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Domingo, 7 de septiembre de 2008

DVD

No somos héroes

En su tercera película como director, George Clooney se camufla en una comedia romántica para abordar el gran tema del cine de Hollywood hoy: el de los falsos héroes de guerra.

 Por Mariano Kairuz

La tercera película de George Clooney como director empieza presentándose como una comedia sobre la profesionalización del fútbol americano a mediados de los años ’20, el paso de un mundo de reglas laxas y trampas violentas a la práctica prolijamente regulada –y rentable– en el marco de las universidades. Pero enseguida revela cuál es el universo en el que de verdad quiere zambullirse: el de la comedia romántica, el screwball a la manera de algunas de las obras maestras de Howard Hawks, tomando prestado de Capra y de Preston Sturges y con alguna escena hurtada al slapstick mudo de la época –la del charleston y los tragos clandestinos–, con un referente claro en los Keystone Kops. “Este es un mundo y un estilo de película que conozco un poco”, dijo Clooney, y tomémosle la palabra porque –está claro que él lo sabe, que es perfectamente consciente de esto, incluso en las ocasiones en que está, sus palabras, “haciendo de idiota para los Coen”– Clooney es lo más parecido que tiene Hollywood a Cary Grant en un mundo que ya no fabrica películas para Cary Grant.

Así es que, después de meterse en el tenebroso cruce de política y televisión norteamericanas en plena Guerra Fría con Confesiones de una mente peligrosa y Buenas noches, y buena suerte (sus dos entradas previas gritando ¡acción!), para Leatherheads –editada en DVD sin pasar por los cines con el título Jugando sucio– asume el protagónico y le saca lustre a su efigie de estrella de los ’40 y ’50. Acá interpreta a Dodge Conelly, un deportista veterano que ya está de salida (otra marca de Clooney: esa capacidad de burlarse de sus avejentados 40 y pico en una industria dominada por actores de veinte años menos), pero que intenta darle una última oportunidad a su equipo, los Bulldogs de Duluth. Para esto recluta a Carter “La Bala” Rutherford (John Krasinski, de la versión norteamericana de la serie The Office), estrella universitaria cuya masiva popularidad se cimentó en parte en la leyenda que trajo consigo de la Gran Guerra, según la cual doblegó a un batallón alemán él solo. Que es, más que una leyenda, toda una mentira mediática. Y que es la razón por la que entra en escena la tercera punta del triángulo, la perspicaz periodista Lexie Littleton, a quien su jefe en el Chicago Tribune envía a desenmascarar y exponer el mito. Para componer a Littleton –ambiciosa profesional en un mundo, en 1925, masculino–, Clooney llamó a lo más parecido a su equivalente femenino que tenía para ofrecerle Hollywood. ¿O acaso hay alguien más extranjera a nuestra época –ver si no Chicago y Abajo el amor– que Renée Zellweger? La comedia romántica, con confesos homenajes-robos a maravillas como His Girl Friday y sus intercambios verbales como ametralladoras, funciona aunque de una manera un poco fría y mecánica. Con lo que el verdadero centro de la película después de un rato ya no es el fútbol ni el trío, sino este tema que viene repitiéndose como una obsesión en el cine norteamericano reciente: el del falso héroe de guerra.

No es un asunto nuevo: de eso trataba hace 64 años Hail the Conquering Hero (conocida también como Laureles ajenos), la comedia de Sturges con Eddie Bracken como el soldado que, para justificar su baja prematura, se inventaba un episodio heroico que crecía hasta írsele de las manos. Pero ahora, en nuevos tiempos de guerra, volvió como un monstruo en diferentes formas y variantes: desde La conquista del honor de Clint Eastwood, el año pasado, hasta la flamante Una guerra de película, de Ben Stiller, sobre las desventuras del equipo que filma en el Sudeste asiático el best seller autobiográfico de un sufrido y curtido veterano (Nick Nolte) que resulta no ser tal. (Mientras tanto, Paul Haggis en La conspiración y Brian De Palma en Redacted filman las bestialidades cometidas por las tropas norteamericanas, ocultadas en los informes castrenses.) Con un tono amable de sonrisas y golpes sonoros pero inofensivos que hacen digerible un tema complicado, a partir de la premisa de un mal común (el “juego sucio” en el fútbol, en un periodismo que sonsaca información traicionando confianzas personales, y en un discurso oficial patriotero que busca mantener en alto la moral del público a toda costa), Leatherheads se mete de cabeza, cabeza metida en un gracioso casco de cuero, con el monstruo.

Jugando sucio se estrenó directamente en DVD.

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