TELEVISIóN
Poco y nada se sabe de Conan O’Brien en la Argentina, un hombre que fue guionista de esa catedral del humor que es Saturday Night Live y de ese espejo amarillo que es Los Simpson. Ahora, tarde pero no demasiado, llega a la pantalla argentina el programa que desde hace quince años lo convirtió en el rey de la medianoche norteamericana, Late Night, un talk show como los que tanto se ha intentado hacer acá y que él hace como nadie desde Letterman.
› Por Mariano Kairuz
Siempre empieza igual: mientras el locutor termina de presentar al conductor y los invitados de la noche, Conan O’Brien hace su entrada al estudio neoyorquino de la NBC, da unos pasitos ridículos al ritmo de las trompetas y la percusión de la banda The Max Weinberg 7, señala al público presente en la grabación en paródico gesto canchero –las manos como pistolas–, mira a cámara y asegura: “Hoy tenemos un gran programa para ustedes”. Cada tanto, un poco arbitrariamente, lo repite y reafirma, con plena conciencia de su muletilla: “En serio. Estuve en el futuro, lo vi y salió muy bueno”. Otras veces dirá: “Bueno, en realidad tenemos un programa promedio. No, de verdad, no está tan mal”. Y de eso se trata Late Night with Conan O’Brien: de un éxito impresionante de las trasnoches de la televisión norteamericana que lleva quince años al aire montado sobre un esquema de una producción impecable, perfectamente controlada, con un monólogo inicial compuesto de chistes a veces muy inteligentes y a veces muy tontos sobre temas políticos importantes o insuperablemente triviales, con entrevistas a estrellas y algún número musical; pero siempre, y por encima de todo, sostenido en la enorme capacidad de su conductor de reírse de sí mismo. De su popularidad, del increíble status de superestrella que ha conseguido alguien con su cara y su pelo, y de la inevitable levedad que termina aplastando a casi todo lo que pase a través de la televisión.
Late Night with Conan O’Brien llega mañana a la televisión, de lunes a viernes a las 21 por I-Sat, con los programas emitidos en su país la semana previa. Llega también con quince años de retraso, pero nunca es demasiado tarde. Leímos y escuchamos hablar sobre Saturday Night Live como la fuente inagotable de los mejores comediantes norteamericanos de las últimas décadas y no pudimos verlo hasta que el programa llevaba casi veinte años en el aire; pero cuando llegó, valió la pena. Y aunque la gran diferencia es que Conan O’Brien no tiene una imagen pública masiva fuera de su programa (lo que lo vuelve un fenómeno casi exclusivamente norteamericano), ése es justamente parte del misterio de su éxito.
Cuando empezó a conducir Late Night en 1993, a los treinta años, reemplazando a David Letterman, era un virtual desconocido para el público de su país. Por ese entonces, este tercero de seis hijos de una familia irlandesa católica de Boston, graduado magna cum laude en Letras e Historia en Harvard, tenía en el mejor de los casos un currículum promisorio como guionista humorístico. Primero había dirigido una institución centenaria de la universidad, el Harvard Lampoon (que en las últimas generaciones también se convirtió en cantera de comediantes para el cine y la televisión). Después participó de un par de programas que no perduraron demasiado, y a fines de los ’80 lo convocó Lorne Michaels, el creador de Saturday Night Live, para idear sketches en el programa. De esa experiencia se fue tres años más tarde, un poco quemado y frustrado, pero apenas acababa de renunciar cuando lo llamaron para escribir Los Simpson, que era todavía un fenómeno nuevo y expansivo. Ahí fue responsable de, entre otros episodios, el del negociado del monorriel a cargo del corrupto alcalde de Springfield, un favorito de muchos. Pero a los dos años ocurrió lo impensado: Letterman dejaba vacante su silla en el programa que venía conduciendo desde 1982 a la 0.30 por NBC, enojado con la cadena porque, en lugar de llamarlo a él para tomar el lugar del legendario Johnny Carson, que iba una hora antes y que se retiraba después de treinta años en la televisión, habían elegido a Jay Leno.
¿Y cómo es que O’Brien terminó ocupando el millonario asiento de Letterman? Según parece, su estilo nervioso e hiperkinético, su manera de comportarse entre los grupos de guionistas con los que había trabajado y en especial en el de Los Simpson, moviéndose permanentemente y “actuando” los chistes y los argumentos que se le ocurrían para los programas, fueron la razón por la que sus compañeros de trabajo lo alentaron a presentarse al casting. Años más tarde, O’Brien dijo que “había conseguido ganarse la vida a partir de algo que requiere tratamiento médico”. Pero esa incapacidad para quedarse quieto y para el silencio se convirtió en una de las claves de su programa, que parece funcionar en base a un timing perfecto, a una velocidad que impide que pensemos demasiado en ese chiste que, la verdad, salió demasiado tonto o demasiado vacío. O’Brien estuvo ahí, bien cerca de buena parte de los programas que ayudaron a correr la barrera de lo políticamente correcto en las últimas dos décadas televisivas: SNL, Los Simpson, South Park (como voz invitada), pero nunca dejó de ser o parecer un buen chico, pulcro y esencialmente respetuoso, que no dirá nada demasiado ofensivo. Pero es justamente la combinación de ese ritmo incansable y la autoparodia incontinente lo que le permiten cada tanto salirse con las suyas sin que nadie se escandalice ni nada se detenga. Como ocurrió en un programa reciente, en el que por un momento pareció estar dando su apoyo incondicional a uno de esos rebrotes nacionalistas que tienen parte de los norteamericanos en tiempos de crisis (como éstos), cuando, con total seriedad, dijo que en apoyo a la industria nacional y el empleo de sus compatriotas, había cambiado el tradicional escritorio de su escenografía por otro Made in USA. Acto seguido, empezó a cantar enfervorizado y enfervorizando al público “USA, USA, USA”, marcando el ritmo con sus puños sobre el mueble... que de pronto empezó a hacerse pedazos. La televisión norteamericana no ofrece comentarios mucho más salvajes y elocuentes que ése, al menos no en momentos de alta sensibilidad como los que corren.
También es cierto que a O’Brien le llevó un tiempo consolidar su lugar. Cuando debutó en Late Night, la crítica de su país le dio duro y le auspició corta vida. El periodista Tom Shales escribió en el Washington Post que “si uno le saca esta inquieta marioneta de Lorne Michaels, queda un programa razonablemente bien producido a la espera de un conductor de verdad”. La prensa le pegó por su estilo inquieto, por cómo manejaba las entrevistas; proponía reemplazantes. O’Brien supo capitalizar también las dificultades de aquel comienzo, y en el programa de su décimo aniversario tuvo a uno de sus invitados felicitándolo por “los siete años que sí llevaba siendo divertido”.
Y nunca será tarde, pero Late Night with Conan O’Brien llega a la televisión argentina justo cuando está a punto de terminarse en Estados Unidos. Como ya se anunció formalmente, el año que viene O’Brien heredará finalmente el codiciado espacio de Jay Leno y le dejará su lugar al muy divertido Jimmy Fallon. Pero en las vísperas del cambio, el conductor del jopo pelirrojo volvió a encontrar algunos críticos. En un interesante artículo publicado en la revista Vanity Fair un par de meses atrás, el periodista Jim Windolf sugiere que O’Brien puede estar quedándose un poco atrás respecto de sus pares contemporáneos. Ahí están, dice, Jon Stewart (que acá puede verse por Sony los martes después de la medianoche), y Stephen Colbert, nuevo capitán de lo políticamente incorrecto que se mantiene sin fisuras en su personaje ultraconservador de derecha –un poco a la manera del Borat de Sacha Baron Cohen– frente a todos sus entrevistados. Dice Windolf: “El monólogo de apertura de O’Brien depende de la comedia física, mientras que Stewart acude al ingenio verbal. Señala a miembros de la audiencia sin ningún motivo, hace su bailecito, gira sobre su eje como un tonto, rema en un bote invisible (...) Sus comentarios, en lugar de servir de resumen satírico de los eventos del día, funcionan principalmente como una manera de establecer una atmósfera lúdica. Quiere recrear esa sensación que uno tenía a los ocho años cuando se reía a carcajadas de cualquier cosa. La comedia de Stewart es política, satírica, escéptica. Bajo las risas uno encuentra un deseo posiblemente ingenuo de hacer del mundo un lugar mejor. La comedia de O’Brien, apolítica, absurda, sugiere que el mundo ha caído en un estado que está más allá del alcance de la sátira. Me recuerda a la comedia de los ’70, de Steve Martin o Andy Kaufman: surge de un ánimo de derrota similar al que prevalecía en el aire en esa década gloriosamente estúpida. Stewart, con sus raíces en la comedia política de los ‘50 y ’60, agujerea la historia oficial y demuestra los absurdos de la guerra a través de su examen cuidadoso pero humorístico de aquellos que están a cargo. Si el programa de Stewart está basado en hechos y ayuda a darle sentido a un mundo que está loco, el de O’Brien está asentado en un mundo de ficción caricaturesca”.
Pero O’Brien reconoce incluso esa trivialidad esencial de los exitosísimos talk shows nocturnos como el suyo. Bastante ha hecho él por sacar a la caja electrónica de su propia caja, desarmándola un poco, flexibilizándola, no olvidando que, en el fondo, sus invitados casi siempre están ahí para vender su nueva película o su nuevo disco y que eso es el show business. Y que él está ahí para recordarnos que él lo sabe, pero que de todas maneras puede ser divertido, y que cuando no haya nada más, al menos habrá movimiento. “A falta de una manera mejor de verlo –se definió en una entrevista con The Onion un tiempo atrás–, si yo hubiera existido hace 200 años, todos los demás granjeros de mi comunidad hubieran dicho: Ese tipo no sirve para nada. Está sentado en una piedra, saltando como una rana, y nos viene con conceptos e ideas, poniendo caras y peinando su pelo como si fuera crema pastelera. Así que es una suerte que haya nacido en este siglo, en que la televisión superflua parece ser parte de la economía.”
Late Night with Conan O’Brien se dará desde mañana, de lunes a viernes a las 21 por I-Sat.
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