Dom 12.10.2008
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MúSICA > VUELVE ENTRE RíOS, PERO SIN ELECTRóNICA

Colgar las máquinas

Entre Ríos fue una de las bandas más emblemáticas de la escena independiente de los años ’90, con discos repletos de pistas, máquinas y sobregrabaciones. Ahora, vuelven a escena con dos chicas al frente y al fondo (Rosario Ortega en voces y Romina D’Angelo en batería) y sin ninguna laptop a la vista. Guitarra, voz, bajo y batería parecen ser el futuro de la electrónica.

› Por Hugo Salas

En las últimas semanas, una de las bandas insignia del electropop porteño de los ‘90, Entre Ríos, comenzó a tocar aquí y allá (la presentación multitudinaria fue en el One Dot Zero) con nueva y sorprendente formación. Están, desde luego, el compositor Sebastián Carreras y el productor/arreglista/gurú Gabriel Lucena, pero ya no detrás de laptops y samplers, sino de un bajo y una guitarra respectivamente, acompañados por la potente y ajustadísima batería de Romina D’Angelo y una voz que se anticipa entre las revelaciones del año: Rosario Ortega.

“Para muchos puede resultar sorpresivo, pero desde que empezamos a hablar de un nuevo disco –comenta Lucena–, tuvimos en la cabeza dejar la electrónica de lado y salir a tocar con la estructura de una banda.” Según Carreras, esta nueva formación está lejos de ser un cambio drástico: “A medida que fue dándose la posibilidad cada vez más frecuente de tocar en vivo, nos encontramos con la limitación de esa música tan de estudio que hacíamos. Hoy tenemos en claro que la representación escénica de la música es fundamental. Además, hay que tener en cuenta que en los últimos años el disco, como soporte de los conceptos sonoros, cayó en notoria decadencia. La gente baja canciones, no compra discos y esa realidad se percibe en las presentaciones. El público ya no va, como en otras épocas, esperando una representación del disco, va esperando un show. Aunque tengan el disco, buscan otra cosa.”

Los motivos del cambio, que no son sólo propios del grupo sino también históricos, hay que buscarlos, sostiene Gabriel Lucena, en procesos paralelos del público y los músicos: “La gente tiene necesidad de ver que uno está tocando, que lo que suena uno lo está tocando físicamente. Y como músico, con las computadoras, eso es imposible, porque tenés que estar muy concentrado en apretar botones y controlar una pantalla, inmerso en el mundo de la máquina y sin contacto con el público. Por eso tanto el público como los músicos necesitábamos volver al cuerpo, por más que no seamos tan ajustados como las máquinas. Se trata de encontrarle el gusto, el placer a eso, a la imperfección humana”.

“En los ’90 –recuerda Carreras–, yo me preguntaba por qué, teniendo tantos recursos de software, sonido digital y alta definición, todo el mundo agarraba eso y hacía música bailable. En cierta medida, Entre Ríos fue una reacción contra eso: hacer música con laptops que no fuera para bailar. Pero ahora me doy cuenta de que había algo en esa insistencia del ritmo: tenía que ver con buscarle un lugar al cuerpo. Por eso, nuestra concepción anterior tuvo una vida breve; era una búsqueda, un experimento, y llegó hasta donde pudo. Además, hay cuestiones autobiográficas. Gaby ya era padre, y a mí me llegó en medio de todo este cambio. Sentí los años, no como un peso sino como un backup, tengo treinta y tantos años y más de 20 años de escuchar rock. Nuestro formato anterior estaba, paradójicamente, muy lejos de lo que yo siempre escuché, de los discos que bien o mal son los que guardo en mi casa y sobre todo los que más escucho. Esta nueva formación busca acortar esa distancia, también, asumir la música que uno escucha como parte de una identidad.”

Del rock viene, de hecho, Romina, la hipnótica baterista que toca de parada en las presentaciones. “Para mí fue en parte una sorpresa que me llamaran, pero también un desafío. Yo venía tocando con amigos de Sebastián y tenía un estilo que, ahora entiendo, se ajustaba a lo que buscaban para esta nueva etapa, muy marcado por los Ramones, Pearl Jam, Sonic Youth y más atrás la Velvet Underground y The Jesus and Mary Chain, todo esto cruzado con la percusión. Yo he tocado en murga uruguaya, de ahí que toque de pie. Mi trabajo como bailarina, por otra parte, me hace escuchar la música desde otro lugar, que creo es un poco ese lugar del cuerpo que ellos estaban buscando.”

La llegada de Rosario Ortega a la banda, sin embargo, fue menos categórica y tuvo mucho de experimentación. “Entré en contacto con Sebastián por un proyecto mío, distinto, y después de escucharme me invitó a sumarme. Al principio era más bien ‘vení y probamos’. Entonces vine, probé, les gustó y grabé otras canciones, hasta que terminé cantando 9 de las 12 canciones del disco.”

Las otras tres canciones de Entre Ríos, el nuevo disco que sale este miércoles por Crack Rok (sello de Babasónicos) las canta Sebastián Carreras, una a inesperado dúo con Gabriel Lucena. El resultado aporta una solidez hace rato ausente de la escena indie. Rotunda, menos etérea que la de su anterior cantante, la voz de Rosario Ortega se ajusta perfectamente a la fuerza de la nueva formación, que sin embargo no pierde la emocionalidad característica de otras épocas (a lo que contribuye, sin duda, la tensión entre la fuerza de su caudal y un timbre delicado). Como bien apunta Romina D’Angelo, el encuentro de esa sonoridad dulce pero potente con lo crudo de la banda constituye una de las características fundamentales de la nueva formación.

“Por mi parte –reconoce Lucena–, el cambio tuvo que ver con darle la posibilidad a la canción desnuda, con no sobreproducir, que era mi rol anterior. Mi búsqueda ahora fue desnudar la canción, que quede lo más simple posible.”

“De hecho –agrega Carreras–, yo siempre supe que este nuevo formato iba de la mano de canciones con muy pocos acordes y letras que fueran mucho más al grano, menos cargadas de metáforas y juegos. Es más, cuando empezamos a arreglar algunos de nuestros temas viejos, me descubrí pensando ‘Qué letras de mierda, tantas palabras al pedo, muy bonito, muy florido, pero también muy infantil, no dicen nada’. Eso hace que el disco sea mucho más local, que es algo raro para Entre Ríos, porque la banda siempre fue hasta cierto punto muy for export; teníamos más ediciones en el exterior, incluso mejor repercusión, más de una vez leíamos afuera notas que hubiésemos matado porque apareciesen acá, pero este disco, por el contrario, funciona en este contexto, no afuera, tiene mucho más que ver con nuestro presente.”

Sin duda, las nuevas canciones se alejan del estilo high-tech de los ’90 para redescubrir un extraño cruce: claramente, por sonido, no son pop, pero tampoco rock como se entiende hoy en Argentina. Son, más bien, un rock que tiene mucho más en común con lo que se entendía por rock aquí en los ’70, pero con un acento nostálgico, desencantado. Así, combinan versos de una frontalidad tan sencilla como demoledora con un sonido que los reconoce en su ingenuidad, en un juego de contrastes que el rock nacional, más preocupado por la potencia, había abandonado como búsqueda.

“Cuando estábamos terminando de grabar –recuerda Carreras–, me compré un disco de Jefferson Airplane, el primero, que tiene panderetas, varias voces, no hay un solo cantante líder, y ahí uno encuentra una banda que todavía es hippie pero ya bastante oscura. De hecho, el desencanto va de suyo en el bagaje de la música que usualmente escuchamos nosotros: el punk, el postpunk y el dark aparecen después del fracaso de esa propuesta más naïve, como revulsión, pero no exentos de sentimientos.”

Entre Ríos se presenta en la octava fecha del Pepsi Music, este miércoles, a las 18.00, sobre el Escenario Sónica.

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