Domingo, 25 de mayo de 2008 | Hoy
MúSICA > PABLO GUERRA ESTá SUELTO
Hasta ahora, Pablo Guerra era conocido como guitarrista y compositor de Los Caballeros de la Quema y de Los Piojos. Pero ahora da un paso al frente para revalidar él solo las credenciales que ya hace tiempo le corresponden: la de un rockero de estirpe que esta vez logra el disco que sus canciones se merecen.
Por Martín Pérez
Cuando era chico, Pablo Guerra primero quiso ser veterinario, como Daktari. Después camionero, como BJ, el de la serie. Y por último rockero, como Keith Richards. Sentado ante un vaso de cerveza durante una fría tarde del otoño porteño, Guerra remata la enumeración con una sonrisa, como dándose cuenta de que, a su pesar, acaba de hacer un chiste. Pero si se escucha atentamente el flamante Suelto, su tardío debut como solista, es posible descubrir que el ex guitarrista tanto de Los Piojos como de Los Caballeros de la Quema es un hombre fiel a sus sueños iniciáticos. La tercera es la vencida, dicen, y Guerra ha terminado siendo un digno rocker a lo Richards. Pero no por stone sino por ser un auténtico rockero local, y sin que eso signifique estar condenado a una pose. Porque no hay nada de eso en su música, ni en su actitud ante la vida, cosas que se disfrutan tema por tema en su disco, que se deja escuchar con mucho placer, entre reggaes y temas con aristas rockeras, pero que ponen siempre la canción por delante. “Hay quienes dicen que estoy viejo para intentar ser solista, pero no me importa”, dice con una sonrisa, cargando naturalmente con su pelo largo y su barba, sus tatuajes en el brazo y su piercing en la nariz, un poco Daktari y un poco BJ, por supuesto. Y agrega, sin falsa humildad: “No me quiero hacer el estilista: mi repertorio son todos mid-tempos, pero tocados con onda”. Algo que Suelto confirma de principio a fin, dibujando una sonrisa en el rostro de quien tenga la suerte de escucharlo. Porque a la música de Guerra pareciera alcanzarle con ese extraño don que tiene el guitarrista, al que le es imposible no ser auténtico. “Mirá, el tecladista de mi banda es un mexicano al que conocí cuando estuve tocando con Gabriela Torres. Con ella hacía tango y milonga, nada que ver con lo que yo hago, pero se ve que, si hay algo que no puedo hacer, es disimular mi estirpe. Así que apenas terminó el show, Omar se me acercó. Había entendido todo, y se sumó con su Hammond para tocar las canciones que hoy están en el disco.”
La heroica estirpe rocker de Pablo Guerra es la del Oeste del Gran Buenos Aires. Oriundo de Ciudad Jardín, en El Palomar, el guitarrista nació escuchando Bob Marley y Keith Richards, y jugando a ser guitarrista hasta que finalmente, cuando ya estaba en tercer año del secundario, consiguió su primer instrumento. “Una eléctrica colorada, marca Cometa”, recuerda. “Me la regaló un novio de mi hermana”, precisa, y aclara que unos años antes había querido conseguir una, pero la economía familiar no se lo había permitido. Marley llegó de parte de madre (“No creo que ella supiese realmente quién era”, aclara), pero Richards fue un gusto adquirido. “Me acuerdo de cuando alguien me dijo que había visto su álbum solista Talk is Cheap en una disquería del Centro, y me vine de Ciudad Jardín a comprarlo. ¡Toda una excursión!” La primera banda de Guerra se llamaba Los Drippis, y eran apenas dos: un amigo que tocaba la batería y él. Un día consiguieron una batería de verdad, y Pablo convenció al dueño de un boliche del lugar para que los dejase tocar. Cuando llegó el momento, se había juntado tanta gente que su compinche decidió que no era tan buena idea eso de tocar en vivo. Pero Guerra tocó igual, acompañado por quienes estuviesen disponibles, entre ellos un tal Andrés Ciro. Tal vez por eso, cuando le surgió la oportunidad de sumarse a una banda del barrio, reemplazando a un guitarrista que se iba a tocar heavy, apenas Pablo pudo lo hizo entrar a Andrés. La banda se llamaba Los Piojos, y Guerra salió después de haber compuesto sus primeros temas en serio, como “Pega Pega”, o “Los Mocosos”. Su siguiente escala fueron Los Caballeros de la Quema, un grupo que ya estaba armado, pero en donde comenzó a componer más seguido. “Tenía grandes agarradas con Iván Noble, que era el cantante. Porque sus letras dicen todo el tiempo muchas cosas, así que cada vez que le llevaba una melodía, me la hacía de goma.” Después de varios discos, y de coquetear con la fama luego del hit “Avanti morocha”, la banda se separó cuando Noble pidió una pausa de seis meses para dedicarse a la actuación. “Fui uno de los que dijo que si él no quería venir a cantar por actuar en una novela, ningún problema. Pero yo no iba a parar.” Los Caballeros sin Noble siguieron como Vale 4, pero ese capítulo en la vida de Guerra se cerró definitivamente poco después. “No siempre, pero a veces escucho los discos de Los Caballeros, y creo que teníamos una buena banda”, confiesa. Sus mejores recuerdos coinciden con los mejores momentos musicales del grupo: el disco Perros, perros y perros (1996), donde encontraron su estilo, y el siguiente, La paciencia de la araña (1998), con el que cosecharon todo lo encontrado en el disco anterior. “Del que estoy más orgulloso es de Perros..., porque no tiene ni una sola sobregrabación. Salvo las voces o algún músico invitado, lo grabamos todos juntos, en el estudio. Fue lo único que le pedimos como banda a Bergallo, nuestro co-productor. Y así fue.”
Una de las curiosidades de un debut solista como Suelto es que Guerra parece no tener nada que demostrar, y entonces el repertorio abreva de todos los lugares posibles. “Una canción es de quien la escucha, pero antes tiene que ser de quien la canta. Y yo hago eso: las toco como si fueran mías”, explica el flamante solista, que rejuntó temas tanto de su experiencia con Vale 4 como de su último intento grupal, No Hay. Aparecen también personajes de la escena rocker de la que proviene Guerra, como el tema “Ruta”, de Beto Olguín, del grupo Los Pérez García. O “Hablar de ella”, compuesta junto a Lucas Kocenz, ex Demente Caracol. Pero las presencias más llamativas son las de personajes de la nueva escena española, con los que Guerra interactuó en una experiencia de cruce de músicos de ambos lados del Atlántico llamada Laboratorio Ñ, que le permitió terminar de soltar amarras como solista. “Cuando le mostré mis temas a Quique González, me dijo que tenía que salir a tocarlos. Y eso hice: me junté con un amigo y estuve un año tocando en cualquier lado, a dos guitarras.” Del repertorio de Quique viene “Vidas cruzadas”, uno de los mejores temas del disco. Pero cada tema de Suelto tiene su historia, como “Brum Brum hace mi moto”, compuesto junto a Pozo, del grupo español Pereza, pero también con aportes creativos de su hijo Gastón, autor del infantil arte de tapa junto a la hija y la sobrina de Pablo. O el hermoso, frágil y mágico “Luz de velas”, compuesto por Guerra y producido por Lisandro Aristimuño cuando, casi por casualidad, el español Iván Ferreiro los dejó con Circo Beat a su disposición durante medio día. Pero si algo se disfruta en Suelto es que Guerra no parece tener ningún problema con las melodías pegadizas y tarareables. “Después, el problema son las letras. No sé por qué me cuestan tanto”, confiesa. “En mi computadora ya tengo como seis discos, pero una sola letra”, agrega, y lanza una carcajada. Para lanzarse a cantar, en cambio, no tuvo ningún problema. “Cuando llegó el momento de grabar el disco, pensé en conseguir un coach vocal o algo así. Pero me di cuenta de que, aunque más no sea haciendo coros aquí o allá, yo siempre canté en los discos. Así que me largué de la manera más natural posible. Sé que no soy el cantante perfecto, pero...”, dice, y se encoge de hombros. Es que con la autenticidad alcanza, al menos en el mundo de Guerra. Y cómo.
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