque en el gobierno holandés sentían que no debía permitirse que gente que había colaborado con los alemanes hablara por la televisión. Yo estaba convencido de que había que entrevistar a ambos lados y que había que poner una cosa junto a la otra y poder mirarlas de una manera objetiva. El fascismo puede ser extremadamente seductor no sólo para sus seguidores sino también para quienes lo estudian. Incluso cuando uno lo odia, quiere estudiarlo, describirlo y exponerlo tanto como le sea posible".
Verhoeven no siente que su nueva película forme parte del revitalizado interés por el nazismo del cine europeo de los últimos años, con títulos como La caída, Sin destino, Sophie Scholl y Mein Führer, pero reconoce en esa sucesión de estrenos la expresión de cierta "apertura" que también encontró en la recepción de Black Book en Holanda. "Hay una tendencia en películas alemanas e italianas a mirar al pasado con una apertura mental, a ver lo que pasó durante los regímenes de Hitler y Mussolini y reconocer finalmente que todo esto ocurrió en sus países. Hasta hace un tiempo, en los libros de texto de los escolares alemanes se encontraba muy poco sobre los años del '33 al '45. De alguna manera, se salteaban el período. Pero en los últimos 15 o 20 años los alemanes se han inclinado un poco a asimilar la posibilidad de haber ido en esa dirección. Que es una posibilidad humana, no sólo típicamente alemana o italiana, o argentina, holandesa o rusa: todo el mundo bajo ciertas circunstancias parece estar dispuesto a apelar a un liderazgo fuerte, lo que termina conduciendo a una forma de pensar fascista."
Verhoeven y su guionista Gerard Soeteman dieron con la historia real del libro negro y la Mata Hari holandesa durante sus investigaciones para El soldado de Orange, 30 años atrás. Recién la retomaron hacia el 2002, cuando Verhoeven se encontró ante la perspectiva de tener que volver a hacerse cargo de otro proyecto millonario en Hollywood, más fácil de financiar pero impersonal como fue para él El hombre sin sombra. Black Book funciona en cierto sentido como el reverso de El soldado..., donde la resistencia era incuestionablemente heroica. En Black Book la protagonista no sólo se enamora del coronel al que debe seducir y espiar, sino que, al terminar la guerra, tachada equívocamente de doble espía, es sometida a un maltrato bestial por los holandeses liberados, en el apunte más provocativo de la película sobre la resistencia y la posguerra. "La manera en que los holandeses trataron a los prisioneros –dice Verhoeven–, no es muy distinta de lo que están haciendo los norteamericanos en Abu Ghraib, o de lo que los franceses hicieron en Argelia. Los holandeses trataron con mentalidad fascista a gente que en algunos casos era políticamente naïf: los humillaron, los fusilaron o los enviaron a limpiar las minas y terminaron volando en pedazos. Esto ocurrió en toda Holanda, y es a lo que se refiere el oficial canadiense (en una escena en que a Rachel la bañan en excrementos) cuando dice: Ustedes son peores que los nazis."
Si alguna vez Verhoeven reconoció que, al entrar en Hollywood, la ciencia ficción lo ayudó a escudarse en la estructura de un género para seguir explorando sus ideas sobre el fascismo, su vuelta al cine europeo lo encontró afianzado en lo que él llama "su educación norteamericana"; la marca indeleble de su experiencia en un cine "fuertemente narrativo". "Estoy influenciado por 25 años de relatos norteamericanos; incorporé la tendencia a ver a mi público de una manera más precisa, más allá del punto de vista del arte", cuenta Verhoeven. "Le pedí a mi guionista que pusiera todo el material en la forma bien precisa de un thriller detectivesco, que era algo que estaba dado por el tema principal de la historia. La gente lee cada vez menos, y en la televisión no hay nada sobre historia, a excepción quizá del History Channel. Contar la Historia como un thriller permite llegar a más gente, y a un público más joven que hoy, creo, no está muy interesado en los que pasaba 50, 60 años atrás en Europa."
El aprendizaje del género empezó en los '80. "Desde mi juventud en Holanda recolecté documentales sobre el Tercer Reich, y lo seguí haciendo en Estados Unidos, donde hay un montón de material sobre esa época. Cuando llegué a Norteamérica estaba Reagan en el poder, así que las políticas urbanas que se muestran en Robocop tenían algo que ver con el pensamiento de derecha. El guión ya estaba escrito cuando llegué a la película; lo que hice fue poner esas ideas que me interesaban un poco más en primer plano. Pero diez años más tarde, con Starship Troopers, directamente copié, de cierta manera, a Leni Riefenstahl; muchas imágenes de El triunfo de la voluntad principalmente. Quería mostrarle a un público joven ese Vamos a la guerra; mostrar desde un diseño antiguo cómo estamos todos atrapados en el sistema de propaganda de una utopía fascista; el imperialismo norteamericano se ha extendido a tal punto a Sudamérica, que hasta se da por sentado que en Buenos Aires (origen de los protagonistas de la película) se habla en inglés, como si fuera lo mismo que Nueva York."
–Totalmente. Creo que fue el Washington Post que escribió en ese momento que el director y el guionista de Starship Troopers eran fascistas y neonazis. Ese comentario fue seguido en toda Europa, y llegó a las primeras planas de los diarios. Cuando llegué a Europa para promocionar la película se me hizo muy difícil, porque habían tomado ese análisis del Post por verdadero, mientras que la película tiene una postura contraria al fascismo, irónica, que dice que toda esta gente puede ser muy simpática y maravillosa, y que quizá sean muy buenos soldados que se cuidan los unos a los otros, pero han sido seducidos por propaganda fascista que dice que todo el cosmos, todo el universo nos pertenece.
–No vi 300 todavía, pero sí vi las reacciones que generó Munich. Spielberg fue acusado de antisemita porque en la película un combatiente palestino expresa su punto de vista sobre el mundo. Este es un ejemplo extremo de cómo la gente se puede volver loca a veces, al punto de pensar que Spielberg es un fascista sólo porque le dio voz a un terrorista palestino, cuando deberíamos tener la posibilidad de escuchar a todos los que están luchando por algo que es importante para ellos. Mientras se pone en primer plano y se condena el terrorismo individual, se permite el terrorismo de Estado en muchos países, incluidos los Estados Unidos e Israel. Es una línea muy delgada, la de los "actos de guerra": el asesinato de 70 mil personas en Dresde y la bomba en Hiroshima no son actos de guerra porque no había objetivos militares ahí, sino que estaban matando tanta gente como les era posible básicamente para asustar al resto y mostrarles que debían rendirse. Eso es terrorismo de Estado, que es el más peligroso.
–Extrañamente nada mal. Excepto por los críticos, que allá siempre han sido muy negativos sobre mi obra porque la consideran muy comercial. Y esta película fue la más exitosa para mayores de 16 años en los últimos 25 años. Durante los últimos 10 o 15 años la gente de mi país fue expuesta a muchas narraciones sobre lo que hicieron los holandeses en la Segunda Guerra. Tras la revelación de que algunos supuestos héroes de la resistencia resultaron haber trabajado para los alemanes, el público ya estaba bastante preparado para ver cosas como las que aparecen en la película. No se sorprendieron ni se enojaron; se dijeron que sí, que estas cosas ocurrieron, y aunque ésta es la primera vez que se las muestra tan explícitamente no sintieron que les estaba mostrando algo inventado. El 80 por ciento de lo que pasa en la película está basado en hechos históricos, aunque hayamos cambiado, distorsionado, condensado personajes. Sí manipulamos la historia, pero si uno se fija en la línea general, en el material temático y en los personajes, verá que es muy cercano a la realidad histórica. Aunque es un thriller, uno diría que esto es más o menos lo que pasó.
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