Domingo, 22 de junio de 2008 | Hoy
DEVOCIONES > LOS EXVOTOS ARGENTINOS
Manos, pies, orejas, pero también pulmones, vísceras, cerebros: todo ha sido desde tiempos inmemoriales objeto de enfermedad, de cura y, por lo tanto, de agradecimiento. Los exvotos son esos objetos privados especialmente pensados, diseñados y realizados que los devotos ofrecen en los altares. Pero mientras en América latina son, en general, pinturas, los exvotos argentinos son casi exclusivamente de plata. Por eso, Sergio Barbieri les dedicó Exvotos argentinos: un arte popular, el excelente catálogo que reúne cientos de esos dijes, desde los clásicos hasta los más demenciales y crípticos.
Por Mariana Enriquez
Sergio Barbieri, profesor e investigador de la Academia Nacional de Bellas Artes, cuenta, en la introducción a su libro Exvotos argentinos: un arte popular (Fondo Nacional de las Artes), que esta historia comenzó en 1972 cuando fue a La Rioja como jurado de un concurso fotográfico –él se especializaba en el retrato de manifestaciones folklóricas y etnográficas–. Allí fue cuando descubrió en la catedral de la ciudad capital el valor artístico de las piezas ofrendadas, cuando vio miles de exvotos de plata superpuestos y colocados por orden de llegada, figuras que representaban ojos, manos, brazos, piernas, cuerpos enteros, troncos. Desde entonces, se dedicó a documentarlos con verdadera pasión. “Me atrajeron por la calidad formal y sus diseños tan peculiares”, cuenta en charla desde Córdoba, donde vive. Y es que los exvotos argentinos son únicos en el contexto de las ofrendas de fe latinoamericanas, y el trabajo de Barbieri expuesto en el libro refleja este carácter en todo su esplendor. La gran mayoría son ofrendas de plata, que abarcan la totalidad de la experiencia humana —y cuando se habla de totalidad no se trata de una figura retórica: se puede ver una cabeza de niña con el cráneo abierto (¿quizá en agradecimiento por una cirugía de cerebro?); narices, dentaduras, orejas, penes, trompas de Falopio, intestinos, corazones, columnas vertebrales, vaginas, pulmones, mezcladoras de cemento, volantes, manubrios de bicicletas, violines, perros, molinos, vacas, carteras, casas y unas misteriosas imágenes de cuerpo entero que son un verdadero enigma, una conversación privada entre el promesante y lo sobrenatural; también, expuestos como están en las páginas del libro, o colgados de los santos, vírgenes o Cristos a quienes se les ofrenda, parecen un manual de anatomía desperdigado, entre el candor y el morbo, o un cuarto de cachivaches integrado por pequeños tesoros.
Los exvotos también sacan a la luz a artistas casi anónimos, como el platero sólo conocido por las iniciales de su firma, ADG, que realizaba sus elegantes diseños en chapa recortada posiblemente basado en figurines de revistas de época, la primera mitad del siglo XX. En ninguna de sus imágenes, y las suyas se encuentran por cientos en Córdoba, aparece alguna sugerencia al mal o problema que el promesante habría sufrido, y por el cual agradecía.
Si bien en otros países, notablemente en México, los exvotos solían —suelen— ser pinturas votivas, en Argentina es casi excluyente el agradecimiento realizado en plata. Barbieri explica: “Creo que había abundancia de metal y muchos plateros en pueblos y ciudades. Los censos del siglo XIX y principios del XX así lo demuestran. Todas las crónicas de viajeros narran la existencia de ofrendas de plata y oro. Nadie comenta si también había pinturas. Si las hubo fueron pocas comparadas con los exvotos de plata. Las pinturas votivas antiguas que aparecen en el libro son las únicas que existen en lugares públicos. Los exvotos de plata de nuestro país son los mejores de América en cuanto a su calidad artesanal y concepción estética. No hay en ningún país una pieza tan compleja como la maqueta de la fábrica de vidrio que se conserva en Luján. Las ofrendas de México, Puerto Rico, República Dominicana, Perú o Bolivia y también de otros países de la región son muy pequeñas, a veces del tamaño de un dije, fundidas o de troquel y de producción serializada”.
La pasión de Barbieri lo llevó a, entre otros proyectos, refuncionalizar los museos de arte religioso en Luján y en Itatí, Corrientes. Ahora mismo está creando, organizando y dirigiendo el Museo de la Altagracia en el santuario de Higuey, en República Dominicana. Allí hay un patrimonio de platería de uso para el culto y pinturas de los siglos XVII al XX. “En cuanto a los exvotos metálicos ya conté 16.300 y hallé 120 tipologías”.
Cada exvoto guarda una historia de sufrimiento y redención, pero también un índice sociológico: “Suelen ser una síntesis muda de las afecciones o epidemias que sufren las personas de distintas zonas. El bocio en el noroeste; la tuberculosis en todos lados; manos, brazos y piernas por accidentes de trabajo y también la sífilis y otras enfermedades tan comunes antes de la era antibiótica”. ¿Un especialista puede tener una pieza que lo obsesione? No es el caso de Barbieri, pero reconoce que hasta hoy se siente desorientado por algunos: “Hay un exvoto ofrendado en Itatí que representa una mano con una flor y empuñando un puñal o facón. No sé qué es, no pude nunca comprenderlo. Los zapatos, las carteras y los sombreros también tienen un mensaje críptico. Como los motivos de agradecimiento son variadísimos, los zapatos pueden significar que alguien los obtuvo por primera vez o la ofrenda de un fabricante de calzado”.
La intención de Barbieri es demostrar que el sistema de diálogo con lo sobrenatural de los exvotos es también un arte que debe ser valorado y preservado debidamente. Pero, confiesa, su deformación profesional como profesor de Bellas Artes siempre le tira más. Y los exvotos finalmente se lo ganaron por su belleza. “Mi interés por el arte popular nace de una vivencia que tuve en Buenos Aires cuando era adolescente, con mi abuela calabresa. Ella estaba en el jardín-huerta-gallinero de su casa con un tenedor en la mano, decorando un banco de mampostería que acababan de revocar. Con el tenedor le estaba haciendo un diseño de ondas entrecruzadas. Cuando me vio me dijo: lo importante e’ l’ estética. Esa es, creo, mi gran anécdota iniciática”.
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