Domingo, 13 de julio de 2008 | Hoy
MúSICA > EL REGRESO DE DENNIS WILSON
Era el baterista de Los Beach Boys. Era el lindo de Los Beach Boys. Era el Beach Boy que no podía cantar lo que el grupo componía. Era el Beach Boy que los demás hermanos habían tenido que aceptar en el grupo por presión de sus padres. Hasta que un día se cansó de ser ese Beach Boy, saltó del bote y se despachó con Pacific Ocean Blue, un disco todavía mejor que la leyenda de excesos, excentricidades y muerte que labró y dejó a los 39 años. Ahora, finalmente, ese disco que hasta ahora aparecía siempre en listas de joyas secretas, de tesoros que esperan ser redescubiertos, vuelve a ser editado en una edición de lujo.
Por Rodrigo Fresán
Las fotos que lo sobreviven suelen mostrarlo en dos escenarios casi exclusivos: caminando junto al mar o sentado en un estudio de grabación.
Y en uno u otro paisaje, el look es siempre el mismo: retratos de un surfista un tanto insolado, curtido por la luz de quien se queda dormido al sol y por el insomne fulgor lunar de fiestas largas y duras. Alguien sonriendo no demasiado seguro de si lo suyo es la épica de un Robinson Crusoe sobreviviente o la torpeza de un marinero encallado y haciendo equilibrio sobre la fina línea que separa el bronceado de la ampolla. Pero, aun así, feliz de haber cabalgado la ola perfecta.
Y la ola perfecta fue y sigue siendo Pacific Ocean Blue: el primer disco solista de alguno de The Beach Boys y editado y celebrado casi como un milagro en 1977. Desaparecido desde entonces, brevemente pasado al compact disc a principios de los ‘90 y vuelto a desaparecer por razones legales y, se rumorea, las pocas ganas de The Beach Boys de alimentar el verdadero mito póstumo y por siempre vivo y joven de Dennis Wilson.
Ahora, Pacific Ocean Blue –liberado de cadenas e incluyendo en un CD extra los 16 tracks perdidos de Bambu, su secuela abortada, así como una versión terminada de “Holy Man”, con la voz y letras de Taylor Hawkins, baterista de los Foo Fighters y fan confeso– asciende desde el fondo del mar, alcanza la superficie y flota y se desliza y gira sobre sí mismo mejor que nunca.
Y es que el océano no suele devolver a sus ahogados en buen estado, pero en ocasiones sí a las obras de esos ahogados que resurgen todavía mejor de lo que fueron, y pulidas por años de mareas y tempestades. Así, uno de los discos más hermosos de todos los tiempos y uno de los mejores de 2008 –rescatado en una reedición lujosa y exhaustiva y merecidamente canonizante– acaba de cumplir los 30 años de edad.
Y, por fin, encuentra el camino de regreso a nuestras orillas.
Y me apresuro a aclararlo: The Beach Boys siempre me parecieron un tanto ridículos, jamás pensé que Brian Wilson fuera un genio, no tengo la menor duda en cuanto a que “Good Vibrations” no es el mejor single de toda la historia, y Pet Sounds –excepción hecha de ese momento irrepetible titulado “God Only Knows”– jamás me pareció la cima maravillosa e insuperable que casi todos dicen que es (si se trata de escoger el momento definitivo de la psicodelia californiana me quedo, sin pensarlo dos veces, con el Forever Changes de Love), aunque le agradezco el hecho de funcionar como inspiración y aliciente para McCartney a la hora de Sgt. Pepper.
Dicho esto, agregaré que estoy completa y absolutamente seguro de que Pacific Ocean Blue –además de su condición de prestigiosa rareza– es una singular y, por lo tanto, auténtica obra maestra.
Y nunca había podido disfrutarla hasta ahora, aunque había leído mucho sobre el tema en particular y sobre Dennis Wilson (California, 1944) en general: la joya inspirada que nadie imaginaba posible a cargo de alguien del que –como abren las liner-notes de la demorada reedición de Pacific Ocean Blue– “nadie esperaba demasiado”. Ese Dennis Wilson que siempre aparecía como luminosa y oscura figura de reparto en biografías de gente más importante que él, pero para los que él, siempre, había sido uno de los más importantes.
Así, Dennis Wilson funcionando como una especie de Gram Parsons de la Costa Oeste. Así, Dennis Wilson como el misterioso “Mecánico” –junto a James Taylor y Warren Oates– en la road-movie de culto Two Lane Blacktop (1971) dirigida por Monte Hellman.
Así, Dennis Wilson como amigo íntimo de Neil Young y pareja tormentosa de Christine “Fleetwood Mac” McVie.
Así, Dennis Wilson como el “hermano” de Charles Manson quien, junto a toda su “Familia”, vivió en casa del músico durante 1968.
Así, el revolucionario Dennis Wilson en algún video de YouTube apareciendo completamente pasado de revoluciones.
Así, Dennis Wilson mencionado en las novelas surf-noir de Kem Nunn o como deidad invisible en la serie John from Cincinnati.
Y, así, Dennis Wilson como el autor de Pacific Ocean Blue del que escuchaba cosas por todas partes –y que aparecía siempre en las listas de los mejores discos, de los clásicos secretos, de los indispensables de reeditar o entre los favoritos de gente como The Verve, The Charlatans o Primal Scream–, pero que nunca hasta ahora había podido escuchar y las copias en vinilo en Amazon o en Ebay rematándose por 500 dólares mínimo y subiendo.
Dennis Wilson era el baterista guapo de The Beach Boys. Aquel a quien nadie quería ahí adentro, pero que entró al grupo por presión la madre de los hermanos bajo las órdenes del tiránico pater familias Murry Wilson, esa versión blanca y rubia del Mr. Jackson que enloqueció a Michael & Co.
Y Dennis Wilson era incapaz de ascender las celestiales armonías que exigían los arreglos vocales de los querubines coppertónicos de sus hermanos. Su voz no era gran cosa (de vez en cuando le dejaban cantar algo, suya es la voz en “Do you Wanna Dance”) y los temas de la banda no exigían demasiada pericia a su batería. Pero Dennis Wilson, sí, funcionaba muy bien como sex-symbol y poster-boy y –detalle importante– era el único auténtico y dedicado surfista de la familia y el que les dijo a sus hermanos que había que escribir sobre exactamente eso.
Dennis Wilson amaba la playa y no podía entender cómo alguien podía preferir pisar parquet a pisar esos médanos ideales para construir castillos frágiles pero admirables. La playa como estado de mente y patria larga y sin fronteras.
Y de pronto, el rebelde Dennis Wilson se reveló como gran artista. Primero fueron canciones sueltas y decisivas –escuchar “Little Bird” en Friends (1968) o “Forever” en Sunflower (1970)– en los cada vez más decadentes y absurdos y autoparódicos discos de la banda. Y entonces –hastiado de la ambición comercial y permanentemente revisionista de sus hermanos y primos que no hacían otra cosa que alquilarse al mejor postor para cantar las mismas viejas cancioncitas de siempre–, Dennis Wilson decidió hacer algo nuevo. Mientras tanto The Beach Boys –en especial Mike Love, su némesis dentro de la banda– decidían que ya no se podía confiar en él: se lastimaba las manos en peleas de muelle, no llegaba a los conciertos, perdía el ritmo o ensayaba florituras curvas y fuera de lugar en canciones cuadradas e inamovibles. Digamos que los cada vez más conservadores The Beach Boys –sin Brian Wilson como guía, entonces hundido en un remolino de paranoia– no dejaban que Dennis Wilson se metiera al agua, ni jugar con ellos en la orillita.
Y a Dennis Wilson le gustaba meterse adentro y profundo, y declaró que “si esta gente quiere tirar por la ventana toda esa música feliz, espiritual y hermosa que hicimos para hacer dinero, entonces yo no quiero tener nada que ver con eso”.
Y Dennis Wilson llamó a varios amigos –Gregg Jakobson y James Guercio funcionaron como co-productor e intérprete, respectivamente, de las visiones de Wilson– y se metió en el estudio y pasaba horas allí. Armando canciones en el acto, saliendo a alguna fiesta, volviendo tarde, convocando a los músicos a medianoche, y otra fiesta y a sacudir palmeras y deshojar margaritas con sal y limón y otra chica y a meterse demasiada arena blanca en la nariz y después o antes derrumbarse en la playa. Y esa voz que se iba rompiendo hasta alcanzar el tono ideal para rimar la historia de alguien que era feliz viviendo con lo puesto y mirando el horizonte y pescando todas esas melodías elaboradas en un piano que –quienes lo vieron allí– interpretaba con maestría de inspirado y autodidacta savant. Oírlo explicarse en “You and I”: “Nunca he visto esa luz / De la que habla la gente / Abres mi billetera y lo que cae es polvo / Y no tengo problemas con eso / Porque las canciones que cantaré nunca serán tristes / Jamás me dedicarán titulares / Ni apareceré en los noticieros de la noche / No seré una de esas historias de chico pobre que enriquece / Pero las canciones que cantaré nunca serán tristes”.
Dennis Wilson llevó los demos a la Warner –discográfica de The Beach Boys–, que los descartó por considerarlos “demasiado modernos” para lo que se esperaba de un Wilson. Pero la mucho más humilde Caribou –una pequeña filial de la CBS– se mostró impresionada, dio el ok y mientras lo nuevo de The Beach Boys, 15 Big Ones, era destrozado sin piedad, Pacific Ocean Blue resultaba elogiado unánimemente por la prensa (y admirado por el entonces recluso Brian Wilson) y vendía 300 mil copias. Y lo del principio: nadie esperaba algo como Pacific Ocean Blue de alguien como Dennis Wilson. Una nota manuscrita en el sobre interno explicaba lo sucedido y casi se justificaba con conmovedora inocencia: “Este es mi primer disco solista lejos de The Beach Boys. Estoy seguro de que me comprenderán si les digo que estoy un poco nervioso sobre todo este asunto. Quiero agradecerles por su apoyo y estaré muy interesado en escuchar todos los comentarios o sugerencias que tengan luego de escuchar este disco. Gracias. Dennis Wilson”.
¿Y cómo suena y a qué suena Pacific Ocean Blue? Difícil de precisarlo. Las letras de las canciones van de lo cósmico a lo terreno con pasión bipolar, moviéndose entre el éxtasis y la agonía, pidiendo disculpas y exigiendo perdones (buena parte del disco puede leerse como la crónica de la tormentosa relación de Dennis Wilson con la modelo californiana Karen Lamm, la tercera de cuatro esposas y co-autora de varios de los versos). Algunos títulos lo dicen todo: “What’s Wrong”, “Friday Night”, “Tug of Love”, “Wild Situation”, “He’s a Bum”, “Cocktails”, “Time for Bed”, “All Alone”. Pero lo verdaderamente importante de Pacific Ocean Blue, su auténtico Tema, es el Sonido. Como el Melody Nelson de Serge Gainsbourg o el Odelay! de Beck o La hija de la lágrima de Charly García, Pacific Ocean Blue trata de cómo traducir a notas y a acordes excelsas emociones sublimes. Y lo que consigue Dennis Wilson –sonando un poco a Randy Newman, otro poco al primer Tom Waits, un poco más a un improbable Warren Zevon en traje de baño, bastante al John Lennon de Walls and Bridges (escuchar las magníficas “Dreamer” o “Throughs of you”) y mucho al Nilsson de Pussycats– es, finalmente, un sonido definitivamente suyo.
Hay que oírlo para creerlo.
Denso y ligero, clásico y aventurero (no hay en lo nuevo de Coldplay/Eno nada tan bizarro como “Album Tag Song”) y sencillo a la vez que majestuoso (escuchar lo que ocurre en el clásico “Time” o en “Love Remember me”, a los que no cuesta imaginar en los labios dolidos del Fantasma del Paraíso), Pacific Ocean Blue es la bitácora de navegación de alguien que alcanzó el Edén y pasó de largo descubriendo los acantilados que hay al otro lado de todas las cosas.
Sí, Pacific Ocean Blue –y su siamés Bambu, que no llegó a nacer pero que aquí resucita por cortesía de Epic/ Legacy/Sony/BMG– es un viaje, un trip, una odisea. Música inquieta que no se priva de momentos de reflexión como en la dolida –y, dicen, improvisada en vivo– “Farewell my Friend” o en el bonus recuperado del casi infinito instrumental freak-mariachi “México”, ideal –junto al “Wigwam” de Bob Dylan– para el soundtrack de alguna adaptación cinematográfica de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño.
Y todo el tiempo la voz rota de Dennis Wilson –a veces camorrera, a veces dolida–, predicando sobre el cielo de un mundo mejor y perfecto con la cabeza en las nubes y los pies bien asentados en el infierno. De ahí que –-en un mismo tema– una línea de piano no duda en, de golpe, en crecer a raya acompañada por un tronante coro gospel (ese momento escalofriante cuando entra el Double Rock Baptist Choir en la bienvenida de “River Song” o cuando sale en la marcial despedida que es “End of the Show”) o (esa apertura casi Morricone de “Friday Night”) por las toallas al viento de aires sinfónicos y mefistofélicos, con Dennis Wilson desgañitándose al fondo.
Canciones oceánicas para una biopic que bien podría protagonizar otro Wilson: Owen.
Y uno ahí, escuchando sin poder creerlo y preguntándose dónde estuvo todo esto todo este tiempo y cómo es que se pasaron tantos años lejos de este tumultuoso azul del Océano Pacífico.
El éxito de Pacific Ocean Blue presagiaba grandes cosas. El ya mencionado Bambu, giras en solitario (que se abortaban a último momento sin dar explicaciones, acaso porque no hacía falta explicar nada), incluso un disco junto a Christine McVie, a quien le destrozó su Rolls-Royce (luego de prenderle fuego a la Ferrari de Karen Lamm) y le enviaba toneladas de flores con la correspondiente factura para que ella se hiciera cargo de la parte de los billetes. Pero todo proyecto quedaba en nada o se lo llevaba la marea. Apenas alguna aparición junto a The Beach Boys que, en ocasiones, le permitían cantar alguna canción de Pacific Ocean Blue. Pronto abandonó las sesiones de grabación de Bambu. Dennis Wilson se había convertido en una fiesta con patas y un funeral de rodillas. Uno de esos a los que hay que recoger y enderezar al final de una velada retorcida. “Soy la clase de tipo al que le gusta meterse en líos”, cantaba en “Time”. Y si algo no era Dennis Wilson era mentiroso. Alcohol y drogas y sexo y poco rock and roll y noches en las que se lo escuchaba gritar que él sabía por qué Charles Manson había hecho lo que hizo y que un día iba a contarlo. Pero no todavía. Y, mejor, a rezarle al Señor de los Mosquitos mientras sus compañeros de juerga, quienes ya no podían seguirle el ritmo, empezaban a cansarse de sus zumbidos y a considerarlo un tanto repelente.
Daryl Dragon –músico y compadre en Pacific Ocean Blue y más tarde parte del dueto pop Captain and Tenille– lo definió con gracia y justeza: “Dennis Wilson era como mirar a un volcán en erupción. Te parecía algo hermoso. Entonces alguien te comentaba que ese volcán había acabado con la vida de 5 mil personas. Y tú te encogías de hombros y decías que, de acuerdo, pero sigue siendo hermoso verlo en acción”.
El 28 de diciembre de 1983, Dennis Wilson se apagó ahogándose en Marina del Rey a los 39 años de edad. Dicen que estaba borracho. Dicen, también, que no fue un accidente sino un suicidio. Dicen, además, que ese mismo día había dicho: “Estoy solo. Estoy solo todo el tiempo”.
“Dennis ya estaba ahogado antes de caer al agua”, diagnosticó su amigo poeta Stephen Kalinich, junto al que compuso varias letras para The Beach Boys cuando Brian Wilson decidió dejar la playa. Nadie se sorprendió demasiado, pero nadie quería creerlo. Cuando la llamaron a Christine McVie –quien le dedicaría la canción “Wish you Were Here” en un disco de Fleetwood Mac– para contarle, lo primero que preguntó ella fue: “Ok, de acuerdo, pero... ¿está bien?”. Lindsay Buckingham –compañero de grupo de McVie y admirador de Dennis Wilson– le ofreció el réquiem de su “DW Suite” en el solista Go Insane. La familia de Wilson solicitó y obtuvo un permiso gubernamental para que se les permitiera enterrar a Dennis en altamar. Una canción de Dolorean –grupo de Portland– conmemora y señala el sitio exacto: 33-53.9 N / 118-38.8 W.
Dennis Wilson es sobrevivido por un par de biografías de títulos tan reivindicatorios como duros –Dennis Wilson: The Real Beach Boy de Jon Stebbins y Dumb Angel: The Life and Music of Dennis Wilson de Adam Webb– y, ahora, ya era hora, por este Pacific Ocean Blue, que entró en las listas de UK en el número 16 y en el número 8 de la lista de Billboard.
En la biografía firmada por Stebbin se lee: “Si Pacific Ocean Blue llevara el crédito de ‘Producido por Brian Wilson’ sería considerado uno de los mejores discos de todas las épocas. Es algo que está fuera del tiempo y del espacio. Algo que no sigue ninguna moda o tendencia. Por momentos suena como los años ’60, por otros como los ’70 y, en ocasiones, como los Cocteau Twins. Y hay destellos de música industrial, blues, jazz, funk y, por supuesto, música clásica. Definámoslo como el indefinible estilo Dennis Wilson. Sin lugar a dudas, el mejor proyecto solista de todos los Beach Boys. Y punto”.
En 1964, Dennis Wilson había escrito –en las liner-notes del álbum All Summer Long de The Beach Boys– que: “Tal vez sea que me guste llevar una vida movida. No la cambiaría por nada del mundo. Y sé que no va a durar para siempre, pero los recuerdos permanecerán”. O, como canta en “End of the Show”, al final de Pacific Ocean Blue: “Al final del show / Los recuerdos son reales / Muchas gracias / Por todo lo que quisieron / Muchas gracias / Por todo lo que necesitaron / Muchas gracias por todo lo que soñaron / Se acabó”.
Aquí están, aquí los tienen, aquí suenan, aquí vuelve a empezar a subir la marea.
Y trae algo.
El náufrago ha sido rescatado.
Oigamos ahora lo que tiene para contarnos y cantarnos después de todos estos años perdido en altamar.
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