Domingo, 28 de septiembre de 2008 | Hoy
HITOS > EL SHOW DE CAETANO Y ROBERTO CARLOS
Hace poco menos de un mes se anunció que para los festejos por los 50 años de la bossa nova se organizaba el primer recital a dúo ante un público en vivo de Caetano Veloso y Roberto Carlos cantando a Tom Jobim, el padre de sus canciones más emblemáticas. Entonces, Radar le encargó a Paulo César de Araújo (el autor de la biografía censurada de Roberto Carlos) una nota que recorriera la larga y compleja relación de encuentros, peleas y reconciliaciones entre Caetano y Carlos. Ahora, le toca el turno a la crónica de ese show histórico.
Por Violeta Weinschelbaum, desde San Pablo
Los años en que nacía la bossa nova en Brasil eran, sin dudas, tiempos de cambio. Convivían la euforia que producía el auge del gran fútbol brasileño –con los triunfos, de la mano de Pelé, en los mundiales de 1958 y 1962–, el surgimiento con Glauber Rocha a la cabeza de un movimiento renovador como el Cinema Novo y la combinación del diseño urbano de Lúcio Costa con la arquitectura de Oscar Niemeyer, que daban lugar a la flamante capital, Brasilia.
Medio siglo más tarde, para conmemorar el aniversario de ese momento de efervescencia, central para la constitución de la identidad brasileña, la forma que toma la celebración es curiosa. Parece tratarse de la creación explícita, indiscutible y a la vez de algún modo artificial, de otro momento histórico, más puntual, más acotado, pero único: el encuentro inédito en un escenario de Caetano Veloso y Roberto Carlos, dos figuras enormes de la música y con trayectorias casi paralelas, en tributo al “maestro soberano”, Antonio Carlos Jobim.
Tom Jobim formó parte del núcleo embrionario de la bossa nova. El disco Cançao de amor demais, con composiciones de Jobim y Vinicius de Moraes, cantadas por Elizeth Cardoso y acompañadas, a veces, por Joao Gilberto y orquesta, es un hito inaugural. Luego, el simple “Chega de saudade”, de Joao Gilberto y, al año siguiente, el LP, también de Joao, con dirección y arreglos de Tom Jobim. A partir de ese momento, comienzo de una larga serie de trabajos en colaboración, la música popular brasileña tomaría nuevos rumbos.
Para festejar los 50 años de ese punto de inflexión, Itaú Brasil buscó el modo de homenajear a estas grandes figuras. Joao Gilberto ha vuelto a tocar en su país después de un lustro de silencio; en la Oca, asombroso museo semiesférico proyectado por Niemeyer, se ha montado una inmensa exposición interactiva sobre la bossa nova y por primera vez Caetano Veloso y Roberto Carlos se encontraron para cantar a Tom.
Después de un primer show en Río de Janeiro, el encuentro, en San Pablo, fue en un lugar absolutamente significativo: el imponente y desconcertante Auditorio Ibirapuera concebido, justamente, hace cincuenta años, también, por Oscar Niemeyer (pero construido e inaugurado recién en 2005). Todos aquellos que entraban se sentían partícipes o, al menos, espectadores, de un momento histórico, mucho más que de un espectáculo de música popular.
Como pide aquella canción obligatoria, el show, conmovedor y feliz, estuvo alejado de la nostalgia. Con una puntualidad sorprendente para la calma brasileña, a telón cerrado, comenzó a escucharse una grabación de “Garota de Ipanema”, puntapié para que Caetano y Roberto cantaran este himno de Jobim y Vinicius de Moraes. Luego, también a dúo, “Wave”, otro clásico de Jobim, que instaura un momento marino en el escenario. Poco después, Caetano presentó a Daniel Jobim, nieto de Tom, que cantó al piano “Aguas de Março”, con un timbre a la vez muy propio y familiar que enmudeció al auditorio.
Para los momentos solistas, los cantantes, cada uno con sus músicos, armaron su propio repertorio. Las elecciones, exactas, resultaron naturales para el público que los conoce. Caetano, de impecable traje oscuro, zapatos marrones y camisa rosa, tomó canciones sofisticadas, complejas y menos conocidas, aquellas que escuchó siempre, desde su adolescencia. Roberto, de zapatillas y camisa blancas en contraste con un traje azul eléctrico, un repertorio más popular. Los arreglos para orquesta de cuerdas, nada solemnes, y la dirección musical de Jaques Morelenbaum le otorgaron homogeneidad y elegancia. Caetano conmovió hasta las lágrimas con canciones como “Por toda minha vida”, “O que tinha de ser” y “Caminho de Pedra”, de la que dijo, en un tono intimista, “la conozco desde chico y, a pesar de que no es muy cantada, desde que me pidieron que pensara un repertorio para este show, supe que iba a elegirla, tiene un aspecto misterioso que siempre me gustó”.
Roberto deslumbró con su versión en español de “Insentatez”, con “Por causa de você”, “Corcovado” y “Eu sei que vou te amar”. Como cierre de este tramo Roberto Carlos, una proyección pensada deliberadamente para conmover: los primeros acordes de una grabación de 1978 en que Jobim canta, con Roberto, “Lígia”.
Caetano vuelve para el final del espectáculo y son, juntos, risas y emoción: una versión abolerada y con cierto paso de comedia de “Tereza da praia”, luego “Chega de saudade” y la tan esperada “A Felicidade”. Después de unos bises, de nuevo, “Chega de saudade”.
Esa declaración final, aparentemente compartida por toda la platea, fue otra forma de justificar el espectáculo, un modo implícito de explicar, en la repetición, el valor fundacional de esa canción y la relación ineludible de cada uno de los músicos con la bossa nova.
“Viva a bossa, sa, sa!”, repetía Caetano Veloso en el primer estribillo de una de las canciones faro del tropicalismo, “Tropicália”. Era 1967, año en que la revolución musical parecía un mandato para el grupo de bahianos ruidosos y cada día más polémicos que lideraban Veloso y Gilberto Gil. El surgimiento de la bossa nova, en 1958, se dio en un momento en que este grupo de rebeldes y otros artistas coetáneos entraban en el mundo adulto, cuando recién se configuraba un modo de pensar y sentir. Caetano tenía diecisiete años cuando escuchó por primera vez a Joao Gilberto cantar “Chega de saudade”.
Ese simple de 1958 es la razón casi unánime por la que artistas muy disímiles comenzaron, o terminaron de orientar, una carrera musical: Chico Buarque, Caetano Veloso, Roberto Carlos, Gal Costa... Sería un antes y después de esa grabación, un antes y después del movimiento que representa. Así, es significativo que la primera canción tropicalista, de Caetano, se haya llamado “Paisagem útil”, una inversión a la vez paródica y reverente del samba bossa nova de Jobim, “Inútil Paisagem”, muy famoso en la época. El tropicalismo se define a partir de allí, de la oposición. “Tenía conciencia de que éramos más fieles a la bossa nova haciendo algo que fuera opuesto a ella”, dice en Verdad Tropical Veloso, que creó un estilo a partir de las enseñanzas estéticas de Joao Gilberto, de su concisión, de su modo de tocar la guitarra, de su susurro, pero siempre desde la diferencia.
Por eso, en aquella época de rebeldía y juventud, las influencias más fuertes estaban en el rock inglés –y su vertiente brasilera, el iêiêiê–, en Los Beatles y en el Jovem Guarda comandada por el ya monarca Roberto Carlos.
Roberto Carlos nació un año antes que Caetano Veloso. En 1965, junto con Erasmo Carlos y Wanderléa, estrenó un programa de TV que marcó una época y generó un nuevo movimiento en Brasil: el Jovem Guarda. El gran desafío que enfrentaba era mantener la audiencia altísima de las tardes de domingo que el canal tenía hasta entonces garantizada por el fútbol, repentinamente prohibido por la dictadura. El éxito fue arrollador.
Por esos años, algunos programas de televisión eran portavoces de tendencias musicales –y, por qué no, ideológicas– a menudo en conflicto. La mirada más conservadora de la bossa nova estaba representada por el programa de Elis Regina, O fino da bossa. En las antípodas, el impertinente Jovem Guarda. Si bien estaban aquellos que, como Jorge Ben, transitaban entre los dos programas con soltura, Elis Regina llegó a liderar una marcha contra las guitarras eléctricas y, de manera poco indirecta, contra el iêiêiê.
A pesar de estas oposiciones y del estruendoso éxito posterior de Roberto Carlos con baladas inspiradas en la música italiana y en su amor por Tony Bennett, sus primeros pasos en la profesión estuvieron, también, ligados a la bossa nova, a Tom Jobim y al fraseo de Joao Gilberto. Una década después de poner un pie en la que sería su fase más extensa, la romántica, que comenzó en 1968 con el Fes-tival de San Remo, Roberto Carlos recibió una visita inolvidable en “su” especial de fin de año de la TV Globo: Tom Jobim, al piano, canta su “Lígia” con Roberto, esa misma que, grabada, hizo lagrimear a buena parte de la platea del Auditorio Ibirapuera 30 años más tarde.
Este espectáculo merece la reverencia de la crítica (la del público no es necesario siquiera reivindicarla, surge con toda naturalidad). La palabra reverencia puede parecer desmedida, o más jerárquica que estética: no se trata de ningún modo del respeto a los mayores (en términos de grandeza, no de edad), sino de la indiscutible calidad, de la emoción, del homenaje genuino. Sin embargo, en Brasil dos de los grandes diarios de San Pablo eligieron demolerlo. Tampoco es desmedida la palabra demolición: fueron críticas ponzoñosas, pensadas exclusivamente como ejercicios retóricos para justificar lo injustificable. Dice, por ejemplo, la Folha de Sao Paulo, del show de Joao Gilberto y del homenaje a Jobim: “Eventos elitistas, donde cantar bajito sobre el amor, la nostalgia, el Corcovado y las bellezas de la rambla carioca legitiman el privilegio y la sofisticación de una casta”. No llegó siquiera a generarse polémica. Así y todo, Caetano Veloso se enojó con esas críticas. Y, si bien pocas veces ha decidido responderles a los periodistas de música a lo largo de las décadas, esta vez optó por hacer un análisis pormenorizado de lo que se escribió y contestar a cada cosa, desde su disfraz de profesor, el que mejor le calza, el que más le gusta, el que a menudo causa antipatía. Así, desglosó en su blog las notas y, línea a línea, corrigió errores gramaticales y de estilo que, ante todo, descalificaron –con holgada justificación– a los cronistas, poco serios y descuidados. “Obra em progresso” es un blog que lleva adelante Hermano Vianna, un excelente periodista de música brasileño que sigue todo el proceso de creación y grabación de un próximo disco de Caetano Veloso. Allí (www.obraemprogresso.com.br), en un desvío del ritmo habitual de comentarios y canciones, surgió este largo debate, del que fanáticos y detractores participaron y que se convirtió, en definitiva, en una interesante conversación sobre el rol de la crítica, la calidad de la escritura en los medios y la legitimidad de ciertas voces.
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