Domingo, 7 de septiembre de 2008 | Hoy
FAN > UN PINTOR ELIGE SU PINTURA FAVORITA
Por Fernando Fazzolari
Haiku es simplemente lo que está sucediendo en este lugar, en este momento, dice Matsuo Basho, a quien conocí a través de un maravilloso libro: Los senderos de Oku.
Más tarde fueron apareciendo en mis manos varias antologías de poesía japonesa, y el placer fue creciendo en la medida en que me aproximaba a nuevos autores, cada uno en su territorio, bucólicos, personales, festivos, íntimos, mientras se iba construyendo en mí un parentesco entre esa escritura y su maravillosa posibilidad de la síntesis como una manera del grado cero de la imagen.
Lluvias de mayo.
Y enfrente del gran río
un par de casas.
Buson
Bajo un mismo techo
durmieron las cortesanas,
la luna y el trébol.
Basho
Va persiguiendo
pétalos de cerezo
la tempestad.
Teika
Me detengo en un detalle de la Trinchera de Curupaytí, de Cándido López, y veo los pétalos del cerezo perseguidos por la tempestad.
Y es precisamente esa sensación de instante la que le brinda a esta forma poética todo el poder de la imagen, o por el contrario, si se quiere, es la imagen o la representación de la huella que resuena en el espíritu la que construye el texto.
Es en los casos en que se manifiesta esa tríada simultánea, sentimiento-lenguaje-imagen, donde se produce un extraño fenómeno de revelación.
Eso que llaman satori.
Iluminación.
Por cierto, si nos detenemos en cada uno de estos tres haikus, podemos vislumbrar lo fotográfico, lo íntimo o lo cinematográfico. Que además tienen su misteriosa musicalidad, muchas veces desteñida por la traducción.
Así como la fotografía nos dice “esto fue”, así también el haiku nos muestra un instante en el que se aúnan el tiempo y la imagen sostenidos por un texto que traduce nuestras emociones.
La intimidad de un cuarto o la furia de los elementos.
Siempre un haiku me invita a pintar; es más: escribo antes de pintar; muchas de mis obras están escritas por debajo de lo pintado, y en otras el texto pasó a la superficie. En otras ocasiones la sola escritura construye lo visual y no tienta agregar más nada.
Esa tensión es maravillosa, para el que lee como para el que escribe, así como para el que puede llegar a contemplar la imagen de lo escrito.
Siempre soñé escribir en un cuadro lo que fuera la imagen del cuadro; algún día lo haré.
Mientras tanto, muchas veces, en la intimidad, me acompaño con esos pequeños textos que pretenden ser iluminadores de circunstancias emotivas o visuales.
Tal vez porque el haiku “no es sólo poesía escrita”, al decir de Octavio Paz, sino “poesía vivida, experiencia poética recreada”.
Y es precisamente en ese lugar donde se acopla con lo visual y con lo musical. Su texto es imagen y música que se funde en el sentimiento de quien lo impulsa, constituyendo esa fuerza interna que estructura desde un espacio leve de forma, pero intenso de contenido.
Tal vez por eso cuando me pidieron una obra para esta sección, mi primera reacción fue un texto.
Y quise honrar este amor.
Que es algo así como hacer de la pérdida un camino hacia otra materialidad. Como escribir en papel de armar cigarrillos un texto de humo.
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