Domingo, 6 de enero de 2008 | Hoy
BEBIDAS > EL AJENJO VUELVE A SER LEGAL EN ESTADOS UNIDOS
Su nombre está ligado a buena parte de las leyendas artísticas de los siglos XIX y XX. Los estados a los que induce han sido responsabilizados por suicidios, asesinatos, brotes, grandes obras y lamentables finales. Fue prohibido y su mala fama lo acompañó durante todo el siglo. Sin embargo, detrás de las malas lenguas se escondía una guerra comercial; del otro lado, la pluma de grandes poetas. Ahora que el ajenjo vuelve a ser legal en Estados Unidos (con su arrolladora influencia en el mundo), he aquí su historia y algunos de sus grandes momentos en boca de sus célebres bebedores.
Por Mariana Enriquez
Fue la gran bebida maldita, la que hasta hoy evoca historias de locura, decadencia y magia. La que esclavizó a sus amantes, la que llevó al suicidio a Van Gogh y condenó a Paul Verlaine; la bebida favorita de Degas y Toulouse-Lautrec. El ajenjo y su misterio oscuro seducen por el peligro, aunque en realidad el licor no es peligroso (o lo es tanto como cualquier bebida alcohólica si se la toma en cantidades grotescas). Sucede que a principios del siglo XX hubo una conjura fomentada por una buena oportunidad: los productores y vendedores de vino querían detener la popularidad del ajenjo –había crecido por problemas con los viñedos que subieron el precio– y encontraron la excusa en un crimen cometido por un suizo que, borracho de ajenjo, asesinó a toda su familia en 1905. Un año después, entre el lobby y la mala prensa, el ajenjo se prohibió en Europa. En 1912 se prohibió en Estados Unidos. Algunos países como España y Checoslovaquia no se plegaron a la ilegalidad, pero allí la bebida nunca había sido popular, y no había productores. Mientras tanto, creció la leyenda. Y en los años ’90 del siglo XX se empezó a percibir una lenta pero segura vuelta de la bebida del hada verde. Se volvió a legalizar en Europa, pero casi nadie la fabricaba: la mala fama permanecía, y nadie quería caer en la bancarrota con la aventura de devolverle la vida a la bebida más romántica. El cine de encargó de ofrecer escenas donde la bebida verde era símbolo de pasión y bohemia: en Drácula de Francis Ford Coppola, en Moulin Rouge de Baz Lurhmann, en Desde el infierno de los hermanos Hughes, donde la toma con seducción infalible Johnny Depp.
Por fin, entonces, el ajenjo volvió a ser legal en el mayor mercado del mundo, el que marca las tendencias, el que lo desparramará por el mundo una vez más: en Estados Unidos. Y ya está el escenario preparado. Uno de los bares más atractivos de Nueva York, el Employees Only, contrató especialmente a guapos barmen serbios para que sirvan el ajenjo con el ritual de rigor (que se llama louche). El químico francés T.A. Breaux, que tiene su propia línea de ajenjo artesanal en Francia (Jade Liqueurs), acaba de ser contratado por la distribuidora Viridian Spirits para que produzca un ajenjo adecuado a los paladares norteamericanos; ya está listo y se llama Lucid. El diseño de la botella homenajea al Chat Noir de Montmartre. La empresa Kubler, suiza, principal exportadora de ajenjo a Estados Unidos, puso el grito en el cielo, pero es evidente que no podrán detener la avalancha: Marilyn Manson acaba de sacar su propia marca, Mansinthe, que por ahora sólo se consigue online.
Claro, lo que sucede es mucho más grave: ahora que se podrá tomar, que será una bebida alcohólica fuerte más, el ajenjo perderá todo su misterio, aunque se usen bellas copas y cucharas art-nouveau. Antes de que eso suceda, ofrecemos un repaso por algunos de los grandes éxitos del ajenjo cuando era el compañero de los poetas.
Por tres días tras el entierro de mi querida prima existí para la cerveza y nada más que para la cerveza. Al regresar a París, como si ya no fuera bastante desdichado, mi patrón me retó por el día extra que me había tomado, a lo que le contesté que se ocupara de sus malditos asuntos. Me había convertido en un alcohólico, y puesto que la cerveza de París es mala, me volqué al ajenjo, ajenjo por la tarde y por la noche (...) ¡Ajenjo! Qué horrible es pensar en aquellos días y en los días más recientes que siguen demasiado cerca para mi dignidad y salud –particularmente mi dignidad– cuando me pongo a pensar. Un simple trago de la vil hechicera (¿quién fue el tonto que la exaltó como un hada o una musa verde?): un trago seguía siendo atractivo. Pero luego mi adicción fue seguida de consecuencias más dramáticas... ¿Dónde pasé mis noches? No siempre en lugares muy respetables. A menudo descarriadas “bellezas” me encadenaban con “guirnaldas de flores” o pasaba horas y horas en aquella casa de fama enfermiza descripta con tanta maestría por Catulle Mendes...
Paul Verlaine en sus Confesiones, 1895
“El whisky y la cerveza son para tontos, el ajenjo para los poetas. El ajenjo tiene el poder de los magos, puede borrar o cambiar el pasado, anular o predecir el futuro.”
Ernest Dowson, poeta inglés y miembro de la generación trágica de los decadentes de 1890. Murió a los 32 años, en 1900. Oscar Wilde dijo sobre él: “Espero que hojas de ruda y también de mirto caigan sobre su tumba, pues sabía lo que era el amor”.
Ajenjo: veneno excelentemente violento. Un vaso y estás muerto. Los periodistas lo beben mientras escriben sus artículos. Ha matado a más soldados que los beduinos. Será la destrucción del ejército francés.
Gustave Flaubert en su Diccionario de ideas adquiridas
Al final del día Henri saldría cojeando hacia la curva calle Le Pic... le gustaba salir en el crepúsculo para étouffer un perroquet (literalmente chocar un loro, expresión propia de Montmartre que significaba bajarse un vaso de ajenjo verde). Resulta irónico ver al loro de la infancia de Henri, el emblema infantil del mal que invade sus cuadernos, reaparecer bajo la forma de un licor, símbolo de su caída. La imagen del loro diabólico y por extensión el verde malévolo del ajenjo parecían tener para él una importancia especial, incluso en su arte. Más adelante le dijo a un amigo: “¿Sabes lo que significa ser perseguido por los colores? Para mí el color verde es algo parecido a la tentación del demonio”.
Julia Frey en la biografía Toulouse Lautrec: Una vida
El ajenjo tiene un maravilloso color verde. Un vaso de ajenjo es tan poético como cualquier otra cosa en el mundo. ¿Qué diferencia existe entre un vaso de ajenjo y una puesta de sol?
Oscar Wilde
¿Qué hay en el ajenjo que lo convierte en un culto diferenciado? Los resultados de su abuso son totalmente distintos de los otros estimulantes. Incluso en la ruina y la degradación sigue siendo algo aparte: sus víctimas portan una pálida aureola a su alrededor y en su peculiar infierno disfrutan con siniestra perversión del orgullo de no ser como los demás hombres. Pero no debemos calificar los usos de algo contemplando el naufragio que produce su abuso. No maldecimos al mar por los desastres ocasionales que causa a nuestros marinos. Así como pertenecen al ajenjo vicios y peligros especiales, también posee gracias y virtudes que no adornan a ninguna otra bebida (...) Es como si el destino del ajenjo hubiera sido en realidad el intento de un mago al combinar drogas sagradas que habrían de limpiar, fortalecer y aromatizar el alma humana. Y no hay dudas de que con el uso adecuado de este licor estos efectos se obtienen fácilmente. Un simple trago parece generar la liberación del aliento, que el espíritu sea más leve, el corazón más ardiente, el alma y la mente al mismo tiempo más capaces de ejecutar la gran tarea de hacer ese trabajo particular en el mundo que el Padre puede haberles encargado.
Aleister Crowley, en La Diosa Verde
La bebida preferida de Alfred Jarry era, claramente, el ajenjo, a pesar de que luego –cuando empezó a escasearle el dinero– se volcó al éter, lo que resultó aún peor. Le gustaba llamar al ajenjo la hierba santa y su agua bendita. De los antialcohólicos, Jarry dijo: “Desafortunados son al aferrarse al agua, ese terrible veneno, tan disolvente y corrosivo que de todas las demás sustancias ha sido elegida para lavados y fregados, y una gota de agua agregada a un líquido claro como el ajenjo basta para volverlo pantanoso”.
Phil Baker sobre Alfred Jarry en su libro Ajenjo
El escritor norteamericano que se ha ocupado más persuasiva y nostálgicamente del ajenjo es indudablemente Ernest Hemingway. Su persistente contacto con la bebida, mucho después de la prohibición francesa, proviene de su experiencia con la cultura hispánica en España y Cuba. El ajenjo nunca fue ilegal en España y el empresario Pernod, que lo fabricaba en Francia, decidió instalarse en Tarragona cuando comenzó la prohibición... El gran panegírico de Hemingway aparece en Por quien doblan las campanas, su novela sobre la Guerra civil española. Robert Jordan es un líder guerrillero norteamericano cuya misión es volar un puente, y uno de sus pocos estímulos es el ajenjo, la alquimia líquida que puede reemplazar todo lo demás y que puede incluso funcionar como una muestra de la vida mejor que había conocido en París: “Una taza ocupaba el lugar de los diarios de la tarde, de todas las viejas tardes de los cafés, de todos los castaños que enrojecerían ese mes, de los lentos y enormes caballos de los bulevares, de las librerías, de los quioscos y de las galerías, del Parc Mont Souris, del Stade Buffalo y del Butte Chaumont, de la Guaranty Trust Company y de la Ile de la Cité; del viejo hotel de Follote y de poder leer y relajarse por la tarde; de todas las cosas que había disfrutado y que había olvidado, y que regresaban a él cuando probaba esa alquimia líquida opaca, amarga, que adormecía la lengua, que calentaba el cerebro y el estómago, que cambiaba las ideas”.
Phil Baker sobre Ernest Hemingway en su libro Ajenjo
El tren de Bruselas se detuvo en la estación casi desierta. Se abrió con gran ruido una ventana de un vagón de tercera clase y apareció el rostro de fauno del viejo poeta. “¡Lo beberé con azúcar!”, gritaba. Este era, aparentemente, su saludo habitual cuando estaba de viaje: una especie de grito de guerra o clave, que significaba que le ponía azúcar a su ajenjo...
Maurice Maeterlinck sobre Paul Verlaine
El dramaturgo sueco Arthur Strindberg pasó años en París estudiando alquimia y otros asuntos durante un período de creciente perturbación mental paranoica. “Me pregunto si deberíamos salir y convertirnos en bohemios”, le sugiere a un amigo en 1904. “Extraño Montparnasse, el ajenjo, la pescadilla frita, el vino blanco, Le Figaro, el Café de las Lilas, pero...”. En la práctica, el ajenjo no siempre le había resultado provechoso. Pocos años antes había escrito en su diario: “Este otoño he bebido varias veces ajenjo, pero siempre con resultados desagradables”. Describe que “el café se llenó de tipos horribles y en la calle la gente irritada cubierta de mugre, como si vinieran de las alcantarillas, se aparecían y detenían ante mí. Jamás había visto semejantes tipos en París, y me preguntaba si eran reales o imaginarios”.
Phil Baker sobre Strindberg en su libro Ajenjo
Los fragmentos están tomados del libro Ajenjo de Phil Baker, publicado en edición argentina por editorial Cántaro.
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