MúSICA
A los siete años dio su primer sermón en la iglesia que le había fundado su abuela en Philadelphia. Durante años enloqueció a los feligreses con spirituals. Hoy, es el orgulloso padre de veintiún hijos, el abuelo de sesenta y tres nietos, el dueño de una exitosa cadena de funerarias y un dedicado obispo en su iglesia en Beverly Hills. Pero, además, Solomon Burke es el último padre vivo del soul, y acaba de sacar un disco que parece bajado del cielo.
› Por Rodrigo Fresán
GLORIA, GLORIA
Dont Give Up On Me es el título y el primer track del flamante
compact que nos trae de vuelta a Solomon Burke. Bienvenido y gracias por regresar.
Once canciones que emulando el eco de operación de rescate y aggiornamiento
de gente como Roy Orbison y Johnny Cash se ordenan para elevar todavía
más a una leyenda con la ayudita más que considerable de varias
otras leyendas. Y es que el nuevo trabajo de Burke luego de varios, demasiados
años de álbumes irregulares y dispersos cuenta con colaboración
de luxe. Canciones escritas a medida o jamás grabadas por sus dueños
con firmas como Van Morrison, Tom Waits, Brian Wilson, Elvis Costello, Bob Dylan,
Nick Lowe, Joe Henry (quien además produce) y la perfecta y añeja
puntería de veteranos de la composición almera como los dream
teams de Penn & Whitset & Lindsey y Mann & Weil & Russell abriendo
y cerrando el asunto junto a la perfecta coda que aporta el ilustrísimo
desconocido y, en palabras de Burke, amigo enmascarado de la familia
Pick Purnell, quien, vaya uno a saber, tal vez sea el alias bajo el que se esconde
algún otro prócer. O el mismísimo Burke. Tendría
sentido (pero no hay espacio) describir todas y cada una de las ofrendas de
Dont Give Up On Me, grabado live en el estudio a lo largo de cuatro días
salvajes para el sello de prestige Fat Possum. Alcanza con decir que más
allá de la variedad privilegiada de su ADN el compact se escucha
como un organismo perfectamente balanceado, donde todos brillan igual y mucho,
y cuesta por momentos reconocer al estilo de este o aquel compositor a no ser
por ciertos guiños en la voz de Burke o en la improvisación de
un verso donde se agradece al remitente. Tres o cuatro tomas para cada tema
hasta conseguir una maduración perfecta. Climas y estilos diferentes
que van del soleado doo-wop al blues más rancio y que se
funden en las cuerdas vocales de Burke como manteca sobre maíz, y que
se convierten, sin necesidad de espera alguna, en standards atemporales. Himnos
como ya lo son Cry to me, Got to Get you Off my Mind,
Everybody Needs Somebody to Love (préstamo de Pickett que
terminó costándole caro: la versión de Burke le ganó
por varios cuerpos al original de su autor con la que competía en febrero
del 67) o su himno de batalla Tonights the Night. Uno
de esos compacts que te ponen de unreverencial buen humor y que, en los tiempos
que corren y que se arrastran, es más que una buena inversión:
Burke más todos sus amigos y fans por el precio de un solo hombre que
no se vendió nunca.
ALELUYA
Solomon Burke nació en marzo de 1940 y en marzo del 2001 fue integrado
a las celestiales huestes para conformar el Rock and Roll Hall of Fame. Entre
un marzo y otro, Burke no demoró en ser El Predicadorcito Maravilla
cuando enloquecía a los feligreses de su iglesia con spirituals y un
primer e inolvidable sermón a la tierna edad de siete años en
el Solomons Temple que le fundó su abuela en Philadelphia; El
Obispo del Soul; El mejor soul-singer de todos los tiempos,
según el legendario productor de la Atlantic, Jerry Wexler; el Rey
del Rock and Soul; El Padrino de Todos los Padrinos; el tipo
que grabó treinta y dos singles clásicos y todavía vigentes
que mantuvieron a flote durante varios años a su discográfica;
el King Solomon; el compañero de juergas de Sam Cooke; el
estratega que en 1968 armó el primer super grupo soul, el Soul Clan,
junto Don Covay, Ben E. King, Arthur Conley & Joe Tex; el compositor que
escribió una canción en coautoría con el boxeador Joe Louis;
el orgulloso padre de veintiún hijos, abuelo de sesenta y tres nietos,
dueño de una exitosa cadena de funerarias y dedicado obispo de su iglesia
en Beverly Hills; el excéntrico gigante que sube a cantar con una capa
de armiño y que en la portada de Dont Give Up On Me luce como consumado
gangsta de películas como Shaft o Superfly. El próximo noviembre,
Burke abrirá la noche en algunas fechas de la gira 40 Licks de los Rolling
Stones, quienes alguna vez lo versionaron. Ir, mirar, oír, y apenas ese
paliducho de boca grande empiece con eso de que no puede conseguir satisfacción
alguna, dar media vuelta y volver a casa. Satisfechos. Muy satisfechos.
AMÉN
En su libro Sweet Soul Music, el especialista Peter Guralnick se pregunta: ¿Quién
es el mejor cantante de soul de todos los tiempos?, y se responde: Solomon
Burke, con una banda que le haga justicia a su voz. Hecho. La idea de
Joe Henry songwriter inteligente, pariente político de Madonna
y co-autor de su Dont Tell, el gran hit de Music era
que el retorno de Burke sonara como una mezcla del Nightbeat de Sam Cooke
y el Music from the Big Pink de The Band. Así, un seleccionado
de sesionistas potenciados por los coros de los Blind Boys of Alabama, la guitarra
de Daniel Lanois y lo más importante de todo: las temperamentales ráfagas
a veces una caricia, a veces una bofetada a las teclas del organista
ciego Rudy Copeland. Así, negro y blanco, ancestral y moderno, libre
de truquitos electrónicos y con esa atmósfera entre eléctrica
y unplugged tan parecida a lo que se siente al caminar por un campo justo antes
de que se venga encima la madre de todas las tormentas y llueva por cuarenta
días y cuarenta noches. Pocos músicos, poco ruido, mucho clima,
algún que otro solo, el órgano ya mencionado como estructura donde
apoyar todas las vigas de la iglesia y, por encima de todo y de todos, esa voz
de ese hombre que le advirtió a Joe Henry que me voy a romper el
culo cantando. El siguiente paso fue pedirles canciones a fans reconocidos
de Burke. No hubo problema (Van Morrison, irlandés cretino, traicionó
ligeramente al proyecto cuando incluyó sus dos regalos, Fast Train
y Only a Dream, en su recién aparecido Down the Road) y hubo
para elegir y Burke se inclinó por aquellas en las que podía conectar
con la historia; yo sólo grabo canciones que tengan algo que ver conmigo
porque, una vez que las canto, ya son parte de mi vida. Grabar una canción
de otro es como adoptar un hijo: al final, casi enseguida, acaba siendo hijo
tuyo y nada más que tuyo.
Y tiene razón y Dont Give Up On Me inmediatamente comparable
a las joyas de la corona de Atlantic o Stax, sonando igual de bueno en un Wincoo
en uno de esos nuevos equipos plateados y terminators y llenos de lucecitas
parpadeantes es más que buena prueba de ello.
La verdad es que quedó muy bien, dice el sabio Burke.
Nunca, nunca, nunca dudes de lo que dice alguien que se llama Solomon.
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