TELEVISIóN > SE ESTRENA BREAKING BAD
Continuando con el camino abierto por una serie como Weeds, con un humor negrísimo, Breaking Bad cuenta la historia de un oscuro profesor de química puesto a cocinar cristales de metanfetamina tras recibir el diagnóstico de una enfermedad mortal. Y este ingreso de un docente en el mundo del narco se convierte, vía su creador Vince Gilligan, en una metáfora bestial sobre la crisis de la mediana edad.
› Por Martín Pérez
Una casa rodante atraviesa a toda velocidad el desierto de Nuevo México. Al volante va un hombre semidesnudo, con el rostro cubierto por una máscara antigás. Cuando se detenga, tomará una pequeña cámara de video y grabará una despedida para sus seres queridos. Acto seguido, empuñará una pistola y se parará en medio del camino. A lo lejos, suenan unas sirenas. Pero están cada vez más cerca.
Así es como comienza la historia de la que tal vez sea la más terminal crisis de los cincuenta que haya mostrado jamás una serie televisiva. Su protagonista es Walter White, un frustrado profesor de Química que alguna vez supo formar parte del equipo que ganó un Nobel dos décadas atrás, pero que hace años que sobrevive dando clases para el ingrato alumnado de la ciudad de Alburquerque. Padre de un hijo y esperando otro, Walter tiene un trabajo adicional en la recepción de un lavadero de autos de la ciudad, pero cuando hay demasiada actividad suele terminar dando una mano con el trapo, el balde y el cepillo.
Tres semanas antes de la escena con la que arranca el contundente capítulo debut de Breaking Bad, la mujer de Walter le desea feliz cumpleaños ante un desayuno en el que su bacon ha sido reemplazado por un horrible sucedáneo vegetal, cero colesterol. Al ver la cara de Walter sosteniendo ante su rostro ese bizarro veggie bacon, es fácil darse cuenta que hay algo muy oscuro en Breaking Bad. Y ese algo es su humor, negrísimo, necesario para convertir en una extraña farsa a la que, en otras condiciones, sería la truculenta historia de cómo un profesor de secundaria llega a dedicarse a fabricar cristales de metanfetamina, una droga casera casi tan potente como la heroína, pero al alcance de cualquiera que sepa algo de química.
Sobre un hilo muy delgado. Ahí es donde se balancean el humor y el drama de una serie como Breaking Bad, según lo admite su creador, Vince Gilligan. Parte del equipo que produjo y escribió la serie X-Files durante toda su existencia, Gilligan ha confesado que la idea inicial de su nueva serie se le ocurrió en un viaje en avión, conversando con un colega. Trago va y trago viene, ambos comenzaron a bromear sobre cómo mejoraría sus vidas si se dedicasen a ser traficantes. Y la droga elegida fue la metanfetamina, porque es algo que se puede fabricar con sólo saber algo de química. Con esa idea en la cabeza, Gilligan sólo tuvo que imaginar un personaje en crisis como Walter White para imaginar su serie. “Porque Breaking Bad no es un cuento moral, sino que es el estudio de un personaje”. Y ese personaje es un profesor de química que es el fracasado de la familia, casado con una mujer cuya idea de actividad sexual es masturbarlo mientras googlea Internet, padre de un adolescente y esperando una nena, mientras un desmayo en su trabajo lo lleva ante un médico que le diagnostica un avanzado cáncer de pulmón, y apenas unos meses más de vida. Cuando el médico en cuestión le pregunta cuántos cigarrillos fuma por día, el resignado Walter balbucea, con el mismo rostro incrédulo con el que miró su falso bacon en el desayuno: “Nunca he fumado en mi vida”.
Si a la protagonista de Weeds, la otra gran serie televisiva norteamericana sobre el consumo de drogas, se le tiene que morir el marido para que piense en la marihuana como su fuente de ingresos, el cáncer funciona de la misma manera para Walt. Pero ahí es donde se acaban las similitudes entre Weeds y Breaking Bad. Porque allí donde Weeds trabaja con las pequeñas hipocresías de la vida cotidiana de la clase media norteamericana, Breaking Bad directamente dinamita todo tipo de puente con esa cotidianidad. No hay costumbrismo en Breaking bad. Sólo hay una bestial crítica social: algo empieza a salir mal, sí, pero las cosas estaban tan mal que, incluso esto, es mejor que lo que había antes.
Al promediar el atrapante capítulo inicial, el cómplice de Walt le señala, cuando están a punto de comprar la casa rodante que les servirá de laboratorio móvil para hacer la droga, que hay algo raro en su comportamiento. “Si te estás volviendo loco, o estás deprimido, necesito estar al tanto”, le dice. “Estoy despierto, eso es todo”, es la críptica respuesta de Walt. Como si fuese el comienzo de una película de Tarantino o los hermanos Coen, el primer capítulo de Breaking Bad presenta los personajes y el tono de una serie que, salvo ese primer salto de tiempo al comienzo, será estrictamente lineal. Cínica y melancólica, con momentos de bestial humor negro, llegando incluso a un macabro slapstick, extraña mezcla de El gordo y el flaco con George Romero, la serie de Vince Gilligan funciona gracias a su extraordinario protagonista, el actor Bryan Cranston. Los fanáticos de Seinfeld lo recordarán en el papel de dentista, pero su fama dentro del mundo de la pantalla chica se la ganó interpretando al reprimido padre de Malcolm, una serie que se solía dar en Fox. La madre era la que llevaba los pantalones en dicha serie, que duró siete temporadas, y el personaje de Cranston tenía poca autoridad: era casi una versión más grande de Malcolm. Por eso es que es perfecto para Breaking Bad, un título que podría ser traducido libremente como Se soltó la cadena. Porque es como aquel personaje, pero en una versión potenciada. “Lo bueno de Bryan es que es un actor querible”, declaró Gilligan. “No importa lo que haga, el público no puede evitar ponerse de su lado.” Una declaración que completa el propio Cranston, al aclarar: “El asunto no es que estén de acuerdo con las acciones de Walt, sino que entiendan por qué es que las hace”.
Breaking Bad se estrena este martes, a las 23, por la señal de cable Sony.
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