PLáSTICA >EL ARTE DE NATALIA RIZZO
Robotitos mecánicos construidos con huesos de animales, tejidos aprendidos de leyendas del Norte, criaturas armadas con técnicas de taxidermista y piezas que son hijas de rituales tan parecidos y distintos como el Año Nuevo Chino, el Día de los Muertos mexicano y el Carnaval andino: el mundo de Natalia Rizzo es vasto, macabro y hermoso. Y puede visitarse en dos muestras simultáneas, poco antes de que inaugure una tercera.
› Por Mariana Enriquez
El taller de Natalia Rizzo queda en una enorme casa de Villa Luro, al fondo de un pasillo, el típico PH con patio y ambientes gigantes. Alguna vez el lugar fue un centro de jubilados, a instancias del inquieto abuelo de la artista, que también supo prestarles la propiedad a relojeros y artesanos textiles. Fue el mismo abuelo que, durante fines de semana pasados en un galpón vacío de casa de campo, le enseñó a armar mecanismos y artefactos, la base de oficio que hoy es pilar del arte de Natalia. “Yo me formé en Bellas Artes en la Pueyrredón, una educación muy académica, y mi especialización fue la escultura. Me encanta lo tridimensional, pero siempre mi obsesión fue el movimiento. Por eso, más tarde, me dediqué a lo que llamo ‘robotitos’, y a la animación, y en general a aplicarles movimiento a mis piezas”. Para probarlo, sobre la mesa de trabajo hay un muñeco vestido de verde con cabeza de calavera de Día de los Muertos mexicano, que se mueve a pilas, y es macabro y hermoso. Forma parte de ¡Arriba los corazones!, la intervención en vidriera del Centro Cultural de España en Buenos Aires, que forma parte de Espacios de arte y consiste en un cruce de tres rituales: el Año Nuevo Chino, el Día de los Muertos y el Carnaval andino (que Natalia conoce bien, porque lo vivió en Oruro y en Tucumán). “Siempre me acerco a algún tema, en este caso al ritual, y me lo apropio con los elementos que tengo, en este caso a partir de la tecnología y la robótica. Por eso la instalación es una danza de color: quiero, además, mostrar lo barroco de los rituales ancestrales y populares, y lo mucho de Oriente que hay en las culturas latinas. El tema del carnaval, y el personaje del diablo en ese contexto, me tiene especialmente fascinada. El diablo es juego, el desquite, dentro de un carnaval que es liberación y festejo.”
El muertito vestido de verde con calavera amarilla es precioso, una maravillosa pieza macabra pero cute. “Este es lindo —concede Natalia—. Pero no todo lo que hago es así. Bueno, no para todo el mundo.”
Natalia se refiere a que muchos de sus trabajos contienen piezas que pocos artistas utilizan: restos orgánicos animales, especialmente huesos, pero también animales muertos, disecados. Sobre la mesa de trabajo hay una bolsita de plástico llena de pescados muertos. En el patio se seca una mandíbula de tiburón (pequeña), unos “cosos” que le regalaron en Cabo Polonio —parecen pájaros, y apestan un poco— y llamas nonatas compradas en el Mercado de los Brujos de La Paz. “Creo que, por tener una mamá médica, hay cosas que vi y escuché en la mesa familiar que me hacen tener un concepto diferente de las cosas. La muerte es algo natural, es dolorosa, claro, pero natural. Es que se tiende tanto a la nostalgia y la melancolía acá donde vivimos que la muerte está asociada a cosas negativas.”
Aunque, lo piensa Natalia, no hay nada natural en lo que ella hace. “Los huesos, al fin y al cabo, deberían quedarse ahí, donde cayeron, a volverse polvo. Pero bueno.” No es natural, claro, como no lo es el carnaval: es artificio para dar una nueva y otra vida, para celebrar la naturaleza y los ciclos, con sensibilidad humana. Natalia busca los restos bajo nidos de lechuzas, donde suele haber ratones enteros; en Córdoba, en una zona donde habitan pumas, y se encuentran animales; en Cabo Polonio, donde por algún motivo se consiguen muchos especímenes; cerca de las vías del tren. También le regalan: en la muestra del España hay un muñequito danzarín con cabeza de alce (pequeño) y otro con cabeza de gato. Natalia aprendió rudimentos de taxidermia cuando trabajó como montajista en museología en la sección Ornitología del Museo de Bellas Artes de la avenida Angel Gallardo; allí, en el sótano, cuando se aburría de pegar pajaritos en nuevas bases, se iba a tomar mate con Yolanda, la taxidermista, que le servía con guantes ensangrentados. “Ellos limpian huesos con unos bichos que no sé si son ciempiés o milpiés, que se comen toda la materia orgánica. Yo quise traerme algunos acá, pero Yolanda me advirtió que ni se me ocurriera, que son voraces, que se iban a comer toda la casa.” Y después recuerda un mito que le contó una amiga: el de la Huesera, una mujer mítica que en los desiertos del norte de México junta los huesos de los lobos muertos, y cuando completa el esqueleto, les insufla nueva vida y los echa a correr. Otra historia que le despertó un tema, el arte, la pasión.
Al fondo del taller hay piezas muy particulares por motivos completamente distintos. Se trata de pulóveres tejidos, enormes; con uno de ellas, Natalia —que también hace animación, y entre otras cosas es responsable del video Un par de cositas nuestras, de Gabo Ferro, junto a Eduardo Basualdo— hizo un video llamado Pul over. “Mi pasión por trabajar textiles nació del encuentro con una mujer en Amaicha del Valle (Tucumán), que era la Pachamama de ese año, y me contó una historia. Ellos, antes de que vinieran los españoles, tenían al arte textil como lo más valioso. Y entre las cosas que hacían estaban unas pequeñas figurillas, sobre todo del diablo, que iban pasando de generación en generación; se transmitían, y se seguían modificando, se les tejía encima. Los españoles se los quemaron, pero quedan algunos pocos, muy viejos; ella me mostró uno. Ese encuentro me disparó trabajar con tejido, y con mi abuela, un poco para que ella se entretuviera. Las ideas son muchas, pero básicamente está la idea de abrigar los vínculos humanos en esta época de supuesta liviandad en las relaciones; otro pulóver es un chaleco de fuerza, y otro se llama Talle Unico, porque es imposible usarlo y habla de la imposición de un cuerpo y un tipo de belleza. Es como mi parte ‘de género’, pero la verdad es que no me gusta nada tomarlo así, porque yo nunca me identifiqué con lo ‘femenino’: de chica hacía mecanismos, no me gustaban las muñecas, y ahora las destrozo.”
Es variado y complejo el arte de Natalia Rizzo, que tiene la vieja habilidad del oficio, la modernidad de los temas que están vigentes aquí y ahora, la carga de ideas poderosas, y la belleza intensa. Ella sabe que su arco de interés desconcierta por variado, y está conforme: “No me limito, no tengo una línea en mi trabajo. Hay temas que me obsesionan, y los investigo. Capaz que nunca vuelvo a tejer algo, por ejemplo.” ¿Y sería capaz de abandonar a sus esqueletitos? Natalia sonríe: eso, tiene que reconocer, sería más difícil.
¡Arriba los corazones!, la intervención en vidriera del Cceba (Florida 943), dura hasta el 11 de julio y conviene visitarla por la tarde, cuando se encienden los “robotitos”. Además, la pieza La soledad del chico angustia, que formó parte del video de Un par de cositas nuestras, de Gabo Ferro, se puede ver en la muestra colectiva Historias de chicas en el espacio Proyecto A-San Telmo (San Juan 560), donde Natalia abrirá una muestra solista a mediados de julio.
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