PLáSTICA
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Instalada en Nueva York desde hace tres años, Alejandra Seeber volvió a Buenos Aires con Living Rum, una de las muestras más impactantes del año. Entre el dramatismo y la gracia, sus notables interiores manchados se alimentan de materiales y técnicas múltiples, pero la Causa en la que militan es una sola, espesa, salvaje, vital: la Causa de la Pintura.
Por Santiago Rial Ungaro
“No puedo creer que me digan que les parece una muestra alegre. NO ES UNA MUESTRA ALEGRE. Es dramática.” De visita en el país para presentar Living Rum, su nueva exposición de pinturas en Dabbah-Torrejón, Alejandra Seeber está indignada. Víctimas de su cólera, quien escribe y el talentoso diseñador de indumentaria Andrés Baño coinciden. Tratan de hacerle entender a la artista que Living Rum, con su carácter decorativo “de emergencia” y sus caóticas explosiones de color, es un acontecimiento estético, una exposición “alegre y romántica”. Baño está convencido: “Se nota que es una gran artista. Todos los grandes artistas siempre dicen lo mismo: ‘¡No es lo que ustedes quieren ver! ¡Es otra cosa!’”. Por su parte, lo que Radar detecta y confirma no es la singularidad de la mirada de Seeber, ya manifestada en muestras anteriores como Serendipia (1999) y Seeberhood (2000), sino el hecho de que esa mirada se haya vuelto más compleja, rica, indescifrable. Así que la muestra es alegre, romántica, dramática y muchas, muchas otras cosas.
“Para mí la pintura siempre es sobre el tiempo. Siempre carga con la carga del autor, lo que la lleva a la ficción. Cuando vos ves uno de esos cuadros de Berni llenos de personas, lo que percibís es tiempo”, dice Seeber, que desde el sonido de su apellido (See-Ver) anuncia cualidades visionarias en los dos idiomas que maneja habitualmente. “Me cuesta quedarme encerrada en las palabras: creo mucho en la imagen”, aclara, y luego admite que la última película de David Lynch (Mullholand Drive) fue una de las principales influencias de esta serie. Esa confianza en la imagen la ha llevado a volcar, desde finales de los ‘90, todas sus actividades plásticas en la pintura. En palabras de la crítica Inés Katzenstein, se trataba de una “apuesta a la pintura como materia exploratoria”. Cada apuesta implica un riesgo, pero el que no apuesta no gana. “Estoy en New York desde hace 3 años. No me fui pensando en instalarme ni mucho menos. Fui a hacer una muestra, me fue bien y entré en un programa de becas. Y así empecé a ver cómo era la cabeza de los que hacen arte en otro lado.”
Lo que más llamó la atención en New York de su obra fue justamente que apostara tanto a la pintura. “Para mí fue muy importante que a un pintor como David Reed le gustara tanto lo mío. Yo creo que Reed inventó algo en pintura: no podés darte cuenta de cómo están hechas sus pinturas. Es algo físico. Y que sin conocerme comprara obra mía y me hiciera mostrar mis cuadros en diapositivas a sus alumnos fue un estímulo enorme.” De cualquier manera, aunque Seeber reconozca que estos años fueron de mucho aprendizaje (algo que está presente en las obras), la cualidad de sus pinturas procede, en estos últimos años, de una paradoja estética absolutamente plástica: sus pinturas son figurativas, pero sus ideas son abstractas. Para Seeber, la pintura es el punto donde confluyen todas sus experiencias en otras disciplinas del arte: asistente de dirección de teatro, ópera, vestuario, sin olvidar la experiencia compartida con Andrés Baño, para quien realizó el diseño de las telas de una colección de indumentaria. A esto se suman sus experiencias con el arte digital. No son muchos los pintores que asisten a seminarios de capacitación de programas como el Photoshop y el Adobe Illustrator.
Pero todos los caminos conducen a la pintura: “Yo llevo todo hacia ahí. Estoy todo el tiempo tratando de ver cuánto puede absorber la pintura de otros mundos. Y aunque en algunas pinturas trabaje con lo digital o con fotografía, no creo que haya dudas de que en última instancia siempre es una pintura. Nunca dejo de ser una pintora, aunque trabaje con arte digital. La idea es sumar todo lo que hay alrededor, desde la tapicería hasta el arte digital y la fotografía. Me gusta atravesar técnicas que supuestamente van a anular tu esencia, como es el caso de lo digital: es algo que implica un riesgo, un desafío”, dice Seeber, que no duda en confesar, luego de insistentes preguntas, la simpatía que siente porFrancis Picabia, el compinche de Marcel Duchamp. (Recordemos que, a diferencia de su célebre amigo, Picabia dedicó sus esfuerzos plásticos a realizar una investigación sobre las posibilidades de la pintura, en una actitud análoga a la de Seeber.)
Con sus pinturas definitivamente retinianas, Living Rum ilustra bastante bien (aunque no agota) esta actitud de Seeber como pintora. Están realizados con técnicas mixtas; la especialidad de Seeber: acrílico y óleo sobre tela, paredes descascaradas, retratos cortados en tiras, pinturas capitoneadas, todo manchado y agujereado con un gusto delicioso. Una de las novedades de la muestra es el uso del capitoné en algunos cuadros: es algo que “salió de la idea de trabajar las pinturas como cueros. Yo trabajo mucho las pinturas fuera del bastidor, pasándolas de un lugar a otro. Y esa idea me llevó a la tapicería”. A esas obras se suman un par de objetos (“mis primeras esculturas”) realizados con un método curioso: Seeber artista repartió algunos objetos entre sus amigos y les pidió que los rompieran. Después volvió a armarlos como esculturas. Esa actitud de destruir para construir (también presente en los cuadros que están tejidos, que primero fueron cortados en un sentido y luego vueltos a unir) emparenta sus trabajos con el collage: una sumatoria de formas y colores que la artista puede componer como desee, como si creara las piezas de un rompecabezas y luego intentara descifrar su orden. Y ese orden es, justamente, una pintura. En algunos de los cuadros toma forma de díptico y permite ver distintos ambientes de interiores, intervenidos y fusionados por manchas.
Realizada por Seeber en New York, “muy lejos de lo que estaba pasando acá”, la muestra aparece cohesionada por manchas. ¿No nos une la forma sino la mancha? “Cuando vieron los dípticos, algunos pensaron que tenía que ver con una doble vida mía. Lo cierto es que hice la hice en New York, pensando en Argentina. Pero ¿quién puede decir que no tiene, por lo menos, una doble vida? Siempre está la posibilidad de que haya un acá o un allá; eso pasa en cualquier lugar del mundo, aunque acá esa situación está más marcada, tanto por los que se fueron como por los que se quedaron y piensan todo el tiempo si se van a ir o no. Conscientemente o no, esas cosas deben estar, así como la desaparición de la clase media y el ensanchamiento de la franja de pobreza. Yo creo que en estos meses necesariamente hubo un sinceramiento, una actitud de dejar caer lo que tenía que caer. En realidad, lo extraño es que lo que pasó el año pasado no haya pasado antes: la desocupación era cada vez mayor, y la contradicción que existía entre el discurso de la clase política y lo que pasaba era enorme. Por lo menos ahora hay un sinceramiento con respecto a que esto es un caos. Creo que la pretensión europea de Buenos Aires ya perdió todo sentido. Lo increíble es que hubo todas esas muertes, pero de la clase política no se suicidó nadie. Eso es realmente increíble. Y como nadie es culpable, todos siguen conviviendo. Y el país sigue existiendo. Lo cierto es que ahora allá todos saben dónde queda Argentina.”
Cuesta no pensar que el extraño equilibrio de Living Rum pueda aportar, si no una estabilidad, al menos un sostén emotivo: dramático, sí, pero también romántico y alegre. Crear una forma, destruirla y volver a armarla: eso es lo que hace Seeber. Una tarea de recomposición donde formas y colores están en estado de metamorfosis, en crisis pero vitales. “Creo que confiar en un medio y exponerlo a distintas situaciones es algo que tiene que ver con la filosofía y con la fenomenología. Cuando una obra me gusta, a mí me cuesta mucho explicar cuál es la razón. Es algo que experimento cuando estoy frente a las obras. Vos me preguntás sobre mis influencias, y yo lo que te puedo decir es que escucho todo el día a Yoko Ono, y que desde que estoy allá escucho a Los Auténticos Decadentes cada vez más. No podría nombrar ningún texto en particular, pero todo lo que leí de estética, o las explicaciones que se le suelen dar a la pintura, alo que pasa con la retina, el ojo y la percepción, todo eso es fenomenológico, es filosófico. A mí siempre me intrigó mucho saber cómo ven los demás, cómo ven un perro o una mosca. Hay muchas teorías sobre los colores, pero que a tal registro del color se lo llame ‘rojo’ es pura convención, porque en rigor nunca sabemos qué es lo que el otro ve, si el rojo que vos ves es el mismo que veo yo. No hay ninguna forma de comprobarlo. Simplemente es una vibración-reflexión de la luz a la que llamamos ‘rojo’”.
La diversidad de técnicas y el desparpajo con que Seeber interviene las paredes de la galería (se destaca un pequeño rincón revestido de papel imitación ladrillo a la vista: algo así como la réplica de un cuarto descascarado, con diversas capas de empapelados) podrían llevar a pensar que se trata de una instalación realizada por varios artistas. Pero una mirada más profunda da a entender que no, que la pintora es una, que lo múltiple son sus recursos y que la muestra es un manifiesto pictórico: un rescate emotivo de la pintura como medio ideal para expresar ideas abstractas. Algo abstracto pero tangible, como la luz. “Mis planes son planes de aura. No sé cómo explicártelo: es algo espiritual, que tiene que ver con lo que me está pasando en este momento. Cada vez que hago una muestra, siempre busco que esa cualidad llegue a los cuadros. Lo que nunca sé es cómo va a pasar. Y hay también una intención de defender a la pintura, que sufre ataques todo el tiempo. Eso me pone más testaruda, y llevo todo a la pintura. Me cansa escuchar que la pintura es decorativa. Y antes que lo haga otro, prefiero destrozarla yo.”
Sin embargo, Seeber reconoce que le cuesta consumir pintura. “Consumo más otro tipo de expresiones. De hecho no creo que piense como pintora, y no tengo el fetichismo de los pintores con los pinceles, el lienzo, etc. A mí no me importa nada de eso. No creo en los materiales nobles. Ni siquiera pienso en cuadros. Pienso más en una atmósfera. Pienso un montón en la ecualización, en la textura. Trabajo buscando una textura general; por eso juego con todo lo que tengo a mano.” Tanta apertura tiene sus límites, pero una vez más son pictóricos: “No soy de usar retroproyecciones/técnica que consiste en proyectar una foto sobre la tela y pintar lo que se está viendo/. Nunca lo hice eso, casi te diría por una cuestión ideológica. Y finalmente, cuando decidí probar y hacerlo, se quemó la bombita. Y bueh, me dije: por alguna razón yo no tengo que retroproyectar”.
Tal vez la razón de su renuncia sea la misma que explica la emotividad de la que está cargada esta muestra. Dice Seeber: “No trato de disimular los caminos que decido tomar. Tal vez eso se lea como emotividad. Tal vez porque cuando pinto siempre dejo una parte de la pintura a la pintura, a los materiales. Siempre hay una parte donde ni yo sé qué es lo que va a pasar. Tal vez eso sea emotivo: es un encuentro con algo que no estaba planeado. Y también puede tener que ver con la decisión de mostrar siempre el trabajo de la mano. Eso no quiero borrarlo de ninguna manera. Hay pintores que saben muy bien dónde empiezan y dónde terminan, pero ésa no es mi forma de pintar”.