TELEVISIóN 2
Puedo escribir los versos más tristes
“Franco Buenaventura” termina el 11 de octubre, dejando un tendal de muerte y destrucción a su paso. Despedimos aquí al profesor de Literatura más yeta de la TV como se lo merece: para siempre.
Por C.Z.
Hay que remontarse al final del verano de la crisis para recordar que “Franco Buenaventura” era la gran esperanza blanca de Telefé: no sólo iba a competir con “Son amores” sino que la iban a exportar y, para tal fin, el personaje de Osvaldo Laport no sólo enseñaba literatura sino que además bailaba tango en la tanguería de su madre, la gran Norma Pons. El tiempo pasó, el rating fue esquivo (al menos según la febril expectativa creada el primer mes), el guión de la telenovela se internó por senderos inescrutables, la tanguería languideció y ahora, en sus últimos días, “Franco Buenaventura” ni siquiera tiene el horario ganado: normalmente va a las 22 y cuando está “Videomatch” (lunes y jueves) va cuando a Tinelli se le canta, última ofensa gratuita para un producto que, si bien no resultó exitoso, ostenta uno de los mejores elencos de actores en pantalla.
¿Por qué las ficciones, últimamente, parecen monstruosos experimentos pseudo vanguardistas o, por decirlo con la palabrita de moda, bizarros? Pasó con “Primicias”, “Verano del ‘98”, “Ilusiones” y, este año, con “Franco...”. No pasó con los productos más exitosos y parejos de los últimos años: “Campeones”, “Son amores”, “Los simuladores”. El atiborramiento de géneros, trucos, tonos y registros diferentes de “Franco...” es francamente insoportable, sobre todo en los últimos tramos, cuando (como rezaban las viejas narraciones) los acontecimientos se precipitan. El televidente está viendo una escena conmovedora entre padre e hija, o entre dos amantes, y enseguida la interrumpen para mandar un envío grotesco que lleva el anticlímax hasta la molestia. No se había visto últimamente un programa tan empeñado en irritar a los espectadores. Si hasta parece que fuera a propósito.
De los actores, lo mejor que se puede decir es que son unos santos. Todos se bancan firmes en su puesto y actúan con seriedad las máscaras del absurdo: de Gustavo Garzón a Eduardo Blanco, de Patricia Echegoyen a Roberto Carnaghi, de Celeste Cid a Viviana Saccone. Como la Selección, se reunió a un gran equipo de individualidades para nada, o para muy poco. Y del protagonista, Osvaldo Laport, hay que decir que es todo un caballero: intentaron embarrarle la cancha entrevistándolo a la salida de una fiesta, lógicamente achispado, le mandaron movileros molestos y hasta intentaron inventarle un romance lolitesco con Celeste Cid (que, de ser verdad, no haría más que agigantar su Figura y merecería el respeto eterno de todos los falsos galancetes); Laport resistió fuera y dentro del set; sabe que éste no fue su año, pero los orientales no se doblegan y va a ir por la revancha. En el set soportó la coraza de un personaje al que, en vez de antihéroe, los guionistas convirtieron en un yeta, un destructor, una maldición caminando.
Como corresponde a este tipo de notas, Radar anticipa en exclusiva el fin de “Franco Buenaventura”: Laport se convertirá en gitano en pocos meses, volverá “Gran Hermano” (3) y La Boca recuperará su calma chicha, sin tanto asesino psicópata dando vueltas. Y la poesía, arma cargada de futuro, descansará en paz.