TELEVISIóN
Mamá se fue a la tele
Que iba, que no iba. Que iba a consistir en una casa rica contra una casa pobre. Que iba a mutar en reality solidario. Que iba a tener “conciencia social”. Tras un sinfín de versiones, postergaciones y marchas y contramarchas, Gran Hermano volvió en su tercera reencarnación con la mejor de todas las opciones barajadas: dejar atrás el espíritu de viaje de egresados y abrirle las puertas de la casa a personas con hijos, problemas, piercings y prejuicios.
€POR CLAUDIO ZEIGER
Una de cal y una de arena: así como el programa presentación de Gran Hermano fue bastante tedioso, y más allá del interés por ver la aparición uno a uno de los nuevos integrantes no aportó gran cosa y dejó un sabor más bien melancólico, la primera emisión nocturna, al día siguiente, dio un vuelco espectacular. Ahí donde se habían escuchado frases hechas (el inevitable latiguillo “no puedo creer estar acá”, que es cierto pero cansa), y amabilidades extremas, empezaron a desenvolverse historias espectaculares de la crónica policial (“la tragedia de Flores”: el participante Matías Bagnato es el único sobreviviente de un incendio intencional en el que murieron sus padres y hermanos), relaciones equívocas entre hermanos, madres que deben defenderse de la sospecha de haber abandonado a sus hijos para entrar al reality, rígidas mentes marciales en lucha contra el piercing facial. En fin, al lado de este staff hasta Gastón y Tamara empalidecerían de envidia.
Según se había ido informando a lo largo de este perturbado año, se pensó en conectar a Gran Hermano con la así llamada “realidad social”:
primero iban a competir dos casas entre sí, una rica contra una pobre, siguiendo un modelo del GH holandés, lo que luego se descartó por obvias razones: iba a resultar un tanto irritante en una Argentina con tantas casas pobres “de en serio”. Se pensó en un GH solidario, lo que finalmente iba a terminar desvirtuando la esencia competitiva del programa, convirtiéndolo en una especie de Sorpresa 1/2 o algo similar. Lo cierto es que más allá de los intentos de cambiarlo para un lado o para otro, lo que estaba en juego, el desafío, era lograr un GH más interesante que los anteriores, sobre todo que el alicaído GH2, en el que el nivel intelectual de los participantes dejaba mucho que desear, y durante el cual deben haber tenido muchos problemas para armar las ediciones con diálogos mínimamente sustentables. Con buen criterio, en vez de delirar con conexiones culposas con la “real realidad” socioeconómica, los hacedores del producto optaron finalmente por afinar el gran arma que poseen: ¿para qué si no los postulantes del casting llenan la cancha de River? ¿Por qué, si hay tantos temperamentos e historias de vida para elegir, siempre se homogeneizaba para el mismo lado? Por eso este GH3 se decidió por ir unos pasos más allá y apostó a contrastes rotundos entre competidores más que a la idea adolescente de grupo feliz y despreocupado cuyo viaje de egresados se hace en una casa con pileta.
La heterogeneidad es notable si se revisan las artes y oficios de los doce en juego: Mauricio hace lencería femenina con su hermana (a la que se pudo ver en el nuevo invento, el “cuarto de las intimidades”, protagonizando una sobada escena de amor fraternal que le puso los pelos de punta a más de uno) y tiene una banda de ñu metal; Fernanda es asistente social; hay un desocupado, una chica que (parece, dicen) ejerció o ejerce la prostitución, una cantante, una cajera de supermercado. Pero de todas maneras, las mayores novedades en cuanto a los perfiles no pasan por allí, sino por el hecho de que hay tres madres.
Habrá que ver cómo impacta el tópico de la maternidad en el público de Telefé. Hasta ahora, en los diálogos de sobremesa, cuando sale el tema, ha sobrevolado la idea metepúa: “¿cómo podés vivir apartada de tu hijo tanto tiempo?”, o sea, una implícita censura que tendería a hacer aparecer a la madre como un monstruo a los ojos de los televidentes (hay que recordar que hacer entrar en crisis a Gustavo, gran candidato de GH1, por estar lejos de su hijo, fue uno de los puntos altos del maquiavélico Gastón). O, por el contrario, podría reforzar la figura de una madre-maravilla, que por su hijo se banca los sinsabores del aislamiento, rompiendo quizás el maleficio masculinista que pesa sobre las participantes: las dos veces anteriores ganó un varón. Por las dudas, Carla, cuando se encontró con su hijito y su abuela en el cuarto de las intimidades, no dejó pasar la oportunidad de sobreactuar su Ser Madre diciendo al chiquito cuánto lo extrañaba (y eso que apenas acababa de entrar a la casa). Viviana, hasta el momento, ha sacado con insistencia el tema de vivir del cuerpo, provocando suspicacias y reacciones de sus compañeros. Al cierre de esta edición, las chicas la encararon abiertamente y ella dio a entender que pronto iba a hablar abiertamente, iba a confesar su secreto. O sea, que habrá más revelaciones en este Gran Hermano donde todos tienen algo que ocultar, y al mismo tiempo la idea de hacerlo frente a una formidable caja de resonancia.
Otro caso interesante es el de Diego Torales, el hombre de 29 años que a los de 24 les dice “ustedes son de otra generación”, y parece muy estructurado en su mentalidad. Quizás el hecho se explica con facilismo por el hecho de que es hijo de un Comodoro que estuvo en Malvinas (aunque la verdad, cuando sacó el tema, nadie se mostró muy interesado). ¿Será el favorito de alguna ala dura de televidentes? ¿Es la versión castrense de los hombres Rectos y Normales que, por cierto, resultaron los ganadores (Marcelo Corazza y Roberto Parra)? ¿O sucumbirá frente a los encantos de los hombres sensibles, la nueva masculinidad encarnada por el tierno Pablo (cara de desorientado, autodefinido como “rústico”) o el ñumetalero Mauricio (el que hace lencería femenina, ama mucho a su hermana y tiene uno de esos típicos discursos inclusivos: me cabe todo y está todo bien)?
Pero si se trata de hacer especulaciones sobre los avatares futuros de los participantes, el caso más conmovedor e incierto es el de Matías, quien más temprano que tarde “confesó” su pasado. Ya hubo opiniones (incluidos psicólogos en los diarios) acerca de si el joven sobreviviente de una masacre cometida hace ocho años elaboró o no su duelo, si está bien que participe en un programa de este tipo, si no será mucha presión (o sea, se cree que está al borde de la locura), si es un golpe bajo, si es un chantaje emocional para sus propios compañeros que deberían nominarlo, etcétera. Es poco lo que se puede decir sobre este tema, pero sí aportar un pequeño granito de sentido común: ¿por qué no puede participar en un programa? Si la fantasía colectiva es que enloquezca en cámara y haga algún desaguisado dentro de la casa, ¿no debería recordarse primero que él fue la víctima y no el victimario de lo que pasó? En fin: probablemente sea la comidilla de los programas de chismes y escándalos y uno de los ingredientes más candentes de GH3.
En resumidas cuentas, a una semana del comienzo y cuando falta todavía muchísimo camino para recorrer, puede decirse que GH3 tiene mucho de talk show y personajes más interesantes –en conjunto– que los anteriores. El leit motiv, vive y sobrevive es un hallazgo: la vida difícil, lo emocional, la psicología por sobre el cosmético, parecen ser sus marcas; y estos rasgos, de una forma curiosa, parecen conectarse con la realidad de un modo más sutil y atractivo que el compromiso liso y llano o la llorosa caridad. En el fondo, todos están dispuestos a vender su historia de vida a cambio de algún beneficio, monetario o simbólico, a salvarse a través de los resquicios democráticos que deja la televisión a la “gente común”. Y eso es muy actual.