Dom 20.04.2008
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MúSICA > BECK REVISITADO (Y RETRO R.E.M.)

Visiones del presente

Por un lado, se cumplen doce años de la salida de Odelay, el disco que reveló al mundo el talento sin par de Beck, y la fecha se celebra con una edición especial, llena de lados B y versiones diversas. Por otro, REM, la banda que en ese entonces estaba en la cima indie del mundo, vuelve con Accelerate, un disco con el que intenta recuperar el trono. En la aparente casualidad de los lanzamientos, Rodrigo Fresán lee las coordenadas en la que se ubica lo nuevo y lo viejo del pop hoy en día.

› Por Rodrigo Fresán

Al final, todo es cuestión de tiempo, de tiempos. Y me acuerdo de algo que dijo, en el sacro-futurista año 2001, en la breve pero sustanciosa introducción a su The Complete Stories, ese escritor atemporal y omnipresente que es J. G. Ballard: “Mi preocupación siempre pasó por el futuro verdadero que yo veía acercarse —una especie de presente visionario— más que por el futuro inventado que prefería la ciencia ficción”.

Y, pensando en esto, se me ocurre que el mal pop es tan parecido a la mala ciencia-ficción (efectos especiales burdos, diálogos absurdos, todo ese súbito futurismo casi instantáneamente añejo) mientras que el mejor pop es como la idea del futuro que tiene Ballard: ya está aquí, respira el aire del presente y, aunque sea cosa del pasado, nunca pasa de moda. Así, la confiada y sin apuros calma de The Beatles y The Kinks por un lado y así —por el otro— la desesperación retro-patológica de Oasis y buena parte del Britpop de entonces y de ahoritita mismo.

Lo que —al otro lado del Atlántico— nos lleva a la reedición del Odelay de Beck y a la edición del Accelerate de R.E.M.

SACANDOLO TODO DE CASA

“Yo soy un disco quebrado / Yo tengo chicle en mi cerebro”, cantaba en bizarro español un raro songwriter —en “Hotwax”, track 2 de Odelay, hace doce años— en el momento exacto en que dejaba de ser uno de los tantos “Nuevos Dylan” para convertirse en el “Primer y Unico Beck”. Ahí, en la portada en la que saltaba una especia de parva perruna, con justificadas mayúsculas y signo de admiración al final. Ahí se leía: BECK!

Una docena de primaveras después Odelay —título que sale de una deformación fonética del muy mex “Orale”, México es uno de los fetiches líricos-sónicos de Beck Hansen— sigue sonando tan moderno como entonces. Sus versos —que salen directamente de la dicción enumerativa del proto-rap “Subterranean Homesick Blues”— continúan albergando a su propia crítica, intenciones y definición: álbum fractal, goma de mascar masticada hasta arrancarle ese auténtico sabor a goma de mascar que se esconde muy debajo de tanto gusto artificial (cuando la mayoría ha escupido el chicle viejo o lo resucita —haciendo trampa— con un chicle nuevo). Una mezcla de caucho y saliva donde —en “Jack-Ass”, espolvoreado con sonidos de “It’s All Over Now, Baby Blue”— se confiesan sin necesidad de tortura cosas como “Cabos sueltos haciendo el nudo / en los fondos de mi mente”. Y uno de los temas se llama “Readymade” y creo que no hay mucho más que agregar. O sí. Porque es bien sabido que, en principio, Odelay iba a ser algo muy diferente: algo más cerca de las lamentaciones acústicas de Neil Young, y producido por Tom Rothrock y Rob “Bong Load” Schnapf. Pero en algún momento entraron los Dust Brothers y todo aquello fue polvo en el viento y, de pronto, Beck tenía un estilo pastiche-potpourri propio y al que retornaría, con éxito pero ya sin sorpresa, en el tándem —otra vez lo mexicano como esperanto— Güero/Guerolito (2005) y en el más futurológico que futurista The Information (2006). Odelay sigue conservando su voluntad totémica —con su magistral contraparte de lo-fi orquestal que es Sea Change (2002), la otra indiscutible obra maestra de Beck— y esta versión revisionista potenciada por inéditos, remixes y lados B tiene el raro encanto de lo imprescindible e innecesario al mismo tiempo. Porque todas las capas de agregados no hacen más que fortalecer al núcleo original. Y así, tal vez lo más atractivo de todo el asunto sea el emotivo ensayo de Thurston “Sonic Youth” Moore y —detalle conmovedor y gracioso— el escritor Dave Eggers entrevistando a adolescentes acerca de la importancia de Odelay en sus vidas para, enseguida, descubrir que casi ninguno sabe o alguna vez escuchó eso acerca de lo que se les pregunta (alguno llega a confundir a Beck con Bach). Y, claro, la portada “retocada” a golpe de bolígrafo haciendo sobre el clásico Odelay lo mismo que Beck —sin culpa ni pedir disculpas— hizo con los clásicos discos de tantos otros artistas clásicos: inspirados dibujitos.

VOLVER A CONTINUAR

Con Accelerate, los de Athens vuelven a Rockville y hay algo seductoramente desesperado en las motivaciones de una banda que supo ser indie y global al mismo tiempo y que de un tiempo a esta parte parece estar pagando las consecuencias de semejante osadía. De pronto —y de un día para otro— estaba de moda pegarle a quienes tanto se había acariciado. Y no es que R.E.M. no tuviera tropiezos a lo largo de su camino. Con Green (1988), New Adventures in Hi-Fi (1996) y Up (1998) ya se oyó el sonido de espadas desenvainándose. Pero nada fue tan bestial como el apuñalamiento masivo de fieles y crítica —y hasta de ellos mismos— a la salida de Around the Sun (2004), disco que se pensaba como una segunda parte del insuperable Automatic for the People (2004) pero —a pesar de incluir la maravillosa “Boy in the Well”— con el que algo no salió del todo bien.

Aquí y ahora, el comercialmente exitoso Accelerate —producido por Jacknife Lee— tiene la perversa gracia y el casi pornográfico interés de permitir escuchar a una banda en muy trabajoso piloto automático haciendo —¡guitarras! ¡guitarras!— lo que esa banda piensa que es lo que sus fanáticos quieren oír. Un retro R.E.M. autoclonándose para tronar como en sus principios pero, a la vez, haciendo notar el kilometraje sumado, la fatiga de materiales y (insisto, tal vez sea idea mía) la furia por tener que sonar como una de esas bandas tributo de Pink Floyd & Co. aunque conscientes de que son los verdaderos, los auténticos a los que cada vez se acusaba más de falsos o —lo que es peor en el mundo rock— de perdidos y desorientados. Así, Accelerate como un interesante ejercicio de masturbación orgiástica. Así, el furibundo y triunfador arranque con “Living Well is the Best Revenge” lo dice todo ya desde el título con potencia de huracán y prepotencia de puerta abierta de una patada y versos pocas veces tan legibles y vitriólicos en la garganta rota de Michael Stipe: “De pronto te despiertas con un pánico que te sacude / Y tú me entregas como un cordero al matadero / La historia me liberará / El futuro es nuestro y tú ni siquiera te mereces una nota al pie / Yo perdono pero no olvido”. Y un poco más adelante, en el single “Supernatural Superserious” un estribillo donde se oye: “La humillación / de tu emisora adolescente / A nadie le importa / Nadie recuerda / Y a nadie le importa”.

El resto —a mí sí me importa— es más de lo mismo y no está mal que así sea: el sonido de algo que se viene abajo no para desaparecer sino para convertirse en otra cosa que, quién sabe, alguna vez ya ha sido. Everybody Hurts y todos los tiempos en uno —34 minutos que parecen muchos más— y muy difícilmente haya edición de luxe y conmemorativa de Accelarate de aquí a doce años (la special edition ofrece una película titulada 6 Days mostrando a la banda en Dublín calentando motores y un par de B-Sides) y lo que alguna vez fue el dormido y profundo rapid eye movement de sus siglas hoy suena más a los eyes wide shut de visionarios automáticos para la gente.

En la última canción, en “I’m Gonna DJ”, Stipe nos informa que va a ser el disc-jockey durante el fin del mundo. Pero, a diferencia de lo que aseguraba en aquella “It’s the End of the World As We Know It (And I Feel Fine)” ya no parece sentirse del todo bien haciendo lo que hace mientras todo se deshace a su alrededor.

El problema ya no es el NO FUTURE. Eso es el pasado.

El problema ahora es el NO PRESENT.

Entropía, diría Ballard.

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