FENóMENOS > EL AUGE DE ENSEñAR Y APRENDER CASTELLANO EN ARGENTINA
Estadounidenses y europeos atraídos por dólar y euros bajos, más oferta nocturna y clima cosmopolita, chinos que lo necesitan para sus negocios y prefieren eludir los placeres urbanos, brasileños que lo aprenden por necesidad bilateral y cercanía cultural: especialmente en Buenos Aires, pero también en el resto del país y hasta en Internet, la demanda por aprender castellano aumenta y puede convertirse en una gran puerta de intercambio migratorio y trabajo para los locales. Y, además, también se enseña de forma gratuita a todos los refugiados —políticos, económicos, ecológicos— que llegan al país.
› Por Violeta Gorodischer
Quien camine por Buenos Aires y sienta un arrebato de ajenidad ante tanto rasgo europeo, preguntas casuales impregnadas de acentos raros y un clima de jolgorio corriendo a contramano de la realidad argentina, no tiene por qué sorprenderse. Recuerde que, de un tiempo a esta parte, un auge de estudiantes extranjeros está copando las aulas porteñas, y no sólo las aulas. Según el discurso oficial y mediático, el mix de atractivos culturales, solidez académica y un cambio favorable hizo que desde el 2005 Buenos Aires empezara a configurarse como principal destino educativo. Mucho más desde que la UBA empezó a seducir extranjeros con su canto de sirena. Entonces Cancillería le dio una mano para simplificar los trámites de radicación de estudiantes, crearon un Programa de Promoción de la Universidad Argentina para difundir en el exterior, una página en inglés y una guía con todos los planes de estudio. La Universidad de Belgrano empezó el 2008 llenando las calles con afiches que rezan “Belgrano es internacional” y la de Palermo duplicó la cantidad de estudiantes extranjeros gracias a un aviso en Lost y otro en Los Simpson. Mientras el último informe de la Dirección General de Asuntos Culturales de Cancillería y la A.A.D.E (Asociación Argentina de Docentes de Español) dice que el 43% del aprendizaje de español se desprende de estos estudiantes universitarios, cientos (literalmente) de institutos privados ofrecen alternativas tan variadas que en algunos casos llegan a rozar lo ridículo: tango y español, fútbol y español, vinos y español, teatro y español, ¡salsa y español! (¿para cuándo el sex tour del idioma?) Un fenómeno que en otros países ya está sistematizado como fuente de recursos para los ciudadanos pero que acá sigue abriendo disyuntivas: ¿calidad académica o diversión garantizada? ¿Política de Estado o negocio rentable para algunos?
Si uno se deja llevar por el discurso oficial, el batacazo parece servido en bandeja. Teóricamente, la difusión de la lengua permite postularnos como país receptor de turistas y estudiantes que salen, consumen, alquilan y se van a recorrer el país (¡divisas, divisas, divisas!). En una de las últimas reuniones del Ministerio de Economía con los ministros de Ciencia, Tecnología y Educación, dijeron que nuestra lengua es un “servicio de valor agregado” al destacar los tres focos de producción académica de español en el mundo: España, México y Argentina. “Podemos traer gente, pero también podemos abrir puntos fuera del país”, planteó Roberto Villaruel, director del C.U.I. (Centro Universitario de Idiomas) e impulsor de los cuatro centros de enseñanza de español abiertos en China. Pero lo cierto es que con el español pasa algo parecido a lo que pasa con las terapias: es tan vasta la oferta que el que no está bien asesorado donde cae, cae. El caótico espectro docente abarca desde una impecable calidad en los institutos reconocidas por la A.A.D.E, el Centro Universitario de Idiomas o el Laboratorio de idiomas de la UBA y otras provincias (el C.E.L.U. es el único “certificado de español lengua y uso” con valor internacional de Latinoamérica creado por un convenio entre 12 universidades nacionales), hasta estudiantes desocupados, viajeros ávidos de moneda extranjera y púberes amateurs que en el mejor de los casos se valen del “cuadernillo” para enseñar los verbos irregulares que ni ellos manejan. “Hay muchos pibes que enseñan por su cuenta, un compañero mío de la facultad se armó un grupo para enseñar por Skype y por chat. Tienen una cuenta donde le depositan la plata por Internet y los profesores enseñan en pijama desde la casa”, cuenta Mariana, una estudiante de Letras que enseña español en un instituto privado y de vez cuando tiene que hacer “city tours” que implican salir a pasear en bicicleta por Palermo o visitar la Plaza de Mayo para mostrarles la Casa Rosada (y todo, por supuesto, se cobra aparte). “Otra cosa que pasa es que se abren cada vez más institutos armados por chicos de veintitantos que son más del marketing y la administración y no saben cómo se maneja una escuela. Te meten en un mismo curso gente con niveles totalmente distintos. Es lo de siempre: no está organizado y los vivos aprovechan la ola”, dice.
Cuestión que la mayoría son europeos y norteamericanos, estudiantes y turistas (o estudiantes-turistas) que se confiesan aburridos de España (obviando el temita del euro) a la hora de aprender una lengua que “es segunda en el mundo después del inglés y está tan de moda como todo lo latino”. Aglutinados en la UBA y en las privadas, llegan siguiendo un rumor que ofrece excelencia académica, precios bajos y la posibilidad de un panorama festivo totalmente nuevo. Claro que seducidos por la ciudad que “de toda Latinoamérica es la que más se asemeja a Europa pero sin ser Europa” el aprendizaje del idioma deviene a veces excusa para vivir unos meses en la mejor de las capitales gay friendly, meca latina que nunca duerme y que ofrece un abanico de opciones donde están los bares y hostels de San Telmo y Palermo, los boliches cada vez más inaccesibles para el joven urbano de clase media (Mint y Pachá encabezan la lista) y hasta International Parties organizadas por argentinos mentores de “pisos compartidos” para estudiantes (www.pisocompar tido.com.ar) que cobran entrada y reúnen en un mismo y sudoroso espacio a extranjeros y porteños ávidos de rozarse con otras lenguas (en todo sentido). “Yo acá salgo disfrazado, voy a boliches normales y gays, puedo llevar mi ropa o mi pelo como quiero sin tener que preocuparme por la reacción de los demás. Para mí es una libertad nueva, durante mis seis meses en Argentina nadie me hizo sentir un extranjero”, dice Colin
O’ Laughlin, estudiante de la Universidad de Maryland de intercambio en la UBA. Por otra parte, si uno de los principales bastiones para que los números sigan creciendo es el nivel de nuestra universidad pública, más de uno se queda impactado ante la escena local: “Las clases son buenísimas, pero los baños están terriblemente sucios y hay niños pequeños que irrumpen en las aulas para vender cosas, pedir ayuda para salir de las drogas, por el HIV, plata para comer”, dice Adam Klein, un estudiante de Boston que vino a cursar un seminario de la carrera de Historia y dos de la carrera de Letras y no termina de comprender la tensión de pura calidad académica encerrada en la estética tercermundista. Y sin embargo, se quedan: para el extranjero ya familiarizado con el Villa Tour o el Turismo piquetero, todo es parte del pintoresquismo local. “La universidad es muy buena, pero también hay otras buenas en el mundo”, dice Colin. “Elegí Buenos Aires porque está de moda, todos mis amigos me habían hablado de ella, no podía dejar de venir”.
Costo mínimo y efectividad máxima. Eso parece definir la estrategia oriental de empezar a venir a Argentina. Mientras el canal chino CCTV-E decidió emitir programas en español las 24 horas del día, están llegando cada vez más estudiantes ahora que España se volvió restrictiva en los permisos para la entrada de ciudadanos orientales. “Hay muchas instituciones en China que proponen que estratégicamente hay que estudiar español. La ciudad de Tongli, que comercia cobre y minerales con Chile y el noroeste argentino, determinó que como política de Estado estratégica hay que formar recursos con manejo de español”, dice Villaruel. Según ellos mismos cuentan, los únicos lugares de Latinoamérica de los que se habla en China a la hora de elegir un destino académico son Cuba y Buenos Aires. Eso sí: a ellos nada de noche, nada de salidas locas. El objetivo es radicalmente otro: llegan, estudian, aprenden, se van. Adscriptos número uno a la carrera de Ingeniería (8 de 10 en una clase local), se autobautizan con nombres como Dragón, Vidal o Rey (el riesgo de elegir uno mismo) y mencionan como ventaja la escasez de chinos locales que manejan correctamente la lengua. Todavía son pocos y casi todos llegan directo al CUI, paran en hostels o alquilan departamentos por un par de meses. Y por momentos, pareciera que saben algo que los porteños ignoran. Sobre todo cuando practican una suerte de chino-fobia permitida (digamos, políticamente correcta) y sonríen ante la pregunta de por qué acá. Pausa, miradas cómplices y en un semiespañol (ayudita del profesor en el medio) explican que “España ya saturó el mercado, si hay menos chinos, la competencia es menor. Acá aprendemos por monedas y nos sirve para el futuro. Cuantos menos haya, más obligado se ve uno a hablar el idioma nativo”.
La última oleada es la de los brasileros que necesitan saber español, no sólo por las relaciones con el Mercosur (que impuso su enseñanza obligatoria) sino porque Argentina es uno de sus principales socios comerciales y el dominio de la lengua se transformó en punto primordial a la hora de hablar de negocios. Convengamos que no son idiomas tan diferentes: ¿es necesario venir hasta acá para poder aprenderlo? “Podemos venir en micro, es mucho más barato, conocemos y nos queda cerca”, dice Nayla Furtado en el Laboratorio de Idiomas de la UBA que, junto con el CUI, volcó toda su artillería para captar brasileros con publicidades en el Folha de Sao Paulo (“Estudiá español, viví Buenos Aires”) o políticas educativas de atracción (durante febrero llegaron dos grandes contingentes exclusivos de estudiantes brasileros de Ciencias Políticas). “Necesito saber español para el CV, para el diplomado. Es barato, hay mucha joda, podés salir a todas partes”, dice Nayla y entonces el esquema yanqui-europeo de poca inversión y mucha salida vuelve a repetirse. Pero acaso más familiarizados con Argentina y con el clima de fiesta, los brasileros organizan su propio circuito nocturno (¡qué Pachá ni Pachá!). Devenir es “la posta” en pleno Palermo Hollywood (Serrano y Niceto Vega), un continuado de música pum para arriba que demuestra que estén donde estén la alegria nao tem fim. Un núcleo de la comunidad brasilera (banderas de Copacabana, de Río, pieles morenas, cuerpos escalofriantemente movedizos) que recibe a todos los garotos que van llegando pero también a buena parte de extranjeros que lo escuchan nombrar y se acercan a conocerlo (la atracción de una sede carioca en el país más austral del mundo). Un lugar al que uno entra para olvidarse (una vez más) de que está en Buenos Aires porque claro, pequeño detalle: el único idioma que se escucha cada viernes y sábado por la noche es el portugués. En definitiva, todo parece indicar que la apuesta de enseñar el idioma todavía no es tan relevante como parece. “Percibir la enseñanza de la propia lengua como un recurso económico no es fácil”, opina Leonor Acuña, directora del C.E.L.U. “Traer extranjeros, vender libros, los subtitulados en las películas: todo eso son recursos. Pero encarar esto como una política de Estado es distinto. El Instituto Cervantes de España le dedica 100 millones de euros de presupuesto anual, más los sponsoreos. Eso es una política de Estado. Nosotros, por ahora, sólo tenemos gestos.”
Otra cosa totalmente distinta es enseñar español como fórmula de inclusión social. Desde hace ya varios años, el Laboratorio de Idiomas de la UBA firmó un acuerdo con Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados) y la Comisión Católica de Migraciones para enseñar español a todos los refugiados (políticos, económicos, etc.) que fueran llegando al país. “Nosotros enseñamos la lengua pensando en la necesidad de los hablantes”, plantea Leonor Acuña. “Un día estábamos en el Laboratorio y llegó un muchacho kurdo. El tipo no tenía pasaporte, no tenía nacionalidad, estaba trabajando en un taller mecánico, quería estudiar español y no tenía plata.” De ahí al contacto con Acnur y la Comisión Católica no hubo más que unos meses y así fue la puesta en marcha de un programa que hasta el día de hoy lleva la delantera en Latinoamérica. De los 3158 refugiados registrados en el 2007 por Acnur, casi 200 se anotaron en cursos de español. Llegan en barco, sin ningún tipo de contacto, sin asesoramiento legal. Amadou Ba, por ejemplo, es un chico de 17 años de Guinea que está hace 4 meses en Argentina y apenas si se defiende en el español. Mira poco, no sonríe. Con un manejo incipiente del idioma, se ingenia en buscar las palabras que ayuden a reconstruir su historia: que subió a un barco pensando que iba a Canadá o Estados Unidos, que ni siquiera había escuchado hablar de Argentina, que toda su familia murió en la guerra, que en su país hablaba el dialecto peuple y aprendió francés en la calle. “Tengo muchos problemas, no hay trabajo”, dice después, y abre una carpeta, muestra una hoja, las letras chiquitas, señala su propia foto carnet en la parte de arriba y sigue hablando. Pero de a poco la lengua se le va yendo, se le escapa. La profesora se acerca, explica que lo que pasa es que no le salen los papeles del documento y que por eso no puede trabajar. “El manejo que cada uno tiene de la lengua puede ser también un factor de sufrimiento. Hay individuos que pueden estar sufriendo lingüísticamente”, plantea Acuña mientras Silvia Luppino, coordinadora del área de refugiados, sub-
raya el contraste con las clases de español para europeos: “En general los refugiados no pueden encontrar hoteles que los alberguen, me preguntan si acá es normal que los pare la policía en la calle, el tema más recurrente es el vocabulario del hospital público”, dice, mostrando la paradoja de un terreno que es tan público como el otro pero donde las facilidades, por lo visto, no son justamente lo que abunda.
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