PERSONAJES > ENTREVISTA CON NEIL GAIMAN
Durante años, Neil Gaiman fue uno de los guionistas de cómic más respetados del mundo gracias a Sandman, la saga que desestructuró para siempre la historieta. Más tarde, con sus novelas –gráficas y literarias– se convirtió en un nombre notable de la ficción. Ahora acaba de alcanzar la gran fama con el estreno de Stardust, la adaptación al cine de una de sus novelas. Y se prepara para Beowulf, de Robert Zemeckis: él escribió el guión. “Si sale mal seré el responsable de haber arruinado el poema fundante de la literatura anglosajona”, dice en una charla desde Londres. Sin embargo, la responsabilidad no parece pesarle demasiado.
› Por Martín Pérez
La historia de cómo un chico se hace hombre. Así es como Neil Gaiman resume en una frase la historia de Stardust, aun cuando de esa manera se parezca demasiado a muchos otros relatos. Pero, ciertamente, la historia del chico que se hace hombre al entrar en la Tierra de las Hadas buscando una estrella que cayó del cielo –y al dar con ella descubre que es una rubia hermosa, perseguida tanto por unas brujas que quieren comerle el corazón para tener juventud eterna, como por los crueles herederos de un trono en busca de la joya que golpeó contra la estrella y la hizo caer a la Tierra– no es demasiado parecida a ninguna otra. Con ella, Gaiman aclara que en un principio quiso hacer su propio relato tolkeniano, pero al mismo tiempo mezclarlo con los recursos de las comedias románticas clásicas, que reúnen a una pareja de jóvenes que en un principio pelean todo el tiempo, pero terminan enamorándose. Todo eso es Stardust, un libro encantador y romántico, lleno de personajes queribles, una trama que derrocha imaginación y un curioso talento para revisitar temas clásicos y divertirse con ellos al mismo tiempo que no deja de honrarlos (algo que Gaiman suele hacer en todas sus obras, sean historietas de superhéroes o fantásticas, novelas o libros para niños).
Aún cuando la película que se acaba de estrenar en las carteleras locales –con el subtítulo de El misterio de la estrella– tiene guión del propio Gaiman, el resultado está lejos del disfrute que proporciona el libro. No sólo porque la sutil fantasía de Gaiman deviene en algo pueril al ser llevada a la pantalla grande, sino que también –y más especialmente– por el insulso doblaje al castellano que banaliza todas las actuaciones.
Por teléfono desde Londres, donde estuvo presente en la premiére británica de la película, un Gaiman evidentemente satisfecho con el resultado final explica por qué decidió involucrarse en la adaptación. “No quise que me pase lo mismo que a Alan Moore; él decidió que con sus historias había hecho las mejores historietas que podía hacer, y no quería saber nada con su adaptación al cine, salvo cobrar su cheque. Así hizo con Desde el infierno, La liga extraordinaria y V de Vendetta. Pero al final terminó con tres películas que odió, y se quebró con la última. Así que decidí ser uno de los productores de Stardust: quería tener algo de lo que pudiese estar orgulloso”.
A los 46 años, si de algo puede estar orgulloso Neil Gaiman es del lugar que ocupa como escritor, con una libertad de la que pocos pueden presumir. Después de haber sido el autor de Sandman, una saga que durante los 90 amplió los horizontes del comic norteamericano, Gaiman es hoy un escritor con una impresionante cantidad de fanáticos –con los que se comunica a través de su site, en el que escribe diariamente– y que ha publicado con sorprendente éxito de crítica y público tanto novelas para adultos como libros para chicos. La divertida y apasionante Anansi boys, su última novela, fue número 1 de la lista de best sellers del New York Times, y la adaptación teatral de un libro ilustrado para niños como Los lobos detrás de las paredes acaba de estrenarse en Broadway. “Me gusta la idea de que nadie me puede detener”, confesó Gaiman en la breve charla realizada la semana pasada, mientras hacía las valijas para dejar Londres y volver a su casa. “Me gusta saber que tengo el poder y la habilidad para escribir tanto para adultos como para chicos. O para escribir tanto libros simples como un poco más complicados. ¡Y nadie me puede decir lo que tengo que hacer!”. Al punto de que, ahora que ha vuelto a su casa, deberá terminar su última novela infantil, en la que cuenta la historia de un niño cuyos padres son asesinados brutalmente, y termina siendo criado por una familia de fantasmas, que se encargan de enseñarle a vivir en el mundo de los vivos, pero también todo lo que saben los muertos. Una trama que no sería sencilla de vender como novela infantil, salvo para alguien como Neil Gaiman.
Otra de las cosas que celebra es el hecho de que, pese a tener sus fanáticos, aún no ha perdido esa libertad que da un relativo anonimato. “Cuando llegó el momento de la premiere y tuve que caminar por la alfombra roja, que en realidad era verde pero igual caminé por ella, la gente gritaba los nombres de las verdaderas estrellas, y sólo se dieron cuenta de mi presencia un par de fans, que tenían mis libros en sus manos. Y me gustaría que las cosas sigan siendo así”. Pero ahora que Hollywood ha llamado a su puerta, y Stardust es sólo la primera de un par de películas a punto de estrenarse, tal vez ese anonimato sea difícil de mantener. A fin de año llega Beowulf, la adaptación del poema épico fundante de la literatura anglosajona en una película dirigida por Robert Zemeckis. “Todo joven de habla inglesa se enterará de su estreno”, se resigna Gaiman, autor del guión. “Si sale mal, seré el responsable de haberlo arruinado”. Y para el año que viene está anunciada la versión en stop motion de Coraline, su hermosa novela para niños, con dirección de Harry Selick, el director de El extraño mundo de Jack. “Cinco años atrás Selick iba a dirigir una versión con actores, para la que Michelle Pfeiffer ya había aceptado hacer de la otra madre de Coraline. Entonces lamenté que se hubiese frustrado el proyecto, pero ahora me gusta la idea porque Selick es un genio cuando se trata de stop motion”. Aunque suena agotado por cinco semanas de viajes de promoción, Gaiman recuerda con afecto otros viajes, los dos que hizo a la Argentina, un país en el que aún no están editadas ninguna de sus novelas. “Estuve allá en 1998 y en el 2002, y me gustaría volver”, dice. “Cada vez que ustedes salían en las noticias desde entonces, pensaba en lo amables que habían sido conmigo. Y siempre que me preguntan digo que es un lugar donde no sólo se puede conseguir un buen bife, algo que es bien sabido, sino donde también se puede conseguir una buena ensalada. ¡Y eso sí que me sorprendió!”.
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