MúSICA > 1959: EL AñO EN QUE EL JAZZ CAMBIó LOS ‘60
El sello Atlantic tiene uno de los catálogos más valiosos del jazz, pero recién ahora cuenta con edición local en CD. Y con un saludable criterio de curaduría, la aventura comienza por cuatro discos que, además de estar entre los mejores de todos los tiempos, comparten otra cualidad: haber sido grabados en 1959, el año más importante en la historia del jazz.
› Por Diego Fischerman
El gran año de la década de 1960, por lo menos para el jazz, fue 1959. Es decir, esa cierta idea de modernidad, de ruptura entendida como una de las bellas artes, y de vanguardia asociada al valor que sería, para siempre, el sello de la época, cristalizó ese año en algunos de los discos más importantes de todo el género. Un género, claro, inseparable de las nociones de cambio y originalidad, de sonido propio y de riesgo estético. Kind of Blue de Miles Davis (y con Bill Evans, John Coltrane y Canonball Adderley), Giant Steps de John Coltrane, dos de Charlie Mingus, Ah Um y Blues and Roots (que se editó en 1960), Pyramid del Modern Jazz Quartet, The Shape of Jazz to Come, de Ornette Coleman, y Time Out, del cuarteto de Dave Brubeck, son algunos de ellos.
Hay un dato adicional. Hubo, por supuesto, otras ediciones geniales, comenzando por Portrait in Jazz, la primera oficial del trío de Bill Evans con Scott La Faro en contrabajo y Paul Motian en batería. Pero la gran mayoría de esos discos fueron producidos por Teo Macero o por Nesuhi Ertegun y se reparten entre dos sellos, Columbia y Atlantic. El primero, actualmente parte de Sony, viene encarando desde hace un tiempo una dinámica política de ediciones nacionales que incluyen la discografía casi completa de Miles Davis y mucho de lo más importante de nombres como Mingus, Bill Evans, Gerry Mulligan, Dave Brubeck, Erroll Garner y Stan Getz, entre otros. El segundo, cuyo catálogo pertenece a Warner, estaba llamado a silencio, hasta ahora que, mostrando además un interesante concepto de curaduría, comenzó su línea de publicaciones argentinas precisamente con cuatro de esas grandes obras del ’59, Pyramid, The Shape of Jazz to Come, Blues and Roots y Giant Steps. Son cuatro ensayos sobre la revolución. La de Coltrane es inevitable, una continuación de las enseñanzas de los maestros, precisa y exacta en sus consecuencias. La de Mingus es exasperada; viene de Ellington pero se torna violenta, expansiva, exhibicionista. La del Modern Jazz Quartet tiene el disimulo que sólo puede brindar la elegancia más extrema. Incluso para hacer la revolución. En la de Ornette Coleman conviven la visión del abismo y el culto al swing y la melodía. Un culto que, de todas maneras, estuvo lejos de ser percibido de inmediato. “No sé qué es lo que toca, pero no es jazz”, dijo, por ejemplo, Dizzy Gillespie en 1960.
Los cuatro discos son hijos del be-bop, aunque en el caso de Mingus hay, ya desde el título, líneas que se hunden más atrás. Y los cuatro son padres de mucho de lo que el jazz sería en el futuro. Blues and Roots fue registrado el miércoles 4 de febrero; Giant Steps, entre el lunes 4 y el martes 5 de mayo; The Shape of Jazz to Come, el viernes 22 de ese mes y Pyramid a lo largo de varias sesiones, en Lenox, Massachusetts, y en Nueva York, que se extenderían hasta entrado el año siguiente: 22 y 25 de agosto, 21 de diciembre y dos de los temas, “Vendome” y “How High The Moon”, el 15 de enero de 1960.
Cada uno de estos discos, por otra parte, ocupa un lugar distinto en la carrera –y en la búsqueda de la revolución– de los músicos que los produjeron. El Modern Jazz Quartet venía tocando desde 1951, año en que los cuatro ex integrantes de la banda de Dizzy Gillespie –el baterista todavía era Kenny Clarke, luego reemplazado por Connie Kay– se habían reunido a grabar en un estudio neoyorquino. Mingus, que había tocado entre otros con Charlie Parker, en 1953, y con Miles Davis, en 1955, había ya grabado varios grandes discos para su propio sello Debut, entre ellos Mingus at the Bohemia, de ese mismo año, había comenzado su fructífera relación con Atlantic en 1956, con Pithecantropus Erectus.
En la trayectoria de Coltrane, que en total duró apenas diez años, Giant Steps, su primer disco para Atlantic, llegaba después de Blue Train, publicado por Blue Note en 1957, y de varias grabaciones fundamentales editadas por Prestige, entre ellas Lush Life, de 1958. En dos años, el saxofonista había complejizado la armonía del bop, agregando acordes hasta el límite de lo posible –“Giant Steps”, con sus cambios de acorde casi en cada tiempo es una prueba magistral– y en poco tiempo más comenzaría a tocar, directamente, sobre acordes imaginarios. Estos pasos de gigante, en todo caso, tienen una función paradójica. Fueron, para el jazz, la apertura de una puerta que todavía permanece, para muchos, vigente. Y fue, para Coltrane, la clausura –o el primer anuncio de la clausura– de un período estilístico.
El caso de Coleman era distinto. Se trataba de un recién llegado. Y quien lo introdujo fue su aparente antítesis, John Lewis, el pianista del Modern Jazz Quartet. “Ornette Coleman está haciendo lo único realmente nuevo en el jazz desde las innovaciones de mediados de los ’40 de Dizzy Gillespie y Charlie Parker y las de Thelonious Monk”, dijo a quien quisiera escucharlo. El grupo con el que grabó incluía a Charlie Haden, con una presencia verdaderamente inusual para el contrabajo, Don Cherry en corneta y el excepcional baterista Billy Higgins. Y un tema como “Congeniality”, ya lejos de la conmoción que puede haber causado hace medio siglo, aparece como una de las joyas de la historia del jazz.
En Pyramid se destacan una nueva versión de uno de los temas más logrados –y famosos– de John Lewis, “Django”, que el grupo ya había grabado en 1956 e incluido en un disco del mismo nombre publicado por Prestige, y “Vendome”, con un comienzo fugato cuyos ecos pueden escucharse en “Calambre”, de Astor Piazzolla, grabado con su quinteto a comienzos de 1961.
De Blues and Roots participa un auténtico seleccionado, que incluye entre otros a Jackie McLean en saxo alto, Pepper Adams en barítono, Jimmy Knepper en trombón y Mal Waldron en piano. Y en su mezcla entre Ellington pasado por el bop, y gospel y blues empapados en experimentalismo, pueden destacarse “Tensions”, “Moanin” y la inolvidable “Wednesday Night Prayer Meeting”. En Giant Steps se encuentra, en primer lugar, ese solo genial del pianista Tommy Flanagan en el tema que le da título. Un solo que va exactamente en contra de todas las expectativas y que parece querer detener el tiempo y cuya atipicidad muchos atribuyeron a la sorpresa de Flanagan ante la velocidad a la que debía realizar los cambios de acorde. Los bonus tracks (es decir las tomas anteriores) demuestran que no hubo tal sorpresa. Sólo genio y sorpresa. Y en Giant Steps está también, qué duda cabe, el saxo de John Coltrane: irrepetible y de una espiritualidad que se sostiene de la única manera en que podría hacerlo, con un sonido de impactante terrenalidad.
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