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Domingo, 1 de junio de 2008

TEATRO > RUBéN SZUCHMACHER PONE EN ESCENA A GORKI

Cerca de la revolución

Una apuesta y una rareza: con diecisiete actores sobre el escenario, un número impresionante para el teatro independiente local, Rubén Szuchmacher recrea Los hijos del sol, la pieza del gran realista ruso Máximo Gorki que retrata la Rusia prerrevolucionaria con protagonistas tan ciegos y confundidos que no parecen notar el clima de transformación y violencia que crece a su alrededor.

 Por Mercedes Halfon

Diecisiete actores en escena es algo muy raro de ver en el teatro alternativo de Buenos Aires. Una obra con más de seis actores ya es muchísimo por la forma en que se produce teatro independiente aquí: los procesos de ensayos suelen ser largos, los actores trabajan de otra cosa, alquilar salas para ensayar no es barato, los subsidios estatales son magros y no alcanzan. Esta situación de algún modo se equilibra, ya que se siguen haciendo obras y obras. El resultado es generalmente un “teatro pobre” en cuanto a número de actores, recursos escénicos, en última instancia, experimentación. Sobre esto dispara Rubén Szuchmacher, al poner en escena diecisiete actores y un texto del gran autor del realismo ruso Máximo Gorki. Por diversas razones, hacer este texto es una apuesta alta. La obra dura una hora cuarenta, tiempo que hay que sostener en escena a través de múltiples esfuerzos, que no son sólo para los productores; hay que aguantar en una silla que no es del mullido terciopelo de las salas de Corrientes. La obra es un retrato agudo de un momento político y social de Rusia no determinado con claridad, pero que imaginamos le ronda a la Revolución de 1905. Estos datos debe tenerlos el espectador y tal vez por eso, al entrar, el programa de mano no cubre solamente los rubros técnicos del espectáculo sino que explica, dice, informa sobre lo que Los hijos del sol dirá a su modo después.

LA OBRA RARA DE GORKI

Máximo Gorki es el seudónimo de Alexei Maximovich Peshkov, nacido en 1868 y renombrado Máximo por el nombre de su hermano menor muerto, y Gorki, porque significa “amargura” en ruso. Fue un novelista y dramaturgo maestro del realismo, considerado durante y al finalizar su vida una de las personalidades más relevantes de la cultura de su país. Su infancia y juventud la pasó viajando y teniendo todo tipo de trabajos (camarero de barco, vendedor de bebidas, ayudante de panadero), relacionándose con la gente más particular de las clases bajas. De allí, dicen sus biografías, nació la vitalidad y el color de sus relatos, y también su profunda conciencia política. Sus obras teatrales más conocidas y más representadas fueron Los pequeños burgueses (1902) y Los bajos fondos (1903). La primera explora el tema de la rebelión contra la sociedad en un medio burgués e introduce por primera vez al héroe que milita activamente en favor de la causa proletaria. La segunda tiene una retórica heredera de los sermones religiosos –luego fue llevada al cine por ese otro moralista de izquierda que fue Jean Renoir– que acompañará a buena parte de la obra posterior de Gorki, pero transfigurada en un carácter abiertamente político.

Ninguna de estas dos eligió Szuchmacher para escenificar. Y Los hijos del sol es una obra rara. Sus personajes son los miembros de una familia burguesa intelectual y el ambiente es de los trabajadores y sirvientes que los rodean. La particularidad del texto es que unos y otros poseen características negativas, no hay una idealización del proletario, ni tampoco una decidida ridiculización de esta familia de “hijos de un general” que no acierta a ver el clima de transformación que se gesta a su alrededor. Todos están confundidos, preocupados por sí mismos, ciegos o demasiado inmersos en una subjetividad alterada.

MAS CORAZON QUE ODIO

Aun así es bastante irónica la forma en que se muestran en la puesta estos personajes. Con una ampulosidad exacerbada por la actuación, pronuncian sus largas parrafadas acerca del progreso de la humanidad hacia un futuro donde la verdad y la belleza parecerían darse la mano a través del progreso de la ciencia y del arte. Estas palabras son dichas entornando los ojos, elevando los brazos hacia adelante, la mirada fija en el vacío que emerge donde no emerge la cuarta pared del realismo. Estas son las pequeñas transgresiones de la cuidadísima puesta: si bien Gorki fue un realista llevado a escena por precisamente el creador de las técnicas de actuación del realismo, Stanislasvky, sus piezas tienen un grado de poesía que fácilmente se vuelve artificial apenas cargando un poco las tintas. Tonos que pueden ir de la comicidad del herrero borracho (Paul Mauch) a la ridícula vulnerabilidad de la hijita enferma de los burgueses (Irina Alonso).

Estamos más cerca de la poesía que de la prosa, del minimalismo visual que de una imitación realista de la Rusia de principios del siglo XX. Y esto es lo más interesante. Hay algo desmedido y poético en los personajes recortados sobre el crudo telón verde casi flúo que cierra el escenario. Un telón con distintas tonalidades de verde, como si lo que hubiera atrás de los personajes fuera un extraño ocaso. La obra se llama Los hijos del sol, porque ellos mismos se denominan así en un momento: creen que algo maravilloso está por venir, pero esa llegada va a estar dedicada solamente a la clase beneficiada por las delicadezas de la cultura; ese futuro que sueñan no los incluye más que a ellos. A su vez, lo que les rodea, el cólera que se propaga, sólo les causa temor. Y el cólera que crece es también esa otra acepción de la palabra. Lo que viene es el odio. Odio de clase, odio milenario, que –nosotros ya lo sabemos, pero Gorki no– desembocará en la Revolución del ’17, y finalmente en la dictadura del proletariado.

Es significativa una de las imágenes de la obra: estos hijos del sol hablan sobre el futuro venturoso, y recitan poemas que escriben en el momento. Pero el futuro es tan potente, tan encegecedor, que terminan todos poniéndose anteojos negros.

Los hijos del sol se presenta los miércoles, viernes y sábados a las 21, en Elkafka, Lambaré 866. Entrada: $ 30.

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