CINE > PABLO TRAPERO PRESENTA LEONERA, SOBRE LA VIDA DE LAS MADRES PRESAS CON SUS HIJOS
El director de El bonaerense da vuelta la cámara, pero lo hace de la manera más inesperada: con un policial que deviene en drama carcelario, y un drama carcelario que deviene en un drama más corriente de lo que el cine y la televisión, tan fascinados por la vida entre rejas, no muestra: la vida de las mujeres condenadas a llevar adelante su maternidad en la cárcel. Mientras compite en Cannes y espera su inminente estreno local, Pablo Trapero y Martina Gusmán (su mujer, coproductora y protagonista) presentan Leonera.
› Por Mariano Kairuz
En Leonera, su quinta película, Pablo Trapero va “liberando” información –sobre su historia y sus personajes, el mundo en el que viven o al que se ven transplantados, y sus transformaciones– con una habilidad tal que nuestra percepción de lo que estamos viendo no termina de ajustarse casi hasta el final. Todo empieza en una canción infantil que, como tantas canciones y cuentos infantiles, encierran en sí el reverso oscuro de esa presunta reserva de inocencia, juego y festividad que son los chicos. Y justo después, el rostro de la protagonista, Julia Zárate, que despierta desorientada y con las marcas de un episodio violento en la piel. Enseguida nos enteramos de que esta chica de veintipico es una estudiante universitaria y sobre el piso de su departamento yacen los cuerpos de dos hombres; uno de ellos está sin vida y ella pudo o no haberlo matado. Pero esta historia empieza en realidad cuando ella ingresa a la cárcel, con un embarazo que recién comienza a tomar forma, y que ese lugar es y no es lo que esperábamos encontrar: “Agradecé que tenés la panza; esto no es la cárcel”, le dice a Julia, palabras más palabras menos, la interna que pronto le proveerá su guía de supervivencia en el pabellón de madres y embarazadas.
El relato avanza mediante grandes elipsis entre las cuales se va contando la adaptación de Julia al lugar en el que habrá de pasar años, el nacimiento y la crianza de su hijo, y eventualmente la disputa con su madre, que llega desde Francia cuando ella ya está presa, por la tenencia del nene. A pesar de la evidente documentación periodística que llevaron a cabo y sobre la que se construyó el guión (de Trapero junto a Alejandro Fadel, Martín Mauregui y Santiago Mitre, que son tres de los cuatro directores que firmaron El amor (primera parte)) y el enorme poder de observación aplicado a la reconstrucción y puesta en escena del universo carcelario y judicial, Leonera nunca corre el riesgo de convertirse en un “documental” sobre madres encarceladas. Porque siempre fue clara la intención de crear un personaje y sus circunstancias particulares, de contar una historia, como reafirman en la entrevista Pablo Trapero y Martina Gusmán, quien además de ser su mujer y su coproductora en Matanza Cine desde El bonaerense, interpreta a Julia Zárate, en una actuación convincente y poderosa, de ésas en las que la expresión “poner el cuerpo” deja de ser puro lugar común.
Desde el principio, entonces, fue la ficción. Leonera fue pergeñada por Trapero y por Gusmán apenas después de Nacido y criado, donde ella tenía un papel breve pero central en la primera parte. Tras dos películas seguidas hechas de largos y complicados viajes (Nacido... y Familia rodante), Trapero le propuso a Martina que pensaran una película que ella pudiera protagonizar, y que tuviera una premisa de producción más acotada. Algo “de cámara”: tres personajes y una o dos locaciones a lo sumo. Un tiempo después, ella le mostró un argumento que había escrito, unas 40 páginas acerca de un triángulo amoroso extraño que culminaba en un confuso crimen. El las leyó y le dijo: “Buenísimo, pero acá donde termina el guión es donde empieza la película”. Si aquella decisión pudo parecer un retroceso, coinciden, la ventaja fue que ya tenían diseñado al personaje de Julia, “cómo era su historia, de dónde venía”, y eso permitió la dosificación de información sobre ella y el crimen, que es uno de los elementos fundamentales de la tensión narrativa de Leonera. Además, como en Nacido y criado, la reciente paternidad de ambos jugó un papel importante en sus nuevas obsesiones. “Confluyó otro proyecto que tenía y que ya no sé si voy a hacer”, recuerda Trapero. “Se iba a llamar El hijo rehén y contaba la historia de una pareja que se separaba, y cuyo hijo quedaba en el medio de la pelea por la tenencia y un mundo judicial al que a su edad le era imposible integrarse. Además, pasó una cosa casi azarosa: estábamos yendo a pasar un fin de semana al campo con Mateo (el hijo de ambos) y Martina, por la autopista Ezeiza-Cañuelas, y cuando pasamos por estos bloques, los de la unidades penales de Ezeiza, Mateo me dijo: Mirá papá, ¿qué es eso rosa? Y esos bloques color rosa eran la unidad para mujeres donde están los chicos presos. Ese contraste fue un punto de partida para empezar a investigar y enterarme un poco más de cómo es la realidad de las madres presas con sus hijos. Imaginarme a los chicos presos me resultó conmovedor y me impresionó; es un sinsentido donde se debaten dos derechos del pibe que se contradicen: a estar en libertad y a estar con su mamá.”
Si el enigma del crimen muta en drama carcelario, para la mitad de Leonera la maternidad ya se habrá convertido en el centro emocional de la película. “La presencia de los chicos en la cárcel modifica la vida de mucha gente; los niños generan otras reglas de convivencia, y otros puntos de vista: para nosotros los muros penitenciarios son aterradores y angustiantes, pero los chicos los usan para dibujar. Y las rejas serán el símbolo del encierro, pero los chicos las usan para treparse y jugar como si fuera un arenero. Todo se deconstruye y se desorganiza respecto de lo que se supone que debería ser.”
“Y es muy difícil tener una posición absoluta. Hay que analizar caso por caso. Por ahí para la mayoría podría emplearse prisión domiciliaria; pero también eso es complicado, porque muchas de las mujeres presas no tienen su propio hogar. Es necesario entender con quién va el chico; si no tiene con quién quedarse va a un instituto de menores, que no dista mucho de una cárcel. Lo que varía según la ley penitenciaria de cada país es la edad máxima para que el pibe esté preso con la madre. En algunos casos es el período de lactancia; ahora acá es hasta los cuatro, pero en un país con este nivel de injusticia y desorden social, donde las escuelas se caen a pedazos y los hospitales no funcionan, es muy difícil pensar en una solución totalizadora. Yo escuché a mamás que dicen que están mejor en la cárcel que afuera, y cuando te cuentan de dónde vienen, lo entendés. También escuché a celadores que casi tienen envidia de la realidad de esos chicos, porque estando todo el día con la mamá tienen acceso a más visitas médicas, o por ahí a más recursos de educación. Es un debate que tienen que tener las autoridades y los especialistas en minoridad; todos los que puedan aportar una idea, un principio de solución. Es un tema que mucha gente no conoce; es complicado y me gustaría que la película ayude a que la gente se entere y se abra el debate.”
Aquel primer guión que no fue, el del viaje de tres personajes hacia un crimen, dejó asentada una decisión que Trapero y Gusmán mantuvieron, saludablemente. Que, incluso en un medio donde la mayoría de quienes lo habitan son pobres, su protagonista fuera una chica de clase media alta. “Al SP le pedí entrevistas puntuales con chicas que tuvieran una carátula similar a la de Julia, que estuvieran por homicidio, y que pertenecieran a un estrato social similar”, asegura Martina. “Para mí era muy importante no caer en el cliché de comerse las eses: Julia no es una tumbera, es una chica universitaria que por una circunstancia tiene que pasar por esta situación. Sabíamos que de otra manera iba a dar forzado; la idea era centrar la construcción del personaje por otro lado. También me parecía un desafío mayor para la identificación de buena parte del público. Porque la verdad que el 80 por ciento de la gente que va a ver la película va a ser de un estrato social de clase media a media alta, que son concretamente, los que pueden acceder hoy a una entrada de cine.”
–Vi todo lo que tuve a mi alcance –dice Trapero–. Alcatraz, The Shawshank Redemption, lo que se te ocurra. Y las argentinas: vi Atrapadas (la de Aníbal di Salvo, de 1984, con Camila Perissé), Deshonra (1952, de Tinayre con Tita Merello). Y creo que todas las claves del género están en Leonera; no en primer plano, pero están. Con casi todas mis películas hice un ejercicio parecido. En Familia rodante había un género, cientos de películas argentinas sobre la familia, desde Los Campanelli; El bonaerense tiene la tradición del policial argentino; o las películas súper dramáticas de los ‘80 que de algún modo están en Nacido y criado. Me gusta esta idea de dialogar con algún tipo de cine que se haya hecho en Argentina a lo largo de la historia. Por ahí lo hago desarmando y reconstruyendo, repensando lo que ya se hizo desde otro punto de vista.
La producción de Leonera (que contó con capitales coreanos y brasileños) distó mucho de esa experiencia más tranquila y controlable que buscaba Trapero. Implicó una larga investigación, un acercamiento abierto al ámbito en el que iba a transcurrir el relato, y lidiar con el enjambre burocrático y logístico que significa filmar en cárceles verdaderas. “Hablamos con Marta Dillon (cuyo libro Corazones cautivos –Ed. Aguilar, 2006–, sensible crónica de las vidas de las mujeres en la cárcel, fue central para el guión de esta película), con Ricardo Ragendorfer (que tiene un pequeño papel en la película), con ex presidiarias, con gente del servicio penitenciario. Varios presos y ex presos hicieron distintos papeles: la mujer que interpreta a Elsa, la abogada de Julia, estuvo 12 años adentro y en ese tiempo se hizo abogada y ahora tiene una ONG que ayuda a chicas que salen de la cárcel. Muchos de los celadores de la ficción son personal del servicio penitenciario que en sus francos venían a laburar en la película. En algunas escenas se daba una tensión particular, mucho recelo porque eran verdaderos celadores con chicas que capaz que habían estado presas.”
Desde su rol de productora, Martina cuenta cómo fue el primer abordaje del Servicio Penitenciario: “No sólo fuimos a pedir autorización para filmar en la cárcel, sino que armamos un proyecto más global, de intercambio. Por un lado, para que las presas pudieran trabajar en la película hay algo que ya existía y que yo pedí que se ampliara al rubro cine: la posibilidad de que percibieran sus honorarios a través del SP, por una cuenta en la que se deposita un dinero que se les da cuando salen en libertad, o que puede ser transferido a un familiar o usado para compras de cosas de higiene, por ejemplo. También hicimos proyecciones de nuestras películas de diferentes cárceles con charla debate”. Para sorpresa del director y la actriz-productora, un dato que ella no sabía si dar o no al Servicio Penitenciario en su presentación, ayudó a abrirles puertas. “Eran fans de El bonaerense; algunos la habían visto 15 veces, le pedían un autógrafo a Pablo. Parece extraño, pero en su momento, cuando estábamos por estrenar El bonaerense, que coincidió con el tema de los secuestros express, armé una proyección para la cúpula de la policía, para que la vieran antes y si la prensa iba a preguntarles sobre la película, tuvieran con qué responder. Tuve pánico, pero sabía que ya estábamos jugados, y la reacción fue buena: los cargos jerárquicos por ahí no me decían nada, pero aprobaban el gesto de mostrarles la película. Ahora, sobre el fanatismo que despertó, creo que tengo una respuesta: sí es una película crítica, pero todo el mundo sabe que en la policía hay corrupción, y acá al menos había una película que habla de ellos, de una realidad con la que se podían identificar, y lo valoraron. Creo que es un poco también lo que pasó con los trabajadores del Servicio Penitenciario y con los presos: vieron que alguien podría poner en una película una voz que nadie escucha.”
El retrato que hace Leonera de los celadores del Servicio Penitenciario esquiva el lugar común que impuso el género, el de cerdos abusivos y hasta sádicos. “Sin ánimos de idealizar –dice Trapero–, tengo que decir que me sorprendí: así como encontramos gestos de solidaridad entre internos, los encontramos también entre internos y celadores. Uno ve que es muy duro el trabajo para los empleados del SP. Si las escuelas y los hospitales están olvidados, imaginate lo olvidado que puede estar el SP. Muchas veces la gente del SP tiene a sus propias familias adentro. Y seguro que la mayoría no soñaban de chiquitos que querían ser guardiacárceles, sino que determinada realidad social los ubicó en ese lugar. Muchos te lo dicen: Yo tomé este camino porque el otro camino que tenía es el que tomó un primo y él ahora está de ese lado y yo de éste.”
La primera de esta serie de entrevistas que Martina tuvo con mujeres presas resultó fatal pero también muy instrumental para diseñar el recuerdo neblinoso que Julia tiene del crimen del que se la acusa. “Le pregunté al director del penal por qué estaba presa esta chica y me dijo: Porque mató a su hijo. Tuvimos una charla de cuatro horas en la que me relató que el crimen en sí mismo para ella estaba en black out; que asume que mató a su hijo por lo que le dicen, pero que no se acuerda de nada, y pensé: Si me está mintiendo es una psicópata terrible, pero si me dice la verdad, es de un nivel de angustia insoportable. Entré creyendo que no iba a poder escucharla siquiera, y terminé casi consolándola, mientras ella, llorando, me decía: Si es verdad o mentira, ¿qué importa?, si yo voy a cumplir la condena; voy a tener que estar acá 20 años. Pero necesito tener la imagen de mi hijo muerto y entender por qué lo maté...” También, cuenta, entendió algo que conecta con el título de la película (aunque la leonera es, específicamente, como se conoce a los espacios de tránsito en las cárceles): “Las internas madres con hijos en las cárceles son más bravas, tienen una cosa de leonas con la cría; están más alertas, violentas. Ahí es donde se producen los motines más seguidos y violentos. Es un poco ley de la selva. Hay un cúmulo de indignación, de resentimiento, vergüenza; una actitud violenta ante las circunstancias que están viviendo, y de culpa porque sus hijos están viviendo esa situación por ellas”.
Uno de los grandes aciertos de Leonera -–por su efecto de verosimilitud, al menos– es el relato de la formación de parejas entre las internas. Cómo el personaje fundamental de Marta (Laura García) se convierte en su protectora, su mujer, su amiga. Dice Trapero: “Depende mucho de los pabellones y las unidades, pero de lo que pudimos ver, el sexo entre las mujeres es muy distinto del caso de las cárceles de hombres. En las de hombres hay uno, dos o tres que tienen una posición pasiva, con quienes todos los otros tipos tienen un rato de sexo. Es el sexo como descarga, no es tan común la idea de pareja, de pequeñas familias u organizaciones más íntimas. También está el sexo de las visitas higiénicas. Pero entre las mujeres vimos que hay una necesidad de crear vínculos de seguridad, de intercambio; de familia, de cuidado. Hay chicas que tienen su pareja, su protectora o su protegida por muchísimos años mientras que afuera, en paralelo, mantienen su marido y su familia, y son dos realidades complementarias. Hay una realidad que colabora: en general la cárcel de hombres tienen colas infinitas de mujeres que van a visitar a maridos y novios, y les llevan a sus hijos. En las de mujeres son otras mujeres que van a visitarlas: hermanas, amigas, madres”.
“Siempre, siempre se forman parejas”, dice por su parte Martina. “Todas las chicas de entre 20 y 25 años, que son llamadas doñitas –doñas son después de los 30–, y que ingresan por primera vez a un penal, encuentran alguien que las proteja, si no no sobreviven. Estas protectoras, chongos o madres tumberas, tienen más años en la cárcel, y una o varias protegidas. Esta protección tiene una devolución, que puede consistir en lavar la ropa, o puede ser de tipo sexual, pero es algo por lo que pasan todas, es ineludible. A diferencia de lo que pasa en las cárceles de hombres, que suele ser con violación, acá se forman familias; hay una cosa más de solidaridad y comunidad. El sexo tiene una connotación menos violenta pero en algún momento, más tarde o más temprano, llega igual. Se da naturalmente: todas nos contaban cómo iba pasando, y a veces era la necesidad de un abrazo, o el momento de decir: Tengo miedo, ¿puedo dormir con vos?”.
El caso de Leonera no es único. Como bien ha sabido indicar Julia Montesoro, en los últimos años la prisión ocupa un lugar privilegiado en la pantalla nacional; prueba de ello, además de la película de Trapero, son este año los documentales No ser Dios y cuidarlos, de Juan Carlos Andrade y Dieguillo Fernández, y Unidad 25, de Alejo Hoijman (ganador de la Competencia Argentina en la última edición del Bafici). Sin embargo, el fenómeno supera al cine: también la televisión se fascina con las rejas y el encierro, no sólo en sus formatos más o menos periodísticos, sino también –sobre todo– en la ficción, interés que trasciende las fronteras locales hasta extenderse por toda América latina (como evidencia Capadocia, la última megaproducción de HBO en series, filmada en México) e incluso abarcar la industria estadounidense (Oz, Prision Break), una de las primeras en identificarlo como una alternativa viable.
En principio –podría decirse–, lo que caracteriza a todos estos proyectos, tan disímiles entre sí, es un abordaje “humano”, anticondenatorio, distinto del que primó en el género carcelario a lo largo de su historia. Como cualquier habitué del cine de trasnoche podrá recordar, mientras que algunas películas sobre hombres encarcelados (sobre todo las de fuga) se permitían humanizar a sus personajes, las películas sobre mujeres tras las rejas, nacidas en los ‘70 a la sombra del cine de exploitation (muchas de Pam Grier o Nacida inocente, con Linda Blair), jamás pasaron de ser meros entretenimientos subpornográficos, una curiosa mezcla entre onanismo y morbo sensacionalista. ¿Cómo olvidar su apogeo en la Argentina del destape, de la mano de las telúricas Sucedió en el internado y Correccional de mujeres de Emilio Vieyra o Atrapadas de Aníbal Di Salvo? En todas ellas, la cautiva es de alguna manera una bestia liberada a sus impulsos más primarios, casi el negativo de Robinson Crusoe o de esa célebre María que inaugura la literatura nacional.
Contra ese pasado, asumido o no, se construyen –desde propuestas estéticas y de mercado muy distintas– Leonera y Capadocia. Más allá de estas diferencias, ambos productos comparten una idea de base, que no debe poco a esa herencia vergonzante: la noción de la cárcel como espacio límite, donde la mujer, liberada de las convenciones sociales, se enfrenta a experiencias de autoconocimiento, cambio y lumpenización. Aun cuando la pena se vista bajo los ropajes de lo injusto y lo desmedido, aun cuando las condiciones de vida intramuros caigan bajo la retórica de la denuncia, el tránsito por la cárcel supone el acceso a códigos normalmente vedados para el espectador promedio de esas ficciones.
De hecho, resulta muy interesante el desplazamiento por el cual estas propuestas, al tiempo que reconocen el espacio carcelario como uno predominantemente poblado por pobres, hacen de sus protagonistas personajes de clase media a los que el tránsito forzado o el contacto laboral con la prisión revela un mundo más duro, más brutal y, sin duda alguna, más “real”. Justamente allí, en la supervivencia de ese prejuicio según el cual el mundo lumpen está más cerca de la realidad que el alienado universo burgués, estos discursos contemporáneos delatan su relación con el viejo género (y su punto de contacto con el discurso periodístico actual): el objeto de explotación no es ya el cuerpo femenino, la sexualidad, la perversión fantaseada, sino el pobre, la marginalidad, la miseria, convertidos ante los ojos de la clase media en garantes de la existencia de un mundo “más verdadero”, como si su espantosa cotidianidad no estuviera, a decir verdad, signada por convenciones y reglas igualmente férreas que las que aquejan a los demás estratos del tejido social.
Leonera forma parte de la competencia oficial del Festival de Cannes, donde se proyectó el jueves por primera vez (es, también, la primera vez que se cuentan dos películas argentinas en la competencia principal, la otra es La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel). El estreno local de Leonera tiene fecha para el jueves 29.
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