Domingo, 30 de marzo de 2008 | Hoy
DVD > LA SEGUNDA PELíCULA DE RICHARD KELLY, EL DIRECTOR DE DONNY DARKO: ¿GENIALIDAD O TONTERíA?
En el 2001, Richard Kelly dio a conocer Donnie Darko, una película que retrataba el intenso, tormentoso y alucinante mundo de un adolescente y el conejo gigante que se le aparecía. Ahora, estrena (directo a DVD) Las horas perdidas y se supera: dos horas y media de una película tan atrapante como desconcertante que aspira a mostrar el mundo y los innumerables flagelos que lo hacen marchar hacia su fin.
Por Mariano Kairuz
Southland Tales, la segunda película del director treintañero Richard Kelly, es tan ambiciosa, desbordante, abrumadora, que nos pone frente a un abismo: un fenómeno cuya profundidad es imposible de decodificar en una sola visión, o el vacío sin fondo. Una complejísima obra maestra o una soberana tontería.
Cuando se estrenó en la competencia del Festival de Cannes dos años atrás, la crítica no pareció sufrir esa angustia bipolar: casi todo el mundo escribió sin más que se trataba de una idiotez infantil, superficial y absolutamente incomprensible. Para algunos fue una decepción dolorosa, por la misma razón por la que la película –por entonces casi un work in progress de más de dos horas y media al que todavía le faltaba mucho trabajo– había sido invitada casi a ciegas al festival de la Costa Azul: la fascinación, también casi unánime, que había producido unos años antes Donnie Darko (2001) la ópera prima de Kelly, su sensible opus de producción independiente sobre un adolescente sumido en una angustia existencial sin límites y un conejo que anuncia el Apocalipsis. Una película de culto (que circuló mucho pero sigue sin tener ningún tipo de estreno formal, ni en cine ni en DVD, en Argentina) cuyos componentes bizarros, de ciencia ficción, funcionaban todo el tiempo como expresiones sensoriales de una interioridad difícil de definir, sobre la idea de que la verdadera dimensión desconocida no está en las partes inexploradas del cosmos sino en nuestros insondables espacios interiores. Casi desdibujando todo aquello, cinco años después Kelly regresó con un pastiche de referencias pop y nada sutiles comentarios sobre las industrias de la política –el poder republicano, la sociedad de control, la guerra por los recursos energéticos, etcétera– y del cine, montados sobre un alambicado argumento acerca del fin del mundo y cierta “ruptura del continuo espacio- temporal”, y lubricado en alusiones explícitas al Nuevo Testamento. Kelly absorbió los golpes de la crítica festivalera y consiguió venderle la película a Sony Pictures, donde le dieron dinero para hacer algunos agregados a cambio de que la recortara un poco y le adosara algún tipo de relato en off que ayudara a volver todo un poco menos ininteligible. Finalmente, en noviembre del año pasado la película se estrenó comercialmente en Estados Unidos con veinte minutos menos, en la versión que ahora acaba de llegar directo a DVD con el título Las horas perdidas, y que en su país fue nuevamente despedazada por la mayor parte de la crítica y perdió mucho dinero.
Pasados los primeros 45 minutos o más, mientras uno todavía está tratando de entender de qué se trata, van apareciendo, un poco aislados, algunos de esos destellos de originalidad y algunas buenas ideas para varias otras películas posibles que no fueron. Southland Tales empieza con una explosión nuclear en Texas, en medio de los festejos del Día de la Independencia. A continuación, se nos cuenta a toda velocidad y en pantallas que cambian y se multiplican incesantemente qué ha pasado con los Estados Unidos desde el comienzo de la llamada Tercera Guerra Mundial; cómo por gracia de una nueva Acta Patriótica Internet ha caído enteramente bajo un sistema de control oficial al que no escapan ni los interiores de los baños públicos de los aeropuertos; y sobre varios personajes raros y/o siniestros ligados al nuevo poder. Entre ellos, un científico que dice haber descubierto y promueve la fuente energética del futuro, algo llamado “Fluido Karma”, cuya fuerza proviene de las mareas oceánicas y con la que el ejército ha estado haciendo experimentos lisérgicos entre sus reclutas. Y conocemos a Boxer Santaros, una estrella del cine de acción (Dwayne Johnson, más conocido como The Rock) estrechamente vinculado a la familia de un senador que aspira a la vicepresidencia en la Casa Blanca: Boxer despierta amnésico en medio del desierto para verse involucrado de golpe en varios extraños proyectos simultáneos, el más sugestivo de los cuales es un guión cinematográfico de su autoría acerca de un hombre que percibe, ante la incredulidad del resto del mundo, que la Tierra se acerca a su fin. Un rato después, en una escena que remite de manera directa y explícita a Mullholland Drive y a todo Lynch, un grupo de mujeres-pitonisas le hacen saber que la premisa de su guión no es más que pura anticipación de lo que nos espera en la realidad. Que el fin del mundo se acerca de verdad. Cuál es el camino por el que se llega de este punto al arribo de un nuevo Mesías casi una hora y media después es no sólo difícil de seguir sino imposible de contar, ya que como bien señala J. Hoberman –uno de los pocos firmes defensores que tuvo la película entre la crítica norteamericana– en su reseña del Village Voice neoyorquino, se trata de una película que no admite sinopsis argumental. Viajes en el tiempo, referencias al thriller nuclear Bésame mortalmente (1955); reality shows conducidos por actrices porno, conspiraciones de una agrupación neomarxista, números musicales antibelicistas con coreografías de pin-ups muy retro y muy platinadas: todo parece valer.
Kelly definió lo indefinible como “un híbrido entre las sensibilidades de Andy Warhol y Philip K. Dick”; un “tapiz de ideas relacionadas con los grandes temas que estamos enfrentando ahora mismo, ya sea la seguridad interior o los combustibles alternativos o la creciente obsesión con la celebridad y cómo ésta se mezcla con la política. Es arte pop, pero político, agresivo y de confrontación; una gran sátira sobre el estado en que se encuentra el mundo y hacia dónde se dirige”. Sus palabras.
Con entusiasmo, Hoberman escribió que “no ha habido nada comparable en el cine norteamericano desde Mulholland Drive” y que “hay algo valioso en su egocéntrica excentricidad; tal vez no sea enteramente coherente, pero eso se debe a que es mucho lo que tiene para decir”. Por su parte, Scott Foundas, el otro gran crítico del Village, toma con desconfianza esa diarrea discursiva de la película: “Es como si Kelly creyera que la mera mención de Fallujah o el calentamiento global, o de un nombre como Karl Rove, el jefe de personal de Bush, es lo mismo que tener una opinión sobre todo ello, y su voraz tenedor-libre de referencias cinematográficas opera de una manera igualmente superficial”.
Entre su première en Cannes y su estreno comercial reeditado, Kelly completó y publicó tres “novelas gráficas” que funcionan como precuela de su película –cuyos capítulos están numerados, enigmáticamente para quien no tenga esta información, del 4 al 6–. Leyéndolas, parece, Southland se entendería un poco más. Consistentemente con la sobrecarga estructural y narrativa de la película, el combo parece aspirar a un tipo de experiencia “épica” multimediática que para muchos es el futuro del cine pero para otros se parece bastante más a su apocalipsis.
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