NOTA DE TAPA
A diez años de Alta suciedad, el disco que le dio su merecido lugar en el Olimpo de los solistas del rock nacional, Andrés Calamaro volvió a un estudio para grabar un disco entero de canciones nuevas. Dos días antes de que La lengua popular llegue a las disquerías, el mismo Calamaro cuenta cómo nacieron estas doce canciones de notable eclecticismo con destino de himno.
› Por Martín Pérez
Aunque suene muy seguro en las entrevistas que le han hecho –y que le harán– a la hora de explicar la razón del nombre de su último disco, Andrés Calamaro confiesa que la duda alrededor del título duró hasta último momento. “Cuando llegó la fecha límite para encargarle el arte del disco a Liniers, aún no estábamos seguros”, recuerda. Según precisa Andrés, para el productor del disco –Cachorro López, su compinche musical desde la época de Los Abuelos de la Nada– era un nombre muy academicista, casi cervantino. “Le sonaba a declaración de principios refundacionales. Una cosa ya habitual en mis títulos”, se resigna y sorprende Calamaro, que pasa a enumerarlos sintetizando en uno los dos primeros de su lista: “Alta honestidad, El cantante, El salmón, El regreso”. La lengua popular, tal el título de su flamante álbum, es en realidad apenas un fragmento o una esquirla, al decir de su autor, de “Mi Cobain (Superjoint)”, último tema del disco y que dentro del mismo es, aclara, “una canción periférica, algo distinto”.
A más de medio año de aquellos cabildeos alrededor del nombre, La lengua popular ya tiene su teoría y explicación. “Ya sea estética o meramente conceptual”, arranca Andrés. “La lengua como músculo sano que necesita acción, como primordial del idioma, de la canción, del verso. Y como símbolo stone. También tiene varias equivalencias dentro de lo que es nuestro folklore, nuestra identidad, nuestras banderas.” Pero para seguir encontrándole posibilidades, sentido y sensibilidad al título de su nuevo disco, Calamaro también propone volver sobre la letra en sí misma. “En la canción, la lengua popular se tiene que mojar, en el sentido más español de ese verbo, que es jugarse por algo, decir lo que se piensa. Como si dijese: la voz de la calle se va a jugar por mí, o por ellos mismos. No se van a quedar callados esta vez, ¿no? Mi Cobain no va a sufrir por los demás, quiere vivir para contarlo pero, ya que están, que la gente no se quede en el molde. Para sacarle al Cobain que cada uno lleva adentro un poco de peso de encima.”
Llegado a este punto, el autor se desdice un poco, no sea cosa de haber develado demasiado; de que el chiste de las posibilidades deje de ser tal y se confunda con certezas. “Bueno, son sólo algunas ideas”, apunta. “Al mismo tiempo me gusta pensar, y me gustaría creer, que La lengua popular es un título que no tiene significados pesados.”
–Oh la la: ¡sería un buen nombre para un actor porno! Un Holmes Sifredi oral... o si no para un buen verseador. Mejor: ¡para un payador! (Risas.)
Si bien hay que esperar hasta dentro de dos días para saber el veredicto de sus fans –saldrá a la venta este martes 11 de septiembre–, La lengua popular ya es celebrado como el auténtico regreso de Calamaro a su mejor forma pop. Una idea que nació, en rigor de verdad, tiempo antes de que el disco terminado comenzase a dar vueltas entre los periodistas. Tal vez porque, después de su preciosista experiencia con Litto Nebbia, Andrés se puso al servicio de Cachorro López, el hombre detrás de las perillas de los últimos éxitos de Julieta Venegas y Miranda!, pero también con el que comenzó –allá lejos y hace tiempo– el camino de productor, ocupando juntos ese rol en los últimos discos de Los Abuelos de la Nada. “¿Si yo producía sus temas y él los míos en aquella época? Gran pregunta. Nunca nos atrevimos a tanto.”
También fue el propio Andrés quien empezó a hacer olas al respecto de la gran cualidad pop de su nuevo disco cuando, mientras iba avanzando la grabación, adelantaba que se iba revelando como un disco atómico. “Es un digno heredero de Alta suciedad, también por lo frívolo y profundo. Que no es profundamente frívolo, ni frívolamente profundo”, anunciaba en un mail fechado por aquella época. Tal vez sea clave esa frase en el tema “La mitad del amor”, en la que anuncia que ya no es el viejo Andrés. Aunque el estribillo completo haga referencia en realidad a que sigue siendo el mismo, pese a ciertos cambios.
–Para mí El regreso es otro disco. Pero en lo que se refiere al estribillo de ese tema... bueno, son teorías. Hay gente que sostiene que lo único que cambian son las estaciones, y que los hombres no cambian. Pero yo no estoy seguro, aunque no podría negarlo, ni confirmarlo.
–Hace poco comentamos ese aniversario con Joe Blaney, el productor del disco. No hicimos un análisis con nostalgia. Pero para los dos fue un momento ideal, comprometido, libre... genial. Un momento que yo no supe prolongar. Por motivos personales, un año después era todo diferente. Estaba volcado al caos y la grabación de Honestidad brutal fue mucho más crítica, con más fiesta y más drama.
A la hora de hacer un análisis de los más recientes pasos de la prolífica carrera de nuestro artista, se podría dividir su derrotero en dos caminos paralelos, que arrancan juntos, en El cantante, el disco producido por Javier Limón. De allí salen dos rutas paralelas, y acaso levemente divergentes. Una es celebratoria y comienza con El regreso, el disco en vivo que testimonia su retorno a los escenarios, sigue con el DVD Made in Argentina y se continúa en La lengua popular. La otra sigue con Tinta roja, su disco de tangos, también producido por Limón, para desembocar en El palacio de las flores. Las discusiones alrededor de este otro camino –la polémica que despertó aquí Tinta roja, y la indiferencia alrededor del disco con Litto Nebbia– son las que más incomodan a Andrés. “Hace poco lo vi a Santaolalla y me dijo: ‘Grabaste un disco con Nebbia, sos un genio, es nuestro padre’. Yo creo que El palacio de las flores es un disco que tiene letras, canciones, arreglos, simpatía y también a Litto. Así que no comparto el repudio, mucho menos español, hacia ese disco.” ¿Es esta segunda ruta la que lleva a Calamaro hacia la big music, que es como Javier Limón denomina a la música de los grandes estilos: el jazz, el flamenco, el tango, y demás? “¡Ojalá!”, se entusiasma Andrés. “Yo creo que con los años fui mejorando, escuchando mis recitales grabados, sufriendo con mis dudas en los discos. Fui tratando de ser menos peor, de cantar letras dignas, éticas y estéticas. Fui mejorando mi color vocal, y así llegué a algo que, más que un estilo, denominaría como mi forma.”
Tal vez por insistir con ese camino es que el contundente La lengua popular es celebrado como un regreso a ese viejo Andrés que ya no es. Un disco breve y contundente, con apenas doce temas: seis lados A y seis lados B, como le gusta decir a su autor. “Los lados A son los primeros seis del disco, y los B son los que siguen”, precisa. Abierto y cerrado por dos temas de la época postsalmón, de los diez temas restantes del disco producido por Cachorro, la mitad se compuso en Rosario, donde Calamaro acompañó el año pasado a su mujer durante el rodaje de la película de Fito Páez. Por eso es que en varias letras se menciona al río. “Cachorro me preguntó por qué hablaba tanto del río, no entendía por qué lo nombraba tanto”, cuenta Andrés. “A mí, ver el Paraná me pone de buen humor. El paisaje argentino mesopotámico, más precisamente. Todo lo que no es decadencia y pobreza, claro. Los amaneceres reflejados en los charcos de agua de lluvia, la bruma, los cielos en La Pampa. Esas cosas.”
Son aquellos temas los que traen una de las cosas más celebradas del nuevo disco: cierto tono como agregado a las clásicas canciones de amor marca Calamaro. “No es que estuviese buscando un repertorio de ese tenor”, aclara. “Lo que sucede es que cada día, o noche, que mi mujer se iba a filmar, yo me quedaba grabando algo en el hotel. A veces le preguntaba si quería que le grabe algo en especial. Una tarde me pidió algo húmedo, algo erótico. Y la esperé con dos canciones más sensibles de lo que se entiende por erotismo tradicional, porque el erotismo también tiene algo de intimidad y compromiso: ‘Soy tuyo’ y ‘Lo que más me gusta’. Resultaron ser canciones alegres pero emocionantes, si se me permite evaluar mis propias canciones como emocionantes. Al menos emocionaron a Julieta y a Leonora Balcarce, que también volvía de filmar. ‘Soy tuyo’ le gustó inmediatamente a Cachorro, aunque le incomodaba el factor erótico. Le resultaba demasiado explícito, y para la versión del disco recorté una estrofa entera. Le pedí a una serie de notables una mano con la letra y el resto es historia conocida. La otra canción, ‘Lo que más me gusta’, también estaba buena. Era más subtropical. En realidad tenía más cantidad de canciones orientadas a la cumbia-hop, loops con bajos subtropicales. Una se llamaba ‘Las tres Marías’, y había alguna otra más. ¡Hay un potencial bootleg rosarino!”
Cuando habla de las virtudes de La lengua popular, Calamaro las resume en dos nombres: Cachorro López y Liniers. “Sé que es por ellos que este disco va a ser recordado”, asegura, generoso. No es poco lo que logra Liniers con sus dibujos, ilustrando letra tras letra, permitiendo que el escucha se pierda en sus dibujos, como en otras épocas más heroicas del rock cualquier potencial escucha solía sumergirse en la portada del vinilo en cuestión. “Con Liniers vuelve el arte a los discos, es mejor que un vinilo... aunque ya nadie sabe lo que es eso, además”, se resigna Andrés. “Tengo que confesar que en otras épocas estaba muy atento a las historietas, leía la Nippur y la Skorpio. Pero ahora no tanto, y por eso Liniers se me pasó. Pero lo que hace te alegra la vida. ¡Es un genio!”
Lo de Cachorro tiene otro volumen, por supuesto. “Vio venir el disco: lo que podía ser, lo que tenía que ser, cómo tenía que sonar, el balance, el equilibrio, el sonido, y cómo hacerlo.” Según recuerda Andrés, formalizó con su productor luego de que escuchasen los temas de aquellos demos rosarinos más alguna selección del material inédito postsalmón. “Arrancamos con seis temas”, recuerda. “Yo negociaba para grabar algunos rocks extraviados, pero López me pidió que escriba cosas nuevas. Y sabía exactamente lo que el disco necesitaba. Para ser lengua y popular, supongo. Yo sólo quería mantener unos porcentajes de rock y de eso que yo llamaba cumbia.”
–Digamos que sí. Un pedido, una sugerencia, una orden, un desafío, una necesidad. Como músico y autor tenía que darle a Cachorro lo que hiciera falta para que lleve la carabela hasta las Indias, digamos. Hagamos un rock medio tiempo, una balada rockera, algo con este ritmo... funcionaba así.
–La verdad que le tengo que dar las gracias a Cachorro por eso. No se conformó con lo que se podía grabar conmigo sino que me puso un par de puntos. ¡Y se bancó mi primera cara de pánico! Me dijo que usáramos el estudio, nuestro tiempo, para hacer canciones. Y así fue como un lunes cualquiera llegamos al estudio para escribir canciones, e hicimos una ese día, otra el martes, otra el miércoles y una cuarta el jueves...
–¡Qué bonito! Sí, así fue. Resumiéndolo bastante... ¡pero fue exactamente así! Y Litto fue la época de hacer realidad los sueños que soñamos despiertos. Hubo que recuperar la confianza primero, pero la humildad después. Con la esperanza delante y los recuerdos detrás, diría Yupanqui. Fue así: Limón me devolvió la música, Bersuit la confianza, Litto la humildad, Cachorro las canciones. Venía esquivando baldosas y terminé curtiendo popular grosso.
Algunas de estas cosas que menciona Calamaro en el párrafo anterior las canta en “Carnaval de Brasil”, que ya tiene su propio video. Un tema que sigue una línea histórica en Andrés: la de sus canciones que hablan de canciones, como “Mi rock perdido” en Sin documentos, “Son las nueve” en Honestidad brutal, “Todas son iguales” en El salmón. “En teoría es una canción que no seduce porque el síndrome de la hoja en blanco parece, de entrada, medio plomo. Pero tanto se estaba hablando de las canciones, de mi sequía compositiva, de la incontinencia anterior, de poder o no poder, que tenía que desbaratar un poco las teorías. Era algo que me convenía, ya me estaba molestando un poco la presión.”
–Es que es un mito que no se sostiene. Porque los torturados, o los dopados, tienen fecha de caducidad. No hacen canciones lindas para siempre, terminan hechos mierda. Al final es un milagro que sigan tocando y cantando, y la noticia es que no hagan un desastre.
–Digamos que sí. Pasé de sentirme capaz de todo, del dominio total de la técnica, a sentir que ya no existía más. Un ex músico. Ni lengua, ni popular.
–Creo que ya nadie duda de eso. O nadie debería. Litto es aleccionador. Y Tanguito ni sabemos si existió realmente. Aunque recuerdo que Pappo me contó cosas de Tango. Cosas... cósmicas. Le encantaba Tanguito, lo describía como un tipo realmente elevado y talentoso. Pero también me acuerdo de que Miguel Abuelo no lo quería mucho a Ramsés. Decía que era imbancable... y mirá que Mike era áspero cuando quería, y dulce... cuando también quería. Pappo no se quedó con un buen recuerdo de Mike. Ese trío... ¡era como un enfrentamiento de poetas cabeza!
–Estoy apurando al público más joven, en realidad. Es mi forma de decir: si no entendés es porque te falta educar el oído o el corazón, el paladar y la lengua. Es un apriete, digamos. Pero hay algo que es cierto: las cosas nuevas que escribí para El palacio de las flores y para este disco, las escribe un corazón que latió más veces.
“Con el Indio Solari me une un hilo visible de cariño y respeto: algo personal”, explica Calamaro sobre su relación con el ex Redondos.
“Cuando dijo que le gustaba Honestidad brutal fue una revolución. Mis amigos venían a casa con champagne. También se decía que para el show del grupo en River habían preparado ‘Te quiero igual’. Vine de España justo ese día y fui a verlos al pogo. Después del show hablamos un poco, pero un poco es un decir porque, por entonces... ¡yo internaba bastante al personal!” Andrés recuerda haber visto en vivo a los Redondos allá en los lejanos comienzos de la banda, cuando tocaban raleado y cada evento era un happening. “Los vi por primera vez en el ’79 con decenas de personas en el público y verdaderos buñuelos. En la puerta estaba Julio Avegliano, que había sido manager de Huerque Mapu, el grupo de mi hermana, y me dijo: Acá nos ponían bombas. Fue en el Centro de Artes y Música, un sótano en la calle Cerrito. Me acuerdo de que entré gratis. Ahí conocí a los Raíces, y empezó todo.”
—Era demasiado joven. Pienso en Pacino, que empezó a filmar a los 26. Me gustaría haber empezado a grabar con 26, y no con 16. No sé qué edad tendría el Indio cuando escribía esas letras tan buenas.
—Se nota. Qué envidia. Nunca me di cuenta de eso.
El pasado 18 de agosto, hace menos de un mes, se cumplió un año desde la muerte del guitarrista Guillermo Martín, después de una incesante y valiente lucha contra el cáncer. Tenía apenas 42 años y había iniciado su carrera en el grupo Desesperados durante la década del ’80, y actualmente formaba parte de Loquillo y los Trogloditas. “A Guille lo conocí el mismo día que llegué a Madrid, un septiembre, en un bar de Malasaña en la Calle del Tesoro”, recuerda Andrés, que sufrió mucho su muerte, ya que Martín formó parte de su banda tanto presentando Alta suciedad como grabando y tocando los temas de Honestidad brutal. “Fue un gran compañero y amigo, un espíritu muy especial, un elemento roquero de los que ya no existen. Muy alegre y muy buen guitarrista alquimista, con mucho barrio, con mucho conocimiento de lo que es el rock: de qué se trata, cómo tiene que sonar. Hasta último momento giró con un amplificador y una guitarra que yo le prestaba, porque Guille no era de aquellos músicos preocupados por el equipo, ni por nada en particular. Sufría como todos los hombres y por los mismos motivos, pero tenía una especial alegría de vivir”, lo recuerda Calamaro, que ha vuelto a tocar en vivo con el Niño Bruno y Candy Caramelo, integrantes de aquella banda de la que formaba parte Martín. “Si aún estuviese por aquí hoy estaría tocando conmigo, o con Loquillo. Sin dudas que sí.”
—Me siento querido. Nos vemos con Vicentico, grabé con Melingo, nos escribimos con Germán Daffunchio de Las Pelotas, somos amigos con Juanse. Además sé que tengo el respeto y el cariño de muchos colegas. Pero tu pregunta es otra y, sinceramente... El primero que me contó que mi repertorio era una influencia importante fue Cucho, de los Decadentes. Me lo siguen diciendo, pero yo no sé distinguir cuáles son los grupos que están influenciados por mí. Me consta de Pity, pero él tiene vuelo propio y nadie diría que necesita de mi influencia. Pero para creerme que tengo influencia en el rock, tendría que escuchar más grupos repitiendo experiencias parecidas a El salmón, a Honestidad brutal, a El cantante... y creo que Pity es el más valiente.
—En el rock, y en la ruta, se recortan las diferencias de edad, y uno encuentra hermanos de carretera que no son, exactamente, aquellos de tu misma edad. Sin embargo, mi generación, si vale la pena aislarla del resto por motivos teóricos, es interesante: es la de Pedro Aznar y el Mono Fontana, la de Fito y Gustavo, Juanse y Sarco. Nos llevamos algunos años más, o menos, pero... ahí estamos.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux