Dom 05.10.2008
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CINE >ESCONDIDOS EN BRUJAS, DEL AUTOR DE PILLOWMAN

Entre el cielo y el infierno

› Por Mercedes Halfon

Una película que arranca con imágenes de una hermosa ciudad europea antigua, un piano melodioso como fondo y una voz en off que comienza a recordar algo memorable, podría inducir a pensar, oh no, otra película con pianos, ciudades europeas hermosas, voces en off que van hacia atrás en el tiempo, pero no es eso lo que sucede con Escondidos en Brujas, aunque la película empiece así. La confusión de belleza con solemnidad dura apenas unos segundos, porque la voz de Colin Farrell irrumpe diciendo algo así como: “Después de matarlos, tiré el arma al Támesis, me lavé las manos en el baño del Burger King y me fui a casa esperando que lleguen las instrucciones. Al rato llegaron las instrucciones, Váyanse de Londres, estúpidos, váyanse a Brujas. Yo ni sabía dónde carajo quedaba Brujas. Queda en Bélgica”. Y esa voz, esas palabras, rápidamente transforman las bellas y serias imágenes, hay un peligro inminente, y ya vemos a Ray (Colin Farrell) y a Ken (Brendan Gleeson) caminando a paso rápido por Brujas, recién llegados, muertos de frío, dos asesinos que escapan de Londres por un trabajo que salió mal. Ahí deben quedarse, anotarse en un pequeño hotel, salir a recorrer, fingir ser turistas en esa ciudad soñada, obligados por su jefe, un tal Harry, del que sólo escucharemos la voz en el teléfono durante la mayor parte de la película.

Escondidos en Brujas es el primer largometraje de Martin Mcdonagh, algo así como el dramaturgo angloirlandés más brillante de la nueva generación, autor de Pillowman –en cartel en Buenos Aires hasta la semana pasada, con Pablo Echarri– ganador de numerosos premios por sus obras teatrales, e inclusive un Oscar por su corto Six shooter (2006). En teatro, Mcdonagh viene cultivando un estilo que sin perder efectividad narrativa, cierta convencionalidad y diálogos afiladísimos, mete a los espectadores en un mundo oscuro e infantil, tipo parábola o cuento macabro, con final espeluznante y risueño. Fue muy criticado por los niveles de violencia que tiene su trabajo: Pillowman, con muertes y torturas a niños por doquier, policías traumatizados y malévolos, y parejas de hermanos sádico-retrasados, es suficiente prueba de eso. Del teatro al cine buena parte de esa poética se trasladada. Escondidos en Brujas pone a estos dos gangsters irlandeses en una ciudad extraña, para que en ese contexto casi fantástico emerja la oscuridad que tienen adentro: como si para observar estos demonios embellecidos, no hubiera mejor espacio que una ciudad medieval. Y no lo hay. Ray y Ken pasean por Brujas, y en esas caminatas y noches en el hotel van a conocerse más, a hacerse confesiones, a hacerse amigos. Ambos cargan pesados recuerdos por su “trabajo”, ambos son en el fondo personas con moral. Hay ambigüedades que aparecen en diálogos hilarantes, dobleces dolorosos. En el film, la muerte no del todo accidental de un niño –el trabajo que salió mal– da pie para que se piensen estas cuestiones. Ray y Ken visitan el museo Groeningemuseum, y frente al cuadro de El Bosco Tríptico del Juicio Universal tienen una epifanía: Brujas es, al fin de cuentas, su personal y hermoso purgatorio.

También por eso van a cruzarse continuamente con una serie de personajes emblemáticos: la dueña del hotel, una muchacha valiente y embarazada, un enano (fascista) que actúa en un film muy artie, una rubia con pasado oscuro pero que trae un presente luminoso, un seudoskinhead que va a terminar tuerto. Esta galería que rodea la dupla protagónica es igual de singular que reducida, Brujas parece ser sólo esos personajes con los que los protagonistas se encuentran una y otra vez, en las calles empedradas, en la cúpula de un edificio antiguo, bebiendo cerveza, como si algo tuvieran que aprender de todo eso.

Sobre el final el tal Harry aparece –es nada menos que Ralph Fiennes–, y la película se torna aún más oscura y virulenta. La ciudad, la oscuridad, los personajes gangsteriles y las persecuciones hicieron que se le preguntara a Mcdonagh si estaba intentando homenajear algunas películas clásicas de Hollywood, a lo que él contestó: “Un poco. Algunas son obvias Don’t Look Now o Sed de mal o El Tercer Hombre y La noche del cazador. Pero también las películas de Terrence Malick y Sam Peckinpah, por la forma en que trata la violencia de una manera honesta, y la tristeza que la rodea”.

Ray y Ken y sus amigos de Brujas viven intensamente su situación de espera y agonía, que se resuelve de un modo muy teatral en el transcurso de la historia. Nada será lo mismo después. Como en los cuadros de El Bosco donde los seres que aparecen son todos pequeños, pero tan raros, tan inolvidables.

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