LIBROS
Un pasado muy particular
Después del batacazo de El lector, el best-seller que lo hizo famoso hasta en los Estados Unidos, el juez y escritor alemán Bernhard Schlink vuelve a borronear en Amores en fuga las fronteras entre lo privado y lo público. Siete relatos brillantes, siete historias de amor contrariado, pero también siete maneras descarnadas de revisar los últimos sesenta años de la historia alemana.
› Por Claudio Zeiger
Quizás tenga que ver con su profesión. Bernhard Schlink es, además de escritor, juez, y un juez serio de un país serio debe ser una persona ecuánime, capaz de contemplar todas las facetas –de las más luminosas a las más oscuras– del alma humana, impartir justicia después de pensárselo mucho y desarrollar argumentos con parsimonia, desenvolviendo las más diversas hipótesis, analizándolo todo, haciéndose muchas preguntas. La claridad expositiva es una de las mayores virtudes de este juez que ya había escrito y publicado algunas novelas policiales de culto, hasta que la publicación de El lector batió records de popularidad en su país natal, mereció traducciones a varios idiomas y desembarcó con éxito en Estados Unidos.
Ahora acaba de publicarse en castellano su nuevo libro, una colección de notables relatos titulada Amores en fuga (Anagrama). Pero antes de presentar este volumen hay que hablar de El lector, que es una historia de amor, pero también una novela sobre criminales de guerra nazis, esos que se cobijaron en la obediencia debida, pero fueron juzgados en los años posteriores por crímenes que no habían prescripto.
“Pienso que no existe una memoria en estado puro. Éste ha sido uno de los grandes temas para mi generación”, afirmó Schlink, nacido en 1944, en una entrevista realizada por un medio norteamericano cuando se publicó El lector en los Estados Unidos. “Para muchas familias es una cuestión personal, porque provocaba peleas entre padres e hijos. Uno de mis maestros favoritos, el que me enseñaba inglés y me enseñó a amar la lengua inglesa, también nos daba clases de gimnasia. Y pudimos ver en su brazo el tatuaje de las SS. De un modo u otro, debíamos afrontar el tema no como una abstracción teórica sino como un problema personal, y muy vívido. Hubo muchos libros sobre el tema ni bien terminada la guerra, pero luego, en los cincuenta y los sesenta, no tuvimos tantos. Y de los años sesenta a los ochenta, la literatura alemana se concentró principalmente en el Holocausto. El lector es uno de los primeros libros, creo yo, que pone en escena cómo la generación que vino después de la guerra se enfrenta con lo que hizo la generación anterior. Mi generación, y también la siguiente, quería una literatura que se preguntara cómo lidiar con el Holocausto y con la participación de nuestros modelos adultos en todo eso.”
Entonces, ¿cuál es la historia de El lector? ¿Y qué es la historia para El lector? En la novela, desde luego, la historia es personal y lo personal es histórico. Es la lucha entre la sobredeterminación de la historia y la imposibilidad de los individuos de “ser” fuera de la historia.
La gran sorpresa formal del libro es su límpida partición en dos mitades: en la primera se despliega la historia personal de los personajes, una historia de amor y un fuerte vínculo sexual entre un chico de 15 años, hijo de padres profesionales, y una mujer de 36, revisora del subte. El romance empieza de un modo más bien casual. Él vuelve un día a su casa enfermo –pronto se sabrá que tiene hepatitis– y se descompone en la calle. La mujer corre a asistirlo “casi con rudeza”. Una vez restablecido, él va a visitarla a su casa para agradecerle. A la segunda visita se acuestan por primera vez. La relación es rústica: la sensualidad exacerbada del adolescente encuentra su complemento en la bestialidad de la mujer, una campesina que lo baña todo el tiempo y le hace el amor con vehemencia y le pide, a cambio, que le lea en voz alta. Michael lee a Goethe, Heine, Schiller, Tolstoi, Dickens, y Hanna escucha con fruición. Es una devoradora de libros... oídos. Pasan los años. La relación se afianza, pero también se estanca. Un buen día, cuando está por comenzar un curso que le significará un ascenso en el trabajo, Hanna desaparece de la ciudad sin dar ninguna explicación a su muchacho, que queda destrozado. Fin de la primera parte.
En la segunda, el joven Michael tiene ya unos veinte años y estudia derecho. Un profesor lo lleva a presenciar el juicio contra unas mujeres involucradas en la muerte de prisioneros en un campo de concentracióndurante un incendio. Se las acusa de no haber movido un dedo para salvarlos. La acción transcurre en los sesenta, cuando la sociedad reabre el debate sobre los campos, las SS, la obediencia debida, las órdenes y las responsabilidades en el trato a los prisioneros. Entre las acusadas, Michael distingue a Hanna, su amor de años atrás. Michael duda: ¿darse a conocer? ¿Mirar para otro lado? ¿Preguntarle por qué huyó? El hecho de haber sido guardiana de un campo no es el motivo central que justifica su huida. Hanna viene huyendo de algo más vergonzante que el nazismo, algo que explica por qué le pedía a Michael que le leyera en voz alta: es analfabeta. Y entre esa marca de no cultura y el debate sobre los roles en la guerra bajo el nazismo, El lector sigue avanzando hacia un final donde todas las hipótesis, las preguntas y planteos son desmenuzados con la frialdad del analista, pero también con la pasión nostálgica del amor imposible, el amor perdido, el amor que no corresponde.
AMORES DIFICILES
“Hay nuevos puntos, nuevos temas e intereses y nuevas preguntas acerca de cómo el resto de Europa y América convivirán con una Alemania unificada. Con la reunificación, todos los alemanes se vieron llevados a preguntarse nuevamente qué significa ser alemán. Todos debemos reconocer que Alemania es un país con un pasado muy particular”, declaró Schlink. Quizás por eso mismo, en uno de los relatos de Amores en fuga llamado “La circuncisión”, que cuenta el difícil romance entre un alemán y una judía en Nueva York, ella (Sarah) le dice a él (Andi): “Es normal que a la gente le choque que seas alemán, que se pregunten hasta qué punto lo eres, qué hay en ti de alemán y si eso es bueno o malo. Deberías estar acostumbrado”.
Pero es obvio que no todos se acostumbran, y que es la incomodidad latente entre las generaciones la que ha dado lugar a la obra de Schlink. Amores en fuga es la continuación de El lector por otros medios. Son “casos” de amor, así como se puede hablar de casos policiales o casos judiciales: hay una exposición ordenada de los hechos, un despliegue retórico de las hipótesis (¿qué hubiera pasado si en lugar de tal cosa X hubiera dicho tal otra?) y luego se nos da entender que toda historia amorosa es, en el fondo, un dilema ético y existencial: la puja entre el deseo y el deber; la pregunta de si debajo de los hechos materiales, carnales, del amor, hay o no una esencia del amor. Y desde luego, tratándose del autor de El lector, los dilemas nunca quedan circunscriptos a la vida privada.
Los siete relatos de Amores en fuga son un velado repaso de la historia alemana desde la posguerra hasta los años posteriores a la reunificación. Y es formidable cómo lo hace Schlink. Se destacan la historia de amor y amistad entre un alemán occidental y una pareja del Este implicados en un juego de traiciones (“El salto”) y el ya mencionado “La circuncisión”, donde alemanes y judíos “progres” de Nueva York se enfrentan en un osado intercambio de prejuicios, corrección política y, quizá, racismo. La última historia (“La mujer de la gasolinera”) lleva magistralmente a los alemanes fuera de Alemania, a reanudar sus vidas amorosas en los Estados Unidos, donde un hombre verá materializado su sueño recurrente (encontrarse con la mujer que cambiará su vida) en una gasolinera en medio de la ruta. ¿Y si el sueño americano fuera la última obsesión germana? ¿Y si ser americanos fuera el fantasma que los sobrevuela ahora, cuando se están replanteando qué significa y cuán soportable es ser alemán?