Domingo, 17 de febrero de 2008 | Hoy
TARAS > EVA, EVITA, PERONI, PERRON: MARCAS Y BILLETES
El apodo Evita prolifera en el mundo: vestidos, perfumes, corpiños, canciones, carteras, zapatos, japoneses, daneses, norteamericanos, lituanos, italianos. El negocio alrededor de esa palabra es multimillonario y sorprendente. Pero ni hablar de Evita Perron, una mujer sudafricana, esposa de un político, que en realidad se llama Pieter-Dirk Uys y se ha convertido en uno de los cómicos más celebrados y críticos al apartheid, el racismo y la corrupción de su país.
Por Sergio Kiernan
Si Evita viviera sería multimillonaria y dueña de una marca global. Es que su nombre, mal pronunciado en cuanta lengua tenga el mundo, se usa para vender electrónica, jeans, accesorios, anteojos y champú. Y tiene usos inesperados como el de servir para criticar el apartheid y sus sucesores progre, con el raro rostro de Pieter-Dirk Uys, un Gasalla sudafricano que se reinventó como la Evita bóer.
Por qué ciertos personajes terminan conocidos en el mundo entero es bastante inexplicable. Cosas de la red global de medios, que hacen y deshacen famas. Pero, aun así, ¿por qué el Che y no Camilo? ¿Por qué Bob Marley y no Ian Page? Se entiende que uno termine en una aldea en el bushveld de Mozambique, rodeado de gente que habla danghana y ya ni recuerda qué es la luz eléctrica, pero que te saca de argentino de inmediato ante el nombre mágico de Maradona. Será un país demolido por la guerra y llevado de vuelta al siglo XIX, pero el fútbol es el fútbol y Maradona es la mano de Dios.
La Evita mundial es un fenómeno como el Che pero sin política y como Maradona sin el fútbol: nadie en Dinamarca entenderá jamás qué es el peronismo, pero el empresario más vivo que tiene ese país, Henning Dechmann, creó en 1988 una marca nueva para continuar su último superexitazo, B+D, y esa marca fue Evita Peroni. En su sitio de Internet, Dechmann cuenta de forma untuosa la historia: estaba en su mansión de 1769 viendo los colores del otoño danés y le cayó la ficha de crear “algo poderoso y pasional”. Pese a esas ambiciones, su línea –que se vende en sesenta países– es bastante pelona y Moria Casán, concentrada en anteojotes y hebillas de las que usaba Amira Yoma. En páginas y páginas de textos solemnes, Dechmann cuenta sus sueños, sus estilos y creaciones, y se las arregla para nunca mencionar que hubo una primera dama argentina a la que le levantó el nombre.
Otros son más sinceros. Kenzo tiene un corpiño Evita de encaje de seda y ribetes de terciopelo, con estructura de alambre y un estilo de lo más forties. Lo mismo ocurre con el Evita pump de Piperline, un zapato de lo más retro, en dos colores, y con el Evita dress de Neiman-Marcus, que vale casi 2 mil dólares y promete cintura alta, escote en V y mangas dolman. Tampoco hay muchas vueltas en las sedas Evita que produce Pindler & Pindler Inc, elegantes y presidenciales. Más misteriosa es la firma británica Evita, que se dedica a los jeans y todos sus accesorios y combinantes, y protege su catálogo detrás de passwords y controles. No es el caso de Evita Electronics, la compañía lituana que te recibe por Internet o en sus oficinas de Vilna, y anuncia orgullosa que tiene el copyright del nombre Evita desde 2007. Lo que no debe impresionar demasiado a la banda rumana de hip hop político Próxima Evita, cuyo primer CD muestra un esqueleto fosforescente y ningún copyright.
Pero además hay una Evita que vive y respira. La señora Eva Bezuidenhout, según su biografía oficial, nació en 1935 en el pueblo paquete de Bethlehem, en el Estado Libre de Orange, justo al medio de Sudáfrica. Fue actriz secundaria y se casó con un político que no llegó a líder de masas, pero sí fue diputado por el distrito rural de Laagerfontein, una fortaleza de la cultura bóer. Así fue que Evita se mudó a Johannesburgo, comenzó a frecuentar al quién es quién de la capital, Pretoria, y se hizo amiga de las esposas del trío que fundó el apartheid: Verwoerd, Vorster y Botha. Con semejantes contactos, esta Evita terminó ocupando cargos como el de embajadora oficiosa de la República de Bapetikosweti y asesora especial de la Ofensiva Diplomática Contra el Mundo que lanzó Sudáfrica en los años ’80.
Esta Evita es una criatura que se comió a su creador, el periodista y dramaturgo Pieter-Dirk Uys, que la inventó a fines de los ’80 como una “fuente” ficticia para su columna semanal. Resulta que Uys tenía fuentes bien informadas pero miedosas, que le contaban cosas imperdibles de la intimidad del poder afrikaner y le rogaban que jamás las publicara. El periodista hizo un experimento: se inventó una señora gorda –Bezuidenhout en Sudáfrica es como Anchorena Cobo Martínez de Hoz por aquí– y la puso de autora de una “columna social”. Fue un exitazo y los lectores la terminaron bautizando como la Evita de Pretoria.
Era cosa de tiempo para que Uys la llevara al teatro y, de peluca, tacos y perlas, Evita comenzó a hacer cabaret político. En los últimos años del apartheid, Evita tenía programa semanal en la televisión estatal –la única que hay en el país– y ejercía una crítica durísima con una técnica casi soviética: Evita se juntaba a tomar el té con sus amigas y decía exactamente todo lo que el régimen decía de negros, comunistas y blancos liberales. Nadie podía censurar ni una palabra –muchos textos venían de discursos presidenciales o ministeriales– y el ridículo era completo.
Evita sigue en actividad en la nueva Sudáfrica. En su momento le hizo un memorable reportaje a Mandela y hasta bailó el toyi-toyi con Desmond Tutu para marcar la transición. Y en este nuevo siglo sigue verdugueando a los poderosos, ahora de otro color, en teatros y en su propio cabaret.
Que es un lugar realmente insólito... A una hora de Ciudad del Cabo hay un lindo pueblo llamado nada menos que Darling, donde Evita se compró la vieja estación desactivada y montó su teatro-restaurante, con tren presidencial estacionado en la vía. El que no quiera manejar de vuelta a la noche puede quedarse en los Chalets Evita, de romance garantizado.
La mudanza le valió a la diva un cambio de apellido: en Darling se llama Evita Perron. Es que “perron”, pronunciado igual que en castellano, significa “andén” en afrikaans.
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