TELEVISIóN > HUGH LAURIE, LA VIDA ANTES DE DR. HOUSE
El jueves que viene empieza la quinta temporada del Sherlock Holmes de la salud: Dr. House. Pero a pesar de la devoción que la serie despierta, pocos saben que ese actor no sólo no es norteamericano, sino que fue durante quince años uno de los cómicos más famosos y agudos de Inglaterra. Por eso, Radar rescata aquellos programas de los ’80 en los que, junto a Stephen Fry, Ben Elton y Rowan “Mr. Bean” Atkinson, retrataron con mordacidad su país.
› Por Mariana Enriquez
El Dr. Gregory House tiene mucho en común con Sherlock Holmes. La semejanza más marcada es que a ninguno de los dos le importa mucho la gente involucrada en el misterio a resolver. Y los dos son extremadamente eficaces cuando se trata de resolverlo. A Gregory House, el médico más malhumorado y famoso de la televisión, lo interpreta un actor que también tiene su alto porcentaje de enigma: Hugh Laurie. Muchos de sus fans se quedan estupefactos cuando se enteran de que Laurie es tan británico como Holmes. Con el video que envió para el casting del piloto de Dr. House hasta engañó al experimentado productor Bryan Singer (director de Los sospechosos de siempre), que se quedó maravillado con su estilo, no notó ningún dejo británico en su acento y les dijo a sus colaboradores: “Este es el tipo de actor norteamericano que necesitamos”. Lo más extraño, casi inaudito –de ser cierto, de no ser otra leyenda de Hollywood– es que Singer, hombre de la industria, desconociera la carrera de Hugh Laurie hasta ese momento. Porque en el Reino Unido, Hugh Laurie ya era muy famoso antes de House. Y era algo más que famoso: era casi una institución, casi un clásico.
Hugh Laurie nació en Oxford, en una familia rígida, de religión presbiteriana y su nombre completo es James Hugh Calum Laurie. Su padre era médico, campeón de remo en Cambridge y medallista olímpico (algo que, con típico pudor, les ocultó a sus hijos hasta que Hugh, adolescente, encontró la medalla de oro escondida dentro de una media en el ático de su casa). Su madre, una mujer dura que impulsaba el reciclaje en los años ’70 y que, según le contó Laurie a James Lipton en su entrevista del Actor’s Studio, “fue presbiteriana no sólo en fe, sino en personalidad. Desconfiaba del placer. Por algún motivo, yo no le gustaba. Con el paso del tiempo, mi relación con ella se hizo más y más distante. Desaprobó mi casamiento y las circunstancias del nacimiento de mis hijos, así que me congeló. No lloré cuando murió, aunque mi duelo fue y es muy profundo. Pero sencillamente no pude producir lágrimas físicas”. En Oxford, fue a la escuela Dragon, en la primaria. Y después, a Eton. Su paso por las instituciones más exclusivas y privilegiadas del Reino Unido se completó con el ingreso al Selwyn College de Cambridge. “Entré como deportista, digamos: hacía remo, como mi padre. Pero tuve mononucleosis, y tuve que cambiar de actividad”. El cambio fue ingresar en Cambridge Footlights, el club de teatro de la Universidad, semillero de comedia inglesa del que surgieron miembros de Monty Python como Graham Chapman y John Cleese o humoristas enormes como Peter Cook. Allí conoció a Emma Thompson y Stephen Fry (Wilde, 1997). Ella sería su novia, y él su pareja en un dúo cómico que duró casi diez años y que llegó a la televisión en 1982 con la grabación de la gala de fin de año de Footlights que puso al aire la BBC, y en 1983 con una serie de corta duración llamada Al fresco, escrita por otro nombre central en la comedia británica de los ‘80: Ben Elton (ver recuadro).
En Gran Bretaña y en muchos países de habla inglesa que pasaron la década del ’80 y la primera mitad de los ’90 con Hugh Laurie en la televisión, House es un éxito moderado. Los columnistas de diarios suelen interpretar que el público sencillamente no se puede creer que esa alma torturada de sensuales y fríos ojos azules sea Hugh Laurie, especialista en interpretar zoquetes de clase alta con papa en la boca, o en satirizar las instituciones más tradicionales del Reino Unido. Hay que ver para creer: en 1987, Laurie se unió al elenco de Blackadder, la sitcom histórica de BBC1 escrita por Elton y Richard Curtis (Cuatro bodas y un funeral, El diario de Bridget Jones) que iba entonces por su tercera temporada y está considerada entre las mejores comedias británicas para televisión, junto con Monty Phyton Flying Circus, Fawlty Towers y Mr. Bean. El protagonista total era Rowam Atkinson (es decir, Mr. Bean), que en sus cuatro temporadas interpretó a un personaje con el mismo nombre, Edmund Blackadder, que pasaba por cuatro distintas épocas de la historia inglesa –siempre junto a su sirviente, Baldrick (Tony Robinson)–: el reino ficticio de Ricardo IV en 1485, el período de Isabel I, el reino de Jorge III y las trincheras de la Primera Guerra Mundial. En la tercera temporada, entonces, Blackadder/Atkinson es el sirviente personal del príncipe de Gales, interpretado por Laurie como un cretino importante. En palabras de su siervo: “El príncipe es joven y tonto, y su cerebro tiene el tamaño de un maní”. La estupidez del príncipe es, además, cruel: encarna toda la esterilidad y ridiculez de la nobleza. En una entrevista de la Rolling Stone le dijo a Neil Strauss: “Me resulta más fácil interpretar a estúpidos, por eso House, que no lo es, me exige tanto como actor. Que me resulte fácil se puede deber a que yo sea estúpido, o a que no entienda al mundo. Encuentro al mundo incomprensible y no le veo sentido. Mi emoción más común y predominante es la estupefacción, y eso sale en ese tipo de personaje. Ser el tonto, el bufón”. En la siguiente, última y brillante temporada de Blackadder (de 1989) fue otro George, un chico rico en las trincheras, estúpido hasta lo más profundo, pero también noble. En esa tenporada, compartía cartel con Stephen Fry, que interpretaba al general de división (en la temporada anterior, Fry había sido Wellington), y con Miranda Richardson. El final de esa serie hizo historia. Sin títulos, en silencio, los cómicos desaparecían en la no man’s land y emocionaban con esa elegía a la trágica gran guerra.
Blackadder nunca se vio en Argentina, y en Estados Unidos es objeto de culto. Aquí lo que sucedió, básicamente, fue que en los años ’80 no había televisión por cable ni inclinación por comprar series inglesas, y mucho menos una comedia histórica. Lo mismo vale para el resto del mundo: Blackadder es fatalmente británica. Pero es posible disfrutarla sin saber nada de historia, porque los guiones de Elton y Curtis, más las increíbles actuaciones de Atkinson, Laurie y Fry son de entendimiento universal.
Ni bien se completó Blackadder, Fry y Laurie montaron su propia comedia para la televisión, A Bit of Fry and Laurie, con tres temporadas para BBC2 y una para BBC1 entre 1989 y 1995. El programa está armado con sketches y fugaces apariciones de personajes que rara vez se repiten. Y se podría decir que el protagonista absoluto de A Bit... es el lenguaje. Ambos escribían los guiones: son hombres de pasión por los juegos de palabras, en la tradición del nonsense, el humor high brow y una cuota de surrealismo con deudas a Monty Phyton, P.G. Wodehouse (poco después, en la serie Jeeves y Wooster, Fry y Laurie llevarían a Wodehouse a la TV entre 1990 y 1993) y lo que podríamos llamar, para apelar al estereotipo, la tradicional ironía inglesa. Más, por supuesto, la mejor comedia que los británicos saben hacer: la comedia de clase (Blackadder también tenía mucho de comedia de clase, por supuesto). Sobreeducados, hijos de la aristocracia inglesa, Fry y Laurie se ocuparon de las políticas de Thatcher y John Major, de los yuppies londinenses, de los agentes del Servicio Secreto (con los inolvidables Control y Tony), de satirizar series de los ’70 como Los profesionales, del periodismo, de las perversiones sexuales, de los programas de concursos, de la nobleza de provincias, de los militares: en un sketch clásico, Fry es un comandante inglés prisionero, a punto de ser interrogado por un oficial alemán en la Segunda Guerra, que despierta de un desmayo y empieza a gritar maravillas acerca del culo de su enemigo, un Laurie tuerto que termina cediendo a los avances. Parecían disfrutar especialmente de aparecer travestidos, de calcar las maneras de estereotipos británicos (la señora vestida de colores pastel, el taxista londinense, el bestia de Manchester, el cazador de patos sin vida sexual) y de los números musicales: Laurie, que además es un músico destacado, cantó “Hey Jude” con voz de ardillita, y satirizó a Noël Coward, Dylan y Elvis, en una política sistemática de falta de respeto con acento elegantísimo. La temporada final, de 1995, se vio por BBC1 y para muchos fue la menos exitosa, quizá porque los actores no estaban cómodos con la política de actores invitados que les impuso el canal, o porque estaban en la emisora más “convencional”, o porque hacía poco que Fry había tenido un serio episodio psiquiátrico. En cualquier caso, Fry y Laurie no volvieron a trabajar juntos en TV. Durante 1996, Laurie se dedicó a la promoción de su primera y hasta ahora única novela, The Gun Seller, un thriller humorístico protagonizado por un ex policía escocés, hoy mercenario de poca monta. Después, su carrera se desperdigó un poco, con algunas breves apariciones en la TV de Estados Unidos y papeles de corta vida en la TV británica. El confiesa que pasó por una depresión, y que en este mismo momento, mientras es uno de los hombres más famosos y mejor pagos de la televisión, a veces la pasa mal. Y la pasa peor por la culpa que le da pasarla mal cuando todo va bien. O como le dijo a The Times este año, poco antes del estreno de la quinta temporada de House: “El problema es que todo me pone ansioso. No puedo parar de pensar las cosas. Y lo más destructivo es que siempre es en retrospectiva. Pierdo tiempo pensando en lo que debería haber dicho o hecho. Siempre pienso: ‘No voy a mencionar a mi psiquiatra en la próxima entrevista’, pero no aprendo nada. Me olvido de todo. Me olvido de los guiones ni bien los leo. Me olvido de los libros. Soy lo opuesto a Fry, que es tan inteligente que me repugna. Creo que se acuerda de cada palabra que leyó. Al mismo tiempo, mi autoindulgencia y mis preocupaciones me parecen fatuas. Soy un dolor en el culo. Es terrible trabajar conmigo. Pero tengo que reconocer que me fue mejor que a mucha gente. El otro día fui a tomar algo al pub con Kenneth Brannagh y un tipo le gritó: ‘Ey Brannagh, sos un pelotudo’. Eso debe ser duro”.
La quinta temporada de Dr. House se estrena el jueves a las 21 por Universal Channel.
En los años ‘80, hubo una sitcom británica que hizo historia. Historia pequeña, al principio, con el status de culto. Historia grande ahora, como gran renovación de la comedia inglesa. Se llamó The Young Ones, tuvo dos temporadas y se estrenó en BBC2 en 1982. La protagonizan cuatro estudiantes: Rik (Rik Mayall), anarquista y “poeta del pueblo”; Vyvyan (Adrian Edmonson), un puk ultraviolento; Neil (Nigel Planer), hippie suicida comedor de lentejas; y Mike (Christopher Ryan), el mujeriego. A ellos se les sumaba el desbordante Alexei Sayle, un comediante stand up que era la gran estrella del circuito alternativo de Londres. El autor de The Young Ones era Ben Elton, y compartía créditos con Mayall y Lise Myers. Los tres habían sido compañeros en la Universidad de Manchester –también con Edmonson– y de alguna manera eran la “alternativa” al aristocrático Footlights de Cambridge. En los ‘80, fundaron su propio local de comedia en el Soho, el famoso Comic Strip. Enseguida, con The Young Ones, pasaron a la TV, y trajeron gritos, títeres, shows de bandas como Madness, The Dammed o Motorhead, golpes (Edmonson y Mayall recuerdan muchísimo a lo que hacían Urdapilleta y Tortonese en su clásico sketch del programa de Gasalla) surrealismo de basurero, y una ferocidad inédita, brutal, mucho más heredera del punk que de la comedia elegante de Wodehouse. En el programa, además, quedaba clara la rivalidad de clase entre universidades, satirizada en el episodio Bambi, donde las bestias protagonistas concursan en un show de preguntas y respuestas para TV con cuatro super elegantes participantes de una universidad que es claramente Cambridge: son Fry, Laurie, Emma Thompson y el propio Elton. Los young ones pierden, por supuesto. Después de The Young Ones, Elton escribió Blackadder con Richard Curtis (que pronto sería super estrella con Cuatro bodas...) y se volvió a juntar con Fry y Laurie, a los que sumó como invitados en la última temporada a los salvajes Edmonson y Mayall, dúo cómico que hasta hace poco se presentaba con un espectáculo llamado Bottom. Rowan Atkinson, el protagonista de Blackadder, es hombre de Oxford, al igual que Richard Curtis, y su estilo de comedia, muy diferente –casi muda, chaplinesca, lejos del diálogo recargado de los demás– quedaría plasmada en el gran éxito de Mr. Bean (1990-1995). Pero hay más endogamia para apuntar: en 1995, Rik Mayall estaba haciendo una pieza teatral llamada Cell Mates cuando su compañero, Stephen Fry, tuvo una crisis psiquiátrica, dejó la puesta y desapareció, hasta que resurgió medio trastornado en Bélgica. Mayall fue impiadoso: “Una cosa es ser egoísta, otra un conchudo. Las trincheras no se abandonan”, dijo. Ahora, parece, todos son amigos de vuelta. Fry fue padrino de casamiento de su gran amigo Rowan Atkinson. Repitió función en el casamiento de Laurie, y es padrino de los tres hijos del Dr. House. Ben Elton se hizo famoso también como novelista (aquí se recordará el lanzamiento de Popcorn en 1996) y hoy escribe musicales para el West End: mucha gente lo detesta, y lo acusa de vendido. Elton contesta: “Soy un hombre de izquierda. Pero puedo trabajar y tener diálogo con tories como Andrew Lloyd Weber. Además, nunca fui antiestablishment. ¡Escribí una comedia para la BBC a los 21 años!”.
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