DIBUJO > A PROPóSITO DEL “MARTíN FIERRO” DE FONTANARROSA
El jueves 8 de noviembre llega a los cines Fierro, la película, versión animada de Martín Fierro que usa ilustraciones de Roberto Fontanarrosa. Y a propósito de este evento, Juan Sasturain reflexiona sobre el gran clásico nacional y cómo fue interpretado en forma gráfica por cada uno de los dibujantes que se atrevieron a darle forma.
› Por Juan Sasturain
Hay que pensar al largo poema de ida y vuelta de Hernández como un texto nacido y crecido fuera del sistema literario de su época. O al menos fuera del modelo habitual y de las reglas de circulación de los textos. Escrito por un diputado y periodista opositor al sistema vigente en su tiempo, para defender una causa de algún modo ocasional y denunciar ciertas políticas puntuales –la situación de un sector social semimarginal de la campaña– El gaucho Martín Fierro no circuló, en principio, por los carriles comunes a la literatura de su época. Su autor eligió una forma expresiva pegada a la oralidad y una lengua impostada (está escrito “a la manera de”) para manifestar su deseo de situarse en cierta tradición, la de “cantar opinando”, pero sobre todo como un modo de acercarse a un lector real, mayoritario, que era el que le interesaba.
Tal vez por eso Martín Fierro tampoco fue propiamente un libro sino un folleto –incluso de salida ilustrado por grabaditos, tentación reiterada y manifiesta– que se vendía en los almacenes como hoy lo sería en los kioscos, y su itinerario de lectura y consumo no terminaba en las encuadernadas bibliotecas sino en la memoria atenta de los lectores a veces iletrados que repetían sus versos, haciéndolos suyos.
El hecho de que ese texto rasposo nacido sin pretensión y en los arrabales del incipiente sistema cultural y de la literatura argentina se haya convertido –equívocos lugonianos y exegesis de Rojas mediantes– en reputado clásico de los clásicos nacionales es una cuestión que cada lector ha de replantear y descubrir en el mágico e insustituible momento de la gozosa lectura personal. El camino hacia el encuadernado en cuero y las ediciones anotadas con ominoso estudio preliminar exhaustivo trae aparejados efectos no deseables para ninguna obra literaria: el extrañamiento, la (falsa) distancia que imponen las obras “clásicas”. Al Martín Fierro le pasa en cierta medida eso. Se las aguanta, sin embargo, porque sobre todas las cosas es una obra maestra. Así, ha aguantado los embates de sucesivos intentos de ilustración. Al ponerle (algunas) imágenes o ponerlo (todo) en imágenes, diversos artistas lo han leído e ilustrado y de algún modo empaquetado; lo han decorado con tono, trazo y colores propios.
Sin tratar de agotar las posibilidades, me parece que se pueden deslindar, entre varios, dos tipos de aproximaciones gráficas al Martín Fierro. Una es la mirada criollista, tradicional, nativista, conservadora, de pintores e ilustradores especialistas en el tema gaucho –Saubidet, Marenco, Lamela, Roume y tantos otros– que ven la obra de Hernández como summa y suma de arquetipos, clásica encarnación del sentimiento nacional, biblia gaucha, texto noble. Acaso por eso su aproximación es sobre todo estática y de pretensión reconstructiva, documental de usos, uniformes, prendas y caballos. El resultado es ornamental, vistoso y a veces frío.
Otra mirada es la de los artistas que durante los sesenta y los setenta –Castagnino para Eudeba y Carlos Alonso para Emecé sobre todo, pero también Di Toto, Roberto González y otros– leen el poema “por izquierda”, como poema social, crónica de violencias e injusticias, desde un expresionismo “comprometido” que no para en detalles más o menos folklóricos pero pretende conmover desde los climas. Los dibujos a tinta de Castagnino y de Alonso son ejemplares al respecto.
De algún modo, esas dos posturas que en la ideología plástica –si cabe decirlo así– divergen, comparten sin embargo un mismo concepto de ilustración como forma de adhesión y exaltación de lo escrito: subrayar su sentido, darle lustre, resaltarlo. Quiero decir: al Martín Fierro le ha faltado un Oski –que sí frecuentó y se regodeó en sintonía con el Fausto de Del Campo–, un ilustrador que si se adhiere literalmente al texto es para dialogar burlona, sabiamente con él. Lo mismo que hace Carlos Nine hoy, otro ilustrador/devastador.
¿Qué ha hecho Fontanarrosa? Lo que ha hecho él, realmente, es ilustrar el Martín Fierro con una serie de dibujos que acompañaron la edición gorda del poema de Hernández publicado por De la Flor en 2004. Un trabajo, para mi gusto, soberbio. Aunque son ilustraciones y no secuencias, es el laburo de un narrador, un recontador de historias con dibujos –que su formación viene de ahí, de la historieta seria, realista– que ya venía ejercitado en el trato y maltrato de textos clásicos de la literatura universal desde comienzos de los setenta. Incluso el mismísimo Inodoro Pereyra original es un ejercicio paródico –en lo argumental– y de cita plástica del trabajo de Castagnino –en el dibujo a tinta– a partir de Fierro y aledaños del estereotipo gauchesco.
En las ilustraciones para la edición de De la Flor, Fontanarrosa usó ese trazo del realismo caricaturesco contenido y no se privó, asordinada, casi casualmente, de incurrir en el gesto humorístico: las flechitas, las señales, las marcas...
¿Qué han hecho ahora con Fontanarrosa? Tanto en la edición fasciculizada de Clarín como en la película, partir de aquéllos y de otros dibujos suyos y agregarles fondos que (para decirlo livianamente y por lo que se ve) no le hacen ni gracia ni justicia. El efecto de la maquinada escenografía realista como telón sobre el que se recortan las figuras del Negro tiene el mismo grado de incongruencia de esos espantosos paneles del subte que, con las figuras de Patoruzú y Patoruzito dibujados según el estilo genuino de Quinterno, naufragan en una puesta en escena patagónica de pretensión realista.
Los directores Liliana Romero y Norman Ruiz llegaron a la gran épica gauchesca a través del camino del samurai, del cowboy y del guerrero de animé. Sonará extraño pero no lo es tanto: después de todo, Kurosawa –así como él mismo trasladó Shakespeare al Japón medieval– fue exitosamente transpuesto al western spaghetti en los ’60. Y Fierro, la película, primera versión en dibujos animados del texto de José Hernández, se alimentó de esos relatos y estilos narrativos que en el cine argentino, siempre en conflicto con los géneros, suelen parecer lejanos, foráneos. “Nos lo planteamos como western –explica Romero–; en el sentido de que no fuera demasiado dialogada, en especial como algunos spaghetti westerns que nos encantan, como Erase una vez en el Oeste. Pero para que funcionara teníamos que encontrar un estilo de animación específica para los diseños de Fontanarrosa, y por eso descartamos el uso del 3D y apuntamos a una animación más japonesa, un poco más dura, con movimientos cortos, que permitiera mantener el espíritu gráfico de los dibujos originales. Lo que suele suceder en animación es que cuesta tanto animar una secuencia que por lo general se deja la cámara fija y en plano general para que se vea todo el trabajo que se hizo. Nosotros rompimos un poco con eso, reencuadramos –a veces de una escena en la que está animado el plano completo usamos solo las patas de los personajes– y eso, sumado a un movimiento de cámaras, permite darle otro dinamismo al relato.”
El objetivo de apelar a estos recursos de fuentes tan diversas fue crear un relato eminentemente visual. De hecho, después de convocarlo a Fontanarrosa, los productores del proyecto llamaron a Romero y a Ruiz por su experiencia previa en trasladar universos gráficos muy personales a la animación. Hace tres años llevaron adelante un experimento inusual en su primer largometraje, El color de los sentidos, para el cual crearon secuencias de animación basadas en pinturas de Benito Quinquela, Raquel Forner, Cándido López y Antonio Berni. Fontanarrosa estuvo a cargo de todos los personajes pero no de los fondos, que Romero y Ruiz diseñaron basándose en pinturas paisajísticas de artistas como Della Valle y Pueyrredón.
La película toma la primera parte del poema; la leva forzosa de los gauchos, la deserción de Fierro y su regreso al pago, donde no encuentra a sus hijos. “Nuestra idea es que la animación no es solo para nenes –dice la codirectora–. Pero había que lograr un equilibrio difícil en este caso. Es una película para chicos, pero chicos grandes, de al menos 10 años. Estaría bueno que se abriera cierto debate con los padres a partir de cosas que los chicos no entiendan del todo en la película. El relato de Hernández tiene un concepto del indio que hoy es políticamente incorrecto, y por el que agregamos una escena extra, la del ataque de los soldados a las tolderías, para balancearla un poco. No partimos de la idea de Fierro como héroe sino como mártir; su conflicto moral es una de las cosas más interesantes del Martín Fierro: es un personaje rico por lo contradictorio, uno lo ve matando milicos, que lo estaquearon y piensa al fin reaccionó y lucha por su libertad. Pero después mata a un negro porque está borracho. No es del todo bueno ni del todo malo; es el gen argentino.”
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