Domingo, 27 de enero de 2008 | Hoy
MúSICA > THE MAGNETIC FIELDS DISTORSIONAN
Stephen Merritt es uno de los mejores compositores pop de las últimas décadas: sus letras son ingeniosas, cínicas, filosas, brillantes y muy sentidas; y sus melodías, de ukeleles delicados, electrónica casi unplugged y reminiscencias antiguas, son perfectas para volver cada una de sus canciones pegadizas, irresistibles, graciosas y emocionantes al mismo tiempo. Ahora, al frente de su eterna banda The Magnetic Fields, edita Distortion, un disco tan bueno como todos los anteriores, pero completamente distinto.
Por Rodrigo Fresán
Hace unos años fui a un concierto de The Magnetic Fields en la sala del casino de Poble Nou, Barcelona. Stephen Merritt y su banda presentaban i y –lo que más me intrigó primero, me causó gracia después, y acabó produciéndome cierta molestia– es que al final de cada una de las canciones, cuando el público aplaudía, Merritt se tapaba los oídos con las manos y su rostro se deformaba en una máscara mitad dolor y mitad asco. ¿Se puede ser tan snob y tan maleducado y, finalmente, tan ridículo?, pensé entonces. Tiempo después leí una entrevista –y sentí algo de culpa– donde Merritt contaba que padecía un problema auditivo (hiperacusia en el oído izquierdo) que le hacía oír todo más fuerte y más alto y “como algo muy parecido al ruido que hace una sierra eléctrica”.
Ahí, claro, entendí la estética sónica de The Magnetic Fields: la delicadeza de sus cuerdas y ukeleles, la cautela casi unplugged de sus aires electrónicos, las melodías old fashioned que convertían a Merritt y a los suyos en espíritus cercanos a Cole Porter, Noël Coward & Co. (y, más cerca, a Randy Newman y a Mark “Eels” Everett).
Ahora, inesperadamente, en Distortion –octavo álbum de su banda– Merritt honra la memoria y el sonido de Psychocandy (1985) de The Jesus and Mary Chain, álbum al que define como “lo último verdaderamente importante que sucedió en la historia del rock”.
Y así, The Magnetic Fields –feedback, reverb, ladrillos sueltos de pared de sonido, etc.– suenan, sin que nadie lo esperara ni pudiera anticiparlo, como algo muy parecido a una sierra eléctrica.
Pero atención, a no confundirse: Distortion –impersonal portada envasada al vacío, foto de la banda como sombras sin rasgos, grabado en menos de un mes pero mezclado y editado una y otra vez a lo largo de un año y medio coincidiendo casi con la reunión de The Jesus and Mary Chain, relanzados cortesía de la última escena de Lost in Translation– está lejos de ser un capricho estilo Metal Machine Music de Lou Reed o una reinvención radical à la Bob Dylan en Nashville Skyline y/o Selfportrait. Porque debajo de tanto ruido blanco –o, mejor dicho, de tanto ruido pálido que no alcanza a ahogar las inconfundibles y preciosas y minimalistas melodías marca de la casa– están las letras de las canciones. Esas letras. Y ahí adentro, en los versos, todo sigue como estaba aunque, en esta ocasión, un tanto más amargo y duro. De ahí que esa primera insinuación ruidosa que subía al final de la romántica “It’s Only Time” en i –tal vez la canción más perfecta y emocionante a la hora de pedir la mano y el brazo y el resto del cuerpo de alguien– crece aquí a amargura y desencanto y desprecio. Canciones terminales o para terminar. Distortion no sólo distorsiona el sonido de The Magnetic Fields sino que, además, deforma su espíritu en trece tracks que se antojan más amenazantes y, por momentos, inverosímiles en sus intenciones. Recordar que fue Merritt quien alguna vez dijo que “la sinceridad no tiene lugar alguno en la música pop del mismo modo que no lo tiene en la cocina”.
Distortion es entonces –según el humor o la personalidad del usuario, trabajo que por primera vez ha dividido a crítica y fans desde siempre incondicionalmente entregados– una inspirada broma o un refinado mamarracho o una inflamable y nabokoviana nota al pie de toda su discografía anterior o un suicidio fingido. Pero no importa tanto el formato sino el fondo en el que Merritt, una vez más, hace lo que –al igual que sucede con su gemelo costumbrista y cínico y británico, Ray Davies de The Kinks– más le gusta hacer: ser otro sin dejar de ser el mismo para acabar conociéndose mejor que cuando comenzó. La única diferencia es que lo que prima es una mirada ruidosa de un mudo desafinado y no es de extrañar que Distortion casi abra y cierre con dos canciones dedicadas a monstruos detestables pero al mismo tiempo comprensibles: en “California Girls” alguien se prepara para asesinar a un enjambre de rubias taradas con ayuda de su hacha de guerra mientras que en “Zombie Boy” otro alguien le da órdenes a su amante no-muerto y nos explica que “No gotea nada de sangre cuando ensancho sus orificios”. Casi en el centro, “I’ll Dream Alone” ofrece acaso la muestra más lograda del experimento: una desgarradora canción de desamor donde todo el ruido no alcanza a tapar toda esa tristeza muda. Y es entonces cuando se comprende que –más allá de que la idea madre haya sido, Merritt dixit, hacer “un disco de The Jesus and Mary Chain más The Jesus and Mary Chain que cualquier disco de The Jesus and Mary Chain” pero que “lo que en principio era un puñado de canciones pop de tres minutos acabó siendo un puñado de canciones power-pop de tres minutos”– lo que empieza y acaba siendo Distortion es música eufórica sobre sentirse mal, peor que nadie, horrible. Una especie de falsificación legítima de lo que se supone debe ser un party-record como música de fondo perfecta para esa fiesta donde todo salió mal. El afirmativo negativo del ya legendario 69 Love Songs. La versión estática del caminero y campesino The Charm of the Highway Strip. La suspensión de las vacaciones de Holiday. El no te vayas porque tengo que cantarte un par de cosas que no te van a gustar de Get Lost. El you de i. Y advertencia: aquí no hay nada tan hermoso y sensible como “All I Want to Know” –canción compuesta para el soundtrack del film Pieces of April–- o, en el feroz y cínico decir de Merritt, “alguna de esas muchas cursiladas que yo compongo y escribo calculadamente y que mis seguidores confunden con sentidas epifanías”.
Ah. ¿Le creemos o no le creemos?
O mejor: ¿nos tapamos los oídos para no oírlo?
Merritt –que el año pasado cantó un jingle para una publicidad de Volvo y por estos días trabaja en una adaptación para Broadway de Coraline de Neil Gaiman así como en un film musical junto a Daniel Handler, creador de los libros de Lemony Snickett– ya está dando vueltas por ahí, con The Magnetic Fields, en una de sus contadas y raras giras. Ya se dijo: a Merritt no le resulta fácil tocar en vivo. La pregunta –el misterio– es cómo va a hacer para presentar en vivo las ruidosas y pálidas canciones de Distortion. O tal vez, ahora que lo pienso, todo el asunto no sea más que una elegante venganza. Una forma de restregarles por los tímpanos a sus admiradores un “Oigan y sepan y para que aprendan: exactamente así es como suenan para mí el mundo y los discos anteriores de The Magnetic Fields y todos ustedes cuando me aplauden y no dejan de aplaudirme haga lo que haga o deshaga lo que deshaga”.
Y lo cierto es que –bien o mal que le pese a Stephen Merritt– no suena nada pero nada mal.
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