Dom 18.05.2008
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ENTREVISTAS >TATA CEDRóN: TANGO, PERONISMO, GELMAN Y MáS

Un muchacho (peronista) y una guitarra

En 2004, después de 30 años de vivir en París, adonde había llegado exiliado de la última dictadura, el Tata Cedrón decidió volver a instalarse en Buenos Aires. Desde entonces, ese idilio que mantenía con el público argentino sólo se intensificó. Poco ortodoxo, debutó musicalizando a Gelman, hizo lo propio con nombres como Arlt, Borges, Tuñón, Brecht y Dylan Thomas y hace poco puso música a poemas inéditos de Homero Manzi. En medio de un ciclo impecable, flamante Ciudadano Ilustre, prolífico en la guitarra, en el estudio y en el escenario, María Moreno charló con él de la larga vida que lo trajo hasta acá.

› Por María Moreno

¿Y cómo se va a llamar un boliche en donde toque el Tata sino El Nacional? Mejor sería que se llamara Nacional y Popular, porque él sigue siendo peronista menos a la Juan José Hernández Arregui que a la Daniel Santoro, medio de afiche con el Plan Quinquenal, vacaciones pagas y motor Pampero. El Tata puede haber echado canas, pero está como siempre peinado en bandeaux, vale decir raya al medio, y haciendo sonar esa guitarrita fina, nada especial pero muy suya, aunque alguna vez se haya atrevido con clásicos (“toqué quince minutos en radio Municipal de Córdoba, todavía guardo el papelito”). Esta noche se queja: “No estoy bien”, y por eso retacea los bises: el Mucolin o alguna de sus variantes no lo ha hecho expectorar sino que le ha secado la gola (contará más tarde con esa falta de pudor del hombre para quien el cuerpo es un instrumento laboral).

Con un aire malhumorado hace temas surtidos y cuando, desde el gallinero, dos veteranas piden “Los ladrones”, concede antes de hacer mutis por el foro, que consiste en salir por el costado del bar.

Cambiaste la letra. En vez de decir “cuando la madre se les muere” dijiste “cuando la vieja se les muere”. A Julio Nudler eso le parecería un error severo.

–Cambié la letra porque estaba caliente porque me sentía mal. También en “Che bandoneón” en vez de decir “Estercita y Mimí, como Ninón”, digo “Estercita, Mimí como minón”. Y en vez de “y ella vuelve noche a noche como un canto / en las notas de tu llanto...”, digo “ella vuelve noche a noche como un tango”. Tango o llanto, da lo mismo. Pero en “Cambalache” no da lo mismo decir “Stravinsky” en lugar de “Stavisky” o “romero” en lugar de “Romeo”, como hace Gardel.

Ya lo contaste mil veces pero, ¿cómo empezaste?

–Como en mi casa no teníamos luz, mi viejo trajo una batería como la de los coches que tienen plomo adentro, entonces las vendimos y con eso compramos la guitarra. Era para mi hermano Alberto, pero las ganas le duraron una semana. Ahí la agarré yo. Primero estudié con un mafioso divino que se llamaba Cacho Otero y que me hacía hacer cosas re mersas.

¿Cómo qué?

–“Sonia.” Eso de: “La inmensa extensión de las estepas / cubiertas por la blanca nieve están / y son de este presidio las murallas / tan altas que ni el sol se ve alumbrar”.

Que bien la hacía Magaldi.

–Pero me hacía cantar otra peor: “Una geisha de Yosiwara / sacerdotisa del dios Amor / dice a todos que está maldita / porque ha nacido de la traición”. Era un foxtrot que había cantado Gardel y que se llamaba “Canción oriental”.

¿Te pasó que te gustara un poema y que no te saliera la música?

–Componer es como tirarse a una pileta sin saber nadar. Te tirás y salís para afuera como un perrito hasta llegar a la orillita, después te tirás otra vez y cada vez aprendés más. Una de mis primeras canciones fue un poema de Gelman, “Madrugada”. Yo me sentía identificado con eso, así que hice una canción; pero cuando la quise meter en la música, no entraba. Entonces en el disco Madrugada, que es el primero que hice con Gelman, salieron la música y el poema por separado.

Los poemas de Machado que hacen Serrat o Ibáñez tienen una métrica y una rima que los hacen más fáciles de musicalizar.

–En cambio en la milonga argentina y en el tango no hay estructuras que se repiten, son como cuentos: Tatatatarararara baribabarabarara, barbarbarabarabaira baribarirarará... (leer con música de “Mi noche triste”). Por eso el tango y la milonga sirven para cantar un tipo de poesía que es rota.

Aunque no fueran de la misma familia estética, en los ’70, la lengua rota hacía que tanto un psicoanalista lacaniano como un reo de barrio se permitieran señalar el doble sentido en una frase como “Mi padre era un hombre de en(verga)dura”, unía los textos de Osvaldo Lamborghini con los de Juan Gelman, la voz de vocalista de Héctor Libertella que escandía cortando las palabras aun para conversar y esa manera de pronunciar del Tata que suena así: “Coando la mmadre se les muere / le ponnen ludo a la guetarra”.

Tata Cedrón se permitió invenciones musicales mucho antes de que la “Balada para un loco” fuera recibida como Miracle de la rose de Stravinsky, sin embargo, aunque haya cantado como Caruso en La Felice de Venecia, no figura en muchos manuales de tango.

¿Nunca te hicieron un poema para que vos le pusieras música?

–Nunca lo logré. Pero, en el ’62, con Gelman hicimos una canción, “El siete”. Fui a su casa, que vivía medio escondido, y estuvimos ahí toda la tarde tratando de ponerle la letra a una música que yo había hecho. Nos tomamos unas ginebritas con unas cocacolas, bastantes, diría yo, más ginebra que coca. Se hizo la noche, fuimos a cenar a un restaurante, a lo de Don Pedro. Seguimos tomando y de repente se nos ocurrió: “Vamos a cantar la canción que hicimos”. Pero nos echaron. Entonces nos fuimos al Ramos. Ya eran las dos de la mañana. Nos echaron también porque queríamos cantar la canción que al final nos quedó de siete palabras. Y habíamos estado dándole todo el día.

¿Cuáles?

–“Es de noche, tus dos manos abrigaban”...

UN MUCHACHO PERONISTA

Tata Cedrón es peronista de Perón y su credo no tiene forma de teoría sino de una serie de estampitas manoseadas como figuritas que forman los cuadros vivos de su infancia. Lástima no haberle preguntado si llevó una cinta de luto en la manga del guardapolvo cuando la señora pasó a la inmortalidad. Su voz cristalina, medio uruguaya, aunque se le ponga grave en temas como “Y la muerte no tendrá poder”, suele tener la alegría de un tropero que vuelve y, como a veces él ni se molesta en pronunciar y traga palabras enteras, se le acentúa ese efecto trémolo de felicidad peronista.

–Mi viejo era socialista y secretario de un centro de la calle Republiquetas y Ciudad de la Paz, que todavía está, y ahí hacía teatro. Me acuerdo que en una obra le daba un beso a la actriz que parece que era la novia. Nosotros nos criamos en Núñez, allá por Puente Saavedra, pero como éramos tantos y mi viejo tenía esa historia de amor, y no quería romper todo, nos llevó con mamá a Mar del Plata. Cuando llegamos, mi hermano Alberto tenía doce años, yo diez, los mellizos –Osvaldo y Jorge– siete, mi otro hermano, Billy, cinco y mi hermana Rosita, dos. Nos fuimos a vivir al lado de un campo de deportes que había hecho Perón cerca del Martillo, en una calle de tierra. Ahí hacíamos de todo: carrera de posta, fútbol, garrocha. Era gratis y sin horario para todos los pibes. Después, mi viejo se compró una casita al lado de Camet, que entonces era pleno campo. Me acuerdo que había un tipo que se llamaba Castiñeira que, después de trabajar hasta las cinco de la tarde, le hacía la casa a mi papá. Y yo iba de Centenario e Independencia, que era al otro lado de Mar del Plata, en mi bicicleta rodado 22, sin guardabarros ni cambios, a ayudarlo al albañil a hacer la mezcla. Me acuerdo que un día planté tres ciruelos cada uno a diez centímetros de distancia del otro. Creyéndome muy vivo, pensé: “Me parece que se van a tocar cuando salgan”. Entonces los puse a quince centímetros. No andó. Pero quedó uno.

¿Peronista fuiste siempre?

–Yo tengo una familia como muchas. Mi viejo era socialista, pero no era gorila. Halagaba al 17 de octubre, pero con un pero. Mi vieja, en cambio, era peronista. A la vuelta de mi casa había una carbonería y el tipo puso una biblioteca. Entonces a mi viejo, cuando éramos más grandes, lo chicaneábamos: “Vos les vendías La Vanguardia y Propósitos a los ricos, pero a los pobres, mientras vos vendías esos diarios por abajo, el carbonero les puso una biblioteca a donde iban a leer todos”. Mi tío José –que tendría unos 18 años, hermano de mi mamá y que era sifonero– también era peronista. Cuando venía a casa dejaba la chata en la esquina, en Arcos y Vedia. El otro día pasé y están los mismos árboles, esos venenitos de las pelotitas. Tenía un caballo al que le ponía un sombrerito de paja con un agujero para las orejas. Un día se le murió insolado. ¡Qué cosas que tengo en la memoria!

Como para subrayar el perfil popular, el Tata vive en un PH de Boedo, adonde tiene la cama en la cocina. En la bajo-mesada no guarda el detergente sino las cajas con CDs. Usa un minicomponente viejo al que llama “la radio” en donde pretende hacer escuchar una versión de Girondo hecha por él y Lidia Borda pero, como patina, lo hace arrancar con un mamporro. En la pared hay un cartel que dice: “Jardines Neptuno, Cedran, los ases del tango argentino, procedentes de las mejores salas de América y Europa”.

La guitarra reposa sobre una colcha étnica. Por todas partes hay botellas de agua mineral vacías. En el piso, un fueye.

–Yo me acuerdo hasta de la revolución del ’43, cuando fue lo de la Escuela Mecánica de la Armada. Estaban las tropas en Vedia y O’Higgins, donde había un ombú. Marechal, en Adán Buenosayres, inventa un ombú que tenía un túnel que llevaba al infierno. Y ese ombú que te digo también tenía un túnel. Y mi hermano Alberto decía que el infierno era la Escuela Mecánica de la Armada que estaba enfrente. No estaba tan alejado. Mirá cómo está el país ahora. Tá bien que pasó un vendaval terrible o un terremoto, pero siempre una florcita sale. ¿Sabés lo que era el ’45 después de la Década Infame, la mentalidad que había? Eran tipos sanos, y no estaban podridos porque no había televisión con toda esa información de mierda que le meten a la gente. La única vez que hubo un proyecto de Nación fue en el ’45. Había fábricas, colegios industriales, escuelas públicas. Tengo amigos profesionales que estudiaron en esas escuelas y que ahora son gorilas. Pero yo les digo: “Pelotudos, ¿de dónde salió la clase del ’70 si no de esas escuelas, incluidos los dirigentes leninistas, maoístas, trotskistas? De la educación del ’45. ¿O no? Toda esa gente. Los Gelman, los Portantiero, el Quieto, por nombrarte los jetones.

¿Militaste?

–Siempre. Con mis hermanos siempre fuimos solidarios, peleamos cosas, inventamos. En Mar del Plata, Alberto y yo teníamos unos amigos de la Juventud Comunista que se llamaban “Los pioneros de la patria” –uno de esos bolazos del PC-– con los que pusimos un taller de cerámica y enseñábamos títeres a todos los chicos del barrio. Entonces uno militó siempre.

¿Sos kirchnerista?

–Por supuesto que sí. No se puede ser tan obtuso de criticar a un presidente que hace cinco meses que está en el poder. Porque, ¿con qué hacés un proyecto acá? Decís: “Vamos a poner lamparitas en todas las calles”... ¡y nadie sabe atornillar! Yo propongo que el tema de Viglietti, “A desalambrar”, sea música nacional, pero no para hacer la reforma agraria sino para hacer una campaña en contra de atar todo con alambre. Perdoná que me caliente. Y entonces sí que soy kirchnerista. Mi viejo nos leía en voz alta Rebelión en la granja, de Orwell. La edición de 1948, la primera. Lástima que yo pensé que los chanchos habían ganado, pero no era así, los mandaron al chiquero de vuelta. Y a ese sentimiento lo puedo adaptar a lo que yo siento hoy en día. Uno creía, pensaba o cree, pero no, no ganamo’ nunca.

DE FIERRO

El Tata Cedrón tiene con los hermanos esa relación que Fierro tenía con Cruz y que lo hacía soñar con vivir juntos sobre un cuero, a mate y mate bajo las estrellas. Eran cinco varones los Cedrón, y tenían una hermana que se llamaba Rosita, todos artistas.

–El otro día estuve diciendo que para mí el amor más grande es entre hermanos. Vos a tu hermano lo querés, sufrís por él, tenés miedo que le pase algo cuando sos chico; pero vos no lo aconsejás, por eso uno dice “yo lo quiero como a un hermano” y no “como a un padre”. En dos años se murieron dos hermanos míos y fue terrible. Queda Billy, titiritero y actor, que vive en Francia; y Rosita, que escribe y pinta como los dioses. Me falta Alberto, que siempre me dio muchas ideas e ilustró casi todos mis discos. Y mi hermano Osvaldo, Cholo, un arquitecto que hizo muchos proyectos de vivienda popular. Trabajaba en unos coches de mierda para la gobernación, haciendo implantaciones de fábricas en los pueblitos, enseñaba en la Universidad de Mar del Plata y después, los domingos, se iba a los boliches de Parque Camet adonde se reúnen los camioneros que llevan papa a Balcarce y cantaba tangos. Era un tipo al que le entraron ladrones y mientras ellos agarraban la computadora, los equipos, el inodoro, él les preguntó: “¿Cómo se van a llevar todo eso?”. “No sé”, dijeron los ladrones. Entonces les dijo: “Los llevo yo”. Y los llevó en el auto.

El canta en un CD tuyo.

–Y un día yo hice una canción con Nacho Whisky y con un aparatito chiquitito se la grabé a Osvaldo. Cuando en Página me pidieron lo último que tenía para sacar en la selección que me editaron, les dije que era esa canción, pero que la cantaba mi hermano. Y la puse. Y una semana antes de morir, él la escuchó. Mi otro hermano, Jorge, el cineasta, murió hace 28 años (fue encontrado muerto el 1º de junio de 1980 en los baños de la Prefectura de la Policía Judicial de París) y tengo la incógnita de quién fue el hijo de puta que lo mandó al muere. Mi relación con él me hace acordar a cuando Fidel decía: “¿Voy bien, Camilo?”. Me acuerdo que cuando grabé el disco con tangos tradicionales –hice “Yuyo verde”–, el Tigre me dijo “Mandáselo a Morán, que le va a gustar”. Pobrecito, era cariñoso Jorge. El disco le gustó, pero me dijo: “Tata, es bárbaro; pero con Gardel no te metás”. Lo de Jorge pasó en el ‘72 y fue terrible. Está la historia Cordero de Dios que hizo Lucía (la hija de Jorge Cedrón), pero es su historia y no la de Jorge. Lo último que yo te puedo decir ahora es que si se sabe quién secuestró a Montero Ruiz, porque a partir de eso Jorge se suicida o lo matan, se sabe qué pasó con mi hermano.

Tata dice que ese lugar es su estudio, que su segunda mujer y su hija menor viven en el departamento de al lado. Desde la puerta llega un olor a tuco. La nena está en el balcón, pero no quiere saludar, ni tirar besos. Está andando en triciclo, pero no uno de rayos con manubrio y sillín de toro de Picasso, sino un animal de plástico que se empuja con los pies.

Como se propone como “antiproducto”, el Tata se olvida de dar la información fundamental para la nota: que Alfiz Producciones y Sony reeditaron Orejitas perfumadas sobre textos de Roberto Arlt y Frison Frison con poemas de Homero Manzi inéditos, y que está a punto de aparecer otro CD con versiones sobre Tuñón. Toda esa data llega por e-mail del bandoneonista Miguel López.

–Te dije que volví por lo de Kirchner. Pero a lo mejor volví para ir a cazar liebres con Osvaldo en los campos de Mar del Plata. Cuando éramos pibes agarrábamos los galgos y nos mandábamos por detrás del aeroparque, por el lado del Viboratá, a cazar. Pero él me dijo: “No se puede cazar más, tenés que pedir permiso para pasar un campo porque, si no, te cagan a escopetazos, son terrenos privados”. Yo me acuerdo todos los días de Jorge, de Alberto y de Osvaldo. Y todavía me duele.

El Tata Cedrón se viene presentando todos los viernes de mayo a las 21 en El Nacional, Estados Unidos 308. Entrada: $ 30.reservas: [email protected] o al 4307-4913.

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