Dom 06.10.2002
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PLáSTICA

El coleccionista de huesos

En Circular Nº 1, la muestra que acaba de inaugurar en la galería Daniel Maman, Luis Benedit despliega el fruto de largas y azarosas peregrinaciones argentinas: huesos de vaca y de caballo, cruces, collages de osamentas y neón, maquetas de instituciones criollas, ranchos de piedra... Entre el objet trouvé y la ironía, Benedit se da varios lujos al mismo tiempo: desconcertar la ortodoxia del ser nacional, parodiar a Don Segundo Sombra y hasta reivindicar a próceres modestos que la historia oficial sigue ninguneando.

Por Laura Isola

En esa suerte de poética del ser nacional que es “El escritor argentino y la tradición”, Borges señaló que “podemos creer en la posibilidad de ser argentinos sin abundar en el color local”. Quien parece haber adherido a esa creencia, en más de un sentido, es Luis F. Benedit, como lo prueba la muestra impecable que ocupa toda la inmensidad de la galería Daniel Maman. Bajo el título Circular Nº 1, Benedit expone el fruto de una afanosa recolección: cientos de miles de huesos de vaca y de caballo son la materia prima preponderante para empezar a hablar a su modo, bien borgeano, de la argentinidad. Un modo que consiste en desviarse con inteligencia del color local y el lugar común. Benedit prefiere borrar con una heterogeneidad aparente la remanida pregunta por la identidad nacional e instalar la cuestión en términos de “el artista y sus circunstancias”. “He insistido en que el artista tiene que ser sus circunstancias. Uno tiene que poder verlas vaya donde vaya. Sin embargo, esto no quiere decir que haya que hacer gauchos. Una cosa es hacer arte en la Argentina y otra es el arte argentino”, explica Benedit, dándose un descanso después de inaugurar la exposición. Y las “circunstancias” se pueden listar como sigue: retratos en carbonilla, acuarelas que reeditan su famoso Trypanosoma Cruzi (obra presentada en la Bienal de Sudáfrica en 1994 y nunca expuesta en la Argentina), ese mismo cuadro que alude al Mal de Chagas, cruces de madera y hueso, collages de huesos con números de neón que indican el año y el consumo de carne, ranchos de piedra, maquetas del Hotel de Inmigrantes y del Faro del Fin del Mundo, entre otras. Es muy sugestivo que la muestra se abra con un enorme retrato de Don Segundo Sombra, el paisano metafísico que tenía poco del habla de los gauchos y mucho de los asiduos concurrentes a los salones de París. ¿Homenaje? ¿Ironía? “Es como una parodia”, dice Benedit: “Un señor de San Antonio de Areco me mostró el rancho de Don Segundo y me contó que su padre le había regalado una bicicleta a Don Sombra y que iba en bicicleta al pueblo. Me pareció buenísima la imagen del gaucho en bicicleta”.
Al lado de Don Segundo está Amado Bonpland, un botánico que fue viajero y acompañó a Josefina Bonaparte. Una figura que quedó opacada por la trascendencia de Humboldt, pese a haber participado activamente en Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, obra monumental en la que describe 6 mil especies de plantas desconocidas. A modo de reparación histórica, Benedit le corta la cabeza a un retrato de Alexander von Humboldt y le trasplanta la de Amado Goujand Bonpland, restituyéndole el ambiente tropical que tanto investigó, custodiándolo con unos loros embalsamados prendidos del marco y acercándole una planta de orquídea para completar el cuadro. “Bonpland viajó con Humboldt, que era noble, conocido y un marquetinero impresionante, por lo que su nombre quedó medio perdido. Él era el que realmente sabía. Cuando llega acá se obsesiona con la yerba mate. Intenta robar una planta y lo meten preso en Paraguay, acusado por el dictador Francia de espionaje y de querer quitarle a ese país su principal fuente de riquezas. Estuvo nueve años preso, y una vez liberado se fue vivir a Corrientes. El gobernador de Corrientes, que probablemente fuera un animal, tuvo una cierta conciencia del valor del personaje y lo tomó como botánico y le dio un sueldo. Bonpland terminó muriendo pobre en un rancho en Corrientes.”
¿Por qué ir al campo a buscar respuestas sobre la identidad?
–Empecé en los ‘70 trabajando con la relación arte/ciencia, haciendo obras muy universales. Como estrategia para estos tiempos, debí haberme quedado con eso, que hoy es una cosa de moda. Pero me cansé. Así fue como empecé a trabajar con la identidad, una palabra que no me gusta nada. Me atrae esa universalidad de la Argentina, la constante pregunta sobre qué somos, y para responderla empecé por lo más simple y obvio: el campo.
¿Qué es lo que encuentra específicamente en el campo?
–Nuestro campo es simbólicamente muy pobre, en relación con otras culturas con pasados gloriosos. Ese vacío nos ha hecho distintos. Cuando vivía en Europa me acordaba del campo y ese horizonte muy curioso y bajo de la llanura. Y al mismo tiempo es un campo con una intelectualidad muy sofisticada. Estuve releyendo Don Segundo Sombra, que es un libro muy bien escrito, y Güiraldes me sorprendió como ejemplo de los escritores que vivían entre París y San Antonio de Areco.
¿Pareciera que su tradición es más literaria que plástica?
–Una vez, un curador americano me dijo: “Yo puedo tener una idea de Argentina a través de sus escritores. Pero ustedes, los artistas, ¿qué hicieron?” Me dejó mal, empecé a tirarle nombres: están éste y aquél... Pero lo que me surgió fue la idea de hacer una historia del arte argentino que no lo homologue con Europa, como lo hace nuestra historia crítica. Armar una lista con todos los artistas que no figuran en la lista oficial, y que fuera mucho más interesante y representativa. Por ejemplo, Molina Campos, Xul Solar, entre otros. Son artistas que le agregan un átomo a la historia del arte.
Molina Campos siempre aparece entre sus preocupaciones artísticas.
–Todavía no se lo ha reconocido como el pintor que fue. En 1989 me rompí el alma para hacer una muestra enorme en el MNBA y tratar de que se lo viera más allá de los almanaques de Alpargatas. Molina Campos es un personaje muy poco conocido. La gente cree que era una especie de gaucho iletrado con facilidad para la pintura, pero lo cierto es que era un tipo de lo más snob. Viajó por todo el mundo y tuvo una casa cerca de Los Angeles, en Tiburón Beach. Dibujante de la revista Esquire, hizo una campaña de tránsito para la ciudad de Nueva York y el afiche de los cincuenta años del Madison Square Garden. Era un personaje universal que describía un mundo ético y paradisíaco, sin ricos ni pobres. A la manera de un moralista, del otro lado de los almanaques escribía refranes que recomendaban no tomar, votar y no pegarle a la patrona.
¿Cómo trabaja lo político en relación con el arte?
–Tengo algunas obras sobre los alambrados que por su contenido político, históricamente, me parecen más importantes que la batalla de Cepeda, por ejemplo. Otro tema es el caballo, que, desde la conquista en adelante, lo interpreto como un animal político.
Esta muestra es mucho más abierta que otras: no admite una única lectura.
–Sí, a tal punto que una señora muy creyente me felicitó porque había hecho unas cruces y me dijo qué suerte que estaba tan religioso. Igualmente descreo del mensaje. Me ha pasado ver algunas obras bastante buenas, que te llaman la atención, y cuando leés el título te das cuenta de que el artista no tiene ni idea y que todo le salió de casualidad. Con el mensaje pasa algo parecido. No quiero ser malo, pero vi una obra de un artista que para mí es muy discontinuo, que de lejos me pareció buena. Cuando me acerco, veo que es una mano que rompe el vidrio en un negocio para agarrar un pan. ¡No se puede ser tan obvio! Si hubiera roto la vidriera con el puño, una linda imagen, y en vez de un pan hubiera agarrado un tren eléctrico o un reloj, sería una obra más abierta y mucho mejor. Hay que entender la política sin inocencia. Por ejemplo, en la muestra de arte político de los ‘60, que está muy bien hecha, se ve esa concepción de la política inocente, casi tonta. Meritoria, pero un poco zonza, y yo creo que es por la obviedad. Porque el avión de Ferrari es una buena obra a secas, no importa en qué año haya sido hecha. Es buena aquí o en la China.

La muestra Circular Nº 1 de Luis Benedit permanecerá abierta hasta el 30 de octubre en la Galería Daniel Maman, Avda. Libertador 2475, de lunes a viernes de 11 a 20 y los sábados de 11 a 19.

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