Domingo, 27 de abril de 2008 | Hoy
MúSICA > WHISKEYTOWN REVISITADO
Whiskeytown fue la banda con que Ryan Adams inventó, prefiguró y fundó ese movimiento que luego sería conocido como alt.country: un regreso triunfal a esa forma tan sentida de perder y sufrir y volver a perder. Ahora, la reedición con 26 temas inéditos, versiones en vivo, covers y demos permite conocer todavía aquel talento precoz que hoy,once años después, cumplió de sobra su promesa.
Por Rodrigo Fresán
Lo primero que se escucha al caer sobre los surcos plateados la invisible púa del láser es una guitarra acústica y después un violín y enseguida una voz que describe como si al mismo tiempo lo estuviera escribiendo: “Estacionamiento, pantalla de cine, no puedo sentir nada / Cigarrillos, televisión golpeada, no puedo sentir nada” para, un par de versos después, asegurar que “Me siento bien, bien por ahora”.
Y la cuestión es, claro, que quien canta esa canción no puede sentirse bien. Pero no importa: porque una de las virtudes del mejor y más auténtico country siempre pasó por comprender el misterio invisible del en más de una ocasión negado malestar propio a través de las estrofas tan cercanas y sólidas del malestar ajeno.
Y lo de antes –lo de más arriba– se oye y se contempla y se reconoce y se comparte en “Inn Town”, canción que abre un álbum de 1997 titulado Stranger’s Almanac que nunca dejó de girar pero que ahora suena mucho mejor en la Deluxe Edition con la que se suele consagrar a los clásicos.
Ya se sabe: en el cielo las estrellas, en el country las espinas, y en el medio del pecho un hueco donde alguna vez latió un corazón y ahora, si se apoya allí la oreja y el oído, se escuchan todas esas canciones sangrantes y espinosas.
Y voy a ser sincero: a la hora de beber Whiskeytown –la primera banda de Ryan Adams– a mí siempre me gustó más Pneumonia: su póstumo y –aprovechando las demoras de salida por problemas contractuales– muy retocado a posteriori álbum pop. Ese en el que Adams de algún modo –con la ayuda de Ethan Jones– goldificaba las sesiones originales trabajando las canciones como si cada una de ellas se tratara de todo un disco con múltiples personalidades. Así, destellos de Paul Westerberg y de Lindsey Buckingham y de Bob Dylan y de Lennon & McCartney para cerrar y despedirse –eso sí– con la inconfundible y definitivamente Whiskeytown “Bar Lights”.
Pero también es verdad –lo reconozco sin problemas– que si The Trinity Session (1988) de The Cowboys Junkies funciona como la piedra fundamental de lo que acabaría conociéndose como alt.country o nu-country, entonces Stranger’s Almanac –luego de ese más que promisorio y cumplidor debut que fue Faithless Street en 1995– es la demostración cabal de que una nueva generación estaba lista y dispuesta para fundir el honky-tonkin’ y derramar lágrimas en cervezas servidas por Hank Williams con el melancólico punk urbano de The Replacements & Co.
Y que el hombre –el joven de por entonces 22 años– indicado para agitar el cocktail era un tipo nacido en 1974 en Jacksonville, North Caroline, con el pelo por siempre sucio y quien parecía haber sido poseído no por el espectro sino por el cadáver eternamente ardiente de Gram Parsons que, nada es casual, nació el mismo día que Adams.
Y, sí, más allá de gustos y de caracteres, Stranger’s Almanac –también conocido como “el de las flores”, producido con mano segura por Jim Scott, registrado en estudios de Nashville y Hollywood y donde reside el ya standart “16 Days”– no sólo muestra a un compositor en estado de gracia respaldado por una banda extática (con ese violín de Caitlin Cary, con detalles como la voz invitada de Alejandro Escovedo) sino, también, el momento exacto en el que todo comienza a desatarse. Miembros salen y entran y vuelven a salir y ya no queda soga suficiente para contener a un Adams que andaba componiendo las canciones de lo que sería ese milagro sin fecha de vencimiento llamado Heartbreaker (2000): la biblia de un hermoso perdedor y uno de los más grandes discos sobre el desgarrador acto de separarse de quien hasta entonces había sido parte inseparable de uno mismo. “Yo me dividía todo el tiempo entre el impulso de partir y la necesidad de no abandonar el barco porque Whiskeytown seguía siendo una buena banda. Sabía que no tendría sentido el darme por vencido y que, de hacerlo, lo lamentaría para siempre. Para cuando entramos a grabar el disco supe que había hecho lo correcto”, recuerda Adams en el cuadernillo que acompaña a esta reedición de un original incorregible por perfecto pero sí muy aumentado.
En este sentido, Stranger’s Almanac no suena tanto a canto del cisne sino a casi última y triunfal carga del águila hacia el horizonte de una barra antes de que cierren el bar.
Y esta nueva encarnación de Stranger’s Almanac potencia la delicada tensión de un momento inolvidable con 26 canciones más incluyendo preciosos demos acústicos (donde Adams es imbatible y recordar la irreprochable apropiación que años más tarde haría del “Wonderwall” de Oasis), covers muy logrados como la perfecta apropiación de “I Still Miss Someone” de Johnny Cash y “Dreams” de Fleetwood Mac y “Luxury Liner” de Gram Parsons y “The Rain Won’t Help You When It’s Over”, concierto live en el estudio para un programa de radio y buena parte de las legendarias Barn’s On Fire Sessions así como canciones sueltas que fueron a parar a los soundtracks de las películas Hope Floats de Forest Whitaker y The End of Violence de Wim Wenders.
Pero lo verdaderamente interesante de volver a escuchar o de descubrir ahora a los días negros y noches rojas de este reconocible y reconocido Stranger’s Almanac es lo que sucede si se lo ubica –por prepotencia de cronología– como algo que llega después de lo último pero no por mucho tiempo que ha editado Adams: el long play Easy Tiger y del mini–lp Follow the Ligths (2007). Allí, aquí, The Cardinals –su banda de un tiempo a esta parte– no parece hacer otra cosa que buscar recuperar el sonido Whiskeytown y, de tanto en tanto, lo consigue.
Poco tiempo después, Adams –recuperado de múltiples adicciones; “Sin exagerar: es un milagro que no haya muerto”, contó hace poco a The New York Times– informaba desde su blog que había perdido por completo la audición de su oído izquierdo y buena parte del derecho y que se trata “de algo dramático y algo con lo que tendré que aprender a trabajar y a vivir. Es un gran desafío”.
Para el 2008, Adams ya ha anunciado un nuevo álbum con The Cardinals, un disco nuevo en solitario “estilo crooner” y el lanzamiento de los ya míticos The Suicide Handbook y 48 Hours (ambos del 2001).
Mientras tanto y hasta entonces –cuando cada vez se oyen más rumores acerca de una reunión de Whiskeytown– aquí van de nuevo estas canciones de estacionamientos, cines, cigarrillos y televisores. Música triste, melodías que pinchan las yemas de los dedos y sacan sangre, versos perfectos para sentirnos felizmente imperfectos y marche otra vuelta de “Loosering”: esa canción donde el sujeto perdedor se convierte en algo que es mucho más complejo que el simple verbo perder.
O para explicarlo mejor –track 2 de Stranger’s Alamanac– con una estrofa de “Excuse Me While I Break My Own Heart Tonigth” y Hank Williams estaría más que orgulloso y está todo dicho: “Así que discúlpame mientras rompo mi propio corazón esta noche / Después de todo es mío / Después de todo es mío / Después de todo es mío / ¿Me lo podrás devolver alguna vez?”.
Y aunque no puedas oírlo: no, lo siento, no te lo van a devolver.
Nunca.
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