PERSONAJES
Marianne Faithful, la novia de Jagger, la musa de los Stones, la Venus de los ’60, la aristócrata lumpen, la artista inesperada, ya tiene 61 años. Y todo el poder de su mito está al servicio de su papel en La profesión de Irina Palm, una película que se acaba de estrenar y que no valdría la pena de no ser por ella.
› Por Mariana Enriquez
Marianne Faithful protagonizó uno de los mitos eróticos más famosos de los años ’60. Fue así: cuando la policía británica hizo una redada en 1967 en Redlands, la casa de campo de Keith Richards en Surrey, encontró un poco de hachís y otros rastros de drogas que fueron suficientes para llevar a los Rolling Stones a la cárcel. La policía también encontró a Marianne, novia de Mick Jagger, arropada en una manta de piel, imagen que convulsionó a todo un país que imaginó a esa hermosura rubia completamente desnuda dentro de un abrigo, una Venus de las pieles –tal como lo profetizaban los propios genes de la bella, tataranieta de Leopold Von Sacher-Masoch–. Tan impactante resultaba imaginar a Marianne Faithful así que la prensa inventó otro mito: dijeron que habían encontrado a la chica con las piernas abiertas y un bombón Mars ubicado en la vagina, bombón que Jagger-Richards lamían por turno. El episodio del bombón Mars fue negado infinidad de veces. Principalmente por Marianne, que a veces dice que el rumor fue el principio de todos sus problemas, y otras veces se ríe y cree que hubiera sido una buena idea dejarse lamer chocolate de entre las piernas.
Los Stones salieron casi indemnes de ese seminal juicio por drogas, Marianne continuó su noviazgo con Jagger y comenzó a acrecentar su poder en el seno de los Stones. Andrew Loog Oldham la había descubierto en 1964, una chica de la escena de Londres, con cara de rubia angelical, tetas fabulosas, familia aristocrática y demente. Les encargó a Jagger-Richards una canción para ella, que fue “As Tears Go By”. Pero mucho más importante resultó la contribución de Marianne para los Stones: le regaló a Mick el libro de Mijail Bulgakov El maestro y Margarita que inspiraría “Sympathy for the Devil”, fue la musa de “Wild Horses” y escribió “Sister Morphine”, la canción más oscura de Sticky Fingers. En 1970, adicta a la heroína, perdió la custodia de su hijo –de un primer matrimonio–, se separó de Mick Jagger y terminó viviendo dos años en la calle, muerta de frío, anoréxica, sin casa. A mediados de los ‘70 hubo un repunte en su vida: se mudó a un squat de Chelsea –sin agua caliente ni electricidad– con su nuevo novio y futuro marido, el cantante de The Vibrators, Ben Briesly.
Y el fin de la década la encontró sorprendiendo al mundo: lanzó Broken English, un disco que es un clásico, una maravilla, uno de los adioses más impresionantes a la década. Un disco sobre morirse y volverse loco de furia, de tristeza, de celos. Un disco donde su voz afectada por la cocaína y la laringitis crónica tiene algo brujeril, algo demoníaco, pero sobre todo algo densamente sensual. “Cada vez que veo tu pija, me recuerda a la concha de ella en nuestra cama”, le reprocha a su amante, que la engañó, en “What d’Ya Do It?”. Ahí también grabó “The Ballad Of Lucy Jordan”, ese clásico que habla sobre una mujer triste: “A los 37 años se dio cuenta de que nunca había manejado por París en un auto deportivo, con el viento caliente soplando en su pelo”. El mundo se enteró que Marianne no sólo era una mujer terrible y una sobreviviente y una belleza, sino una artista fenomenal. En 1987 Hal Willner produjo el extraordinario Strange Weather, donde Marianne exorcizaba su romance con un novio suicida llamado Howard Tose, que se tiró de la terraza de un edificio cuando ella lo dejó. Grabó canciones con Angelo Badalamenti y trabajó para Tom Waits, Kenneth Anger, Tony Richardson, Robert Wilson, Sofia Coppola. En 2002 le rindieron homenaje Jarvis Cocker, Damon Albarn y otros jóvenes maravilla, que le escribieron canciones para Kissin’ Time. Tres años después, ella les pidió canciones a Nick Cave y P.J. Harvey, otra pareja maldita, y el resultado fue un disco extraordinario, Before The Poison. Después ayudó a Carla Bruni a elegir y musicalizar poemas clásicos ingleses para su segundo disco, No Promises. Y acaba de sobrevivir a un cáncer de seno y una hepatitis C. Su nuevo disco saldrá el año que viene, otra vez con producción de Willner. Ahora mismo está reposando en Dublín con su novio francés, que es también su manager. Dice que pronto volverá al trabajo: tiene que hacerlo aunque quiere jubilarse, porque plata no le sobra. A Marianne jamás se le ocurrió ahorrar. No creía que iba a llegar a vieja.
Además, por estos días, está en los cines, en una película que no es buena y se llama La profesión de Irina Palm (de Sam Garbarski). Vale la pena verla sólo por ella. Porque hace de matrona inglesa que, por circunstancias límites, tiene que conseguir dinero. Y lo consigue trabajando de hacerles la paja a tipos en un cabaret de Soho. Sus manos tienen una suavidad tan impecable y su técnica es tan infalible que se convierte en la gran atracción del club; nadie le ve la cara porque los clientes meten el miembro en un glory hole. Marianne Faithful tiene 61 años. En la película no hay una vuelta de tuerca, su personaje (que se llama Maggie) no es una ex prostituta que vuelve al ruedo: es sólo una ama de casa. Pero en esa Maggie suburbana encarna el espíritu de Marianne Faithful, que sí ha vivido, que todavía se mueve con sensualidad a pesar de que casi todo el tiempo usa un batón, que mira con esos ojos pequeños y azules y habla sin palabras de un lugar de dolor, sábanas y madrugadas del que pocos, muy pocos, saben algo.
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