Dom 08.06.2008
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MúSICA > BON IVER, EL DEBUT DEL AñO

Fiebre de cabaña

Durante cuatro meses en una cabaña de Wisconsin, rodeado de nieve y de una tristeza infinita, Justin Vernon se encerró con un poco de leña, una guitarra y un primitivo equipo de grabación. Cuando terminó el invierno, tenía For Emma, Forever Ago, un disco íntimo y dolorido firmado con el pseudónimo Bon Iver que ya empieza a perfilarse como uno de los discos del año.

› Por Rodrigo Fresán

La fiebre de cabaña es ese mal que les agarra a los mineros en los largos inviernos de Alaska, encerrados en las chozas de su descontento, volviéndose racionalmente locos en cámara lenta, cantando y hablando solos. Lo que hizo que Charles Chaplin se comiera los zapatos en La quimera del oro, lo que sufren los soldados insomnes (¿fiebre de fortín?) en El desierto de los tártaros de Dino Buzzati y lo que a un Bob Dylan aislado por las nevadas en una granja en Minnesota lo obligó a componer las canciones que darían forma a Time Out of Mind después de tantos años de sequía y sol muerto.

Fiebre de cabaña es, también, lo que hizo que Bon Iver (alias francés y bastardización de lo que –Bon Hiver– significa Buen Invierno y que apenas cubre el nombre del nativo de Wisconsin de 27 años Justin Vernon) se encerrara a escribir las canciones de su debut, For Emma, Forever Ago, para muchos, ya, el álbum de 2008.

LEJOS

Y esto también es verdad: yo estaba en una pequeña disquería curioseando en las bateas de la sección Americana y un perfecto desconocido se me acercó con el cd de Bon Iver y me dijo que me lo llevara. Lo cierto es que tenía ojos de loco y barba de varios días y decidí obedecerlo. Me compré, también, el último número de Uncut y de regreso en mi habitación del hotel vi que la revista inglesa había elegido a For Emma, Forever Ago disco del mes concediéndole la máxima calificación de cinco estrellas. Loco pero con buen gusto, pensé.

Allí –leyendo la crítica y un breve reportaje– me enteré de lo que ya insinuaba el título del asunto. For Emma, Forever Ago era un disco de corazón roto (aunque la Emma del título no es su último amor sino un primer amor fracasado que, como un espectro, se las ha arreglado para marcar el rumbo torcido de los amores que vinieron después: “Emma es algo así como una persona real, el nombre es bastante real pero no del todo. No te estoy mintiendo: en realidad es su segundo nombre”) en la voz de un tipo al que ya no le quedaba nada por rompérsele. Su banda de diez años, De Yarmond Edison, se había separado (y para peor había decidido instantáneamente reagruparse como Megafaun pero sin Vernon); su vida sentimental se había ido al demonio y entonces no quedó otra que volver vencido a la chocita de los viejos.

Vernon salió huyendo de Raleigh, Carolina del Norte, rumbo a una cabaña de madera en los bosques de North Wisconsin, a unos 150 kilómetros de Eau Claire, el sitio donde había nacido.

Se llevó un primitivo equipo de grabación de cuatro canales y una guitarra y un rifle y, durante cuatro meses, se la pasó cazando canciones y venados.

Vernon mató a varias y a varios, se comió a dos y escupió a nueve.

Y Vernon se sacó fotos en los bosques con look de leñador talado casi a la altura de la raíz.

Afuera caía la nieve y adentro él cantaba y más tarde se agregaron en un estudio –con un admirable buen gusto y contención– algo de percusión y algo de vientos y una flauta y eso es todo. 37.15 minutos que se oyen como en un suspiro y que hacen suspirar mientras afuera, por supuesto, no cae la nieve pero es como si cayera.

CERCA

Y de regreso pongo a sonar For Emma, Forever Ago y ráfagas de Elliott Smith y brillos de Micah P. Hinson (quien por estos días vuelve con el seguramente magistral Micah P. Hinson & Red Empire Opera) y sabores de Iron & Wine y una pizca del Neil Young más despojado. Pero en realidad lo que se impone sobre todos y todo es el crudo falsetto (por momentos multiplicado hasta hacerlo sonar como finitos cantitos gregorianos) que convierte a Justin Vernon en una especie de hermano montaraz y unabomber de los Bee Gees. Melodías invernales con letras naturalistas a la vez que crípticas –una imagen velada es seguida por un verso desesperado y de una dolorosa claridad como “Soy el hijo único de mi madre. Es suficiente”– y la amplia sensación de un encierro donde entran todas las cosas de este mundo. Y muchas lastiman pero también cicatrizan. Y For Emma, Forever Ago –como el Heartbreaker de Ryan Adams, versión urbana pero igualmente desolada del mismo excitante estado de desánimo– es uno de esos discos que ha llegado para quedarse y que seguiremos escuchando aunque pasen los años y las estaciones.

El resto es historia: Vernon editó 500 copias por las suyas y las hizo circular y el prestigioso sello indie norteamericano Jag Jaguwar –y 4AD en Gran Bretaña– escucharon y quisieron y así, hoy, los extraños y los locos del mundo se te acercan con el disco de Bon Iver en sus manos y te obligan a que lo compres. Y al final de “The Wolves (Act I and II)” –canción que anestesia uno de los episodios de la muy popular y hospitalaria serie Gray’s Anatomy mientras que “re: Stacks” fue internada en una entrega de Dr. House– escuchamos un ruido que demoramos un poco en identificar pero que enseguida sabemos qué es: el sonido del popcorn floreciendo en una sartén de cabaña solitaria mientras afuera aúllan los lobos.

AQUI

Y For Emma, Forever Ago es tan bueno y tan redondo y tan cerrado y encerrado que –como insinúa el crítico de Uncut– el verdadero problema reside fuera de él. Porque qué hacer después de esto y –lo que es más preocupante y poco común– qué necesidad hay o habrá de hacerlo.

Bon Iver –en Uncut– parece muy seguro de sí mismo, tranquilo, con pulso firme y buena puntería: “Lo cierto es que no me intimida la idea de un segundo álbum después de éste. El gran logro para mí en For Emma, Forever Ago fue el de haber aprendido a cavar. Yo siempre había compuesto con la mentalidad de un buscador y un discípulo, pero aquí alcancé el punto exacto, el Modo, con M mayúscula, para comprender cómo escribir y cómo exhumar cosas de mi psique. Ahora que he llegado hasta aquí, sólo tengo que preocuparme de recrear algo. Así es que, a propósito, todavía no tengo nada escrito para el próximo disco, porque prefiero sentarme y hacerlo todo de un tirón, así las canciones crecerán a partir de un único contexto. No creo que vaya a sonar parecido a lo que ya hice y me parece que eso es bueno”.

A ver cómo sigue.

Mientras tanto, seguro, éste será el disco favorito de los adoradores del Walden de Thoreau y de todos aquellos que salen –abandonando toda esperanza– para adentrarse dentro de sí mismos. Lo importante, recuérdenlo, es no morir ahí afuera, lejos, sino volver aquí adentro, cerca, con algo tan bueno como For Emma, Forever Ago.

Pocas veces un retiro significó un tan buen retorno.

Buen invierno para todos.

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