FOTOGRAFíA >LOS REFUGIADOS EN ARGENTINA
Reconocido por hacer de la fotografía una herramienta fundamental para dar a conocer la situación de los hombres, mujeres y niños refugiados alrededor del mundo, Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados) decidió hacer un trabajo que documentara por primera vez la vida de los refugiados en Argentina. Para eso convocó a documentalistas de la Cooperativa SUB y les propuso que los siguieran durante meses, casi conviviendo con ellos. Ahora, las fotos pueden verse en la muestra del Centro Cultural Borges: Alejandra - Alketa - Davala - Mahedi - Sankou: 5 Refugiados + 5 Fotógrafos + 5 Miradas.
› Por Violeta Gorodischer
Lozano Diputado Nacional” en un graffiti de fondo, una jornada de trabajo en la calle Florida, la frescura después del agua, un viaje en colectivo cuando empieza a irse el sol. A veces una imagen alcanza para volver algo, alguien, cercano. Estampas locales donde “el refugiado” deja de ser puro significante vacío. Y las sabanas de Senegal, las guerrillas de Colombia, los golpes de Estado albaneses, la superpoblación en Bangladesh o las matanzas en Nigeria empiezan a desdibujarse (¿redibujarse?) sobre nuestro territorio nacional. Según el Cepare (Comité de Elegibilidad para los Refugiados), de los 32 millones de personas, de más de 60 países, que piden refugio cada año en el mundo, hay más de 3500 viviendo en Argentina. Llegan escapando de situaciones límite, perseguidos por razones políticas, por su etnia, su religión o su sexualidad. Buscan respiro, protección. Una nueva forma de pertenencia. Pero entonces, ya frente a frente, asoma el propio desconcierto: ¿quiénes son?, ¿dónde viven?, ¿qué hacen?
Siguiendo la línea iniciada por Sebastián Salgado, el Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados) convocó a documentalistas locales de la Cooperativa SUB para que siguieran a un grupo de refugiados durante meses. La idea fue “darles un espacio para contar sus historias”, documentar por primera vez cómo viven en Argentina. Cinco fotógrafos, cinco refugiados y un registro íntimo y cotidiano de sus vidas. Si la exposición vale como forma de acercamiento, nada tiene que ver esta muestra con el (remanido) juego biográfico llevado al terreno visual: la intimidad que se muestra, en todo caso, es la de un vínculo nacido entre dos. Unos que cuentan historias, otros que reflejan la escucha a través de la propia mirada. Gisela Voilá, por ejemplo, compartió con Alketa charlas y caminatas, tardes enteras en el puesto de flores de Rivadavia y Callao donde esta refugiada albanesa trabaja de lunes a viernes. Así supo que llegó escapando de un golpe de Estado, que en Albania hubo saqueos, matanzas y desapariciones, que primero estuvo en La Plata y de ahí llegó a Buenos Aires, que en su vida la nostalgia ocupa el lugar central. ¿Cómo transmitirlo? Voilá eligió dípticos que simbolizaran la tensión entre ambos países, imágenes unidas y contrapuestas para esa dicotomía pasado-presente que inunda: “Albania está todo el tiempo en su relato; a diferencia de lo que pasa con otros refugiados, la familia está muy presente en la vida de Alketa, sobre todo en una madre y un padre muy protectores con los que habla a diario por teléfono. Me cantaba canciones en albanés, me contaba recuerdos de infancia”.
Cada fotógrafo se inclinó por distintas técnicas para congelar una personalidad, una circunstancia o estado de ánimo. Para Davala, un nigeriano de 19 años que sueña con ser estrella de hip hop, colores fuertes, imágenes saturadas y texturas superpuestas. Algo simple, casi tan despojado como él. “Nos integramos rápido, no hay mucha diferencia de edad entre nosotros”, dice Sebastián Hacher, que convivió casi seis meses con Davala viendo dónde vivía y llevándolo a conocer la ciudad, las piletas y los lugares para jugar al básquet mientras el otro soltaba relatos alucinados de la guerra civil, las matanzas y toda una familia muerta. Terminado el proceso, Hacher logró gestionar un viaje para los dos al Glaciar Perito Moreno, algo que obsesionaba al chico en ese período que pasaron juntos: “Siempre repetía lo mismo, decía que el hielo iba a limpiarle el corazón”.
O las fotos panorámicas que muestran los días de Mahedi, un exiliado de Bangladesh que pidió asilo en Argentina por la imposibilidad de habitar una ciudad superpoblada. Alguien impresionado por la magnitud del espacio en este país “grande y con poca gente”: pura amplitud en la calle Florida, donde vende juguetes de domingo a domingo, alimentando las ganas de volver a trabajar en informática, como hacía en su Bangladesh natal. “Todavía voy a verlo, a él le gusta hablar conmigo, le sirve para practicar el idioma”, cuenta Nancy Lucero. “Me mostró la pensión donde vive en San Telmo y la ropa de su país, que es la que usa en su casa. Así fue a rezar a la mezquita de la Av. Bullrich ahora que estamos en Ramadán, pero no la usa todos los días porque le gritan cosas por la calle.”
También está el que arraigó hace diez años y logró construirse un espacio en el conurbano bonaerense: de Senegal a Quilmes, derecho y sin escalas. Sankou es un hombre que pudo escapar de la violencia de Senegal y logró establecerse con una casa, una mujer y tres hijos. Trabaja en una fábrica de papeles y de a poco se fue armando su propio mundo privado en los márgenes de la ciudad. Charlas con vecinos y partidos de fútbol cruzados con rasgos propios, tradiciones todavía presentes en detalles significativos: comer todos del mismo plato, la música y los videos de Senegal cada domingo a la tarde, rapar a la beba con una gillete cumplido su primer mes en la Tierra. Las fotos de Nicolás Pousthomis buscan dar cuenta de ese “espacio reducido donde todo cabe”. Blanco y negro en proceso manual para una mezcla de todo lo que rodea a Sankou: las tardes de Quilmes, la familia, los amigos, la música, el fútbol. “Hay algo de desilusión en su mirada”, cuenta Pousthomis. “Incluso en los momentos felices. La casa es muy chiquita y él trabaja muchísimo, demasiado. Yo creo que en el fondo esperaba otra cosa. Un día me dijo: ‘Bueno, si esto es lo que tengo, esto es lo que voy a mostrar’.”
Tal vez la más cercana de todos los refugiados elegidos resulte Alejandra, una colombiana que llegó escapando de la persecución política. Está en la Argentina desde hace dos años y trabaja como telemarketer en Mercado Libre. “Ella militaba en organismos de derechos humanos y muchos de sus compañeros fueron asesinados. La guerrilla, los narcos, los grupos paramilitares. Tuvo que escaparse de todo eso”, explica Ignacio Smith, quien después de varias visitas a su casa y muchas salidas a comer, empezó a captar el doble funcionamiento de su discurso: el formato cuadrado de las fotos, la perspectiva de los espacios cerrados y el focalizar en ciertos objetos tienen que ver con una melancolía que aparece (sólo) puertas adentro. “Alejandra es muy fuerte cuando se expone al afuera y tiene que contar su historia, pero en privado hay cierta tristeza, mucha fragilidad. Está marcada por esa contradicción.” La muestra podría resumirse como secuencias intimistas de fotos que invitan a la contemplación calma. Si uno de los motores principales de Acnur es lograr la integración de los refugiados a la sociedad civil, la fotografía como herramienta es sin dudas una elección acertada: entre el registro documental y la inspiración artística, aflora la sensibilidad, surge la cercanía.
La muestra Alejandra - Alketa - Davala - Mahedi - Sankou: 5 Refugiados + 5 Fotógrafos + 5 Miradas permanece en el Centro Cultural Borges (Viamonte esq. San Martín) hasta el 9 de octubre. Lunes a sábados de 10 a 21. Domingos, de 12 a 21.
Cooperativa Sub: www.sub.coop
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