TELEVISIóN > EL ENCANTADOR DE PERROS EN ACCIóN
¿Qué hacer con un perro inadaptado, un perro que se pelea con todos los otros perros, que gruñe a las visitas, que ladra a los chicos, que muerde al dueño? Cesar Millan es la respuesta. Este mexicano, que aprendió a pensar como los perros observándolos durante toda su infancia, es la nueva sensación de Estados Unidos a la hora de reeducar un perro maleducado. Y ahora, en su programa El encantador de perros, ofrece la posibilidad de aprender sus poderes casi chamánicos para amansar a las fieras.
› Por María Gainza
Cesar se sentó frente a ellos con su postura habitualmente perfecta. “¿Cómo puedo ayudar?”.
“¿Puede transformar a nuestro monstruo en un perrito adorable?”, le preguntó Linda mientras se subía una de las mangas de su camisa de bambula y exhibía un antebrazo lleno de mordeduras y arañazos. “Ya sé, es un demonio. Pero lo amo, ¿qué puedo decir?”
Cesar miró el brazo y pestañó: “Wow”.
No fue un “wow” alarmado. Todo lo contrario. Fue emitido en una voz suave y algodonosa, la misma que antes había dicho ¿cómo puedo ayudar? Hay algo en esa voz que hace que la gente confíe en Cesar. La gente y los animales. Tanto que desde que llegó de México a los Estados Unidos hace catorce años, Cesar Millan se ha convertido en el entrenador de perros más famoso de la televisión y entre sus clientes se encuentra el celoso Caniche de Will Smith y el asustadizo Labrador de Oprah Winfrey. En su programa The Dog Whisperer o El encantador de perros dependiendo del lado de la frontera del que se esté parado, Cesar enseña a la gente a lidiar con sus perros con problemas –timidez, neurosis, histeria, fobias, y más comúnmente, agresión– y lo hace con tal éxito que ya ha cosechado millones de fanáticos y una lista igual de grande de enemigos.
Cesar Millan es un hombre de estatura mediana, con el físico de un jugador de fútbol. Tiene unos treinta y largos años que parecen menos, grandes ojos, piel oliva y dientes blanquísimos como aspirinas. Es además, el director del Dog Psychology Center de Los Angeles. El centro está situado al final de un largo callejón rodeado por garajes y fábricas en una zona industrial del sur de California. Allí, detrás de una alta reja verde, hay un gran patio de cemento. Y todo alrededor del patio, hay perros. Perros echados al sol, perros jugando con el agua de los charcos, perros olfateándose entre sí. Los dueños llevan ahí a los perros con problemas graves, generalmente de agresión. Cesar se los queda un mínimo de dos semanas ayudándolos a integrarse en sociedad. Por lo general, en un día cualquiera, hay alrededor de unos cincuenta perros. Hay un Bloodhound que mordió a su dueña, un Terrier que no puede confiar en la gente, un Pitbull que mató a un Labrador. Y un Rottweiler que perdió un ojo en una pelea. Y que ahora está lamiéndole la oreja a un Bulldog. Cuando Cesar se para en el medio de todos ellos, su espalda erguida y derecha, el lugar recuerda el patio de una prisión. Pero de la prisión más apacible de California.
Por las mañanas Cesar lleva a su banda de forajidos a pasear durante cuatros horas por las montañas. El camina adelante, lo siguen los Pitbulls, los Rottweilers y los ovejeros alemanes con mochilitas, así cuando los perros pequeños se cansan, Cesar los puede subir en las espaldas de los más grandes.
Cesar no tiene una educación formal. Todo lo que sabe lo aprendió en la granja de su abuelo en México y de las series Lassie y Rin Tin Tin. De niño lo llamaban “el perrero” porque podía pasarse horas mirando a un animal hasta sentir que podía pensar como él. Pero allí, en la granja mexicana, los perros eran perros y los humanos, humanos. A los veintiún años un “coyote” llevó a Cesar a través de la frontera. Se escondieron en un pozo. Con el agua hasta el torso. Corrieron por el barro y a través de una autopista. Un taxi los llevó a San Diego. Después de unos meses en la calle, encontró trabajo en una peluquería canina. Mientras, comenzó a pasear perros en un Chevy blanco. En esos primeros tratos con dueños de animales, descubrió algo extraño: en las familias norteamericanas los perros eran tratados como niños. Y habitualmente los problemas de los perros eran los de sus dueños.
Cuando Cesar entra a una casa donde vive un perro agresivo la escena se desarrolla más o menos así: el perro lo olfatea. Cesar se deja oler. El perro mira amenazadoramente. Cesar le pone la correa. El perro tironea enojado. Arruga el hocico. Muestra los colmillos y deja caer las orejas. Lucha. Un macho alfa contra otro macho alfa. De golpe, intenta morder a Cesar. La dueña se cubre los ojos. Cesar le pide que abandone la habitación. Cesar se mantiene firme, no suelta la correa. Parece un domador. Finalmente, después de varios minutos, logra que el perro se siente. Luego, que se eche de costado. Cesar acaricia su estómago. “Esto es lo que necesitaba” dice. El rostro del perro no transmite capitulación sino alivio. “El problema en los Estados Unidos es que la gente cree que los perros son personitas peludas y se dejan dominar por ellos. No hay perros malos, las personalidades son creadas por sus dueños.”
Si se mira el programa sin sonido, sin los gruñidos antipáticos del perro y los chillidos nerviosos de su dueña, se puede ver cómo desde que Cesar entra a la habitación el animal no le quita los ojos de encima. ¿Qué es lo que ve? En algún sentido, lo mismo que nosotros: que Cesar tiene presencia.
Todo lo que sabe sobre los perros sugiere que, de una manera que no ocurre con ningún otro animal, los perros estudian el movimiento humano. El antropólogo Brian Hare hizo varios experimentos con perros. Colocó, sin que el perro lo viera, una pelota de tenis debajo de un balde y puso otro balde, sin pelota, a unos metros de distancia. El perro no tenía idea de dónde estaba el juguete. Hare miró intensamente hacia el balde correcto. El perro fue directamente hacia él. Cuando Hare hizo el mismo experimento con un chimpancé, un animal que comparte el 98.6 por ciento de nuestros genes, el mono no podía entenderlo. Hare decidió que un perro puede mirar a un humano para pedirle ayuda, un mono, no. No es que los perros sean más inteligentes sino que tienen una actitud diferente hacia nosotros: están interesados en los seres humanos. “Interesados al punto de la obsesión”, dice Hare, “para un perro un humano es una pelota de tenis gigante”.
Hay una batalla silenciosa en los círculos caninos. Se la podría llamar el caso Millan vs. Dunbar. Si fuese una pelea de perros sería una entre un Pit Bull y un Border Collie. Lo que sería prácticamente imposible ya que el Border simplemente abandonaría la escena, cosa que Dunbar haría, si no fuera porque los espectadores lo vuelven a empujar al centro del ring una y otra vez. Porque Dunbar representa un lado. El científico. Y Cesar Millan, el opuesto. El intuitivo. Dunbar es considerado, por sus pares, el científico más innovador en el campo del entrenamiento canino, con una cadena de títulos universitarios en psicología y bioquímica, un doctorado en comportamiento animal y años de investigación en agresión de perros domésticos. Millan es una celebridad de Hollywood. Y tiene algo que puede bajarle el copete a cualquier título: tiene carisma.
En realidad, la pelea Millan vs. Dunbar representa una eterna disputa entre entrenadores. El conflicto radica en una pregunta de base: ¿los mejores resultados se obtienen premiando la buena conducta o castigando la mala?
En un editorial en el New York Times se dijo que Millan era un hombre solo dirigido a destruir cuarenta años de progreso en el estudio de los perros. En términos generales, Millan suscribe a la idea de que la dependencia de un perro respecto de su amo nace de la fidelidad instintiva que une a un lobo con el líder de la manada. Para él, hay que crear sumisión, una calma sumisión en el animal. “Los dueños en Norteamérica solo dan afecto afecto y afecto. Pero un perro balanceado deber recibir ejercicio, disciplina y afecto. En ese orden.” Para Dunbar, en cambio, los perros están evolutivamente demasiado lejos de sus ascendentes los lobos como para trazar la analogía. “Generaciones de evolución los separan de ellos. No tiene sentido. Aprender de los lobos para entender a los perros es como aprender de los monos para entender a los hombres. Además, el miedo no entrena a un perro a ser confiable”.
Pero el asunto es que Millan consigue resultados y que éstos son presenciados por millones de televidentes dispuestos a seguir sus consejos. La pregunta es si ellos sólo le sirven a alguien investido de poderes chamánicos como Cesar, o si realmente, como el show sugiere, esos poderes pueden ser aprendidos por cualquiera. Cosa que a los mismos productores les debe preocupar ya que cada tanto, frente a algunas de escena, aparece un cartel que dice: “No pruebe esto en casa”. Es altamente probable que no todos tengamos el don de crear orden del caos.
La presencia de Cesar impresiona no sólo a los dueños de perros sino también a bailarines y analistas de movimiento. Cuando Cesar entra a una habitación el perro lo estudia. Y lo que ve, aparentemente, es una persona “hermosamente organizada intra-físicamente”, dice Karen Bradley, directora del programa de Danza de la Universidad de Maryland que fue convocada para presenciar a Cesar en acción. Bradley utiliza el Análisis del Movimiento Laban para entender y describir el movimiento. Cuán fluido, esforzado, rápido, lento, fuerte o liviano, es un movimiento y qué transmite eso a los otros. El austríaco Rudolf Von Laban, precursor de la danza moderna alemana y creador de la Notación Laban, desarrolló un método para experimentar, ver, describir y anotar movimiento hasta que sus implicancias funcionales y expresivas quedaran en total evidencia. La combinación de posturas y movimientos para Laban se llama fraseo y los grandes comunicadores son aquellos que pueden combinar perfectamente su fraseo con sus intenciones comunicativas.
Bradley dice que Cesar tiene un fraseo impactante. Y si se lo mira con cuidado se puede ver cómo sus manos y su torso se mueven rítmicamente, a un tempo moderado, alternando movimientos cortos y largos, como una pequeña danza ritual. “Lo normal, en la gente común que anda por la calle, es un fraseo indiferenciado. Sólo muy de vez en cuando uno se encuentra con alguien con este tipo de movimiento: un torso simétrico, muy vertical, un centro de gravedad bajo, estable, que transmite calma. ¿Qué se hace con alguien con semejante habilidad para comunicarse con claridad?, dice Bradley. “Se le da un programa de televisión. O se lo elige presidente.”
El encantador de perros se emite los martes a las 22 por Animal Planet. Se repite los sábados a la misma hora.
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